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LIBROS & ARTES

Página 29

L

I

B

R

O

S

media entre la representación de una

cierta realidad fantástica (la luz que

sigue

siendo

luego de haber desapare-

cido) y la representación de lo siem-

pre inexistente, la representación

autorreflexiva, fundada enteramente

en el ejercicio imaginario, es decir, la

representación como simulacro de sí

misma. Si pensamos en lo mismo

considerándolo todo desde el pun-

to de vista de la referencia lingüísti-

ca, el quiebre entre una idea y la otra

es como sigue: en Carroll, el signo

alude en efecto a un cierto referente,

cuyo status se complica por el ab-

surdo (ser y no ser simultáneamen-

te); en Cabrera Infante, el signo (el

discurso ficticio, la imaginación) no

quiere ser referencial en ningún sen-

tido tradicional, es decir, no quiere

ser ni modificador de una realidad

dada ni representacional con respec-

to a ella, sino que espera constituir

otra realidad, compuesta, digámos-

lo así, desde su propia potencialidad

instauradora.

Pero un lenguaje no represen-

tacional es todavía un lenguaje, y un

lenguaje instaurador es un lenguaje es-

pecialmente poderoso. Entre los in-

ventos de Rine a los que Arsenio y

Silvestre aluden en cierta oportuni-

dad, está el de “la vela que no hay

viento que la apague” (310). La refe-

rencia al epígrafe parece obvia, pero,

en este caso, lo crucial es la respuesta

al enigma: “cada vela lleva un letrero

impreso en tinta roja que dice No

encender”. La realidad inexpugnable,

esa vela inextinguible, es la que nun-

ca se hace acto, la que permanece en

potencia, a la vez prefigurada y res-

guardada por las palabras. Pero tam-

bién el lenguaje es una forma de rea-

lidad, en tanto las palabras conser-

ven su duplicidad forma/contenido

(la dualidad significante/significado

del estructuralismo). Para conseguir

ese lenguaje no representacional no

basta con desligar a la palabra de sus

expectativas referenciales. La ruta

para minar la cualidad represen-

tacional del lenguaje necesita que

colapse la normalidad sistemática del

lenguaje mismo: Bustrófedon, el her-

mano mayor entre estos patafísicos

de segunda generación que pueblan

la novela, “era una termita que ata-

caba los andamios de la torre antes

de que se pensara en levantarla, por-

que destruía todos los días el espa-

ñol” (175). Lo que está en juego en

Tres tristes tigres

es, entonces, la nor-

malidad del lenguaje en tanto siste-

ma referencial y representacional.

Pero no es lo único. También existe

una tendencia a lo que podríamos lla-

mar el

extrañamiento de la percepción

: la

representación de la realidad está

frustrada intencionalmente, de acuer-

do con la idea de Bustrófedon, no

sólo en el trastorno de su poder

referencial, sino también en el hecho

de que el paso previo a la represen-

tación, es decir, la percepción, tam-

bién se pone en radical

cuestionamiento. Del mismo modo

en que Bustrófedon está rodeado y

filtrado

por ese séquito de epígonos

que, simultáneamente, lo preserva, lo

obedece y lo aísla del lector, así todo

en la novela parece igualmente im-

posible de ser percibido directamen-

te.

El arduo sistema de citas, defor-

maciones textuales y referencias ve-

ladas acaba asfixiando la posibilidad

de encontrar fuentes originales y dis-

cursos relativos a algo que podamos

llamar

realidad

, es decir, justamente,

termina por ocluir el vínculo

referencial. Una frase parece querer

resumir el mecanismo: “En alguna

parte del mundo debe estar el origi-

nal de esta parodia, supongo que en

Hollywood, que es una palabra que

me cuesta trabajo no ya pronunciar

ahora sino solamente pensar en ella”

(221): la supuesta realidad inmediata

resulta ser una parodia, pero paro-

dia de Hollywood, es decir, parodia

de la mayor máquina serial de pro-

ducir irrealidades, y ella misma no es

ya un objeto (un lugar, una forma

de producción, un estilo de creación

de ficciones) sino apenas una pala-

bra, una palabra vacía de sentido,

pues no se puede siquiera pensar en

ella. Lo que se plantea entonces es

una forma de abolición de la reali-

dad por medio de una suerte de re-

producción paródica hasta el infini-

to, que desvincula al discurso de cual-

quier posible referente y que se cie-

rra sobre sí misma como una forma

de percepción en espiral: siempre

autorreflexiva pero transformándo-

se en cada nuevo giro: “La nada no

es lo contrario del ser. El ser es la

nada por otros medios” (259).

Cabrera Infante, Guillermo,

Tres tristes tigres.

Bogotá: Seix Barral/Oveja Negra, 1984.

Carrol, Lewis. Alices

Adventures in

Wionderland.

New Yorck: W. W. Norton &

Co., 1992.

Canto desde el norte.

Gregorio Martínez

Francisco Tumi

El

Libro de los espejos

es, como dice su

subtítulo –

7 ensayos al filo del catre

–, un

conjunto de siete tratados publica-

dos por el narrador Gregorio

Martínez (Coyungo, Nasca, 1942) tras

casi dos décadas de residencia en

Estados Unidos y en momentos en

que su lugar en la literatura peruana

es ciertamente incuestionable, gracias

a una obra narrativa sólida en la que

destacan novelas como

Canto de sire-

na

(1977) y

Crónica de músicos y diablos

(1991), y colecciones de cuentos

como

Tierra de caléndula

(1975) y

La

gloria del piturrín y otros embrujos de amor

(1985)

.

A diferencia del clásico volumen

de José Carlos Mariátegui al que alu-

de el subtítulo, este libro de Martínez

no es una suma de siete ensayos, sino

un solo ensayo dividido en siete par-

tes o, quizás más propiamente, un

conjunto de innumerables textos de

diverso registro y extensión unifica-

dos por la peculiar perspectiva del

autor y reunidos en siete capítulos –

que bien hubieran podido ser ocho

o veinte.

Una revisión apresurada del tí-

tulo de cada una de las siete partes

podría sugerir una suerte de historia

prostibularia de la capital peruana,

pues Tajamar, Huatica, Colonial,

México, Hotel San Pablo, Floral y

Trocadero son nada menos que los

nombres de los burdeles más repre-

sentativos que existieron sucesiva-

mente en Lima a lo largo del siglo

XX, según asegura en uno de sus tex-

tos el propio autor.

El libro, sin embargo, si bien se

asoma a lo prostibulario en más de

una página, es muchísimo más que

eso: es un tratado de literatura y de

cultura, lo mismo que un testimonio

personal, que merodea los prostíbu-

los solo en razón de que «literatura y

antros del vicio nunca estuvieron le-

jos», según afirma Martínez en las pri-

meras páginas.

Se trata de un libro ambicioso y

absolutamente personal. Como Ju-

lio Cortázar en

Rayuela,

Martínez sal-

pica toda su exposición de una eru-

dición vasta y multifacética, acopiada

sin duda a lo largo de años o tal vez

décadas de lecturas, conversaciones,

clases, observaciones y reflexiones.

Como cumplido profesor universi-

tario, hace gala de un conocimiento

y un anecdotario por momentos

oceánicos, cuyas orillas son tanto los

clásicos griegos como la poesía pe-

ruana, la tecnología de punta en ma-

teria de producción de libros como

la bohemia limeña en diversos mo-

mentos de las últimas décadas.

Su tema, como ya se ha dicho,

es esencialmente la literatura, que el

autor ejerce de toda la vida como

escritor, lector, crítico y catedrático

universitario. Pero es también la cul-

tura, entendida en su sentido más

amplio y que incluye la lingüística, la

filología, la etimología, la historia,

la agricultura, la ciencia, la política,

el periodismo, la sicología, la gas-

tronomía, la música, las costumbres

y, por supuesto, el erotismo y las

artes amatorias, entre tantas otras

facetas.

El autor va y viene por la histo-

ria literaria peruana y universal, se

detiene en libros, autores, conceptos,

escuelas, juicios; se desplaza de la in-

formación académica al chisme, de

la reflexión a la anécdota, de la ex-

posición a la crítica, sin eludir en nin-

gún momento la afirmación de jui-

cios de valor y la declaración explíci-

ta de simpatías y antipatías.

Quizás su principal atractivo es

el panorama del siglo XX peruano y

universal que ofrece desde el mira-

dor del siglo XXI.

Cinco metros de poe-

mas,

de Carlos Oquendo de Amat,

convive con

El mito del caníbal,

de

William Arens, del mismo modo que

con Ezra Pound, Dizzy Gillespie, B.

B. King, la biblioteca de Alejandría,

el spanglish, el campo semántico de

la palabra «cachar», una anécdota

sobre Ho Chi Minh en Harlem, el

racismo, el mambo, el indigenismo,

La casa de cartón

–y, de paso, la pro-

pia visión de la novela que tiene el

autor– o incluso reflexiones e histo-

rias sobre el colonialismo, por men-

cionar solo algunos de los innume-

rables temas que aborda y despliega

a través de una prosa densa, llena de

ramificaciones, digresiones y

superposiciones, prosa barroca y por

momentos cultista, que no renuncia

a echar mano de largas citas al pie de

página, en algunos casos auténticos

artículos autónomos.

El

Libro de los espejos,

finalmente,

pretende erigirse a sí mismo como un

discurso iconoclasta, contestatario y

popular, y por ello los juicios de

GregorioMartínez, tanto los literarios

como los culturales, pueden resultar

en algunos casos arbitrarios y poco

objetivos, teñidos por momentos de

una lógica setentera y excluyente que,

sin embargo -–ya se sabe que todo

autor tiene siempre el derecho a la

versión– no le resta interés a una lec-

tura que combina con naturalidad la

erudición con el desenfado y que ilus-

tra, ilumina y entretiene.

Libro de los espejos. 7 ensayos a filo del catre.

Gregorio Martínez

Editorial Peisa, 2004. 480 págs.