LIBROS & ARTES
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la cual se insinúa la lectura
alerta de Bertolt Brecht. El
poeta sabe que su materia
puede deslizarse al terreno
de la oratoria, de la agitación
bulliciosa, y por eso la gene-
rosidad de su impulso tien-
de a la condensación, a la
forma ceñida. En
Días del
corazón
trata, sobre todo, de
precisar cómo se funden la
intensidad de la vivencia per-
sonal con la extensión de la
realidad natural y social:
“Nunca tuve en el pecho tan-
to aire,/toco el extremo del
mar y siento/mi corazón en
su profundo sitio.//Mi co-
razón es igual/ a todo lo que
existe: a la montaña,/al ár-
bol, a las aguas, al tiempo./a
los animales, las cosas y los
hombres”, dicen con serena
exaltación los primeros ver-
sos de “Espacio del cora-
zón”. Es este un lirismo
panteísta y democrático,
como el de Walt Whitman,
al que complementa y enri-
quece el pathos profético y
agónico del Vallejo de
Poe-
mas humanos
. Así, en “Hom-
bre de pie”, el sacrificio vo-
luntario y la entrega del pro-
pio ser a los otros se vierten
en un discurso que, al mis-
mo tiempo, logra ser trági-
co y amablemente humorís-
tico: “Aquí yo soy un hom-
bre.Tomad/y comed de mi
zapato que es también/mi
cuerpo, que es también mi
sangre/ y mi sueño más
puro y mi guitarra”. La es-
tirpe vallejiana de ese yo poé-
tico se reconoce en su perfil,
que evoca rasgos tanto del
Charlot de Chaplin como de
Cristo.
La poesía deWáshington
Delgado, particularmente en
Días del corazón
, se orienta
hacia un horizonte utópico:
la fe del poeta no es ciega,
pero es firme. La tristeza que
con frecuencia oscurece el
timbre de la voz poética en
“El extranjero”(1952-56) o
“Destierro por vida” (1951-
70) no provienen del desen-
canto o el escepticismo, sino
más bien de la comproba-
ción de la lejanía de ese mun-
do pleno y justo. Hay otra
estructura de sensibilidad en
los poetas de la promoción
siguiente, la del 60, según lo
atestiguan ejemplarmente
Como higuera en un campo de golf
,
de Antonio Cisneros, y
Contranatura
, de Rodolfo
Hinostroza: en esos libros,
sin duda notables, el males-
tar y la inquietud del yo poé-
tico tienen su origen, al me-
nos parcialmente, en la im-
posibilidad de vivir por y
para la Utopía. En “Destie-
rro por vida”, en contraste,
el desasosiego nace de esa
paradójica nostalgia del fu-
turo que animó al progresis-
mo moderno: “En mi país
estoy,/en mi casa, en mi
cuarto,/en mi destierro”, di-
cen con tersa melancolía los
versos iniciales de “Canción
del destierro”. La vida, en-
tiende uno, está en otra par-
te: en el futuro. El yo poéti-
co no cede a la autocon-
miseración; tampoco inten-
ta ceñirse, como tantos otros,
la aureola del sufrimiento y
el martirio. De hecho, en el
mismo poema aclara que su
condición no es siempre
sombría: “Me rodea el silen-
cio y/–alguna vez–/ es ale-
gre el destierro”.
En la obra deWáshington
Delgado el motivo del exi-
lio no es una simple variante
del tópico de la alienación y
el desarraigo que define a
buena parte de la poesía
simbolista y posvanguardis-
ta. Ese tópico es el nervio de
“Walking Around”, que
Neruda incluyó en la segun-
da
Residencia en la tierra
; no me
parece azaroso que Delgado
titulase “Globe Trotter” al
que acaso sea el mejor poe-
ma de “Destierro por vida”,
pues de ese modo invita la
comparación entre ambos.
En el célebre poema de
Neruda, el yo poético
deambula, desquiciado, por
una pesadilla urbana de la cual
no puede sustraerse, mientras
que en el poema de Delga-
do el hablante poético decla-
ra: “He caminado por los
desiertos, toda mi vida/ y
nunca llegué a ninguna par-
te”. La figura del hablante es
análoga a la que, en otro
poema del mismo libro, se
retrata así: “Yo soy, señor, un
dromedario./Padezco sed y
hambre/ y hacia el oasis me
encamino”. El exilio, como
se ve, está ligado a un pere-
grinaje que a veces se siente
como una tarea de Sísifo,
pero que en todo caso su-
pone siempre la búsqueda
de un destino. Francisco de
Quevedo tradujo el vocablo
‘Utopía’ de la siguiente ma-
nera: “No hay tal lugar”. En
momentos de desánimo, la
voz poética parece suscribir
esa definición; con más fre-
cuencia, sin embargo, se tra-
ta de una tierra prometida
secular, de una sociedad sin
explotación ni exclusiones.
En el poema que le da
título a
Para vivir mañana
(1958-1961), la vivencia de la
soledad y el peso de la me-
lancolía no se resuelven en un
gesto introspectivo, intimista,
sino en el impulso de la co-
munión histórica y vital con
los oprimidos: “Para vivir
mañana debo ser una parte/
de los hombres reunidos./
Una flor tengo en la mano,
un día/ canta en mi interior
igual que un hombre”. Es-
tos versos son, en su temple
y su textura, similares a los
que por esos mismos años
escribía Javier Heraud, cuya
muerte trágica y temprana en
la guerrilla laceró a los poe-
tas e intelectuales contestata-
rios de las generaciones del
50 y el 60. En los poemas
de
Parque
(1964-1967) domi-
na la misma dicción precisa
y clara que se hallaba en
Para
vivir mañana
, pero la reden-
ción y la dicha se buscan en
las esferas de la naturaleza y
la memoria, antes que en los
ámbitos de lo social e histó-
rico: “Describo el aire/por-
que en el aire vivo/y porque
el sol me alumbra/el sol des-
cribo” confiesa, sobria y se-
gura, la voz poética. Esa ce-
lebración de la existencia se
origina en un asombro a la
vez sabio e ingenuo ante el
mundo sensible: no es difícil
reconocer aquí la afinidad
entre la visión del yo poéti-
co y la que anima la poesía
de otra gran figura del 27
español, Jorge Guillén. Por
lo demás, se nota en
Parque
–como años antes en
Formas
de la ausencia–
que el elemen-
to del poeta es el de la respi-
ración y los espacios abier-
tos.
Con la publicación de
Un
mundo dividido
en 1970 no se
agotó la escritura de Was-
hington Delgado.
El hijo del
gran conde
es un conjunto de
poemas en prosa que se
emparenta, en cierto modo,
con las fantasmagorías pos-
románticas y malditas del
Rimbaud de
Una temporada
en el infierno
. La autobiografía
imaginaria de un personaje
decadente, delirante y trans-
gresor puede parecer una
incrustación extraña en la
obra del autor de
Formas de
la ausencia
, pero hay una soli-
daridad soterrada entre las
personas del utopista y el vi-
dente: sus miradas ven más
allá de lo cotidiano, su tiem-
po no es el de la rutina. Más
aun, en la sociedad burguesa
se trata de presencias sospe-
chosas, marginales, que en-
carnan la posibilidad de otro
poder y otra realidad: “Solo
y perdido en una taberna
miserable, me enfrento a mi
propia grandeza: el traje su-
cio y raído, la cabellera en-
marañada, los ojos enrojeci-
dos después de diez noches
sin dormir, ¿quién podrá ne-
gar que soy un dios?”, dice el
protagonista en “Lachrima
Christi”. Por otro lado, los
poemas de
Historia de Artidoro
exploran, en un medio urba-
no degradado y hostil, las
vicisitudes y las fantasías de
personajes como los que
pueblan las ficciones de Ju-
lio Ramón Ribeyro. Si bien a
primera vista
El hijo del gran
conde
e
Historia deArtidoro
dan
la impresión de ser drásti-
camente disímiles, en ambos
hallamos que la manera del
poeta se ha tornado narra-
tiva: el personaje y la anéc-
dota (es decir, el otro y su
circunstancia) ocupan el es-
cenario del texto.
La producción poética
de Washington Delgado es,
sin duda, una de las más ri-
cas, consistentes y versátiles
entre aquellas que conforman
la Generación del 50, que ha
sido y es fértil en obras de
primer orden. Ciertamente, el
poeta que escribió “un cami-
no equivocado es también un
camino” no erró el suyo.
“Si el amor de pareja engendra
Formas de la ausencia
, la solidaridad
entre los hombres alienta en
Días del corazón
: el yo sale del reducto de la
intimidad al campo abierto de la experiencia política y social. La vocación de
encuentro con los otros y el impulso rebelde se expresan en una sensibilidad que,
con romántico voluntarismo, apuesta por el compromiso y el riesgo.”
Francisco Carrillo, Elsa Villanueva, Carlos Garayar, Lucha Delgado, Wáshington Delgado, Marco Martos, Edgardo
Rivera, 1972.