LIBROS & ARTES
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a obra poética de Was-
hington Delgado no
cedió a las tentaciones de la
profusión y la facilidad. Por
el contrario, el poeta se en-
cargó de que sus entregas
pasaran por la criba exigen-
te de la relectura y la
reescritura, que ejerció con
una inteligencia acogedora e
irónica. Como todos los
grandes poetas peruanos del
siglo XX, Wáshington Del-
gado adhirió a una ética de
la palabra cuyo norte y mo-
delo no es la elocuencia, sino
el silencio: la elocuencia fue
el signo de Chocano; de
Eguren en adelante, los me-
jores entre nuestros creado-
res la resisten. No es extra-
ño, entonces, que el primer
libro de Delgado sea
Formas
de la ausencia
(1951-1955),
cuyo título mismo indica una
manera de entender el ofi-
cio poético: el poeta nom-
bra aquello que los otros dis-
cursos no saben o no pue-
den aprehender.
Ciertamente, las tribula-
ciones y las esperanzas de la
época en que le tocó vivir no
le fueron ajenas, sino que las
asumió con pasión:
Un mun-
do dividido
es el título que le
dio en 1970 a su obra reuni-
da, como si así buscara su-
brayar que entendía la reali-
dad –la social, la íntima– bajo
el signo a la vez trágico y dia-
léctico de la lucha entre con-
trarios. Esa comprensión, sin
embargo, no le dio a su poe-
sía un carácter banalmente
ideológico ni la vinculó
ancilarmente a los saberes de
la Historia y las ciencias so-
ciales, pues los textos de
Delgado no son
informativos
.
Son, más bien, la evidencia
formal
de un trabajo creativo
que elabora los datos de la
emoción y el pensamiento.
Los poemas de Wáshington
Delgado no son impersona-
les, pero la persona que en
ellos habla no es un trasunto
biográfico, una proyección
romántica del sujeto. “A lo
largo de mi carrera poética
he procurado cambiar, no
afincarme en unos temas, ni
en un estilo”, afirmó el poe-
ta. Si bien los cambios temá-
ticos y estilísticos están rela-
cionados con la vida misma
de Wáshington Delgado
(¿cómo podrían no estarlo?),
lo que interesa subrayar es
que la poesía no se entiende
ni como mera crónica del
acontecer diario ni como
puro testimonio de la intimi-
dad. El yo de
Formas de la
ausencia
no es idéntico al de
El extranjero
, pese a que am-
bas colecciones fueron escri-
tas en el primer lustro de los
años 50. Más llamativa es aún
la diferencia entre el ánimo
melancólico e intimista de
Formas de la ausencia
y el tem-
ple entusiasta de
Días del co-
razón
, cuyos poemas fueron
redactados entre 1955 y
1956. El libro crea su voz, la
identidad nace de los signos.
“Hay una atmósfera de
voces apagadas/que reem-
plaza al silencio,/entre noso-
tros”, dice el hablante en
“Podría desterrarte”, uno de
los poemas más bellos y lo-
grados de
Formas de la ausen-
cia.
El tema amoroso del
volumen y la dicción entre
confesional y filosófica hacen
recordar a ciertos poetas es-
pañoles de la Generación del
27, como Pedro Salinas, sin
que el resultado sea deri-
vativo ni epigonal: el equili-
brio entre la meditación so-
bre el deseo y la expresión
de la tristeza le confieren al
yo no solo coherencia, sino
densidad existencial. ¿Cómo
figurar las emociones, cómo
convertir en imagen la inasi-
ble presencia de la pérdida?
Los poemas se proponen
responder esas interrogantes
complejas y sutiles. De lo que
se trata, en suma, es de po-
ner a prueba la capacidad del
lenguaje para expresar aque-
llo que, por su caracter hon-
damente subjetivo, parece
inefable e intransferible. La
“atmósfera de voces apaga-
das” es una metáfora de la
incomunicación y, al mismo
tiempo, es algo más: del diá-
logo pasado de quienes se
amaron queda algo, un resi-
duo melancólico que es
como el equivalente sonoro
de una ruina. Aun cuando el
vínculo se haya roto, el de-
seo del vínculo se plasma en
la sustancia ambigua de lo
espectral, como se advierte
en los versos de otro poe-
ma del libro: “Ser una mate-
ria leve, una corriente exten-
sa/ que te persiga siempre”
le dice la voz poética a la
amada que se ausenta.
El mundo de
Formas de
la ausencia
no es metafísico,
aunque en la primera lectura
pueda parecerlo. Es, más
bien, un mundo de fenóme-
nos que han sido depurados
del ripio de lo crasamente
material: “Qué puro y len-
to/ el aire./El día/ qué len-
to y suave/Cuán recta y dó-
cil/ la luz camina/La tem-
blorosa sombra/ cuán inde-
cisa”, enuncia con serena
admiración el poeta. De los
cuatro elementos, el que la
imaginación moldea es el
más ingrávido y sutil: el aire
es ritmo y línea, materia casi
abstracta. Estos versos po-
drían parecer de Javier
Sologuren, otro gran poeta
de la generación del 50, y en
su concisión sugieren la
contemplativa simplicidad de
la lírica tradicional japonesa.
No es esa la vía de Delgado,
sin embargo, porque el poe-
ma que cito pasa del modo
de la observación al registro
de la enseñanza moral:
“Cómo se mustia y muere
toda esperanza./De los
amores muertos/ cómo el
espacio/ no guarda nada”.
El eco de las coplas de Jor-
ge Manrique es perceptible,
como lo es también un es-
toicismo de raíz latina. Sin ser
anacrónico ni arcaizante,
Wáshington Delgado se
entronca con la mejor tradi-
ción –la medieval y la barro-
ca– de la poesía española.
Si el amor de pareja en-
gendra
Formas de la ausencia
,
la solidaridad entre los hom-
bres alienta en
Días del cora-
zón
: el yo sale del reducto de
la intimidad al campo abier-
to de la experiencia política
y social. La vocación de en-
cuentro con los otros y el
impulso rebelde se expresan
en una sensibilidad que, con
romántico voluntarismo,
apuesta por el compromiso
y el riesgo: “Un camino equi-
vocado es también un cami-
no” dice, lapidariamente, la
voz poética en un verso que
–me parece– cifra la actitud
generacional de quienes en
los años 50 afirmaron su di-
sidencia frente a un orden
oligárquico que entonces pa-
recía más sólido de lo que
era. Contra la apatía y el con-
formismo, la voz vitalista y
crítica del poeta resuena
como lo que es: una opción
moral. “El corazón es fue-
go/Hay un tiempo de
amar/Un tiempo de morir/
El corazón es fuego”, sos-
tienen unos versos en los cua-
les la pasión romántica tiene
su objeto y su cauce en el
devenir social.
Días del corazón
despeja la
hojarasca de la retórica cívi-
ca y militante para, por el
contrario, optar por una dic-
ción sentenciosa y escueta en
EL TIEMPO DE
SU PALABRA
Peter Elmore
La producción poética de Washington Delgado es, sin duda, una de las
más ricas, consistentes y versátiles entre aquellas que conforman la Generación
del 50, que ha sido y es fértil en obras de primer orden. Ciertamente, el poeta
que escribió “un camino equivocado es también un camino” no erró el suyo.
L
Wáshington Delgado
Francisco Bendezú, Jorge Puccinelli, Jorge Guillén, Wáshington Delgado y Pablo Guevara (Facultad de Letras de
la Universidad de San Marcos, 1961, ciclo de conferencias del poeta español Jorge Guillén).