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LIBROS & ARTES

Página 3

pueblo, una época, un mo-

mento de la historia.

CRÓNICA Y MEMORIA

POLÍTICA

No es muy ancho el foso que

separa crónica y memoria

política. En ambas el autor se

ubica en un proscenio que de

mala gana y sólo por instan-

tes abandona y, con simulado

énfasis, a boca llena repite que

no se aleja un ápice de la ver-

dad –y esto es harina de otro

costal, que nunca estará de

más cernir. Crónica y memo-

ria en sus formas arquetípicas

conciben la materia prima de

la historia como un testimo-

nio personal, mera prolonga-

ción de la autobiografía

pergeñada desde un primer

plano de actor o espectador.

Embrión del periodismo fu-

turo, la crónica es la voz de

quien narra lo que vio en un

pasado reciente en tanto que

la memoria, por definición, es

evocativa. La una atiende a

cosas que ocurren por allí,

visión en

zoom

que nos aproxi-

ma a hechos y personas casi

en movimiento. La otra revi-

ve un ayer distante poblado

de siluetas y a veces de fan-

tasmas, requiere perspectiva

y demanda lejanía temporal.

La crónica no teme ser ambi-

gua ni el rigor la desvela y

despide un como aroma fres-

co de la acción cercana, la

memoria anhela exactitud aún

si divaga sobre difusas imá-

genes de niebla o apiña

remembranzas que ya tami-

zó y modificó el paso de los

años. Una tolerable miopía le

veda al cronista percibir las

ondas largas de la historia,

pero no lo priva de su vehe-

mencia y ardor. Cierta pres-

bicia benévola muda en el

memorialista la dimensión

real de las personas y las co-

sas, pero no lo cura de su va-

nidad y su melancolía.

Crónicas y Memorias se

reclaman imparciales, objeti-

vas, veraces. Las obsede la

utopía eterna del historiador:

ser exacto, ser neutral. Pero

se echan de ver sesgos y pre-

juicios mal encubiertos, pues

son piezas de apasionada con-

vicción en favor de una tesis

apenas camuflada y en vez de

ceñirse al precepto de

Quintiliano de una historia

ad

narrandum

fabrican, sin reme-

dio, sólo una historia

ad

probandum

. Al final de las cuen-

tas la crónica y la memoria

política son dos formas

embozadas de justificación, si

bien la primera, áulica y

laudatoria, exalta a un protec-

las operaciones e incidencias de la

división libertadora

..., Buenos

Aires, 1832), Jerónimo Espe-

jo (

Apuntes históricos sobre la

expedición libertadora

, Buenos

Aires, 1867), Rudecindo

Alvarado (

Autobiografía

, Bue-

nos Aires, 1910), Manuel

Antonio López (

Campaña del

Perú por el ejército unido liberta-

dor

..., Caracas, 1843). No hay

muchos sudamericanos más.

MEMORIALISTAS

BRITÁNICOS

Cantera de privilegio, la de los

del Reino Unido. Observador

pintoresco y agudo, el esco-

cés Basil Hall actuó en el blo-

queo de la costa peruana, asis-

tió a la jura de la independen-

cia y nos ha dejado, entre ví-

vidas semblanzas, una nota-

ble de la Perricholi, otra del

Protector (

Extracts from a

journal

..., Edinburgh, 1824, 2

vol.). William Miller, enamo-

rado de nuestro país, pe-

ruanista

avant la lettre

y ma-

nantial de primer agua para

el estudio de la expedición de

San Martín que desembarcó

en Pisco en 1820, del accio-

nar de las guerrillas patriotas

y de las campañas de Junín y

Ayacucho, incluye planos mi-

litares, consigna animadas des-

cripciones de costumbres lo-

cales y mil recuerdos de sus

correrías peruanas, como el

sensitivo pasaje sobre cierta

dama arequipeña que, al com-

pás de una guitarra y con hon-

da tristeza, entonaba un

yaraví de Melgar ¡y era Silvia,

la musa del desdichado poeta

fusilado en 1815 en Umachiri!

(

Memoir

s

... in the service of the

republic of Perú

, Londres, 1828,

2 vol.). Ni cabe prescindir del

escrupuloso y metódico Da-

niel Florence O’Leary, el

fidelísimo 1

er

edecán del Li-

bertador y principal fuente

histórica sobre éste, para se-

guir en detalle la gestión de

Bolívar en el Perú y la guerra

con la Gran Colombia hasta

el insólito fiasco del Portete

de Tarqui (

Memorias

..., Cara-

cas, 1879-88, 32 vol., 3 de

relación, 29 de documentos).

En otra onda, si bien algo

pueriles en algunos trechos,

aún el lector exigente hallará

solaz en las memorias de

Francis Burdett O’Connor,

un irlandés jactancioso que,

según Ricardo Palma, “en las

postrimerías de su existencia

adoleció de la neurosis de

creerse el

Deus ex máchina

que

manejara a los prohombres”.

El general O’Connor debió

sentirse galán del film: a más

de censurar presuntos des-

LIBROS & ARTES

REVISTADECULTURADE LA

BIBLIOTECA NACIONAL DEL PERÚ

Sinesio López Jiménez

Director de la Biblioteca Nacional

Nelly Mac Kee de Maurial

Directora Técnica

Editor

Luis Valera Díaz

Diagramación:

José Luis Portocarrero Blaha

Secretaria:

María Elena Chachi Gambini

Coordinación:

Enrique Arriola Requena

Esta publicación ha sido posible gracias al apoyo de la Organización

de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura.

© Biblioteca Nacional del Perú

Lima, 2005

Reservados todos los derechos.

Depósito Legal: 2002-2127

ISSN: 1683-6197

Biblioteca Nacional del Perú - Av. Abancay cuadra 4, Lima 1. Teléfono: 428-7690.

Fax: 427-7331 http: /

/www.binape.gob.pe

Correo electrónico:

dn@binape.gob.pe

Todos los grabados de este número de

Libros & Artes

pertenecen

al libro “Vestidos del Mundo” de Cesare Vicellio

tor, un capitán de fortuna,

una orden conventual, una

bandería, una casa dinástica,

en tanto que la segunda, con

fingido desapego del poder,

ansía el descargo personal y

la vindicación decorosa. La

crónica es encomiástica, triun-

fal, vive el presente y sin se-

gundos temores se abre al

porvenir. La memoria, ególa-

tra, vive de espaldas al futu-

ro, tiene de revanchismo y de

denuncia y al escarbar el pre-

térito halla culpables en cual-

quier rincón. La crónica es

concisa, huye de la prolijidad

y pide difusión inmediata por-

que se dirige a sus coetáneos,

la memoria, como calculada

filmación al ralentí, se expla-

ya hasta la monotonía y repu-

dia urgencias porque es un

legado a la posteridad. El cro-

nista es figurante bisoño que

al subir a escena echa a vuelo

las campanas, el memorialis-

ta, que en su día fue primer

actor, es curtido, estadista ba-

quiano o general retirado,

au-

dessus de la mêlée

. La crónica es

un lienzo nuevo de pintor con

los colores aún húmedos, la

memoria es un mural antiguo

cuya vejez delatan retoques y

fisuras.

Por fin, entre los paradig-

mas o tipos de la historiografía

clásica la crónica es esfuerzo

de neófito que seduce por lo

espontáneo y desliza imágenes

con la soltura y fluidez de

quien divulga noticias desde

el lugar y momento en que

nacen. La memoria no sabe de

actos primos: es un examen dis-

currido en paciencia, ardua re-

flexión que se elabora desde

un exilio espiritual. En estado

puro, la crónica es tanteo gar-

boso y lozana flor de prima-

vera, alba y juventud del gé-

nero. La memoria es análisis

post facto

, inventario tardío y re-

cuento grisáceo, canto de cis-

ne o rumia de cuartel de in-

vierno, un poco solemne y un

poco triste, verdadera jubila-

ción del hombre público.

MEMORIALISTAS DE LA

EMANCIPACIÓN

Tuvimos poca fortuna en

cuestión de memorialistas so-

bre la guerra que culminó en

Ayacucho el 9-XII-1824. Nos

faltan peruanos, aunque sobra

copioso material histórico.

Hay, sí, memorias de genera-

les realistas que capitularon

ante Sucre –esos como

Villalobos, Canterac, Monet,

que con picardía socarrona la

España fernandina rebautizó

de ‘los ayacuchos’ y que más

tarde fueron, en el tráfago de

las guerras carlistas, valioso

capital político y apoyo del re-

gente Espartero. Tales, los

descargos y justificaciones de

Jerónimo de Valdez, gran tác-

tico cuya decantada probidad

no le impidió traicionar a La

Serna en el motín de Az-

napuquio (

Documentos para la

historia de la guerra separatista del

Perú

, Madrid, 1894-96, 4 vol.),

los de Andrés García Camba,

de posterior y agitada vida

pública en la península (

Memo-

rias para la historia de las armas

españolas en el Perú

, Madrid,

1846, 2 vol.) o del tozudo José

Ramón Rodil, que volvió a su

patria con aureola de héroe

numantino y llegó a presiden-

te de un Consejo de ministros

(

Memoria del sitio del Callao

, Se-

villa, 1955).

Es saludable contrastar

esos alegatos de exculpación

y defensa con los de autores

patriotas, vgr. del tucumano

Bernardo Monteagudo, mo-

narquista de corazón, hombre

de confianza y ministro de

San Martín, que murió asesi-

nado en Lima en una oscura

callejuela y en circunstancias

nunca aclaradas (

Memoria so-

bre los principios políticos que se-

guí en la administración del Perú

..., Quito 1823) y otros testi-

gos de época que porme-

norizan los aspectos castren-

ses de la guerra, como José

Arenales (

Memoria histórica de