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LIBROS & ARTES

Página 22

brada cuando Sologuren

leyó una serie muy bella de

poemas cortos que titulaba

“Estancias”, serie que por

desgracia no recogió años

después en su libro

Vida con-

tinua

. Si Sologuren y Rose, en

ese momento, representaban

tendencias poéticas extremas,

Carlos Germán Belli –tími-

do y esquivo– significaba una

oposición marginal a ambas

propuestas con una poesía

distinta que influiría en algu-

nos de los nuevos poetas,

como en el primer Marco

Martos, quien escribió ver-

sos como éste: “Soy un

daltónico raro. Todo lo veo

negro”. Pero para mí la gran

revelación de aquel recital fue

la poesía (límpida, solar) de

Javier Heraud, un muchacho

al que por prejuicio social yo

había mostrado escasa, por

no decir nula, simpatía. No

sospechaba siquiera que ya

por esos días estaría prepa-

rando el viaje mítico que lo

conduciría a su muerte tem-

prana.

UN VERSO CALIDO Y

SENTENCIOSO

Concluido el episodio

con la Católica, Wáshington

continuó su tranquilo magis-

terio en San Marcos –prime-

ro en la Casona y luego en la

recién inaugurada Ciudad

Universitaria– en su doble

condición de poeta y maes-

tro. Si con su manera de ser

creó la imagen del poeta uni-

versitario, modesto y sapien-

te, que escapaba a los este-

reotipos del romanticismo y

digamos de la tradición de

los bardos, su poesía se dis-

tinguía con nitidez de la poe-

sía social vigente, en verdad

más bien elemental en sus

contenidos ideológico-polí-

ticos, en exceso fácil y sono-

ra y casi siempre terrible-

mente sentimental. Tal como

la había plasmado en

Para

vivir mañana

–el mejor de los

libros de su primera época–,

un poco en la línea de Brecht

y del realismo crítico, su poe-

sía hablaba a la humana ra-

zón, pero con un verso cáli-

do y sentencioso: “El que tie-

ne el poder tiene mi alma”,

“El que encuentra el fuego,

ese es el hombre”, “Cuando

alguien habla del espíritu /

cuida bien de tus bolsillos”,

o este otro de

Días del cora-

zón:

“Un camino equivoca-

do es también un camino”.

Y todo esto hizo que la in-

fluencia de la poesía de

Wáshington fuera conside-

rable en los poetas más jó-

venes del momento, como

en el primer Antonio

Cisneros, el de

David

y

Co-

mentarios reales

. Entretanto se

empezaban a publicar textos

poéticos que señalaban un

claro alejamiento e incluso

ruptura con la poesía del 50.

Ruptura formal en cuanto al

sistema del verso elegido,

rechazo de la oposición poe-

sía pura-poesía social y re-

planteamiento en la manera

de entender el compromiso

social. Porque, entre tanto,

Javier Heraud había muerto

en la selva de Madre de Dios

y Rodolfo Hinostroza des-

de Cuba y en los días de la

crisis de los cohetes escribía

Consejero del lobo

(libro deslum-

brante, sólo comparable en

esplendor verbal a

Reinos

de

Eielson), y en el cual se res-

pira una atmósfera de des-

ilusión y de escepticismo

frente a las imposiciones y

avatares de la Historia.

Como maestro, Wá-

shington no era un perturba-

dor de conciencias y su pen-

samiento, creo yo, corres-

pondía al del humanista que

ha leído con lucidez a Marx

y que sabe celebrar la belleza

sensorial del mundo y la vida.

Cuánto lamento ahora no

haberle formulado algunas

preguntas, en especial sobre

su etapa formativa y su rela-

ción con el marxismo. Por

cierto, era un erudito con una

mente brillante abierta a to-

das las corrientes del pensa-

miento occidental. Ignoro

cuándo se produjo su pri-

mer encuentro con el mar-

xismo, pero en cualquier for-

ma su permanencia en Es-

paña y Francia y su viaje a la

Unión Soviética debieron ser

decisivos. Seguramente leyó

textos de Lenin, Trotsky y

Stalin y también seguramen-

te conocía las implacables

luchas dentro del movimien-

to comunista internacional;

pero su adhesión al marxis-

mo, si la hubo, no correspon-

día al del marxista militante,

ortodoxo y partidista, sino al

del marxista humanista, aquel

que sobre todo se ha for-

mando leyendo con espíritu

libre algunos de los textos

clásicos de Marx, así como

a otros autores de la conste-

lación marxista, como, diga-

mos, Mariátegui, Vallejo y

Brecht, lo cual determinó

que en el campo de la ideo-

logía política, Wáshington

estuviera ubicado bastante

más a la izquierda de las po-

siciones social demócratas, lo

suficientemente distante

como para mirar con sim-

patía y esperanza los movi-

mientos revolucionarios de

esos años.

Así como ahora el vien-

to del mundo sopla hacia la

derecha, por esos años so-

plaba hacia la izquierda, que

era el lugar exacto donde,

pese a razonables dudas, la-

tía el corazón de los jóvenes

poetas y escritores. No era

malo ese mundo que giraba

hacia el Este y que hombres

sabios como Wáshington te

permitían comprender a

partir de la aceptación de

todo lo existente. Como tan-

tos otros de mi generación,

y después de haberlo escu-

chado a hurtadillas y como

a pedacitos durante dos o

tres años, un día decidí mos-

trarle mis primeros cuentos

pues yo estaba ansioso por

Wáshington Delgado el día de su recepción en la Academia Peruana de la Lengua, con Luis Jaime Cisneros y Jorge

Puccinelli.

“De esa amistad, que duró el resto de la vida de Wáshington

y de la cual fui yo el gran beneficiado, he querido evocar estos primeros años

decisivos en mi etapa formativa no sólo en relación a mi vocación literaria.

Recuerdo que salía de su casa cargado de libros y con el nombre de un nuevo

autor que debería leer de manera urgente.”

saber si tenía o no cualida-

des de creador de ficciones.

Los comentarios de Wáshin-

gton, por una parte, me in-

citaron a seguir escribiendo,

y, por otra, me permitie-

ron acceder al mundo litera-

rio limeño, del cual por ti-

midez y soberbia yo me ha-

bía mantenido absolutamente

apartado. Pero lo principal

fue que me brindó su amis-

tad abriéndome las puertas

de su casa, cuyo centro y eje

era su espléndida y maravi-

llosa biblioteca. De esa amis-

tad, que duró el resto de la

vida de Wáshington y de la

cual fui yo el gran beneficia-

do, he querido evocar estos

primeros años decisivos en

mi etapa formativa no sólo

en relación a mi vocación li-

teraria. Recuerdo que salía de

su casa cargado de libros y

con el nombre de un nuevo

autor que debería leer de ma-

nera urgente. Leí, por ejem-

plo, a Pérez Galdós, Leo-

poldo Alas y Pío Baroja, au-

tores que, por prejuicios con-

tra la narrativa española mo-

derna o por pereza o sim-

plemente por ignorancia, no

había leído. Y merced a su

incitación, siempre persuasi-

va y de manera oblicua, leí

En busca del tiempo perdido,

que

fue una de las experiencias

fundamentales de mi vida…

El viaje a Cuba fue una

especie de viaje iniciático

para los jóvenes de mi gene-

ración, aunque yo no estuve

entre los que lo emprendie-

ron. En cambio, hice un lar-

go viaje de muchos meses

por la región andina del cen-

tro y el sur del país, viaje que

me llevó después a instalar-

me como profesor en una

comunidad campesina del

valle del Mantaro. Se trató,

por supuesto, de mi propia

respuesta al llamado de la

época. De modo que he te-

nido que renunciar a mi tra-

bajo de profesor en una co-

nocida academia de ese en-

tonces. Y voy ligerísimo de

equipaje y con el espíritu li-

bre y feliz pese a las som-

brías noticias que se ciernen

sobre Cuba. Y salvo

Los ríos

profundos

, sólo viajo armado

de libros de poesía, entre los

que se encuentra

Para vivir

mañana,

pues como dije al

empezar este texto era la

hora de la poesía y de los

poetas.