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LIBROS & ARTES

Página 5

ro y Sánchez Boquete, en sus

Memorias y documentos para la

historia de la independencia del

Perú y causas del mal éxito que

ha tenido ésta

, París, 1858, 2

vol.) son, por desdicha, el mo-

delo peruano por antonoma-

sia. Y, si es poco decir, una

parodia hepática de las memo-

rias político-militares en gene-

ral.

(Hay que precisar algo. El

molde historiográfico de

Pruvonena y los memo-

rialistas del XIX fue una sim-

ple copia del europeo en boga.

De 1841 es la leidísima obra

de Thomas Carlyle sobre el

rol del héroe en la historia,

On

Heroes and Hero worship

. Ya le-

jano el ideario francés de la

revolución, fraternal e iguali-

tario, la reacción conservado-

ra que a la caída de Napoleón

impuso el Congreso de Viena

acentuó el papel del indivi-

duo-eje, que iba a llevar hasta

sus límites la Inglaterra indus-

trial, la victoriana e imperia-

lista. Nuestros autores de me-

morias, a la zaga de sus maes-

tros Guizot, Taine o Thiers,

no buscaban causas generales

del acontecer colectivo y con-

cibieron una historia psicolo-

gista en que los responsables

de los éxitos y fracasos de una

sociedad eran sólo un mano-

jo de individuos descollantes.

De ahí el apremio en eximir-

se de pecado y señalar culpa-

bles, apuntando con el dedo

a los malos peruanos, esto es,

a los enemigos del autor. Por

fuerza el corolario devino un

empecinado afán de cargar

todos los males de la repúbli-

ca a la cuenta de la ambición,

la torpeza, la venalidad y has-

ta los caprichos humorales de

un puñado de réprobos de la

política nacional.)

La tradición insiste en que

le ayudaron a Pruvonena los

eclesiásticos Mariano José de

Arce, primer director de la

Biblioteca Nacional, y José

Nicolás Garay, éste último ele-

gido rector de San Marcos en

1858. No lo dudará quien re-

vise el discurso que, tras la

misa oficiada por Garay en 2-

IX-1848, pronunció Arce en

la instalación de la

Sociedad

patriótica Fraternidad, Igualdad

y Unión

. En él queda poco, si

algo, del juvenil y osado cléri-

go que firmó el acta de la in-

dependencia, que combatió

las tesis monarquistas en el

Primer Congreso Constituyen-

te y conoció el destierro por

sus ideas. Su acerba crítica a

los hombres del ayer, a la ac-

ción de Bolívar, al liberalismo

en boga, a la pérdida del res-

peto a la Iglesia, a la disolu-

ción de las costumbres repu-

blicanas, trasciende al ancia-

no canónigo y revela el can-

sancio espiritual de una gene-

ración que se sintió defrauda-

da por la realidad.

El ápice de ese atardecer

sombrío son las

Memorias

de

Pruvonena. El segundo volu-

men incluye los documentos

en que el autor apoya acusa-

ciones y cargos, el primero es

difícil de encasillar. Claro, es

evocación, pero es también

diatriba y escrito difamatorio.

Unamuno observó que la re-

volución en Hispanoamérica

creó el panfleto político. El de

Pruvonena es un panfleto gi-

gante que nada envidia a los

pasquines de época, efímeras

armas polìticas de propagan-

da y ataque. “Insensato y ca-

lumnioso libelista”, lo llamó el

liberal Santiago Távara, que

alude con sorna a ese Gran

Mariscal “que nunca supo de

qué lado se llevaba la espa-

da”. Se cuenta que, irritado

por su hipocresía, le dijo San

Martín que “cuando diera

cuenta a Dios de su conducta

en el ejercicio del poder la

única falta de que le pediría

perdón era de no haberlo fu-

silado”. Ni fue muy popular

en su tiempo y desde el mo-

tín de Balconcillo, primer

cuartelazo en la historia repu-

blicana, el pueblo lo llamaba

huevo-guero

. Por su lado, los

modernos historiadores tam-

bién carga la tinta. Basadre

alude a “las tremendas Me-

morias de Pruvonena a favor

de la monarquía y de la inter-

vención extranjera para salvar

al Perú, perdido con la Repú-

blica y sus hombres; libro que

es libelo más que panfleto”.

Porras las califica de “libro

amargo, rencoroso y recrimi-

natorio”. Sánchez, que las ve

“sumamente hostiles y hasta

insultantes”, juzga a su autor

como uno de los hombres más

intrigantes que ha habido en

el Perú.

El caso es uno sin reme-

dio. Concedámosle el benefi-

cio de la época y admitamos

que Riva Agüero se atiene al

modelo de historia psico-

logista. Pero él, por su cuenta

y riesgo, hace el estropicio con

tan feroz entusiasmo que en

el naufragio verbal se hunde

con todo el barco. Nadie se

salva, nada queda en pie. La

saña de Pruvonena no se cui-

da mucho de distingos y arre-

mete contra todos. Contra

todo. Su corrosiva pluma con-

vierte a la guerra por la liber-

tad y a sus fautores en un

caricaturesco retablo de

maese Pedro que destruye a

trompicones sin dejar títere

con cabeza. Monteagudo, San

Martín, Bolívar, La Mar,

Gamarra, Santa Cruz, la Fuen-

te, Salaverry, nadie se libra. Ni

la Mariscala, a la que reputa

de Mesalina peruana ... No es

larvada animadversión que

intenta salir de madre, es viru-

lencia que se zafa de control,

odio persistente que ha que-

brado cauce y mesura y asom-

bra la tremenda fijación de

tántos rencores antiguos que

la vejez actualiza y renueva.

En resumen. Pruvonena

es una mala parodia del me-

morialista porque exhibe to-

dos sus defectos y ninguna de

sus virtudes. Es, sin duda, del

género quejoso. Pero su caso

apunta a otro más general: la

frustración de los hombres

que fundaron la república.

UNA GENERACIÓN

DESENGAÑADA

Típicos de un autor de me-

morias político-militares son el

tonillo de queja y desencanto

que los años acumulan, el pe-

simismo que la edad de la

contemplación suele imprimir

al espíritu cansado. Si para el

común de las gentes “cual-

quiera tiempo pasado fue

mejor” para el memorialista

el ayer es un polvoriento y

caótico almacén de ocasiones

truncadas y evocarlo es dilu-

cidar cosas turbias, limpiar te-

larañas, pasar revista a la mez-

quindad y la envidia de los

coetáneos, denunciar la cegue-

ra política y tozudez de los

enemigos. En suma, sacar a

la vergüenza la ruindad e in-

comprensión de los demás. Ya

en plena palestra vindicativa,

con obstinación machacona

convierte su autodefensa en

apología, luego en un trasla-

do mecánico de culpas y por

fin, en el más puro modo

maniqueo, ante los males y

desgracias causadas por erro-

res ajenos queda en solitario

frente al mundo como el hom-

bre justo, el varón bíblico que

hubiera podido salvar a la ciu-

dad.

Omnia vánitas

. Pero quizá

a las mientes de un lector neu-

tral, es decir, un lector de otra

época, acuda más bien aque-

llo de

Satisfactio non petita

...

Es labor demasiado sim-

ple espigar en nuestros

memorialistas del XIX pasa-

jes que apoyan lo dicho. Aún

con olvido absoluto de las

constantes invectivas contra

personas concretas, flora

mefítica que envenena casi

cada página de las memorias

político-militares, aquellos ale-

gatos de la hora undécima y

aquellas quejas tardonas se

contagian de la opacidad y el

desaliento que acompañan a

las causas en derrota. Si se ha

hablado de una ‘leyenda ne-

gra de la emancipación’, qui-

zá es más justo hablar de un

atardecer generacional, de la

melancolía por las ilusiones

perdidas, la desazón y el aba-

timiento final de los fundado-

res de la república, el crepús-

culo que sume en las tinieblas

a los sueños de oro del ama-

necer. Veamos algunas perlas:

«En el Perú se entiende

todo al revés que en el resto

del mundo, que lo que en to-

das partes se considera bue-

no, en aquel se clasifica malo

... La virtud honrada y sana,

se ha proscrito; la incapaci-

dad, mala conducta y críme-

nes se han hecho escala para

llegar a la cumbre de los ho-

nores, de la riqueza y del Po-

der» (CORTEGANA). “ ... de

nada vale proceder bien en un

país no constituido ... [en el

Perú] no hay principios y solo

imperan la conveniencia y los

intereses personales” (ECHE-

NIQUE). “... de todos esos

brillantes programas de un

porvenir dichoso, de una hon-

radez jamás cumplida, de esas

constituciones disentidas y

pregonadas como áncora de

salvación ... [que sólo dejaron]

...el engaño más cruel, el des-

orden más completo bajo las

formas de la ley ... la banca-

rrota del erario nacional, bajo

la máscara de reformas finan-

cieras ... ruinas y más ruinas”

(MODESTO BASADRE).

“Aquí no hay legitimistas ni

conservadores ni radicales.

Nada se mueve por princi-

pios. Lo que hay es caídos y

levantados, crímenes para

levantarse, crímenes para

no caer. Todo es pretexto y

engaños” (MENDIBURU).

“... ninguno de los que han lle-

gado al mando del Perú, sea

por la puerta, sea saltando las

bardas, ninguno, decimos,. ha

pretendido gobernar para sí y

por sí. Real o fingidamente

han solicitado el voto popu-

lar y ninguno ... [ha] pretendi-

do que los efectos del man-

dato fuesen para sí o sus fa-

milias. Han sido incansables

en declarar que quieren go-

bernar para hacernos felices”

(TÁVARA). Etcétera

No lleva a puerto seguro

enhilar más cuentas en un ro-

sario de quejumbres. Ni vale,

frente a esas verdades de

Perogrullo, decir que en todo

tiempo y lugar se cuecen ha-

bas. Nuestros memorialistas,

atrabiliarios y sañudos, gana-

dos por el pesimismo y la ace-

día, exagerados en sus

incriminaciones, a ratos lacri-

mosos y casi protestones de

oficio, nos hacen ver que algo

más hondo estuvo en juego:

la disolución paulatina de los

ideales libertarios, el desánimo

por el fracaso de una empre-

sa colectiva, la desazón ante

una realidad caprichosa que

se burlaba de las teorías, la

amargura final de no haber

podido construir el país con

que soñaron el arrebato y el

frenesí de los fundadores de

la república. ¿Acaso el mismo

Libertador, poco antes de

morir en Santa Marta

jaqueado por la ingratitud, la

proscripción política, la enfer-

medad y la miseria, no sintió

que había arado en el mar?

Revolución traicionada

debió parecer en aquellos días

una que ofreció tanto y con-

siguió tan poco. Revolución

inconclusa nos parece hoy

aquella hazañosa gesta políti-

ca que, pese a todo, nunca lle-

gó a ser una revolución so-

cial. “El primer capítulo de

toda revolución es el del en-

tusiasmo”, escribió O’Leary.

Los memorialistas nos hacen

ver que la generación de la in-

dependencia sintió, en carne

viva, que el último capítulo

era la desilusión.

“Nuestros memorialistas, atrabiliarios y sañudos,

ganados por el pesimismo y la acedía, exagerados en sus

incriminaciones, a ratos lacrimosos y casi protestones de oficio,

nos hacen ver que algo más hondo estuvo en juego: la disolución

paulatina de los ideales libertarios, el desánimo por el fracaso

de una empresa colectiva.”