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LIBROS & ARTES

Página 11

CLEMENTE PALMA

“(...) Júntese a esto el que Cle-

mente Palma es el hombre

más feo que ha parido madre

y se tendrá idea de lo mucho

que tiene que haber sufrido

el pobrecito. Zambo, casi ne-

gro, paradas las orejas como

las de un murciélago, los bel-

fos gruesos, carnosos y vol-

teados, la cara enjuta, los ojos,

unos ojos de ranacuajo y los

bigotes crespos llevados a la

Káiser. Tal es Clemente Pal-

ma. No hay mujer que se atre-

va a quererle. Esto es lo que

ha querido y quiere, todavía,

vengar”.

JOSÉ GABRIEL COSSÍO

“Cuando muera, sus deudos

pondrán en su lápida la si-

guiente inscripción, que dice

cuanto de él puede decirse:

Aquí yace José Gabriel

Cossío. ¡Fue un cojudo!”

JOSÉ PARDO

“Su primer acto fue hacerse

nombrar presidente del país,

sirviéndose para ello del co-

hecho, la mentira y el frau-

de, que son, digámoslo de

una vez, las armas de com-

bate del partido al que perte-

nece: el Partido Civil, sangui-

juela nefasta y oprobiosa que

chupa los dineros fiscales,

como vampiresa histérica y

corrompida”.

NICOLÁS DE PIÉROLA

“Hombres ha habido tan fa-

náticamente patriotas que

para dormir se cubrían con

la bandera de su país. Al re-

vés de ellos, Piérola hizo que

la Constitución del Perú le sir-

viera de lecho. No se vaya a

creer que dormía sobre ella,

no; hendía las entrañas de su

amante. Tenía la voluptuosi-

dad de los sacrílegos. Hay que

maldecirle”.

RICARDO PALMA

“Talento fue lo que nunca

pudo poner en su obra. Por

eso no le podemos dar sino

este título: historiador anecdó-

tico del Perú. Si hemos de

hacer catálogo literario, le re-

servaremos el último fichero.

Estará junto a los histriones.

Lo único a que pudo aspirar

fue a hacer reír. Ha podido

morir satisfecho, pues que lo

consiguió. Ahora, como las

gallinas atacadas de gripe, ha

metido entre las alas, que solo

supieron volar a ras de tierra,

eso que él creía cabeza. Ale-

grémonos. Es un abuelo me-

nos, y los abuelos nos tienen

hasta la coronilla...”

SÁNCHEZ CERRO

“Es la personificación de la

inmundicia. Por él gloglotean

las cloacas con más deleite y

le exhiben los excretos que

arrastran, como si le presen-

tasen armas militarmente. Es

el abanderado de los barriales

de la basura, el presidente de

los desperdicios. Su nombre

no se graba con tinta sino con

repugnancia, y es lo que resta

sobre el papel higiénico en la

reserva de las letrinas, pues

no hay trasero que no sepa

escribirlo. Sánchez Cerro o el

excremento. Se lo lleva siem-

pre la bondadosa cadena de

los W.C.”.

ÓSCAR R. BENAVIDES

“Óscar R. Benavides com-

pendia y concreta en sí todas

las características de un

dictadorcillo de ópera bufa.

Desgraciado ha sido el Perú

ANTOLOGÍA

DEL AGRAVIO

Alberto Hidalgo

Alberto Hidalgo bien podría ser el ‘abuelo dinamitero

de nuestra

tradición literaria. A través del libelo ejerció una violencia verbal que lo

convirtió, pese a quien le pese, en un maestro del denuesto. Para demostrarlo,

hemos entresacado algunas citas de la reciente edición de

De muertos,

heridos y contusos

, a cargo de Sur (Lima, 2004).

para producir tiranos. Nun-

ca los hemos tenido».

UNA CARTA A BORGES

Querido Borges:

Voy a refrescarle la memo-

ria.

Hace unos meses, varios,

muchos, una noche, pasadas

las 24, frente a la Confitería

del Molino, Ud. tuvo un bre-

ve apuro. Quería acompañar

a una amiga hasta su casa,

en Villa No Sé Cuántos. El

automóvil costaría, según sus

cálculos, 3 o 4 pesos. Como

Ud. no tenía ninguno, yo le

presté diez. De modo que

Ud. pudo irse con la chica,

solos los dos, y juntos, den-

tro del auto y bajo la noche.

Y de seguro que no pasó

nada. ¡Nunca pasa nada en-

tre Ud. y una mujer!

Corrió el tiempo. Cierta vez,

en el Royal Séller, extrajo Ud.

su cartera y de ella un billete,

nuevecito, de diez pesos, con

desánimo de dármelos. Eran

para abonar la consumación.

Pero me dijo:

—No tengo sino esto. El miér-

coles cobraré un artículo en «La

Prensa».

—¡Hombre! –le respondí,

¡cuando usted pueda! ¡No fal-

taba más!

No volví a verlo. Desapareció

de la tertulia y olvidó la cuen-

tecilla, no obstante haber co-

brado, de seguro, varios artícu-

los en «La Prensa».

Ahora bien: desde hace algún

tiempo, todo lo que usted es-

cribe me parece malo, muy

malo, cada vez peor. ¡Ud. con

tanto talento, escribiendo pue-

rilidades! ¡No puede ser! Temo

que mi juicio adolezca de par-

cialidad, a causa de los diez

pesos que me debe. Págueme-

los, querido Borges. Quiero

recobrar mi independencia.

¡Concédame el honor de vol-

ver a admirarlo!

Por otra parte, el dinero es su-

cio. Ud. y yo estamos por en-

cima de él. Haga, pues, una

cosa decente: vaya a una li-

brería, compre unos libros

por valor de diez pesos. Y me

los manda por correo certifi-

cado. Los libros que, a su jui-

cio, yo deba leer y los cuales

–imagino– no serán los suyos.

Nada más. Eso será suficien-

te para que pierda mi carác-

ter, horrible, de acreedor.

Presente mis respetos a su fa-

milia. A Ud. yo lo recuerdo

constantemente. ¡Y no por la

deuda!

Un estrujón de manos. A.H.

ÁTOMOS

66

He oído decir que el

androginismo es vicio de los

seres superiores. No es cier-

to. Hay burros maricones. El

doctor José Pardo, presiden-

te del Perú, puede servir de

ejemplo...

67

Yo también soy académico de

la lengua; pero de la verdade-

ra. La manejo a las mil mara-

villas. Quien lo dude, que se

lo pregunte a las mujeres que

he querido...

107

No existe la vocación profe-

sional. Los individuos se de-

dican no a lo que quisieran

sino a lo que su raza les im-

pone, sin que ellos mismos se

den cuenta de la imposición.

Los ingleses son comercian-

tes; los españoles, poetas; los

italianos, pulperos; los alema-

nes, militares, y así por el esti-

lo. Si yo, por ejemplo, en vez

de español fuera japonés, a

esta hora no estaría escribien-

do sino manejando una nava-

ja de barba o unas tijeras en

el fondo de cualquier pelu-

quería.

113

El editor o librero son para el

autor lo que los agiotistas para

los horteras. Los autores de-

beríamos formar un complot

con el objeto de saquear a los

libreros. Les robaríamos –siem-

pre que se dejasen, por su-

puesto–, sin temor de perder

el alma, puesto que “quien

roba a un ladrón tiene perdón

de Dios”.