LIBROS & ARTES
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ste tipo de vínculo, y
las prácticas que lo ac-
tualizan, está anclado sobre
una poderosa ficción ideo-
lógica, precisamente sobre
la imagen de que en el Perú
“todos estamos en el fango”,
que todos ya tenemos o, en
todo caso, podemos tener,
“rabo de paja”. Entonces,
dado este convencimiento, la
actitud verdaderamente lúci-
da sería el cinismo, el acep-
tar que debajo de nuestra piel
civilizada está lo realmente
decisivo: nuestro rechazo o
prescindencia de la ley. Si
aceptamos esta imagen
como cierta solo nos queda
pensar que cualquier enjuicia-
miento tiene como trasfon-
do un moralismo hipócrita.
En efecto, no sería honesto
culpar a otro por hacer lo
que nosotros mismos haría-
mos si estuviéramos en su
posición. Por tanto, nadie de-
bería meterse con nadie. No
nos tomamos las cuentas
pues, como se dice “entre gi-
tanos no se leen las suertes”.
Si no reprochamos nadie
nos reprochará. La conse-
cuencia de este pacto social
clandestino es que se inhibe
la protesta contra el abuso.
“Hoy por mi y mañana por
ti”. Todos nos disculpamos
mutuamente, apañamos nues-
tras culpas, nos solidarizamos
en la falta. La transgresión se
nos aparece como algo inevi-
table y hasta gracioso
1
.
La complicidad es, a la
vez, un tipo de vínculo so-
cial y, también, una propues-
ta “ideológica”, una forma
de leer nuestra realidad, de
darla por sentada, que tiene
efectos decisivos en térmi-
nos de legitimar la domina-
ción social, presentándola
como inevitable, como co-
rrespondiente a característi-
cas esenciales, prácticamente
inmodificables, de nuestra
colectividad.
El tomar conciencia de
esta ficción ideológica, de su
capacidad estructurante para
fundamentar la complicidad,
es un hecho muy reciente en
nuestra historia. Ahora bien,
esta revelación resulta un fe-
nómeno esperanzador pues
nos urge a examinar los su-
puestos no pensados de
nuestra vida colectiva, a
conceptualizar lo que nos
ocurre, hecho que facilita re-
forzar otros vínculos, reali-
zar otros proyectos que, a
diferencia de la “sociedad de
cómplices”, sean mucho
más conducentes a un orden
social justo y solidario. Es de-
cir, por ejemplo, a una “so-
ciedad de ciudadanos”.
El uso generalizado del
término corrupción pone en
evidencia una creciente dis-
tancia crítica frente al mode-
lo de la “sociedad de cóm-
plices”. En efecto, la proli-
feración del empleo de esta
expresión implica visibilizar
una serie de prácticas con-
suetudinarias que hasta hace
poco estaban “naturaliza-
das”
2
. Costumbres que no
despertaban la atención que
ciertamente merecen en tan-
to obstáculos a la consolida-
ción de un orden civilizado
en el Perú. En efecto, hubo
que esperar el crecimiento
exponencial de la corrup-
ción, evidenciado en los
“vladivideos”, para que la
sociedad peruana tomara
conciencia de que los proce-
dimientos delictivos están
profundamente entretejidos
en nuestra vida cotidiana. En
realidad, con el término ‘co-
rrupción’ ocurre algo simi-
lar a lo que aconteció con el
término ‘racismo’. Durante
mucho tiempo el Perú se
definió como una sociedad
donde los prejuicios raciales
no tenían ninguna vigencia.
Eso del racismo era algo que
ocurría en Sudáfrica o en
Estados Unidos, pero no en
el Perú, donde “quien no tie-
ne de inga tiene de mandin-
ga”. Con esta afirmación,
desde luego, se invisibilizaba
la realidad cotidiana de la dis-
criminación, la negación de
la ciudadanía a amplios sec-
tores de la población perua-
na. Como después ocurrió
con el tema de la corrupción,
E
UNA SOCIEDAD DE
CÓMPLICES
Gonzalo Portocarrero
En este ensayo me propongo identificar un tipo de socialidad
o vínculo intersubjetivo que está en la base misma del funcionamiento del
orden social peruano. Se trata de la relación de complicidad, de una
suerte de predisposición colectiva, o licencia social, para transgredir
la normatividad pública.
1
Permítaseme, para ilustrar el punto,
mencionar el reciente spot publicitario a
propósito del 35 aniversario de Radio
Mar. El spot se desarrolla en dos regis-
tros. El trasfondo es la reproducción de
hechos traumáticos en la historia reciente
del país: golpes militares, inflación des-
bocada, desabastecimiento y violencia,
la estafa de los ahorristas. En fin, la
vida de todos los días. Nada funciona
como debiera. Pero sobre este trasfondo
está la imagen gozosa de la gente bai-
lando salsa, la música que identifica a
la radio en cuestión. La propuesta es,
pues, evidente: estamos jodidos pero con-
tentos. Todo lo malo que pasa no es,
después de todo, tan importante pues
igual está preservada nuestra alegría de
vivir. El desorden queda entonces “na-
turalizado” como algo que podemos olvi-
dar gracias a la música y el baile que
nos ofrece Radio Mar.
2
Cuando al general Nicolás de Bari
Hermosa se les descubrió cuentas en el
exterior por un valor de 20 millones de
dólares, el general se defendió, no ne-
gando los hechos sino diciendo que esas
cuentas correspondían a las comisiones
que desde siempre correspondían a los
comandantes generales del Ejército.
Consecuencias de un pacto social clandestino