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LIBROS & ARTES

Página 17

treinta, al sionismo y el

internacionalismo proletario

y finalmente, como si fuese

poco, la ciencia, la filosofía

en sus años de vejez, si es que

la tuvo, Arthur Koestler.

Emprender el inventario de

la novela histórica es casi

imposible aunque lo haya

ensayado Gilles Nélod. Pero

resulta hasta casi peor tener

la pretensión de encerrarla

en una clasificación. Lo cuer-

do es reconocer su formida-

ble dispersión, novela poli-

cial, fantástica, de viajes y

aventuras. Y esto por países,

por épocas, por lenguas.

Estábamos, pues, en que

no tiene sentido alguno, sal-

vo la vanidad erudita de una

tipología. ¿Valdrá la pena?

¿Qué sentido tiene interro-

garse por lo que tienen en

común la

Justine

de Sade, los

bildungsroman

de la Viena bur-

guesa y a la vez depravada

fin

de siglo

y la novelística latinoa-

mericana? Sin duda cambian

los personajes, el contexto

social, los problemas mora-

les, las estrategias narrativas,

y el pacto mismo de verdad

e invención entre el narrador

y el lector. Todo, salvo que

sabemos, a ciencia cierta, que

cada ser humano con un li-

bro en las manos tiene un

diálogo con algo que no es

real, pero como si lo fuera.

Y todo lo que le pide a las

páginas de un relato es que

ellas lo saquen un poco de

este mundo y lo vuelvan a

meter en el mismo, con un

poco más de sapiencia. En

fin, hubo un tiempo en que

a novela y novelistas se le atri-

buían una misión trascenden-

te y política, en estos tiem-

pos eso ha casi desaparecido,

si se lee es para otros menes-

teres. Acaso por la experien-

cia de libertad del escritor. La

novela es, en efecto, el géne-

ro de independencia narrati-

va de la modernidad, por los

mismos años, con Cervantes

y con Montaigne. Gente sin

iglesias ni corporaciones,

sólos ante su conciencia,

ambos escépticos, ambos

irónicos, compadecidos de la

pobre humanidad. Pero fe-

rozmente, ellos mismos. Lo

dejo ahí, algún día volveré

sobre el asunto.

En suma, esta novela de

Mario Vargas Llosa hay que

situarla en un contexto ma-

yor que el de la literatura en

castellano. Se lanza cuando

hay una discusión muy inten-

sa y variada entre muchos

novelistas de reconocida

fama mundial sobre el desti-

no mismo del género. Estoy

pensando en lo dicho por el

novelista V.S. Naipul, premio

Nobel de literatura, acerca de

la muerte de la novela, o por

Salman Rushdie, el hindú de

Hijos de medianoche

, que no se

suma a los actos fúnebres

que entierran el género, no es

la primera vez que se dice ese

tipo de cosas. El crítico

George Steiner, entre uno y

otro, recordaba ante un pú-

blico de editores británicos

que la frase

nunca leo novelas

,

era común en 1936 y eso lo

informa George Orwell.

Los novelistas son propen-

sos a la hipocondría –a lo

psicoso-mático me corri-

gen– o sea, nunca se sabe que

destino pueda tener una

obra, y en efecto, cuando sa-

lió

Madame Bovary

los diarios

franceses dijeron que

Flaubert no sabía escribir, y

Moby Dick

hizo reir a sus pri-

meros lectores antes de vol-

verse una de las piezas maes-

tras de todos los tiempos,

pero sus contemporáneos

sólo vieron en el marino

Achab y su obsesionada per-

secución de una ballena blan-

ca, un vulgar capitán. En sus

días se les escapó la

simbología del relato, pero

hoy se dice “nadie ha estado

más cerca de la Biblia y de

Hegel por la búsqueda del

Absoluto”. Esa ballena blan-

ca era un dios irascible. Cam-

bian los criterios sobre lo que

es relato, acaso más que la

novela misma. ¿Pero el gé-

nero, está amenazado de

muerte?

Escuché a Vargas Llosa

en Papeete defender la nove-

la, no por cierto la suya, el

género, ante los pronósticos

de su desaparición. Fue ese

el tema central de su discur-

so en el honoris causa. No sé

si Mario ha publicado en cas-

tellano ese texto. Me limitaré

a reducirlo a sus líneas prin-

cipales. “Me propongo dijo,

avanzar algunos argumentos

contra la idea de la literatura,

y en especial la novela, con-

cebida como un pasatiempo

de lujo. Mis argumentos, por

el contrario, permitirán con-

siderarla como una de las ac-

tividades del espíritu, entre las

más estimulantes y enrique-

cedoras, una actividad

irremplazable para la forma-

ción de los ciudadanos en

una sociedad moderna y de-

mocrática, con individuos li-

bres”. Al parecer, se había

cruzado con el mismísimo

Bill Gates en el local de la

Real Academia de la Lengua,

a donde fue el creador de

Microsoft, que pronto la

enorme revolución de la co-

municación haría desapare-

cer el libro en beneficio de

las pantallas de las compu-

tadoras. Vino a decirnos, ex-

clamó Vargas Llosa muy in-

dignado ante un público a

medias francés y a medias

tahitiano, que pronto nos

dejaría a todos los “escribi-

dores” del planeta en paro

técnico. El público, lo recuer-

do, se echó a reir y rompió a

aplaudir. En realidad, el bru-

tal pronóstico de Bill Gates

se parece a los que en otras

ocasiones, ante cada innova-

ción en la cultura de masas,

han anunciado, sucesivamen-

te, ante la aparición del cine,

la muerte del teatro, ante la

aparición del video, la muerte

del cine, ante los discos com-

pactos, la muerte de los con-

ciertos, ante el culto al

“home” o el hogar con exce-

lentes aparatos electrodo-

mésticos, la muerte de cafés,

restaurantes y salidas a la ciu-

dad. ¿Pero qué es lo que ve-

mos? Los objetos se acom-

pañan entre sí, y conviven

teatro, cine, opera, concier-

tos, videos, CD, restaurantes,

cafés y televisoras con pan-

tallas cada vez más grandes,

igual la gente sigue saliendo,

combinando intimidad y

multitud. Puesto que somos

ambas cosas, animales a ra-

tos solitarios y a ratos grega-

rios.

Mario, sin embargo, ha

lanzado una historia un poco

distinta a las otras. ¿En que

consiste su novedad? Final-

mente una novela de aventu-

ras. ¿No lo fue la existencia

de Flora Tristán y la de Paul

Gauguin? ¿No hallaron a su

manera, no solo el paraíso,

sino varios, diferentes, los

falansterios comunitarios de

la Paria y la dorada piel de sus

“vahines” el libidinoso Paul?

Unos más quiméricos que los

otros. Los paraísos existen,

pero a veces son tan letales

como el infierno. No son la

humana convivencia, con sus

placeres lentos como los vie-

jos vinos, como los buenos

libros, como este que nos ha

dado Vargas Llosa. Hilado

admirablemente, este libro,

entre investigaciones, viajes y

una narrativa en la que de vez

en cuando aparece la voz del

narrador. Un profesor de li-

teratura, en el café Haití de

Miraflores, objetaba el pro-

cedimiento: varias intrigas

que corren paralelas, un per-

sonaje extraño, venido de

ningún lado, que se inmiscu-

ye en la historia, que inquie-

re, apostrofa, pregunta. ¿Por

qué no? El arte de la novela

es su irrestricta libertad. Una

voz que nos viene del paraí-

so, acaso el único que exista,

el de la lectura.

Surco, junio del 2003

Embajador del Perú, con José Ortega y Gasset en Madrid. 1950.

“Hubo un tiempo en que a novela y novelistas se le atribuían una misión

trascendente y política, en estos tiempos eso ha casi desaparecido, si se lee es para

otros menesteres. Acaso por la experiencia de libertad del escritor. La novela es, en

efecto, el género de independencia narrativa de la modernidad, por los mismos

años, con Cervantes y con Montaigne.”