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LIBROS & ARTES

Página 13

miración, algo que será evi-

dente también en el cuento

de Ciro Alegría. En su libro

Valdelomar o la Belle Epoque

,

Luis Alberto Sánchez no

puede ocultar su simpatía

por un negro soplón cono-

cido como “Changa”, quien,

durante la campaña electo-

ral de Billinghurst, fue cap-

turado en el Tajamar por una

multitud enfurecida y se de-

fendió ardorosamente de

quienes querían lincharlo: “El

negro trágico, bravo, muy

valiente, (...) no lloraba ni su-

plicaba ante la multitud.

Este, sin duda alguna, era un

redomado criminal, pero era

un noble tipo de braveza.

¡No he visto ni veré un hom-

bre más valiente!”

Los faites reinaban en

ciertas zonas de Lima, espe-

cialmente en el barrio

bajopontino de Malambo.

Desde el período colonial

temprano, Malambo –ubi-

cado en los extramuros de

la ciudad– estuvo poblado

por indios, negros y españo-

les pobres que habitaban en

rústicas viviendas. En sus in-

mediaciones, cerca del Taja-

mar, se hallaba la “Casa de

Negros Bozales”, una espe-

cie de depósito para escla-

vos recién llegados a Lima

que esperaban allí el momen-

to de su venta. Aunque nun-

ca fue un barrio exclusiva-

mente “negro”, Malambo

adquirió la reputación de tal

y se le identificó, además,

como un nido de delincuen-

tes, jaraneros y otros perso-

najes del submundo criminal

de Lima. “El hombre de

Malambo –escribió Carlos

Miró Quesada– fue especia-

lista en riñas, jugaba gallos,

tocaba la guitarra y echaba

al viento unas canciones cha-

bacanas y a la vez melodio-

sas. Se ejercitó en el empleo

de un cuchillo muy afilado

llamado chaveta, trompeaba

muy bien y echaba intencio-

nados requiebros a las mo-

zas que se cruzaban en el ca-

mino”. La crónica policial de

los diarios, agrega el autor,

resulta para los malambinos

“la rutinaria página social del

vecindario.” Las jaranas de

Malambo se volvieron le-

gendarias. En ellas, según el

médico Hugo Marquina, au-

tor de una tesis sobre las con-

diciones de vida en dicho

barrio, “se hacía derroche de

aguardiente, vino, cerveza, y

a veces el guarapo y

chinchiví.” El tradicionalista

Eudocio Carrera Vergara

dedicó sabrosas páginas de

su libro sobre el Dr. Copaiba

a las jaranas de negros de

Malambo. “Desde tiempos

coloniales –dice Carrera

Vergara– [Malambo] fue ale-

gre y revoltoso y men-

tadísimo como foco y

mansion principesca de los

más endiantrados negros que

sentaron sus reales en esta

Lima de costumbres tan

criollas”.

Pero los malambinos no

estuvieron ajenos a las pre-

ocupaciones políticas y socia-

les que otros grupos limeños

enfrentaron hacia fines del si-

glo XIX y comienzos del

XX. SegúnMarquina, los ha-

bitantes de este barrio habían

sido “fanáticos partidarios

de Piérola”, una postura que

el autor atribuye al hecho de

que los negros creían tener

un “parentesco racial” con

Piérola, cuyo pelo ensortija-

do revelaba un posible

ancestro negro. Hacia la dé-

cada de 1920, de acuerdo al

estudio del sociólogo Luis

Tejada, Malambo se conver-

tiría además en un foco de

organización y agitación

obrera. Los anarquistas mo-

vilizaron esfuerzos para or-

ganizar y adoctrinar a los

malambinos, e incluso fun-

daron una biblioteca obrera

en 1920. Por entonces, según

Tejada, “Malambo se había

convertido en el centro

organizativo y cultural del

movimiento obrero anarco-

sindicalista”. Sin embargo, en

la imaginación de la mayoría

de observadores prevalecía

una visión de Malambo

como un barrio peligroso

poblado por gentes de mal

vivir. Si bien es cierto esta

reputación era producto de

las exageraciones y temores

de los sectores “decentes” de

Lima (que destilaban además

un claro tinte racista), es in-

negable que muchos habitan-

tes de Malambo vivían al

margen de la ley y que, para

algunos de ellos, los que as-

piraban a la condición de

faite, esa reputación de

Malambo podía representar

una ventaja. Ser identificado

por otros como un faite de

Malambo contribuía a pro-

yectar una aureola de valor y

temibilidad que los ayudaba

a encumbrarse dentro de las

jerarquías existentes en el

submundo criminal. Tanto

los faites como aquellos que

escribían sobre ellos cons-

truían estas imágenes sobre

la base de ciertos estereoti-

pos culturales que atribuían

a los negros en general, y a

los habitantes de ciertos ba-

rrios en particular, tanto una

inclinación especial hacia el

delito como una habilidad

innata para la pelea.

Dentro de las cárceles los

faites eran personajes respe-

tados y temidos tanto por

los demás miembros de la

comunidad de presos como

por los guardias y autorida-

des carcelarias. Con frecuen-

cia los faites eran designados

caporales de las prisiones, es

decir, presos escogidos por

las autoridades para desem-

peñar funciones importantes

de control y disciplina den-

tro de los establecimientos

penales. En el desempeño de

esas funciones, los faites se

convertían en una suerte de

caciques que gozaban de cier-

tos privilegios, controlaban

aspectos importantes de la

vida cotidiana –como la dis-

tribución de comida, por

ejemplo–, al tiempo que se

aprovechaban de una serie

de negocios ilegales y servían

de intermediarios entre los

presos y las autoridades. El

poder simbólico y material

de los faites no terminaba

necesariamente con su ingre-

so a la cárcel.

II

Carita y Tirifilo eran,

cada uno a su manera, repre-

sentantes cabales del univer-

so faite limeño. Poco sabe-

mos de Carita antes del fa-

moso duelo. Según distintas

versiones, entre ellas la de

Luis Jochamowitz, fue hijo

de un marinero extranjero y

una lavandera negra, su ape-

llido original era Willmant, y

era conocido desde peque-

ño como “Carita de Cielo”.

De joven se convirtió en un

“Poco después fue capturado por la policía y recluido en un hospital.

Hasta allí fue el entonces joven reportero José Carlos Mariátegui a

entrevistar al ahora célebre personaje del hampa limeña. Mariátegui

no deja de resaltar

los ribetes de justa caballeresca

que detecta en el

duelo, el cual, dice, se destaca sobre las vulgaridades de los hechos de

sangre que cotidianamente consigna la prensa”.