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LIBROS & ARTES

Página 20

“¿Cuándo empezó a leerse Proust en el Perú? Dado que

Mariátegui aprendió el francés desde niño, no resulta improbable que

lo hubiese leído, por lo menos de manera parcial, en su idioma original.

En cualquier forma, el mismo año de la muerte de Proust (1922), en

el mundo de habla hispana comenzó a circular la hermosa traducción

de Pedro Salinas de

Por el camino de Swann

.”

concluía con Proust y Joyce

y el uso del monólogo inte-

rior. Unos años después,

Mariano Iberico y Honorio

Delgado, en el libro de psi-

cología que prepararon de

manera conjunta para el cuar-

to de secundaria, se valieron

de ejemplos extraídos de

EBDTP

de Proust para ex-

plicar fenómenos como el

de la asociación de ideas.

Años después el mismo

Honorio Delgado publica en

Las moradas

No 4, 1948,

“Proust y la penumbra

anímica”, un penetrante es-

tudio en el que el destacado

psiquiatra muestra una admi-

rable formación humanística

y su condición de lector aten-

to y fino de las creaciones li-

terarias. En suma, los prime-

ros lectores de Proust en el

Perú pertenecieron a la Ge-

neración del Centenario con

sus inmediatamente mayores

como Mariátegui y Vallejo.

Se trató, por supuesto, de un

primer acercamiento al orbe

proustiano, sin que Proust

influyera en su formación li-

teraria y artística y más bien

se convertirían en sus

difusores, preparando de

este modo las condiciones

para que los nuevos escrito-

res –aquellos que empezaron

a publicar en la década del

treinta– pudieran acceder,

según las palabras de

Cocteau sobre

EBDTP

, a esa

“gigantesca miniatura, llena

de espejismos, de jardines

superpuestos, de juegos que

se despliegan entre el espa-

cio y el tiempo”.

3

Como se sabe, la Gene-

ración del 30 (creo que en al-

gunas historias literarias se la

denomina “la Generación

clausurada”) la conforman

poetas, como Martín Adán,

E.A. Westphalen, Xavier

Abril, Manuel Moreno

Jimeno, Luis Fabio Xa-

mmar, Vicente Azar y César

Moro (que en realidad cabal-

ga entre dos generaciones);

narradores, como Ciro Ale-

gría, J.M. Arguedas, Francis-

co Izquierdo Ríos y José

Diez Canseco (este algo ma-

yor que los anteriores); his-

toriadores y estudiosos de la

literatura, como Estuardo

Núñez, Jorge Tauro del Pino

y Augusto Tamayo Vargas,

y filósofos, como Luis Feli-

pe Alarco, Carlos Cueto

Fernandini y Francisco Miró

Quesada. Acaso con alguna

excepción, todos ellos, como

asevera Luis Alberto Sán-

chez, son lectores de Proust

(el otro autor que leen con

fervor es James Joyce): lo

leen, lo discuten, lo divulgan,

le rinden homenaje. Por

ejemplo, el poeta Vicente

Azar escribe una bella elegía

con el título de “El tiempo”

dedicada a Marcel Proust

(“Quizá todo / Es el tiem-

po, Marcel”) y E.A. West-

phalen y César Moro (este,

en un acto de insubordina-

ción contra André Breton,

reivindica a Proust de los ata-

ques que le hiciera el líder de

los surrealista) dedican bue-

na parte del No 4 de

Las

moradas

al estudio de la obra

proustiana. Como es casi in-

evitable que suceda con

Proust y su obra, estos nue-

vos escritores se sienten fas-

cinados tanto por la escritu-

ra proustiana (estilo, estruc-

turas, temas y motivos, si

bien todavía en este plano

navegarán muy a ras de la su-

perficie) como por el mito

que se ha ido formando en

relación a su entrega absolu-

ta a la creación artística, con

lo cual justificó en la soledad

y el éxtasis una existencia

signada por el imperio de las

pasiones humanas y dema-

siado humanas.

4

A sesentitantos años de

su primera edición,

Duque

, de

José Diez Canseco, sigue

siendo una novela perfecta-

mente legible y hasta sor-

prendente por la moderni-

dad de su lenguaje y estruc-

tura. Tengo entendido que

por su contenido la publica-

ción del libro en 1934 (aun-

que lo escribió en 1928-1929)

causó algún escándalo, en

cambio pasó a un segundo

plano lo que en él había de

innovador, de experimenta-

ción vanguardista, acaso por

la edición en 1928 de

La casa

de cartón

, ficción poemática

que había deslumbrado a la

crítica más avanzada del

momento. No he encontra-

do en los escritos de Diez

Canseco ninguna referencia

explícita a Proust, como si lo

hace Martín Adán en el li-

bro que acabo de mencio-

nar, pero resulta inimagina-

ble que un conocedor como

él de la literatura francesa no

lo hubiera leído ni conocido

ni comentado en las tertulias

de los círculos literarios de

entonces, como conocía y

comentaba al célebre coetá-

neo de Proust, André Gide,

de cuyo libro,

El inmoralista

,

Diez Canseco seleccionó el

epígrafe para una novela que

planeaba,

Las Urrutias

, pro-

yecto que abandonó pero

cuyo material utilizó en la

redacción de su última no-

vela que quedó “casi incon-

clusa”, me refiero a

El mira-

dor de los ángeles

.

Si mi hipótesis es válida,

la influencia de Proust en

Du-

que

se dio en el orden temá-

tico, no en el de la escritura

ni en el pensamiento –estéti-

co, moral, metafísico– que

sirve de sustento a

EBDTP

.

Fue por supuesto un primer

acercamiento a la obra de

Proust, pero que permitió a

Diez Canseco, que empeza-

ba a hacerse conocido por

sus admirables relatos de

ambiente popular, como

El

Gaviota

o

Kilómetro 93

, des-

cubrir las posibilidades temá-

ticas que le ofrecía su íntimo

conocimiento de las altas cla-

ses sociales limeñas. En la vi-

sión de Diez Canseco, estas

carecían del refinamiento,

complejidad y aun de cierta

grandeza en la entrega a sus

pasiones de los Guermantes

o los Verdurin, como el se-

ñor Swann o Saint-Loup, que

muere en el campo de bata-

lla defendiendo a Francia. El

mundo chic de

Duque

está

conformado por individuos

parasitarios, dandys y snobs,

vástagos de grandes familias

de rentistas, de hacendados

y accionistas menores de

grandes empresas interna-

cionales, probablemente

tránsfugas del civilismo y de

la República aristocrática que

se benefician con los nuevos

negocios que viene ponien-

do en marcha el leguiísmo.

Todos ellos, hombres y mu-

jeres, jóvenes y viejos,

anglófilos y/o afrancesados,

con frivolidad y cinismo se

entregan al disfrute cotidia-

no de todos los placeres que

la vida de un ocio opulento

les ofrece: champaña y

cocktails

cosmopolitas, drogas

–cocaína y opio–, deportes

exclusivos –golf, tenis, equi-

tación–, amores convencio-

nales y sexo clandestino,

mientras en las salas de baile

del recién inaugurado Coun-

try Club, las orquestas inter-

pretan charlestons y tangos,

en esto más parecido al mun-