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LIBROS & ARTES

Página 18

a obra poética de Was-

hington Delgado no

cedió a las tentaciones de la

profusión y la facilidad. Por

el contrario, el poeta se en-

cargó de que sus entregas

pasaran por la criba exigen-

te de la relectura y la

reescritura, que ejerció con

una inteligencia acogedora e

irónica. Como todos los

grandes poetas peruanos del

siglo XX, Wáshington Del-

gado adhirió a una ética de

la palabra cuyo norte y mo-

delo no es la elocuencia, sino

el silencio: la elocuencia fue

el signo de Chocano; de

Eguren en adelante, los me-

jores entre nuestros creado-

res la resisten. No es extra-

ño, entonces, que el primer

libro de Delgado sea

Formas

de la ausencia

(1951-1955),

cuyo título mismo indica una

manera de entender el ofi-

cio poético: el poeta nom-

bra aquello que los otros dis-

cursos no saben o no pue-

den aprehender.

Ciertamente, las tribula-

ciones y las esperanzas de la

época en que le tocó vivir no

le fueron ajenas, sino que las

asumió con pasión:

Un mun-

do dividido

es el título que le

dio en 1970 a su obra reuni-

da, como si así buscara su-

brayar que entendía la reali-

dad –la social, la íntima– bajo

el signo a la vez trágico y dia-

léctico de la lucha entre con-

trarios. Esa comprensión, sin

embargo, no le dio a su poe-

sía un carácter banalmente

ideológico ni la vinculó

ancilarmente a los saberes de

la Historia y las ciencias so-

ciales, pues los textos de

Delgado no son

informativos

.

Son, más bien, la evidencia

formal

de un trabajo creativo

que elabora los datos de la

emoción y el pensamiento.

Los poemas de Wáshington

Delgado no son impersona-

les, pero la persona que en

ellos habla no es un trasunto

biográfico, una proyección

romántica del sujeto. “A lo

largo de mi carrera poética

he procurado cambiar, no

afincarme en unos temas, ni

en un estilo”, afirmó el poe-

ta. Si bien los cambios temá-

ticos y estilísticos están rela-

cionados con la vida misma

de Wáshington Delgado

(¿cómo podrían no estarlo?),

lo que interesa subrayar es

que la poesía no se entiende

ni como mera crónica del

acontecer diario ni como

puro testimonio de la intimi-

dad. El yo de

Formas de la

ausencia

no es idéntico al de

El extranjero

, pese a que am-

bas colecciones fueron escri-

tas en el primer lustro de los

años 50. Más llamativa es aún

la diferencia entre el ánimo

melancólico e intimista de

Formas de la ausencia

y el tem-

ple entusiasta de

Días del co-

razón

, cuyos poemas fueron

redactados entre 1955 y

1956. El libro crea su voz, la

identidad nace de los signos.

“Hay una atmósfera de

voces apagadas/que reem-

plaza al silencio,/entre noso-

tros”, dice el hablante en

“Podría desterrarte”, uno de

los poemas más bellos y lo-

grados de

Formas de la ausen-

cia.

El tema amoroso del

volumen y la dicción entre

confesional y filosófica hacen

recordar a ciertos poetas es-

pañoles de la Generación del

27, como Pedro Salinas, sin

que el resultado sea deri-

vativo ni epigonal: el equili-

brio entre la meditación so-

bre el deseo y la expresión

de la tristeza le confieren al

yo no solo coherencia, sino

densidad existencial. ¿Cómo

figurar las emociones, cómo

convertir en imagen la inasi-

ble presencia de la pérdida?

Los poemas se proponen

responder esas interrogantes

complejas y sutiles. De lo que

se trata, en suma, es de po-

ner a prueba la capacidad del

lenguaje para expresar aque-

llo que, por su caracter hon-

damente subjetivo, parece

inefable e intransferible. La

“atmósfera de voces apaga-

das” es una metáfora de la

incomunicación y, al mismo

tiempo, es algo más: del diá-

logo pasado de quienes se

amaron queda algo, un resi-

duo melancólico que es

como el equivalente sonoro

de una ruina. Aun cuando el

vínculo se haya roto, el de-

seo del vínculo se plasma en

la sustancia ambigua de lo

espectral, como se advierte

en los versos de otro poe-

ma del libro: “Ser una mate-

ria leve, una corriente exten-

sa/ que te persiga siempre”

le dice la voz poética a la

amada que se ausenta.

El mundo de

Formas de

la ausencia

no es metafísico,

aunque en la primera lectura

pueda parecerlo. Es, más

bien, un mundo de fenóme-

nos que han sido depurados

del ripio de lo crasamente

material: “Qué puro y len-

to/ el aire./El día/ qué len-

to y suave/Cuán recta y dó-

cil/ la luz camina/La tem-

blorosa sombra/ cuán inde-

cisa”, enuncia con serena

admiración el poeta. De los

cuatro elementos, el que la

imaginación moldea es el

más ingrávido y sutil: el aire

es ritmo y línea, materia casi

abstracta. Estos versos po-

drían parecer de Javier

Sologuren, otro gran poeta

de la generación del 50, y en

su concisión sugieren la

contemplativa simplicidad de

la lírica tradicional japonesa.

No es esa la vía de Delgado,

sin embargo, porque el poe-

ma que cito pasa del modo

de la observación al registro

de la enseñanza moral:

“Cómo se mustia y muere

toda esperanza./De los

amores muertos/ cómo el

espacio/ no guarda nada”.

El eco de las coplas de Jor-

ge Manrique es perceptible,

como lo es también un es-

toicismo de raíz latina. Sin ser

anacrónico ni arcaizante,

Wáshington Delgado se

entronca con la mejor tradi-

ción –la medieval y la barro-

ca– de la poesía española.

Si el amor de pareja en-

gendra

Formas de la ausencia

,

la solidaridad entre los hom-

bres alienta en

Días del cora-

zón

: el yo sale del reducto de

la intimidad al campo abier-

to de la experiencia política

y social. La vocación de en-

cuentro con los otros y el

impulso rebelde se expresan

en una sensibilidad que, con

romántico voluntarismo,

apuesta por el compromiso

y el riesgo: “Un camino equi-

vocado es también un cami-

no” dice, lapidariamente, la

voz poética en un verso que

–me parece– cifra la actitud

generacional de quienes en

los años 50 afirmaron su di-

sidencia frente a un orden

oligárquico que entonces pa-

recía más sólido de lo que

era. Contra la apatía y el con-

formismo, la voz vitalista y

crítica del poeta resuena

como lo que es: una opción

moral. “El corazón es fue-

go/Hay un tiempo de

amar/Un tiempo de morir/

El corazón es fuego”, sos-

tienen unos versos en los cua-

les la pasión romántica tiene

su objeto y su cauce en el

devenir social.

Días del corazón

despeja la

hojarasca de la retórica cívi-

ca y militante para, por el

contrario, optar por una dic-

ción sentenciosa y escueta en

EL TIEMPO DE

SU PALABRA

Peter Elmore

La producción poética de Washington Delgado es, sin duda, una de las

más ricas, consistentes y versátiles entre aquellas que conforman la Generación

del 50, que ha sido y es fértil en obras de primer orden. Ciertamente, el poeta

que escribió “un camino equivocado es también un camino” no erró el suyo.

L

Wáshington Delgado

Francisco Bendezú, Jorge Puccinelli, Jorge Guillén, Wáshington Delgado y Pablo Guevara (Facultad de Letras de

la Universidad de San Marcos, 1961, ciclo de conferencias del poeta español Jorge Guillén).