LIBROS & ARTES
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brada cuando Sologuren
leyó una serie muy bella de
poemas cortos que titulaba
“Estancias”, serie que por
desgracia no recogió años
después en su libro
Vida con-
tinua
. Si Sologuren y Rose, en
ese momento, representaban
tendencias poéticas extremas,
Carlos Germán Belli –tími-
do y esquivo– significaba una
oposición marginal a ambas
propuestas con una poesía
distinta que influiría en algu-
nos de los nuevos poetas,
como en el primer Marco
Martos, quien escribió ver-
sos como éste: “Soy un
daltónico raro. Todo lo veo
negro”. Pero para mí la gran
revelación de aquel recital fue
la poesía (límpida, solar) de
Javier Heraud, un muchacho
al que por prejuicio social yo
había mostrado escasa, por
no decir nula, simpatía. No
sospechaba siquiera que ya
por esos días estaría prepa-
rando el viaje mítico que lo
conduciría a su muerte tem-
prana.
UN VERSO CALIDO Y
SENTENCIOSO
Concluido el episodio
con la Católica, Wáshington
continuó su tranquilo magis-
terio en San Marcos –prime-
ro en la Casona y luego en la
recién inaugurada Ciudad
Universitaria– en su doble
condición de poeta y maes-
tro. Si con su manera de ser
creó la imagen del poeta uni-
versitario, modesto y sapien-
te, que escapaba a los este-
reotipos del romanticismo y
digamos de la tradición de
los bardos, su poesía se dis-
tinguía con nitidez de la poe-
sía social vigente, en verdad
más bien elemental en sus
contenidos ideológico-polí-
ticos, en exceso fácil y sono-
ra y casi siempre terrible-
mente sentimental. Tal como
la había plasmado en
Para
vivir mañana
–el mejor de los
libros de su primera época–,
un poco en la línea de Brecht
y del realismo crítico, su poe-
sía hablaba a la humana ra-
zón, pero con un verso cáli-
do y sentencioso: “El que tie-
ne el poder tiene mi alma”,
“El que encuentra el fuego,
ese es el hombre”, “Cuando
alguien habla del espíritu /
cuida bien de tus bolsillos”,
o este otro de
Días del cora-
zón:
“Un camino equivoca-
do es también un camino”.
Y todo esto hizo que la in-
fluencia de la poesía de
Wáshington fuera conside-
rable en los poetas más jó-
venes del momento, como
en el primer Antonio
Cisneros, el de
David
y
Co-
mentarios reales
. Entretanto se
empezaban a publicar textos
poéticos que señalaban un
claro alejamiento e incluso
ruptura con la poesía del 50.
Ruptura formal en cuanto al
sistema del verso elegido,
rechazo de la oposición poe-
sía pura-poesía social y re-
planteamiento en la manera
de entender el compromiso
social. Porque, entre tanto,
Javier Heraud había muerto
en la selva de Madre de Dios
y Rodolfo Hinostroza des-
de Cuba y en los días de la
crisis de los cohetes escribía
Consejero del lobo
(libro deslum-
brante, sólo comparable en
esplendor verbal a
Reinos
de
Eielson), y en el cual se res-
pira una atmósfera de des-
ilusión y de escepticismo
frente a las imposiciones y
avatares de la Historia.
Como maestro, Wá-
shington no era un perturba-
dor de conciencias y su pen-
samiento, creo yo, corres-
pondía al del humanista que
ha leído con lucidez a Marx
y que sabe celebrar la belleza
sensorial del mundo y la vida.
Cuánto lamento ahora no
haberle formulado algunas
preguntas, en especial sobre
su etapa formativa y su rela-
ción con el marxismo. Por
cierto, era un erudito con una
mente brillante abierta a to-
das las corrientes del pensa-
miento occidental. Ignoro
cuándo se produjo su pri-
mer encuentro con el mar-
xismo, pero en cualquier for-
ma su permanencia en Es-
paña y Francia y su viaje a la
Unión Soviética debieron ser
decisivos. Seguramente leyó
textos de Lenin, Trotsky y
Stalin y también seguramen-
te conocía las implacables
luchas dentro del movimien-
to comunista internacional;
pero su adhesión al marxis-
mo, si la hubo, no correspon-
día al del marxista militante,
ortodoxo y partidista, sino al
del marxista humanista, aquel
que sobre todo se ha for-
mando leyendo con espíritu
libre algunos de los textos
clásicos de Marx, así como
a otros autores de la conste-
lación marxista, como, diga-
mos, Mariátegui, Vallejo y
Brecht, lo cual determinó
que en el campo de la ideo-
logía política, Wáshington
estuviera ubicado bastante
más a la izquierda de las po-
siciones social demócratas, lo
suficientemente distante
como para mirar con sim-
patía y esperanza los movi-
mientos revolucionarios de
esos años.
Así como ahora el vien-
to del mundo sopla hacia la
derecha, por esos años so-
plaba hacia la izquierda, que
era el lugar exacto donde,
pese a razonables dudas, la-
tía el corazón de los jóvenes
poetas y escritores. No era
malo ese mundo que giraba
hacia el Este y que hombres
sabios como Wáshington te
permitían comprender a
partir de la aceptación de
todo lo existente. Como tan-
tos otros de mi generación,
y después de haberlo escu-
chado a hurtadillas y como
a pedacitos durante dos o
tres años, un día decidí mos-
trarle mis primeros cuentos
pues yo estaba ansioso por
Wáshington Delgado el día de su recepción en la Academia Peruana de la Lengua, con Luis Jaime Cisneros y Jorge
Puccinelli.
“De esa amistad, que duró el resto de la vida de Wáshington
y de la cual fui yo el gran beneficiado, he querido evocar estos primeros años
decisivos en mi etapa formativa no sólo en relación a mi vocación literaria.
Recuerdo que salía de su casa cargado de libros y con el nombre de un nuevo
autor que debería leer de manera urgente.”
saber si tenía o no cualida-
des de creador de ficciones.
Los comentarios de Wáshin-
gton, por una parte, me in-
citaron a seguir escribiendo,
y, por otra, me permitie-
ron acceder al mundo litera-
rio limeño, del cual por ti-
midez y soberbia yo me ha-
bía mantenido absolutamente
apartado. Pero lo principal
fue que me brindó su amis-
tad abriéndome las puertas
de su casa, cuyo centro y eje
era su espléndida y maravi-
llosa biblioteca. De esa amis-
tad, que duró el resto de la
vida de Wáshington y de la
cual fui yo el gran beneficia-
do, he querido evocar estos
primeros años decisivos en
mi etapa formativa no sólo
en relación a mi vocación li-
teraria. Recuerdo que salía de
su casa cargado de libros y
con el nombre de un nuevo
autor que debería leer de ma-
nera urgente. Leí, por ejem-
plo, a Pérez Galdós, Leo-
poldo Alas y Pío Baroja, au-
tores que, por prejuicios con-
tra la narrativa española mo-
derna o por pereza o sim-
plemente por ignorancia, no
había leído. Y merced a su
incitación, siempre persuasi-
va y de manera oblicua, leí
En busca del tiempo perdido,
que
fue una de las experiencias
fundamentales de mi vida…
El viaje a Cuba fue una
especie de viaje iniciático
para los jóvenes de mi gene-
ración, aunque yo no estuve
entre los que lo emprendie-
ron. En cambio, hice un lar-
go viaje de muchos meses
por la región andina del cen-
tro y el sur del país, viaje que
me llevó después a instalar-
me como profesor en una
comunidad campesina del
valle del Mantaro. Se trató,
por supuesto, de mi propia
respuesta al llamado de la
época. De modo que he te-
nido que renunciar a mi tra-
bajo de profesor en una co-
nocida academia de ese en-
tonces. Y voy ligerísimo de
equipaje y con el espíritu li-
bre y feliz pese a las som-
brías noticias que se ciernen
sobre Cuba. Y salvo
Los ríos
profundos
, sólo viajo armado
de libros de poesía, entre los
que se encuentra
Para vivir
mañana,
pues como dije al
empezar este texto era la
hora de la poesía y de los
poetas.