LIBROS & ARTES
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miración, algo que será evi-
dente también en el cuento
de Ciro Alegría. En su libro
Valdelomar o la Belle Epoque
,
Luis Alberto Sánchez no
puede ocultar su simpatía
por un negro soplón cono-
cido como “Changa”, quien,
durante la campaña electo-
ral de Billinghurst, fue cap-
turado en el Tajamar por una
multitud enfurecida y se de-
fendió ardorosamente de
quienes querían lincharlo: “El
negro trágico, bravo, muy
valiente, (...) no lloraba ni su-
plicaba ante la multitud.
Este, sin duda alguna, era un
redomado criminal, pero era
un noble tipo de braveza.
¡No he visto ni veré un hom-
bre más valiente!”
Los faites reinaban en
ciertas zonas de Lima, espe-
cialmente en el barrio
bajopontino de Malambo.
Desde el período colonial
temprano, Malambo –ubi-
cado en los extramuros de
la ciudad– estuvo poblado
por indios, negros y españo-
les pobres que habitaban en
rústicas viviendas. En sus in-
mediaciones, cerca del Taja-
mar, se hallaba la “Casa de
Negros Bozales”, una espe-
cie de depósito para escla-
vos recién llegados a Lima
que esperaban allí el momen-
to de su venta. Aunque nun-
ca fue un barrio exclusiva-
mente “negro”, Malambo
adquirió la reputación de tal
y se le identificó, además,
como un nido de delincuen-
tes, jaraneros y otros perso-
najes del submundo criminal
de Lima. “El hombre de
Malambo –escribió Carlos
Miró Quesada– fue especia-
lista en riñas, jugaba gallos,
tocaba la guitarra y echaba
al viento unas canciones cha-
bacanas y a la vez melodio-
sas. Se ejercitó en el empleo
de un cuchillo muy afilado
llamado chaveta, trompeaba
muy bien y echaba intencio-
nados requiebros a las mo-
zas que se cruzaban en el ca-
mino”. La crónica policial de
los diarios, agrega el autor,
resulta para los malambinos
“la rutinaria página social del
vecindario.” Las jaranas de
Malambo se volvieron le-
gendarias. En ellas, según el
médico Hugo Marquina, au-
tor de una tesis sobre las con-
diciones de vida en dicho
barrio, “se hacía derroche de
aguardiente, vino, cerveza, y
a veces el guarapo y
chinchiví.” El tradicionalista
Eudocio Carrera Vergara
dedicó sabrosas páginas de
su libro sobre el Dr. Copaiba
a las jaranas de negros de
Malambo. “Desde tiempos
coloniales –dice Carrera
Vergara– [Malambo] fue ale-
gre y revoltoso y men-
tadísimo como foco y
mansion principesca de los
más endiantrados negros que
sentaron sus reales en esta
Lima de costumbres tan
criollas”.
Pero los malambinos no
estuvieron ajenos a las pre-
ocupaciones políticas y socia-
les que otros grupos limeños
enfrentaron hacia fines del si-
glo XIX y comienzos del
XX. SegúnMarquina, los ha-
bitantes de este barrio habían
sido “fanáticos partidarios
de Piérola”, una postura que
el autor atribuye al hecho de
que los negros creían tener
un “parentesco racial” con
Piérola, cuyo pelo ensortija-
do revelaba un posible
ancestro negro. Hacia la dé-
cada de 1920, de acuerdo al
estudio del sociólogo Luis
Tejada, Malambo se conver-
tiría además en un foco de
organización y agitación
obrera. Los anarquistas mo-
vilizaron esfuerzos para or-
ganizar y adoctrinar a los
malambinos, e incluso fun-
daron una biblioteca obrera
en 1920. Por entonces, según
Tejada, “Malambo se había
convertido en el centro
organizativo y cultural del
movimiento obrero anarco-
sindicalista”. Sin embargo, en
la imaginación de la mayoría
de observadores prevalecía
una visión de Malambo
como un barrio peligroso
poblado por gentes de mal
vivir. Si bien es cierto esta
reputación era producto de
las exageraciones y temores
de los sectores “decentes” de
Lima (que destilaban además
un claro tinte racista), es in-
negable que muchos habitan-
tes de Malambo vivían al
margen de la ley y que, para
algunos de ellos, los que as-
piraban a la condición de
faite, esa reputación de
Malambo podía representar
una ventaja. Ser identificado
por otros como un faite de
Malambo contribuía a pro-
yectar una aureola de valor y
temibilidad que los ayudaba
a encumbrarse dentro de las
jerarquías existentes en el
submundo criminal. Tanto
los faites como aquellos que
escribían sobre ellos cons-
truían estas imágenes sobre
la base de ciertos estereoti-
pos culturales que atribuían
a los negros en general, y a
los habitantes de ciertos ba-
rrios en particular, tanto una
inclinación especial hacia el
delito como una habilidad
innata para la pelea.
Dentro de las cárceles los
faites eran personajes respe-
tados y temidos tanto por
los demás miembros de la
comunidad de presos como
por los guardias y autorida-
des carcelarias. Con frecuen-
cia los faites eran designados
caporales de las prisiones, es
decir, presos escogidos por
las autoridades para desem-
peñar funciones importantes
de control y disciplina den-
tro de los establecimientos
penales. En el desempeño de
esas funciones, los faites se
convertían en una suerte de
caciques que gozaban de cier-
tos privilegios, controlaban
aspectos importantes de la
vida cotidiana –como la dis-
tribución de comida, por
ejemplo–, al tiempo que se
aprovechaban de una serie
de negocios ilegales y servían
de intermediarios entre los
presos y las autoridades. El
poder simbólico y material
de los faites no terminaba
necesariamente con su ingre-
so a la cárcel.
II
Carita y Tirifilo eran,
cada uno a su manera, repre-
sentantes cabales del univer-
so faite limeño. Poco sabe-
mos de Carita antes del fa-
moso duelo. Según distintas
versiones, entre ellas la de
Luis Jochamowitz, fue hijo
de un marinero extranjero y
una lavandera negra, su ape-
llido original era Willmant, y
era conocido desde peque-
ño como “Carita de Cielo”.
De joven se convirtió en un
“Poco después fue capturado por la policía y recluido en un hospital.
Hasta allí fue el entonces joven reportero José Carlos Mariátegui a
entrevistar al ahora célebre personaje del hampa limeña. Mariátegui
no deja de resaltar
‘
los ribetes de justa caballeresca
’
que detecta en el
duelo, el cual, dice, se destaca sobre las vulgaridades de los hechos de
sangre que cotidianamente consigna la prensa”.