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LIBROS & ARTES

Página 14

apuesto bailarín, guitarrista y

cantor, de trato agradable y

de gran atractivo entre las

mujeres.

El Comercio

, con ca-

racterística retórica, lo des-

cribió como alguien “toda-

vía nuevo en el gremio de

estos apaches encanallados”

pero cuya alma se hallaba

“bien templada para la riña

y el escándalo”. Se hizo muy

popular, según Alegría, en-

tre “las nuevas promociones

de faites”, en parte porque

sabía ser “amigo de sus ami-

gos”, una característica esen-

cial para cualquiera que qui-

siera ocupar un lugar desta-

cado en la jerarquía criminal.

Tirifilo, por su lado, era,

como Carita, un faite negro

de Malambo, posiblemente

el más temido de todos. Se-

gún

El Comercio

, Tirifilo era

“un hombre terrible, verda-

deramente rojo, sin concien-

cia, seguro siempre de im-

ponerse a todos, autoridades

inclusive”. Era además agen-

te de “la secreta”, la policía

política del estado. Desde

por lo menos 1911 Tirifilo

había tomado parte en nu-

merosos actos de violencia

contra opositores del go-

bierno y trabajado como

soplón y torturador en varias

cárceles de Lima. Era de un

“trato brutal” y “bajos instin-

tos”, cualidades que le gene-

rarían numerosos enemigos,

incluyendo aWillman. En pa-

labras de Ciro Alegría, Tirifilo

era “el indiscutible mandamás

del hampa negra y mulata de

Malambo”.

III

Hay diferentes versiones

sobre las causas que motiva-

ron el famoso duelo entre

Carita y Tirifilo. Según

El

Comercio

, su enemistad se ori-

ginó en un prostíbulo, don-

de ambos se disputaban los

favores sexuales de una mis-

ma mujer, quien terminó

prefiriendo a Carita. Tirifilo,

en venganza, habría utilizado

sus contactos con la policía

para enviar a Carita a la cár-

cel. Poco después de su sali-

da, éste habría lanzado el

desafío a Tirifilo para batir-

se a duelo en el Tajamar.

Tirifilo, confiando en sus ha-

bilidades con la chaveta, ha-

bría replicado: “Bueno, que

la cosa sea pronta, me nece-

sito en otra parte”. La ver-

sión de Ciro Alegría, basada

en sus propios recuerdos de

lo que Carita le contó en la

prisión, es muy diferente.

Según él, Tirifilo fue a bus-

car a Carita para proponerle

un negocio. Cuando la ma-

dre de este le dijo a Tirifilo

que Carita no estaba en casa,

aquel montó en cólera cre-

yendo que ella lo estaba ocul-

tando y empezó a proferir

insultos contra Carita y su

madre. Al volver a casa y

enterarse de las ofensas de

Tirifilo, Carita salió en su

busca y lo desafió a pelear

esa misma noche. Tirifilo

habría respondido escueta-

mente: “Ahí estaré.”

Los detalles de la pelea

son descritos minuciosamen-

te (y con previsible licencia

literaria) por Ciro Alegría en

su cuento. El duelo fue lar-

go y sangriento. Aunque

Tirifilo era mucho más ex-

perimentado y tenía mayor

alcance de brazos, Carita

desplegó una mayor agilidad

de movimientos. Las heridas

se multiplicaban y ambos

sangraban profusamente,

hasta que una precisa esto-

cada en el pecho de Tirifilo

puso punto final a la vida del

legendario faite. La noticia

corrió prontamente por ca-

lles y barrios de Lima. Una

multitud de curiosos se con-

gregó en las inmediaciones

de la morgue y los diarios

limeños informaron en pri-

mera página del trágico su-

ceso. Carita había vencido al

más temible de los faites, y

lo había hecho además en

defensa de su honor, como

correspondía a un verdade-

ro caballero. En palabras de

Ciro Alegría, “un nuevo hé-

roe popular había surgido”.

El hecho de haber defendi-

do a su madre, sugiere Ale-

gría, le aseguraba un lugar

especial en el alma popular.

Malamente herido, Cari-

ta se dirigió a una botica en

busca de curación. Poco des-

pués fue capturado por la

policía y recluido en un hos-

pital. Hasta allí fue el enton-

ces joven reportero José

Carlos Mariátegui a entrevis-

tar al ahora célebre persona-

je del hampa limeña.

Mariátegui no deja de resal-

tar los “ribetes de justa ca-

balleresca” que detecta en el

duelo, el cual, dice, se desta-

ca “sobre las vulgaridades de

los hechos de sangre que

cotidianamente consigna la

prensa”. En su diálogo con

Mariátegui, Carita se defini-

ría como “un hombre for-

mal”, que no quería ser con-

fundido con un vago. “He

trabajado siempre y me he

ganado el pan honradamen-

te”. Carita niega que haya

sido él quien desafió a Tirifilo

–una táctica que buscaba ob-

viamente mitigar su culpabi-

lidad a los ojos de las autori-

dades. El habría estado be-

biendo con amigos hasta que

llegó Tirifilo y lo retó a pe-

lear, un desafío que él natu-

ralmente no podía rehuir. En

este punto Carita guarda

unos minutos de silencio,

“como para dejarnos que

admiremos su resolución y

valor al aceptar el desafío de

un hombrazo como Tiri-

filo”, anota Mariátegui. Poco

después Willman fue trasla-

dado a la cárcel de Guada-

lupe y de allí a la penitencia-

ría, aunque no por mucho

tiempo. Sólo tres años des-

pués, en noviembre de 1918,

una resolución legislativa le

otorgaba el indulto que lo

sacaría de prisión.

IV

El duelo de Carita y

Tirifilo sería narrado, muchos

años antes que Alegría escri-

biera su cuento, por poetas

y cantores populares. Un vals

titulado “Sangre criolla”, ci-

tado por Jochamowitz, por

ejemplo, celebraba el coraje

de Carita: “También los hi-

jos del pueblo / tienen su

corazoncito / que el valor no

es patrimonio / solo de los

señoritos”. Tirifilo fue pre-

sentado como un faite cruel

pero hasta cierto punto sen-

timental en estos versos de

José Torres de Vidaurre:

“Qué vas a hacer ahora, Lima

/ si a Tirifilo mataron, / a él

que era la Plaza de Armas /

la Barranquita y Malambo.

(...) / Que era el cuco de los

faites / caminaba como

malo, / y se enjugaba una

lágrima / cuando moría un

zutano / Conocía los secre-

tos / muy íntimos del Esta-

do / (...) defendía a las an-

cianas / molestaba a los

“Por esos años –fines del siglo XIX y comienzos del XX— se

produce en Perú y otros países de América Latina, como ha mostrado

el historiador David Parker, una intensa actividad duelística. El due-

lo gozaba todavía de atractivo para una buena parte de la población –

y especialmente la clase política- como un recurso legítimo y necesario

cuando de por medio estaban el honor y la hombría.”