LIBROS & ARTES
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pueblo, una época, un mo-
mento de la historia.
CRÓNICA Y MEMORIA
POLÍTICA
No es muy ancho el foso que
separa crónica y memoria
política. En ambas el autor se
ubica en un proscenio que de
mala gana y sólo por instan-
tes abandona y, con simulado
énfasis, a boca llena repite que
no se aleja un ápice de la ver-
dad –y esto es harina de otro
costal, que nunca estará de
más cernir. Crónica y memo-
ria en sus formas arquetípicas
conciben la materia prima de
la historia como un testimo-
nio personal, mera prolonga-
ción de la autobiografía
pergeñada desde un primer
plano de actor o espectador.
Embrión del periodismo fu-
turo, la crónica es la voz de
quien narra lo que vio en un
pasado reciente en tanto que
la memoria, por definición, es
evocativa. La una atiende a
cosas que ocurren por allí,
visión en
zoom
que nos aproxi-
ma a hechos y personas casi
en movimiento. La otra revi-
ve un ayer distante poblado
de siluetas y a veces de fan-
tasmas, requiere perspectiva
y demanda lejanía temporal.
La crónica no teme ser ambi-
gua ni el rigor la desvela y
despide un como aroma fres-
co de la acción cercana, la
memoria anhela exactitud aún
si divaga sobre difusas imá-
genes de niebla o apiña
remembranzas que ya tami-
zó y modificó el paso de los
años. Una tolerable miopía le
veda al cronista percibir las
ondas largas de la historia,
pero no lo priva de su vehe-
mencia y ardor. Cierta pres-
bicia benévola muda en el
memorialista la dimensión
real de las personas y las co-
sas, pero no lo cura de su va-
nidad y su melancolía.
Crónicas y Memorias se
reclaman imparciales, objeti-
vas, veraces. Las obsede la
utopía eterna del historiador:
ser exacto, ser neutral. Pero
se echan de ver sesgos y pre-
juicios mal encubiertos, pues
son piezas de apasionada con-
vicción en favor de una tesis
apenas camuflada y en vez de
ceñirse al precepto de
Quintiliano de una historia
ad
narrandum
fabrican, sin reme-
dio, sólo una historia
ad
probandum
. Al final de las cuen-
tas la crónica y la memoria
política son dos formas
embozadas de justificación, si
bien la primera, áulica y
laudatoria, exalta a un protec-
las operaciones e incidencias de la
división libertadora
..., Buenos
Aires, 1832), Jerónimo Espe-
jo (
Apuntes históricos sobre la
expedición libertadora
, Buenos
Aires, 1867), Rudecindo
Alvarado (
Autobiografía
, Bue-
nos Aires, 1910), Manuel
Antonio López (
Campaña del
Perú por el ejército unido liberta-
dor
..., Caracas, 1843). No hay
muchos sudamericanos más.
MEMORIALISTAS
BRITÁNICOS
Cantera de privilegio, la de los
del Reino Unido. Observador
pintoresco y agudo, el esco-
cés Basil Hall actuó en el blo-
queo de la costa peruana, asis-
tió a la jura de la independen-
cia y nos ha dejado, entre ví-
vidas semblanzas, una nota-
ble de la Perricholi, otra del
Protector (
Extracts from a
journal
..., Edinburgh, 1824, 2
vol.). William Miller, enamo-
rado de nuestro país, pe-
ruanista
avant la lettre
y ma-
nantial de primer agua para
el estudio de la expedición de
San Martín que desembarcó
en Pisco en 1820, del accio-
nar de las guerrillas patriotas
y de las campañas de Junín y
Ayacucho, incluye planos mi-
litares, consigna animadas des-
cripciones de costumbres lo-
cales y mil recuerdos de sus
correrías peruanas, como el
sensitivo pasaje sobre cierta
dama arequipeña que, al com-
pás de una guitarra y con hon-
da tristeza, entonaba un
yaraví de Melgar ¡y era Silvia,
la musa del desdichado poeta
fusilado en 1815 en Umachiri!
(
Memoir
s
... in the service of the
republic of Perú
, Londres, 1828,
2 vol.). Ni cabe prescindir del
escrupuloso y metódico Da-
niel Florence O’Leary, el
fidelísimo 1
er
edecán del Li-
bertador y principal fuente
histórica sobre éste, para se-
guir en detalle la gestión de
Bolívar en el Perú y la guerra
con la Gran Colombia hasta
el insólito fiasco del Portete
de Tarqui (
Memorias
..., Cara-
cas, 1879-88, 32 vol., 3 de
relación, 29 de documentos).
En otra onda, si bien algo
pueriles en algunos trechos,
aún el lector exigente hallará
solaz en las memorias de
Francis Burdett O’Connor,
un irlandés jactancioso que,
según Ricardo Palma, “en las
postrimerías de su existencia
adoleció de la neurosis de
creerse el
Deus ex máchina
que
manejara a los prohombres”.
El general O’Connor debió
sentirse galán del film: a más
de censurar presuntos des-
LIBROS & ARTES
REVISTADECULTURADE LA
BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ
Sinesio López Jiménez
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Nelly Mac Kee de Maurial
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Editor
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dn@binape.gob.peTodos los grabados de este número de
Libros & Artes
pertenecen
al libro “Vestidos del Mundo” de Cesare Vicellio
tor, un capitán de fortuna,
una orden conventual, una
bandería, una casa dinástica,
en tanto que la segunda, con
fingido desapego del poder,
ansía el descargo personal y
la vindicación decorosa. La
crónica es encomiástica, triun-
fal, vive el presente y sin se-
gundos temores se abre al
porvenir. La memoria, ególa-
tra, vive de espaldas al futu-
ro, tiene de revanchismo y de
denuncia y al escarbar el pre-
térito halla culpables en cual-
quier rincón. La crónica es
concisa, huye de la prolijidad
y pide difusión inmediata por-
que se dirige a sus coetáneos,
la memoria, como calculada
filmación al ralentí, se expla-
ya hasta la monotonía y repu-
dia urgencias porque es un
legado a la posteridad. El cro-
nista es figurante bisoño que
al subir a escena echa a vuelo
las campanas, el memorialis-
ta, que en su día fue primer
actor, es curtido, estadista ba-
quiano o general retirado,
au-
dessus de la mêlée
. La crónica es
un lienzo nuevo de pintor con
los colores aún húmedos, la
memoria es un mural antiguo
cuya vejez delatan retoques y
fisuras.
Por fin, entre los paradig-
mas o tipos de la historiografía
clásica la crónica es esfuerzo
de neófito que seduce por lo
espontáneo y desliza imágenes
con la soltura y fluidez de
quien divulga noticias desde
el lugar y momento en que
nacen. La memoria no sabe de
actos primos: es un examen dis-
currido en paciencia, ardua re-
flexión que se elabora desde
un exilio espiritual. En estado
puro, la crónica es tanteo gar-
boso y lozana flor de prima-
vera, alba y juventud del gé-
nero. La memoria es análisis
post facto
, inventario tardío y re-
cuento grisáceo, canto de cis-
ne o rumia de cuartel de in-
vierno, un poco solemne y un
poco triste, verdadera jubila-
ción del hombre público.
MEMORIALISTAS DE LA
EMANCIPACIÓN
Tuvimos poca fortuna en
cuestión de memorialistas so-
bre la guerra que culminó en
Ayacucho el 9-XII-1824. Nos
faltan peruanos, aunque sobra
copioso material histórico.
Hay, sí, memorias de genera-
les realistas que capitularon
ante Sucre –esos como
Villalobos, Canterac, Monet,
que con picardía socarrona la
España fernandina rebautizó
de ‘los ayacuchos’ y que más
tarde fueron, en el tráfago de
las guerras carlistas, valioso
capital político y apoyo del re-
gente Espartero. Tales, los
descargos y justificaciones de
Jerónimo de Valdez, gran tác-
tico cuya decantada probidad
no le impidió traicionar a La
Serna en el motín de Az-
napuquio (
Documentos para la
historia de la guerra separatista del
Perú
, Madrid, 1894-96, 4 vol.),
los de Andrés García Camba,
de posterior y agitada vida
pública en la península (
Memo-
rias para la historia de las armas
españolas en el Perú
, Madrid,
1846, 2 vol.) o del tozudo José
Ramón Rodil, que volvió a su
patria con aureola de héroe
numantino y llegó a presiden-
te de un Consejo de ministros
(
Memoria del sitio del Callao
, Se-
villa, 1955).
Es saludable contrastar
esos alegatos de exculpación
y defensa con los de autores
patriotas, vgr. del tucumano
Bernardo Monteagudo, mo-
narquista de corazón, hombre
de confianza y ministro de
San Martín, que murió asesi-
nado en Lima en una oscura
callejuela y en circunstancias
nunca aclaradas (
Memoria so-
bre los principios políticos que se-
guí en la administración del Perú
..., Quito 1823) y otros testi-
gos de época que porme-
norizan los aspectos castren-
ses de la guerra, como José
Arenales (
Memoria histórica de