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LIBROS & ARTES

Página 23

“La muerte del doctor Octavio Aguilar”, de

Wáshington Delgado, En:

Premio COPE

de Cuento 1979

. Lima: Ediciones

COPE, 1981. pp 143-167.

Delgado, Wáshington:

Historia de

Artidoro

. Lima: Seglusa Editores/Edi-

torial Colmillo Blanco, 1994.

pesar de sus diferencias, o

incluso gracias a ellas, am-

bos seres parecen marcar el mis-

mo paso a medida que avanzan

hacia la muerte o vienen desde

ella.

“La muerte del doctor

OctavioAguilar” (Primer Premio

en COPE de Cuento 1979), de

Wáshington Delgado, nos pre-

senta un personaje que, sorpren-

dido por la muerte en pleno dic-

tado de clase, no puede cumplir

el inmediato trámite de desha-

cerse de su cuerpo y descansar en

paz, pues lo atan compromisos

diversos, uno de los cuales, aca-

so el más importante, es evitar a

toda costa los gestos dramáticos

(y la muerte lo es) o ridículos (ni

la muerte se libra de ser ridícula

en ocasiones). Porque se consi-

dera “hombre escéptico y razo-

nador”, el doctor Octavio

Aguilar, profesor universitario,

padre de familia, reposado, dis-

creto, y amante de la poesía de

José María Eguren, no puede

permitirse el desorden, el escán-

dalo o la falta de tacto de llamar

la atención sobre su repentina

muerte en el aula, y así lo vemos

respondiendo aún con irónica

elegancia a la pedante interven-

ción de un alumno, para quien

los versos de Eguren son una

excusa para desplegar su gélido

furor interpretativo; o dejando

que un colega lo acerque hasta su

casa, en donde una tía política, a

su vez, lo obligará a almorzar y a

recibir luego la visita de otros

colegas con la nueva de su eleva-

ción al decanato, la misma que

deberá agradecer con un discur-

so de ocasión. Incluso, el doctor

Octavio Aguilar se propone, por

amor a su hijo, esperar el regreso

de su esposa desde Trujillo: “Su-

mergirse totalmente en la muerte

con la familia partida, el hijo pe-

queño y sin madre, era un dispa-

rate. No debía precipitarse, no

debía ser egoísta”.

Abandonar sucesivamente

el salón de clases y el claustro uni-

versitario durante la mañana, al-

canzar después su casa, y ya allí el

refugio nocturno de su habita-

ción, atravesando el parloteo in-

cesante de la tía o el abrazo cor-

dial de colegas y alumnos, son

sentidos por el difunto doctor

Octavio Aguilar como obstácu-

los que debe ir venciendo, uno

tras otro, con dignidad, en una

suerte de odisea a escala domés-

tica, que concluirá por fin en el

descanso deseado. Como en

“Los Reyes Rojos”, el poema de

Eguren que paladeaba aquel día

en clase, Octavio Aguilar libra un

combate desde tempranas horas

hasta la noche contra la delicada

pero pertinaz telaraña de las con-

venciones sociales, laborales y fa-

miliares: “Luchar contra la reali-

dad desde el trasmundo de la

muerte resultaba una dura faena”.

La imagen, cargada de fino

humor, de quien “benévolo y

difunto” o “difunto y sonrien-

te” o “difunto y decano” o in-

cluso “difunto y bien alimenta-

do”, recorre pasillos universita-

rios o calles o escaleras de su casa

guardando la compostura, hacia

el cumplimiento o la culmina-

ción de su propia muerte a tra-

vés del desasimiento del cuerpo

y sus ataduras mundanas, es, en

cierta forma, retomada 15 años

después y en un tono más bien

sombrío en el personaje de

Artidoro, en el admirable

poemario

Historia de Artidoro

(1994).

Artidoro camina hacia la

muerte, / serio, formal, bien arregla-

do, hijo único / ... Artidoro camina

hacia la muerte / como todos los días

/ y ni siquiera esconde en los bolsillos

/ las afiebradas manos / porque su

madre le pidió hace tiempo / que guar-

dara adecuada compostura / en la casa

y en la calle y en la iglesia, / en cual-

quier sitio donde asentara sus pies o

su desdicha...

El talante cortés y discreto

de ambos seres ofrece una curio-

sa coincidencia. Incluso en los

aspectos en los que ellos difie-

ren, se observa un juego de suti-

les contrapuntos que no los dis-

tancia, sino que los hermana aún

más, desde la forma misma

como llegan hasta nosotros:

Octavio Aguilar, en una prosa

plena de lirismo; Artidoro, en

versos que adquieren sostenido

aliento narrativo, sobre todo ha-

cia el final del libro, cuyo título

también nos remite a la prosa.

Octavio Aguilar, es, asimismo,

un catedrático respetado por co-

legas y alumnos, un padre de fa-

milia amado por los suyos.

Artidoro,

sin familia llorosa ni an-

tiguos compañeros

. El doctor

Octavio Aguilar degusta ensi-

mismado “la melancólica poesía

sin tragedia de José María

Eguren” y es un cumplido eje-

cutor de “esas pequeñas tareas

de la apacible vida burguesa”.

Artidoro, en cambio, sufrió pri-

sión por sus ideas, se salvó mi-

lagrosamente de morir en un fu-

silamiento masivo, pudo escapar

de la fosa común, y llevar una

vida errabunda hasta que se es-

tableció en Lima.

Hasta en los detalles más

aparentemente triviales, observa-

mos una extraña danza de afini-

dad/oposición entre ambos per-

sonajes: Octavio Aguilar no

fuma, aunque ir a comprar ciga-

rrillos es lo primero que se le ocu-

rre decir cuando se encuentra con

su hijo y no quiere lucir desorien-

tado; y más adelante rechaza, casi

con heroísmo, una buena taza

de café. Beber café y fumar son,

precisamente, los placeres de

Artidoro (“Dulce desvelo”,

“Defensa del tabaco y la lectu-

ra”), a los que se añade este de

leer, el cual, de hecho, comparte

con el doctorOctavioAguilar, ca-

tedrático de literatura.

Es curioso, pero ambos se-

res parecen encajar en las dos ca-

ras de la expresión popular

“muerto en vida”: Octavio

Aguilar vendría a serlo en el sen-

tido literal, pues se trata de un

muerto reciente obligado a cum-

plir aún los pertinaces rituales de

la existencia; y Artidoro, en el fi-

gurado, ya que desde el día en

que en una pampa lejana sobre-

vivió al fusilamiento, ha condu-

cido una solitaria y “oscura exis-

tencia”.

Pero llegó la vida, / desde el

profundo reino de la muerte, / a le-

vantar su cuerpo. / Su cuerpo que

hoy pasea lentamente por las calles de

Lima.

(“El encanto de Lima”).

La disposición de los hechos

y la voz narrativa, que se sitúa

muy cerca del personaje princi-

pal al punto que podría ser su

conciencia, dotan a “La muerte

del doctor Octavio Aguilar” de

una espléndida ambigüedad, ya

que cabría la sospecha de que el

protagonista no estuviese real-

mente muerto, sino que se

asumiese como tal en virtud de

su hastío o la aguda conciencia

de la futilidad de las cosas.

Sea como fuere, esta imagen

de un ser fantasmal que camina,

se prodiga en el cuento y en el

poemario, así como ese meditar

en esto y aquello con distancia-

miento, rotas las amarras de la

vida de todos, de sus preocupa-

ciones banales, de su “perfume

insustancial”. El doctor Octavio

Aguilar, a través de la voz narra-

tiva, desliza un “¿Qué le podía

importar todo esto?”. Artidoro,

por su parte, se pregunta:

¿Qué

fin tiene la vida? / ¿Para qué pelear?

¿Por qué morir?

(“Vuelve Artidoro

a contemplar la muerte”).

Desde una prosa y unos ver-

sos límpidos y sentidos, Octavio

Aguilar y Artidoro, respectiva-

mente, nos recuerdan en cierta

forma a seres como Bartleby, el

inolvidable personaje deMelville,

encallado en una orilla de la reali-

dad. El estribillo de Bartleby, su

“Preferiría no hacerlo”, bien po-

dría acompañar como una mú-

sica en sordina a estos persona-

jes, también encallados y tam-

bién inolvidables, de Wáshing-

ton Delgado.

En “Un caballo en casa”,

uno de los poemas mas hermo-

sos de

Historia de Artidoro

, lee-

mos estos versos, cuyo ritmo

podría ir marcando, perfecta-

mente, el paso errático del doc-

tor Octavio Aguilar a lo largo del

cuento:

En la ciudad muerta y anó-

nima, / entre los muertos sin nom-

bre, yo camino / como un muerto

más. / Las gentes me miran o no me

miran, / tropiezan conmigo y se dis-

culpan / o me maldicen...

En algunos poemas de Jor-

ge Eduardo Eielson podemos

hallar una sensación semejante,

la de saberse unmuerto entre los

vivos, o entre otros muertos

como él:

Completamente azul y des-

peinado / El corazón y la cabeza

entre las nubes / Heme sin mejilla y

sin mirada / Con un rayo de luna en

el bolsillo / Para vivir / Uso una

máscara de carne y hueso / Un ciga-

rrillo y luego una sonrisa / O prime-

ro una sonrisa y luego un cigarrillo /

Posiblemente encendido / Visto saco

y pantalón planchado / Frecuento

hoteles amarillos / Nadie me espera

ni me conoce ni me mira / Mi cuerpo

es humo materia indiferente / Que

brilla brilla brilla / Y nunca es nada

(“Cuerpo transparente”/

Noche

oscura del cuerpo).

Volviendo a lo visto líneas

arriba, los lectores podríamos

aventurar la idea de que el perso-

naje deOctavioAguilar pudo ser,

sin perder en nada su consisten-

te identidad, el embrión en pro-

sa del personaje poético

Artidoro. Asimismo, sin exclu-

sión de la idea anterior, podría-

mos aventurar que Octavio

Aguilar y Artidoro pueden ser

dos expresiones no muy distin-

tas en el contenido, aunque sí en

el tono (risueño en un caso, se-

rio en el otro), de un mismo

núcleo de inquietudes existen-

ciales y estéticas de su autor.

Pero aquí me detengo. Mi

deseo no fue proponer aquellos

“informes conceptos anquilo-

sados y sin gracia” que impacien-

taban al bondadoso doctor

Octavio Aguilar aquella última

mañana en el salón de clases,

sino reencontrarme esta tarde y

otras más con el doctor Octavio

Aguilar y con Artidoro, dos cria-

turas literarias que caminan por

la vida y la muerte con íntegra

belleza, y, junto con ellos, con el

entrañable ser humano y poeta

del que nacieron, y cuya reciente

ausencia nos lastima.

Rossella Di Paolo

Criaturas cautivas, suspendidas en el tiempo, el doctor Octavio Aguilar y Artidoro

nacieron de la pluma de Wáshington Delgado, con una diferencia de 15 años. El primero,

en un cuento cargando de fino humor; el segundo, en un poemario de sentida belleza.

EL DOCTOR OCTAVIO

AGUILAR, ARTIDORO

Y LA MUERTE

Elizabeth Toguchi, Carlos Gassols, Wáshington Delgado, Pablo Guevara, Jorge Puccinelli y Esther Castañeda, 2001.

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