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LIBROS & ARTES

Página 19

la cual se insinúa la lectura

alerta de Bertolt Brecht. El

poeta sabe que su materia

puede deslizarse al terreno

de la oratoria, de la agitación

bulliciosa, y por eso la gene-

rosidad de su impulso tien-

de a la condensación, a la

forma ceñida. En

Días del

corazón

trata, sobre todo, de

precisar cómo se funden la

intensidad de la vivencia per-

sonal con la extensión de la

realidad natural y social:

“Nunca tuve en el pecho tan-

to aire,/toco el extremo del

mar y siento/mi corazón en

su profundo sitio.//Mi co-

razón es igual/ a todo lo que

existe: a la montaña,/al ár-

bol, a las aguas, al tiempo./a

los animales, las cosas y los

hombres”, dicen con serena

exaltación los primeros ver-

sos de “Espacio del cora-

zón”. Es este un lirismo

panteísta y democrático,

como el de Walt Whitman,

al que complementa y enri-

quece el pathos profético y

agónico del Vallejo de

Poe-

mas humanos

. Así, en “Hom-

bre de pie”, el sacrificio vo-

luntario y la entrega del pro-

pio ser a los otros se vierten

en un discurso que, al mis-

mo tiempo, logra ser trági-

co y amablemente humorís-

tico: “Aquí yo soy un hom-

bre.Tomad/y comed de mi

zapato que es también/mi

cuerpo, que es también mi

sangre/ y mi sueño más

puro y mi guitarra”. La es-

tirpe vallejiana de ese yo poé-

tico se reconoce en su perfil,

que evoca rasgos tanto del

Charlot de Chaplin como de

Cristo.

La poesía deWáshington

Delgado, particularmente en

Días del corazón

, se orienta

hacia un horizonte utópico:

la fe del poeta no es ciega,

pero es firme. La tristeza que

con frecuencia oscurece el

timbre de la voz poética en

“El extranjero”(1952-56) o

“Destierro por vida” (1951-

70) no provienen del desen-

canto o el escepticismo, sino

más bien de la comproba-

ción de la lejanía de ese mun-

do pleno y justo. Hay otra

estructura de sensibilidad en

los poetas de la promoción

siguiente, la del 60, según lo

atestiguan ejemplarmente

Como higuera en un campo de golf

,

de Antonio Cisneros, y

Contranatura

, de Rodolfo

Hinostroza: en esos libros,

sin duda notables, el males-

tar y la inquietud del yo poé-

tico tienen su origen, al me-

nos parcialmente, en la im-

posibilidad de vivir por y

para la Utopía. En “Destie-

rro por vida”, en contraste,

el desasosiego nace de esa

paradójica nostalgia del fu-

turo que animó al progresis-

mo moderno: “En mi país

estoy,/en mi casa, en mi

cuarto,/en mi destierro”, di-

cen con tersa melancolía los

versos iniciales de “Canción

del destierro”. La vida, en-

tiende uno, está en otra par-

te: en el futuro. El yo poéti-

co no cede a la autocon-

miseración; tampoco inten-

ta ceñirse, como tantos otros,

la aureola del sufrimiento y

el martirio. De hecho, en el

mismo poema aclara que su

condición no es siempre

sombría: “Me rodea el silen-

cio y/–alguna vez–/ es ale-

gre el destierro”.

En la obra deWáshington

Delgado el motivo del exi-

lio no es una simple variante

del tópico de la alienación y

el desarraigo que define a

buena parte de la poesía

simbolista y posvanguardis-

ta. Ese tópico es el nervio de

“Walking Around”, que

Neruda incluyó en la segun-

da

Residencia en la tierra

; no me

parece azaroso que Delgado

titulase “Globe Trotter” al

que acaso sea el mejor poe-

ma de “Destierro por vida”,

pues de ese modo invita la

comparación entre ambos.

En el célebre poema de

Neruda, el yo poético

deambula, desquiciado, por

una pesadilla urbana de la cual

no puede sustraerse, mientras

que en el poema de Delga-

do el hablante poético decla-

ra: “He caminado por los

desiertos, toda mi vida/ y

nunca llegué a ninguna par-

te”. La figura del hablante es

análoga a la que, en otro

poema del mismo libro, se

retrata así: “Yo soy, señor, un

dromedario./Padezco sed y

hambre/ y hacia el oasis me

encamino”. El exilio, como

se ve, está ligado a un pere-

grinaje que a veces se siente

como una tarea de Sísifo,

pero que en todo caso su-

pone siempre la búsqueda

de un destino. Francisco de

Quevedo tradujo el vocablo

‘Utopía’ de la siguiente ma-

nera: “No hay tal lugar”. En

momentos de desánimo, la

voz poética parece suscribir

esa definición; con más fre-

cuencia, sin embargo, se tra-

ta de una tierra prometida

secular, de una sociedad sin

explotación ni exclusiones.

En el poema que le da

título a

Para vivir mañana

(1958-1961), la vivencia de la

soledad y el peso de la me-

lancolía no se resuelven en un

gesto introspectivo, intimista,

sino en el impulso de la co-

munión histórica y vital con

los oprimidos: “Para vivir

mañana debo ser una parte/

de los hombres reunidos./

Una flor tengo en la mano,

un día/ canta en mi interior

igual que un hombre”. Es-

tos versos son, en su temple

y su textura, similares a los

que por esos mismos años

escribía Javier Heraud, cuya

muerte trágica y temprana en

la guerrilla laceró a los poe-

tas e intelectuales contestata-

rios de las generaciones del

50 y el 60. En los poemas

de

Parque

(1964-1967) domi-

na la misma dicción precisa

y clara que se hallaba en

Para

vivir mañana

, pero la reden-

ción y la dicha se buscan en

las esferas de la naturaleza y

la memoria, antes que en los

ámbitos de lo social e histó-

rico: “Describo el aire/por-

que en el aire vivo/y porque

el sol me alumbra/el sol des-

cribo” confiesa, sobria y se-

gura, la voz poética. Esa ce-

lebración de la existencia se

origina en un asombro a la

vez sabio e ingenuo ante el

mundo sensible: no es difícil

reconocer aquí la afinidad

entre la visión del yo poéti-

co y la que anima la poesía

de otra gran figura del 27

español, Jorge Guillén. Por

lo demás, se nota en

Parque

–como años antes en

Formas

de la ausencia–

que el elemen-

to del poeta es el de la respi-

ración y los espacios abier-

tos.

Con la publicación de

Un

mundo dividido

en 1970 no se

agotó la escritura de Was-

hington Delgado.

El hijo del

gran conde

es un conjunto de

poemas en prosa que se

emparenta, en cierto modo,

con las fantasmagorías pos-

románticas y malditas del

Rimbaud de

Una temporada

en el infierno

. La autobiografía

imaginaria de un personaje

decadente, delirante y trans-

gresor puede parecer una

incrustación extraña en la

obra del autor de

Formas de

la ausencia

, pero hay una soli-

daridad soterrada entre las

personas del utopista y el vi-

dente: sus miradas ven más

allá de lo cotidiano, su tiem-

po no es el de la rutina. Más

aun, en la sociedad burguesa

se trata de presencias sospe-

chosas, marginales, que en-

carnan la posibilidad de otro

poder y otra realidad: “Solo

y perdido en una taberna

miserable, me enfrento a mi

propia grandeza: el traje su-

cio y raído, la cabellera en-

marañada, los ojos enrojeci-

dos después de diez noches

sin dormir, ¿quién podrá ne-

gar que soy un dios?”, dice el

protagonista en “Lachrima

Christi”. Por otro lado, los

poemas de

Historia de Artidoro

exploran, en un medio urba-

no degradado y hostil, las

vicisitudes y las fantasías de

personajes como los que

pueblan las ficciones de Ju-

lio Ramón Ribeyro. Si bien a

primera vista

El hijo del gran

conde

e

Historia deArtidoro

dan

la impresión de ser drásti-

camente disímiles, en ambos

hallamos que la manera del

poeta se ha tornado narra-

tiva: el personaje y la anéc-

dota (es decir, el otro y su

circunstancia) ocupan el es-

cenario del texto.

La producción poética

de Washington Delgado es,

sin duda, una de las más ri-

cas, consistentes y versátiles

entre aquellas que conforman

la Generación del 50, que ha

sido y es fértil en obras de

primer orden. Ciertamente, el

poeta que escribió “un cami-

no equivocado es también un

camino” no erró el suyo.

“Si el amor de pareja engendra

Formas de la ausencia

, la solidaridad

entre los hombres alienta en

Días del corazón

: el yo sale del reducto de la

intimidad al campo abierto de la experiencia política y social. La vocación de

encuentro con los otros y el impulso rebelde se expresan en una sensibilidad que,

con romántico voluntarismo, apuesta por el compromiso y el riesgo.”

Francisco Carrillo, Elsa Villanueva, Carlos Garayar, Lucha Delgado, Wáshington Delgado, Marco Martos, Edgardo

Rivera, 1972.