LIBROS & ARTES
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“¿Por qué, entonces, la mejor novela del siglo XX (por lo menos en
mi canon personal), publicada no mucho tiempo atrás de la etapa
formativa de los miembros de la Generación del 50, no se convirtió en
uno de los modelos del arte de la novela?”
novelística –que implica un
reflejo realista-naturalista de
la realidad– en realidad se
trata más bien de un prisma
por su cualidad refractante
que recompone y transfor-
ma los datos que le ofrece
al narrador su experiencia de
la vida y la realidad. Pero ni
en la prosa de Loayza ni de
Ribeyro se puede advertir
una influencia visible del au-
tor de
A la sombra de las mu-
chachas en flor
, aunque algo de
sensibilidad proustiana pare-
cen revelar los personajes-na-
rradores de las ficciones de
Ribeyro cuando relatan his-
torias de decadencia familiar
o de descomposición de un
orden determinado.
¿Por qué, entonces, la
mejor novela del siglo XX
(por lo menos en mi canon
personal), publicada no mu-
cho tiempo atrás de la etapa
formativa de los miembros
de la Generación del 50, no
se convirtió en uno de los
modelos del arte de la no-
vela? Según el historiador
Carlos Araníbar, uno de los
más altos representantes de
esta generación, en los años
que siguieron al fin de la se-
gunda guerra mundial,
Proust (e incluso Joyce) ha-
bía dejado de ser una nove-
dad literaria y se le conside-
raba más bien un autor que
pertenecía ya a la historia,
aunque tuviera la dimensión
de un clásico. También los
inhibía de su lectura el des-
conocimiento que por esos
años se tenía de idiomas
como el francés e inglés. En
cambio, se leía en traduccio-
nes a autores como Thomas
Mann y Herman Hesse, de
igual forma que a los
existencialistas franceses y a
los novelistas norteamerica-
nos de la “generación perdi-
da” que por esos años cau-
saban furor entre los jóve-
nes escritores. Y Luis Alber-
to Ratto, el otro escritor del
50 a quien consulté (narrador
muy competente que aban-
donó la ficción por la crítica
y los estudios literarios), rati-
ficó las apreciaciones de
Araníbar. Por supuesto –me
dijo– años después leímos a
Proust, pero ya había pasa-
do el tiempo para que influ-
yese en nosotros.
Ahora bien, tampoco
Joyce (como me lo dijo
Araníbar) era una novedad,
sin embargo todavía se le leía
y estudiaba, como hace mu-
chos años le escuché decir a
Oswaldo Reynoso. A dife-
rencia de Proust, a Joyce se
le seguía leyendo, creo yo,
porque se había convertido
en un paradigma de la mo-
dernidad novelística, pues,
por un lado, de él partían los
diversos caminos de la no-
vela contemporánea, y por
otro, continuaba vigente a
través de las realizaciones de
novelistas de las generacio-
nes posteriores. Por ejemplo,
la serie de recursos que em-
plea Dos Passos en su trilogía
U.S.A.
–como los
collages
de
noticieros o los monólogos
surrealistas de “El ojo de la
cámara”– incitaban a una lec-
tura directa de Joyce. Por
eso, detrás de los estudios
que escritores como Carlos
Eduardo Zavaleta y Mario
Vargas Llosa han dedicado
a Faulkner se hallaba siem-
pre el autor de
Ulises.
Recuer-
do que yo mismo llegué al
novelistas irlandés leyendo
los relatos de
El muro
de
Sastre, en especial “Intimi-
dad” e “Infancia de un jefe”;
que es uno de sus mejores
relatos y que me permitió
descubrir un libro decisivo
para mi formación literaria,
me refiero a
El retrato del ar-
tista adolescente
. Pero tal vez
haya otra razón para esta pre-
ferencia de Joyce sobre
Proust; de Joyce se pueden
tomar sus innovaciones téc-
nicas y estructurales prescin-
diendo de sus temas y de su
pensamiento estético, me
temo, en cambio, que la es-
critura de Proust es indes-
ligable de su particular sensi-
bilidad y de su pensamiento
estético y filosófico.
2
A diferencia de
Por el ca-
mino de Swann
, cuya publica-
ción en 1913 la crítica reci-
bió con indiferencia y aun
con desdén,
A la sombra de
las muchachas en flor
, publica-
da 6 años después, en 1919,
tuvo una extraordinaria aco-
gida del público, lo cual de-
mostró que una obra exqui-
sita, refinada y sutil puede
encontrar lectores fervoro-
sos más allá de los círculos
literarios. El premio Gon-
court que se le otorgó ese
mismo año y la publicación
de
El mundo de Guermantes
(1920) y
Sodoma y Gomorra
(1921-1923) convirtieron a
Proust en el novelista más
célebre de Francia, celebri-
dad que se fue acrecentando
con la publicación póstuma
de
La prisionera
,
La fugitiva
y
El tiempo recobrado
. Pero inclu-
so antes de las ediciones pós-
tumas, la crítica ya había
cambiado de manera radical
su valoración de la obra
proustiana, como lo hizo el
joven E.R. Curtius, el gran
crítico alemán, quien sostu-
vo que la genialidad de
Proust sólo era comparable
a la genialidad de Balzac. Y
entre tanto ya se estaban
traduciendo a diversos
idiomas europeos, inclu-
yendo el español, los tomos
publicados de
En busca del
tiempo perdido
.
¿Cuándo empezó a leer-
se Proust en el Perú? Dado
que Mariátegui aprendió el
francés desde niño, no resul-
ta improbable que lo hubie-
se leído, por lo menos de
manera parcial, en su idioma
original. En cualquier forma,
el mismo año de la muerte
de Proust (1922), en el mun-
do de habla hispana comen-
zó a circular la hermosa tra-
ducción de Pedro Salinas de
Por el camino de Swann
. Sea en
francés o a través de la tra-
ducción de Salinas, los pri-
meros lectores de Proust en
nuestro país fueron sin duda
intelectuales y escritores de la
generación de Mariátegui y
Vallejo y sus coetáneos más
jóvenes de la Generación del
Centenario, como Porras
Barrenechea, Basadre y Luis
Alberto Sánchez, a los que
había que agregar a Honorio
Delgado, Mariano Iberico y
José Jiménez Borja. Recuér-
dese, además, que por en-
tonces había un predominio
de la cultura francesa en el
Perú y los jóvenes, por ejem-
plo, podían encontrar libros
clásicos y novedades litera-
rias en la librería francesa
Rosay
ubicada frente a la igle-
sia La Merced del Jirón de la
Unión. Fue allí, me contó al-
guna vez Jorge Puccinelli, que
siendo todavía un adolescen-
te adquirió la edición prínci-
pe de
Los placeres y los días
, el
primer libro de Proust, que
era una edición de lujo con
prólogo de Anatole France
y dibujos de Mme. Lemaire.
En varios de los escritos
de Mariátegui aparece aquí y
allá el nombre Marcel Proust
y aunque no le dedica un en-
sayo como a Joyce, se refie-
re a él de manera central
como símbolo de la litera-
tura de la decadencia de la
civilización capitalista, frente
a la cual comienza a surgir
una nueva literatura fundada
en un nuevo espíritu, en “el
alma matinal”, cuyo adveni-
miento es consecuencia del
triunfo de la revolución de
octubre. No importa si el
bello ensayo de Mariátegui,
El alma matinal
(1928)
,
nos
suene ahora utópico, casi can-
doroso. Lo que importa des-
tacar, para los fines de este
trabajo, es la lectura
mariateguista de la obra de
Proust: “Marcel Proust i-
nauguró con su literatura una
noche fatigada, elegante, me-
tropolitana, licenciosa, de la
que Occidente capitalista no
sale todavía. Proust era el
trasnochador fino, ambiguo
y pulcro que se despide a las
dos de la mañana, antes de
que las parejas estén borra-
chas y cometan excesos de
mal gusto”. Aunque algo tó-
pica, y moral y política antes
que literaria, la visión de Ma-
riátegui de la obra proustiana
incide sin embargo en un
hecho esencial de la misma:
la novela de Proust está con-
cebida y escrita bajo el im-
perio de la noche, con todos
los signos que lo crepuscular
y nocturno emiten.
Vallejo llegó a París en
julio de 1923, a poco menos
de un año de la muerte de
Proust, cuando la gloria de
Proust se había convertido
en apoteosis con la publica-
ción de
Sodoma y Gomorra
y
el anuncio de la edición in-
minente de los tomos restan-
tes de su gran novela. ¿Leyó
entonces a Proust? Es difícil
creer lo contrario, tanto más
que Vallejo fue un lector aten-
to y polémico de la literatu-
ra europea de esos años, en
especial de las literaturas de
vanguardia y de la literatura
y el arte que se producía en
la Rusia soviética. Hasta don-
de llega mi información,
Vallejo no le dedicó ningún
artículo ni ensayo a Proust,
ni siquiera alude a él en los
artículos que escribió sobre
obras y autores de la escena
literaria europea de la déca-
da del veinte. Sin embargo,
releyendo
El arte y la revolu-
ción
me encontré con esta cita
con la que concluye un de-
bate con un poeta “au dessus
de la melée” sobre el tema
de la libertad artística: “Ne
sacrifiez pas des hommes à
des pierres –afirma Proust–
dont le beauté vient juste-
ment d’avoir un moment,
fixé des vérités humaines”.
Le tem retrouvé.
“Conver-
sation du temps de guerra
avec M. Charlus, à propos
d’una église que les avions
avaient détruite”. Sin el con-
texto en que la frase es dicha
–el narrador y M. Charlus
vienen sosteniendo una lar-
ga conversación por los
bulevares parisinos en torno
a la guerra, los bombardeos
nocturnos de los gothas y
zeppelines, la destrucción de
catedrales y otros monu-
mentos artísticos, la prima-
cía de la vida humana y de
las tropas en combate sobre
las piedras que encierran el
trabajo y el espíritu de los
hombres–, sin este contex-
tos, decíamos, la cita resulta
aleatoria y no demasiado
memorable, no obstante lo
cual revela una cierta fami-
liaridad de Vallejo con la obra
proustiana.
Según he podido averi-
guar, José Jiménez Borja, no-
table gramático y hombre de
letras perteneciente a la Ge-
neración del Centenario y
amigo y paisano de Jorge
Basadre (escribieron un libro
juvenil juntos), publicó en
1932 un libro de literatura
universal contemporánea
que, de acuerdo con el pro-
grama oficial de entonces