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LIBROS & ARTES

Página 18

Miguel Gutiérrez

PROUST EN LA

NARRATIVA

PERUANA

Por lo que recuerdo, Proust no se hallaba entre los autores que fuera leído,

y menos leído apasionadamente, durante la etapa formativa de los jóvenes

narradores peruanos que empezaron a publicar a comienzo de los años 60. En

cambio, Joyce, que tampoco constituía ya ninguna novedad literaria, seguía siendo

el gran maestro cuya obra más famosa,

Ulises,

algunos estudiaban con

lápiz y papel o fichas a la mano.

S

1

i Joyce incitaba a la au-

dacia verbal, a la explo-

ración en el campo de las téc-

nicas y estructuras y a la

trasgresión de todas las coer-

ciones morales que restringía

el imperio del cuerpo a sus

partes supuestamente nobles,

Kafka todavía conservaba

hacia fines del 50 cierto aro-

ma de novedad, pues aún se

continuaban publicando nue-

vos textos suyos. Extraño,

hermético y al mismo tiem-

po abierto a múltiples lectu-

ras, Kafka significaba una

nueva manera de percibir la

realidad en el que se fusio-

naban el poder de una ima-

ginación alucinatoria y una in-

teligencia desconcertante en

el ejercicio del raciocinio

paradojal. Así, en ese triun-

virato conformado por

Proust, Joyce y Kafka,

Proust (como también

Thomas Mann) parecía el

menos moderno, con una

obra que algunos críticos

consideraban como la cul-

minación tardía de la gran

novela burguesa del siglo

XIX.

Pero lo que en verdad

usurpaba la atención de los

aprendices de escritores de

esos años eran la novela nor-

teamericana de la primera

post guerra mundial y las no-

velas y ensayos de los

existencialistas franceses.

Aunque Sastre, Camus y

Simone de Beauvoir escribie-

ron novelas importantes

(como un poco antes que

ellos lo había hechoMalraux),

más que novelistas eran pen-

sadores y combatientes en el

terreno de la ideas (Malraux

lo había sido también con las

armas) cuya influencia en los

futuros narradores se ejerció

en la esfera del pensamiento,

de la moral individual y el

compromiso social y políti-

co. Claro que algunos de los

escritores de la llamada “ge-

neración perdida” (en parti-

cular Hemingway) se erigie-

ron por un momento en

“modelos de vida”, sin em-

bargo, su influencia fue so-

bre todo literaria. Leyendo

a Faulkner, Hemingway,

Dos Passos y Scott Fitzgerald

–esa suerte de cuatrinca que

desde la década del 30 ejer-

cía el dominio de la ficción

novelesca en Europa y

Latinoamérica– se aprendía

de nuevo a contar una histo-

ria, a organizar la materia na-

rrativa en novedosas y com-

plejas estructuras, a usar el

lenguaje en sus diferentes ni-

veles, a emancipar el diálo-

go de los convencionalismos

del teatro y a convertir téc-

nicas como el monólogo in-

terior joyceano en instrumen-

to de narratividad.

En cuanto a la novela

rusa de la era soviética, pa-

sada ya la etapa de las auda-

cias formales de los escrito-

res rusos de la post guerra y

nicas resultaban novedosas y

apasionantes como resulta-

do de una fusión feliz de la

tradición cuentística del siglo

XIX con los aportes de la

vanguardia europea de las

primeras décadas del siglo

XX.

Lo extraño es que –como

me he enterado no hace

mucho– tampoco fue Proust

un maestro o un icono para

los escritores de la Genera-

ción del 50. No quiero decir

con esto que narradores y

poetas de esta generación no

hayan leído al autor de

En

busca del tiempo perdido

. Sin

duda lo leyeron –por lo

menos parcialmente–, por

interés intelectual o histórico

o por placer estético, pero

no con la pasión y fervor con

que se leen libros y autores

en los años de aprendizaje.

Recuerdo que fue en mis plá-

ticas con Washington Delga-

do y Eleodoro Vargas Vicu-

ña (a comienzos de los 60)

que escuché las primeras alu-

siones encomiásticas a la

obra de Proust y poco des-

pués, creo que en el núme-

ro 13 de l962 de la revista

Letras peruanas

, leí el artículo

de Loayza “Vagamente dos

peruanos”, en los que el au-

tor del delicioso libro de en-

sayos

El Sol de Lima

rastrea

con finura y con prosa más

bien borgeana la presencia de

dos personajes de supuesta

nacionalidad peruana que

aparecen de manera fugaz en

las páginas de

Rojo y negro

de

Stendhal y en alguno de los

tomos que conforman la

vasta novela de Proust.

Más adelante, cuando ya

era reconocido como el me-

jor cuentista de la literatura

peruana, Ribeyro publicó

dos importantes textos que

revelaban el conocimiento

que tenía de la obra de

Proust. El primero fue el

prólogo que escribió en 1968

para la edición peruana de

Paradiso

de Lezama Lima, la

más heterodoxa entre las

grandes novelas latinoameri-

canas, si bien resulta cuestio-

nable el paralelo que estable-

ce entre Proust y Lezama. El

otro texto, “Del espejo de

Stendhal al espejo de Proust”,

fue recogido en su notable

libro de ensayos

La caza su-

til

. Según Ribeyro, aunque

Proust emplea la misma ima-

gen del espejo stendhaliano

para referirse a la creación

de la década del 20, se había

impuesto un realismo tradi-

cional al servicio de la cons-

trucción del socialismo que

suscitaba en algunos de no-

sotros sólo un interés de ca-

rácter ideológico y político.

Existían, por cierto, narrado-

res poderosos como el pri-

mera Fadeiev o el Sholojov

de

El Don apacible,

continua-

dores del realismo tolsto-

yano, pero que carecían de

ese aliento renovador en los

planos del lenguaje, las téc-

nicas, la composición e inclu-

so de la imaginación que te-

nían, por ejemplo, las ficcio-

nes faulknerianas. Para ser

justo, no obstante, hay que

hacer una mención aparte de

Isaac Babel, judío de Odessa,

cuyo libro

Caballería roja

constituye uno de los gran-

des libros de cuentos del si-

glo XX. La materia narrati-

va de los textos de Babel no

difiere mucho de la de los

escritores mencionados arri-

ba –a

La derrota

de Fadeiev,

por ejemplo–, sin embargo,

la forma, el lenguaje y las téc-