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LIBROS & ARTES

Página 19

“¿Por qué, entonces, la mejor novela del siglo XX (por lo menos en

mi canon personal), publicada no mucho tiempo atrás de la etapa

formativa de los miembros de la Generación del 50, no se convirtió en

uno de los modelos del arte de la novela?”

novelística –que implica un

reflejo realista-naturalista de

la realidad– en realidad se

trata más bien de un prisma

por su cualidad refractante

que recompone y transfor-

ma los datos que le ofrece

al narrador su experiencia de

la vida y la realidad. Pero ni

en la prosa de Loayza ni de

Ribeyro se puede advertir

una influencia visible del au-

tor de

A la sombra de las mu-

chachas en flor

, aunque algo de

sensibilidad proustiana pare-

cen revelar los personajes-na-

rradores de las ficciones de

Ribeyro cuando relatan his-

torias de decadencia familiar

o de descomposición de un

orden determinado.

¿Por qué, entonces, la

mejor novela del siglo XX

(por lo menos en mi canon

personal), publicada no mu-

cho tiempo atrás de la etapa

formativa de los miembros

de la Generación del 50, no

se convirtió en uno de los

modelos del arte de la no-

vela? Según el historiador

Carlos Araníbar, uno de los

más altos representantes de

esta generación, en los años

que siguieron al fin de la se-

gunda guerra mundial,

Proust (e incluso Joyce) ha-

bía dejado de ser una nove-

dad literaria y se le conside-

raba más bien un autor que

pertenecía ya a la historia,

aunque tuviera la dimensión

de un clásico. También los

inhibía de su lectura el des-

conocimiento que por esos

años se tenía de idiomas

como el francés e inglés. En

cambio, se leía en traduccio-

nes a autores como Thomas

Mann y Herman Hesse, de

igual forma que a los

existencialistas franceses y a

los novelistas norteamerica-

nos de la “generación perdi-

da” que por esos años cau-

saban furor entre los jóve-

nes escritores. Y Luis Alber-

to Ratto, el otro escritor del

50 a quien consulté (narrador

muy competente que aban-

donó la ficción por la crítica

y los estudios literarios), rati-

ficó las apreciaciones de

Araníbar. Por supuesto –me

dijo– años después leímos a

Proust, pero ya había pasa-

do el tiempo para que influ-

yese en nosotros.

Ahora bien, tampoco

Joyce (como me lo dijo

Araníbar) era una novedad,

sin embargo todavía se le leía

y estudiaba, como hace mu-

chos años le escuché decir a

Oswaldo Reynoso. A dife-

rencia de Proust, a Joyce se

le seguía leyendo, creo yo,

porque se había convertido

en un paradigma de la mo-

dernidad novelística, pues,

por un lado, de él partían los

diversos caminos de la no-

vela contemporánea, y por

otro, continuaba vigente a

través de las realizaciones de

novelistas de las generacio-

nes posteriores. Por ejemplo,

la serie de recursos que em-

plea Dos Passos en su trilogía

U.S.A.

–como los

collages

de

noticieros o los monólogos

surrealistas de “El ojo de la

cámara”– incitaban a una lec-

tura directa de Joyce. Por

eso, detrás de los estudios

que escritores como Carlos

Eduardo Zavaleta y Mario

Vargas Llosa han dedicado

a Faulkner se hallaba siem-

pre el autor de

Ulises.

Recuer-

do que yo mismo llegué al

novelistas irlandés leyendo

los relatos de

El muro

de

Sastre, en especial “Intimi-

dad” e “Infancia de un jefe”;

que es uno de sus mejores

relatos y que me permitió

descubrir un libro decisivo

para mi formación literaria,

me refiero a

El retrato del ar-

tista adolescente

. Pero tal vez

haya otra razón para esta pre-

ferencia de Joyce sobre

Proust; de Joyce se pueden

tomar sus innovaciones téc-

nicas y estructurales prescin-

diendo de sus temas y de su

pensamiento estético, me

temo, en cambio, que la es-

critura de Proust es indes-

ligable de su particular sensi-

bilidad y de su pensamiento

estético y filosófico.

2

A diferencia de

Por el ca-

mino de Swann

, cuya publica-

ción en 1913 la crítica reci-

bió con indiferencia y aun

con desdén,

A la sombra de

las muchachas en flor

, publica-

da 6 años después, en 1919,

tuvo una extraordinaria aco-

gida del público, lo cual de-

mostró que una obra exqui-

sita, refinada y sutil puede

encontrar lectores fervoro-

sos más allá de los círculos

literarios. El premio Gon-

court que se le otorgó ese

mismo año y la publicación

de

El mundo de Guermantes

(1920) y

Sodoma y Gomorra

(1921-1923) convirtieron a

Proust en el novelista más

célebre de Francia, celebri-

dad que se fue acrecentando

con la publicación póstuma

de

La prisionera

,

La fugitiva

y

El tiempo recobrado

. Pero inclu-

so antes de las ediciones pós-

tumas, la crítica ya había

cambiado de manera radical

su valoración de la obra

proustiana, como lo hizo el

joven E.R. Curtius, el gran

crítico alemán, quien sostu-

vo que la genialidad de

Proust sólo era comparable

a la genialidad de Balzac. Y

entre tanto ya se estaban

traduciendo a diversos

idiomas europeos, inclu-

yendo el español, los tomos

publicados de

En busca del

tiempo perdido

.

¿Cuándo empezó a leer-

se Proust en el Perú? Dado

que Mariátegui aprendió el

francés desde niño, no resul-

ta improbable que lo hubie-

se leído, por lo menos de

manera parcial, en su idioma

original. En cualquier forma,

el mismo año de la muerte

de Proust (1922), en el mun-

do de habla hispana comen-

zó a circular la hermosa tra-

ducción de Pedro Salinas de

Por el camino de Swann

. Sea en

francés o a través de la tra-

ducción de Salinas, los pri-

meros lectores de Proust en

nuestro país fueron sin duda

intelectuales y escritores de la

generación de Mariátegui y

Vallejo y sus coetáneos más

jóvenes de la Generación del

Centenario, como Porras

Barrenechea, Basadre y Luis

Alberto Sánchez, a los que

había que agregar a Honorio

Delgado, Mariano Iberico y

José Jiménez Borja. Recuér-

dese, además, que por en-

tonces había un predominio

de la cultura francesa en el

Perú y los jóvenes, por ejem-

plo, podían encontrar libros

clásicos y novedades litera-

rias en la librería francesa

Rosay

ubicada frente a la igle-

sia La Merced del Jirón de la

Unión. Fue allí, me contó al-

guna vez Jorge Puccinelli, que

siendo todavía un adolescen-

te adquirió la edición prínci-

pe de

Los placeres y los días

, el

primer libro de Proust, que

era una edición de lujo con

prólogo de Anatole France

y dibujos de Mme. Lemaire.

En varios de los escritos

de Mariátegui aparece aquí y

allá el nombre Marcel Proust

y aunque no le dedica un en-

sayo como a Joyce, se refie-

re a él de manera central

como símbolo de la litera-

tura de la decadencia de la

civilización capitalista, frente

a la cual comienza a surgir

una nueva literatura fundada

en un nuevo espíritu, en “el

alma matinal”, cuyo adveni-

miento es consecuencia del

triunfo de la revolución de

octubre. No importa si el

bello ensayo de Mariátegui,

El alma matinal

(1928)

,

nos

suene ahora utópico, casi can-

doroso. Lo que importa des-

tacar, para los fines de este

trabajo, es la lectura

mariateguista de la obra de

Proust: “Marcel Proust i-

nauguró con su literatura una

noche fatigada, elegante, me-

tropolitana, licenciosa, de la

que Occidente capitalista no

sale todavía. Proust era el

trasnochador fino, ambiguo

y pulcro que se despide a las

dos de la mañana, antes de

que las parejas estén borra-

chas y cometan excesos de

mal gusto”. Aunque algo tó-

pica, y moral y política antes

que literaria, la visión de Ma-

riátegui de la obra proustiana

incide sin embargo en un

hecho esencial de la misma:

la novela de Proust está con-

cebida y escrita bajo el im-

perio de la noche, con todos

los signos que lo crepuscular

y nocturno emiten.

Vallejo llegó a París en

julio de 1923, a poco menos

de un año de la muerte de

Proust, cuando la gloria de

Proust se había convertido

en apoteosis con la publica-

ción de

Sodoma y Gomorra

y

el anuncio de la edición in-

minente de los tomos restan-

tes de su gran novela. ¿Leyó

entonces a Proust? Es difícil

creer lo contrario, tanto más

que Vallejo fue un lector aten-

to y polémico de la literatu-

ra europea de esos años, en

especial de las literaturas de

vanguardia y de la literatura

y el arte que se producía en

la Rusia soviética. Hasta don-

de llega mi información,

Vallejo no le dedicó ningún

artículo ni ensayo a Proust,

ni siquiera alude a él en los

artículos que escribió sobre

obras y autores de la escena

literaria europea de la déca-

da del veinte. Sin embargo,

releyendo

El arte y la revolu-

ción

me encontré con esta cita

con la que concluye un de-

bate con un poeta “au dessus

de la melée” sobre el tema

de la libertad artística: “Ne

sacrifiez pas des hommes à

des pierres –afirma Proust–

dont le beauté vient juste-

ment d’avoir un moment,

fixé des vérités humaines”.

Le tem retrouvé.

“Conver-

sation du temps de guerra

avec M. Charlus, à propos

d’una église que les avions

avaient détruite”. Sin el con-

texto en que la frase es dicha

–el narrador y M. Charlus

vienen sosteniendo una lar-

ga conversación por los

bulevares parisinos en torno

a la guerra, los bombardeos

nocturnos de los gothas y

zeppelines, la destrucción de

catedrales y otros monu-

mentos artísticos, la prima-

cía de la vida humana y de

las tropas en combate sobre

las piedras que encierran el

trabajo y el espíritu de los

hombres–, sin este contex-

tos, decíamos, la cita resulta

aleatoria y no demasiado

memorable, no obstante lo

cual revela una cierta fami-

liaridad de Vallejo con la obra

proustiana.

Según he podido averi-

guar, José Jiménez Borja, no-

table gramático y hombre de

letras perteneciente a la Ge-

neración del Centenario y

amigo y paisano de Jorge

Basadre (escribieron un libro

juvenil juntos), publicó en

1932 un libro de literatura

universal contemporánea

que, de acuerdo con el pro-

grama oficial de entonces