Previous Page  10 / 36 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 10 / 36 Next Page
Page Background

LIBROS & ARTES

Página 8

mo, debe ser, sin embargo,

relativizado.

La denuncia de los me-

dios no proviene, en la ma-

yoría de los casos, de un

compromiso firme con la

verdad, sino de la expectati-

va de un alto rating que sig-

nifica, desde luego, una ma-

yor utilidad. Es así que mu-

chos propietarios de medios

de comunicación y muchos

periodistas, de haber sido

defensores del fujimorismo,

se han convertido ahora en

portavoces de la moralidad

pública. Lo serio del caso es,

desde luego, que en este cam-

bio de posiciones no media

una explicación pública, un

arrepentimiento razonado,

un pedido de disculpas.

Nada garantiza, entonces,

que si ocultar la verdad se

vuelve otra vez más rentable,

porque hay un gobierno dis-

puesto a comprar la compli-

cidad de los medios, esta

abdicación a la verdad no

vuelva a repetirse. De otro

lado, cabe también sospechar

sobre las motivaciones de

muchos de los periodistas. El

goce exaltado con que se

denuncia la corrupción es

una gratificación narcisista

tan poderosa que hace pen-

sar que antes de estar inte-

resados en la verdad mu-

chos periodistas lo están en

su propio protagonismo

personal.

La avidez del público

por consumir las denuncias

de corrupción debe ser igual-

mente sometida a un análi-

sis. Muchas veces el “deseo

de escándalo” es lo que pri-

ma. No importando tanto el

contenido de la denuncia. A

esta situación se le podría lla-

mar la “magalyzación de la

política”. Es decir, el predo-

minio del sensacionalismo

sobre la veracidad. En este

caso, el escándalo no impli-

ca tanto una indignación

moral que impulse a reparar

la situación, sino una secreta

complacencia con que las

cosas estén tan mal. Lo de-

cisivo no es, entonces, una

solidaridad con los afectados

y el orden moral, sino el de-

seo de corroborar que “to-

dos estamos en el fango”.

Prueba contundente de este

hecho es el bajo rating que

alcanzaron las audiencias or-

ganizadas por la CVR, don-

de se presentaban los testi-

monios de los afectados por

la violencia. A la mayoría del

público simplemente no le

interesó enterarse de una si-

tuación donde eran necesa-

rias la solidaridad y la indig-

nación reparativa. En cam-

bio, conocer las intimidades

de las figuras públicas, espe-

cialmente sus miserias, resul-

ta muy atractivo.

De todo lo anterior se

colige que la centralidad del

papel de los medios en la

lucha contra la corrupción

tiene pies de barro. No par-

te de principios sólidos, ni

llega tampoco a un públi-

co presto a comprometer-

se en la lucha. Por el con-

trario, muchísimas personas

hacen suyo el adagio de que

“está bien que robe, pero

que haga”. La exigencia de

moralidad es, pues, muy re-

lativa. Existe una “licencia

social” para robar. En la

medida en que sea visible

una eficiencia, a la gente no

le interesa demasiado saber

la licitud de los procedi-

mientos empleados para

alcanzarla. En cualquier for-

ma, sin embargo, las caute-

las citadas no pueden ha-

cernos desconocer la cen-

tra-lidad de los medios de

comunicación y la impor-

tancia de su impulso para

hacer transparente la ges-

tión pública. Un gobierno

democrático no podría

traspasar un umbral de co-

rrupción so pena de verse

aislado y revocado de su

mandato. En la actualidad,

la corrupción generalizada

implica el silenciamiento

autoritario o mafioso de los

medios de comunicación.

IV

¿De una sociedad de

cómplices a una sociedad de

ciudadanos? Una sociedad

de cómplices tolera la

trangresión. Todos tenemos

rabo de paja, todos mora-

mos en el fango. Nadie pue-

de tirar la primera piedra. La

transgresión que hoy discul-

po en el otro es la misma que

mañana yo mismo puedo

cometer. Mi disponibilidad a

evadir la ley me compromete

a no exigir moralidad a los

otros. Todos somos solida-

rios en la culpa. Estamos

enfeudados a la admiración

que nos despierta el vivo, el

“que la sabe hacer”. Una ad-

miración secreta, un deseo de

estar en su lugar, nos hace

sentir que seríamos inconse-

cuentes e hipócritas si juzga-

mos y descalificamos al

trangresor. ¿Por qué habría

de condenar en el otro lo

que yo mismo haría si estu-

viera en su lugar?

La fantasía de la compli-

cidad resta peso a la autori-

dad y la ley. Una sociedad

marcada por esta ficción es

una sociedad acechada por

el caos. No hay control so-

cial que prevenga el abuso.

En una sociedad así el po-

der desnudo se impone y el

exceso de goce de algunos

lo pagan los abusados que

no se quejan pues, en el fon-

do, envidian a los abusadores

y hasta luchan por estar en

su lugar. Pero, vista más de

cerca, esta imagen de una

“sociedad de cómplices” es

ante todo una fantasía ideo-

lógica llamada a legitimar el

provecho de los más vivos

o inmorales. En efecto, mu-

chos más son los que sufren,

predominantemente, el abu-

so en relación a aquellos que,

predominantemente, ejercen

el abuso. El trabajador ex-

cluido, subpagado y con un

empleo precario, podrá pe-

gar a sus hijos y a su esposa,

pero a escala social es más

un abusado que un abusa-

dor. Ello por no hablar de

la niña del mundo campesi-

no que es como quien dice

la última rueda del coche, el

eslabón final de la cadena.

Entonces la idea de que to-

dos estamos en falta

invisibiliza no solo la des-

igualdad de las trasgresiones

sino también los eslabones

finales; digamos la “cholita

del cholo”. No es lo mismo

robar 10 millones de dóla-

res que dejarse coimear con

20 soles. No obstante el

aceptar el llamado a ejercer

el abuso en nuestro modes-

to nivel nos desmoviliza. La

fascinación por el sinver-

güenza nos resta la cohesión

e integridad necesarias para

la denuncia. Nos fragmenta,

lanzándonos a una pasividad

resignada.

La “sociedad de cóm-

plices” es una fantasía ideo-

lógica pues una sociedad así

no podría existir ya que que

la inexistencia de ley llevaría

a una guerra de todos con-

tra todos. Los asesinatos,

abusos y venganzas no ten-

drían freno. Sería el regreso

a la (mítica) barbarie. De he-

cho sólo hay transgresión

donde hay ley. Demás está

“La denuncia de los medios no proviene, en la mayoría

de los casos, de un compromiso firme con la verdad, sino de la expec-

tativa de un alto rating que significa, desde luego, una mayor

utilidad. Es así que muchos propietarios de medios de comunicación

y muchos periodistas, de haber sido defensores del fujimorismo, se

han convertido ahora en portavoces de la moralidad pública.”