LIBROS & ARTES
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media entre la representación de una
cierta realidad fantástica (la luz que
sigue
siendo
luego de haber desapare-
cido) y la representación de lo siem-
pre inexistente, la representación
autorreflexiva, fundada enteramente
en el ejercicio imaginario, es decir, la
representación como simulacro de sí
misma. Si pensamos en lo mismo
considerándolo todo desde el pun-
to de vista de la referencia lingüísti-
ca, el quiebre entre una idea y la otra
es como sigue: en Carroll, el signo
alude en efecto a un cierto referente,
cuyo status se complica por el ab-
surdo (ser y no ser simultáneamen-
te); en Cabrera Infante, el signo (el
discurso ficticio, la imaginación) no
quiere ser referencial en ningún sen-
tido tradicional, es decir, no quiere
ser ni modificador de una realidad
dada ni representacional con respec-
to a ella, sino que espera constituir
otra realidad, compuesta, digámos-
lo así, desde su propia potencialidad
instauradora.
Pero un lenguaje no represen-
tacional es todavía un lenguaje, y un
lenguaje instaurador es un lenguaje es-
pecialmente poderoso. Entre los in-
ventos de Rine a los que Arsenio y
Silvestre aluden en cierta oportuni-
dad, está el de “la vela que no hay
viento que la apague” (310). La refe-
rencia al epígrafe parece obvia, pero,
en este caso, lo crucial es la respuesta
al enigma: “cada vela lleva un letrero
impreso en tinta roja que dice No
encender”. La realidad inexpugnable,
esa vela inextinguible, es la que nun-
ca se hace acto, la que permanece en
potencia, a la vez prefigurada y res-
guardada por las palabras. Pero tam-
bién el lenguaje es una forma de rea-
lidad, en tanto las palabras conser-
ven su duplicidad forma/contenido
(la dualidad significante/significado
del estructuralismo). Para conseguir
ese lenguaje no representacional no
basta con desligar a la palabra de sus
expectativas referenciales. La ruta
para minar la cualidad represen-
tacional del lenguaje necesita que
colapse la normalidad sistemática del
lenguaje mismo: Bustrófedon, el her-
mano mayor entre estos patafísicos
de segunda generación que pueblan
la novela, “era una termita que ata-
caba los andamios de la torre antes
de que se pensara en levantarla, por-
que destruía todos los días el espa-
ñol” (175). Lo que está en juego en
Tres tristes tigres
es, entonces, la nor-
malidad del lenguaje en tanto siste-
ma referencial y representacional.
Pero no es lo único. También existe
una tendencia a lo que podríamos lla-
mar el
extrañamiento de la percepción
: la
representación de la realidad está
frustrada intencionalmente, de acuer-
do con la idea de Bustrófedon, no
sólo en el trastorno de su poder
referencial, sino también en el hecho
de que el paso previo a la represen-
tación, es decir, la percepción, tam-
bién se pone en radical
cuestionamiento. Del mismo modo
en que Bustrófedon está rodeado y
filtrado
por ese séquito de epígonos
que, simultáneamente, lo preserva, lo
obedece y lo aísla del lector, así todo
en la novela parece igualmente im-
posible de ser percibido directamen-
te.
El arduo sistema de citas, defor-
maciones textuales y referencias ve-
ladas acaba asfixiando la posibilidad
de encontrar fuentes originales y dis-
cursos relativos a algo que podamos
llamar
realidad
, es decir, justamente,
termina por ocluir el vínculo
referencial. Una frase parece querer
resumir el mecanismo: “En alguna
parte del mundo debe estar el origi-
nal de esta parodia, supongo que en
Hollywood, que es una palabra que
me cuesta trabajo no ya pronunciar
ahora sino solamente pensar en ella”
(221): la supuesta realidad inmediata
resulta ser una parodia, pero paro-
dia de Hollywood, es decir, parodia
de la mayor máquina serial de pro-
ducir irrealidades, y ella misma no es
ya un objeto (un lugar, una forma
de producción, un estilo de creación
de ficciones) sino apenas una pala-
bra, una palabra vacía de sentido,
pues no se puede siquiera pensar en
ella. Lo que se plantea entonces es
una forma de abolición de la reali-
dad por medio de una suerte de re-
producción paródica hasta el infini-
to, que desvincula al discurso de cual-
quier posible referente y que se cie-
rra sobre sí misma como una forma
de percepción en espiral: siempre
autorreflexiva pero transformándo-
se en cada nuevo giro: “La nada no
es lo contrario del ser. El ser es la
nada por otros medios” (259).
Cabrera Infante, Guillermo,
Tres tristes tigres.
Bogotá: Seix Barral/Oveja Negra, 1984.
Carrol, Lewis. Alices
Adventures in
Wionderland.
New Yorck: W. W. Norton &
Co., 1992.
Canto desde el norte.
Gregorio Martínez
Francisco Tumi
El
Libro de los espejos
es, como dice su
subtítulo –
7 ensayos al filo del catre
–, un
conjunto de siete tratados publica-
dos por el narrador Gregorio
Martínez (Coyungo, Nasca, 1942) tras
casi dos décadas de residencia en
Estados Unidos y en momentos en
que su lugar en la literatura peruana
es ciertamente incuestionable, gracias
a una obra narrativa sólida en la que
destacan novelas como
Canto de sire-
na
(1977) y
Crónica de músicos y diablos
(1991), y colecciones de cuentos
como
Tierra de caléndula
(1975) y
La
gloria del piturrín y otros embrujos de amor
(1985)
.
A diferencia del clásico volumen
de José Carlos Mariátegui al que alu-
de el subtítulo, este libro de Martínez
no es una suma de siete ensayos, sino
un solo ensayo dividido en siete par-
tes o, quizás más propiamente, un
conjunto de innumerables textos de
diverso registro y extensión unifica-
dos por la peculiar perspectiva del
autor y reunidos en siete capítulos –
que bien hubieran podido ser ocho
o veinte.
Una revisión apresurada del tí-
tulo de cada una de las siete partes
podría sugerir una suerte de historia
prostibularia de la capital peruana,
pues Tajamar, Huatica, Colonial,
México, Hotel San Pablo, Floral y
Trocadero son nada menos que los
nombres de los burdeles más repre-
sentativos que existieron sucesiva-
mente en Lima a lo largo del siglo
XX, según asegura en uno de sus tex-
tos el propio autor.
El libro, sin embargo, si bien se
asoma a lo prostibulario en más de
una página, es muchísimo más que
eso: es un tratado de literatura y de
cultura, lo mismo que un testimonio
personal, que merodea los prostíbu-
los solo en razón de que «literatura y
antros del vicio nunca estuvieron le-
jos», según afirma Martínez en las pri-
meras páginas.
Se trata de un libro ambicioso y
absolutamente personal. Como Ju-
lio Cortázar en
Rayuela,
Martínez sal-
pica toda su exposición de una eru-
dición vasta y multifacética, acopiada
sin duda a lo largo de años o tal vez
décadas de lecturas, conversaciones,
clases, observaciones y reflexiones.
Como cumplido profesor universi-
tario, hace gala de un conocimiento
y un anecdotario por momentos
oceánicos, cuyas orillas son tanto los
clásicos griegos como la poesía pe-
ruana, la tecnología de punta en ma-
teria de producción de libros como
la bohemia limeña en diversos mo-
mentos de las últimas décadas.
Su tema, como ya se ha dicho,
es esencialmente la literatura, que el
autor ejerce de toda la vida como
escritor, lector, crítico y catedrático
universitario. Pero es también la cul-
tura, entendida en su sentido más
amplio y que incluye la lingüística, la
filología, la etimología, la historia,
la agricultura, la ciencia, la política,
el periodismo, la sicología, la gas-
tronomía, la música, las costumbres
y, por supuesto, el erotismo y las
artes amatorias, entre tantas otras
facetas.
El autor va y viene por la histo-
ria literaria peruana y universal, se
detiene en libros, autores, conceptos,
escuelas, juicios; se desplaza de la in-
formación académica al chisme, de
la reflexión a la anécdota, de la ex-
posición a la crítica, sin eludir en nin-
gún momento la afirmación de jui-
cios de valor y la declaración explíci-
ta de simpatías y antipatías.
Quizás su principal atractivo es
el panorama del siglo XX peruano y
universal que ofrece desde el mira-
dor del siglo XXI.
Cinco metros de poe-
mas,
de Carlos Oquendo de Amat,
convive con
El mito del caníbal,
de
William Arens, del mismo modo que
con Ezra Pound, Dizzy Gillespie, B.
B. King, la biblioteca de Alejandría,
el spanglish, el campo semántico de
la palabra «cachar», una anécdota
sobre Ho Chi Minh en Harlem, el
racismo, el mambo, el indigenismo,
La casa de cartón
–y, de paso, la pro-
pia visión de la novela que tiene el
autor– o incluso reflexiones e histo-
rias sobre el colonialismo, por men-
cionar solo algunos de los innume-
rables temas que aborda y despliega
a través de una prosa densa, llena de
ramificaciones, digresiones y
superposiciones, prosa barroca y por
momentos cultista, que no renuncia
a echar mano de largas citas al pie de
página, en algunos casos auténticos
artículos autónomos.
El
Libro de los espejos,
finalmente,
pretende erigirse a sí mismo como un
discurso iconoclasta, contestatario y
popular, y por ello los juicios de
GregorioMartínez, tanto los literarios
como los culturales, pueden resultar
en algunos casos arbitrarios y poco
objetivos, teñidos por momentos de
una lógica setentera y excluyente que,
sin embargo -–ya se sabe que todo
autor tiene siempre el derecho a la
versión– no le resta interés a una lec-
tura que combina con naturalidad la
erudición con el desenfado y que ilus-
tra, ilumina y entretiene.
Libro de los espejos. 7 ensayos a filo del catre.
Gregorio Martínez
Editorial Peisa, 2004. 480 págs.