LIBROS & ARTES
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treinta, al sionismo y el
internacionalismo proletario
y finalmente, como si fuese
poco, la ciencia, la filosofía
en sus años de vejez, si es que
la tuvo, Arthur Koestler.
Emprender el inventario de
la novela histórica es casi
imposible aunque lo haya
ensayado Gilles Nélod. Pero
resulta hasta casi peor tener
la pretensión de encerrarla
en una clasificación. Lo cuer-
do es reconocer su formida-
ble dispersión, novela poli-
cial, fantástica, de viajes y
aventuras. Y esto por países,
por épocas, por lenguas.
Estábamos, pues, en que
no tiene sentido alguno, sal-
vo la vanidad erudita de una
tipología. ¿Valdrá la pena?
¿Qué sentido tiene interro-
garse por lo que tienen en
común la
Justine
de Sade, los
bildungsroman
de la Viena bur-
guesa y a la vez depravada
fin
de siglo
y la novelística latinoa-
mericana? Sin duda cambian
los personajes, el contexto
social, los problemas mora-
les, las estrategias narrativas,
y el pacto mismo de verdad
e invención entre el narrador
y el lector. Todo, salvo que
sabemos, a ciencia cierta, que
cada ser humano con un li-
bro en las manos tiene un
diálogo con algo que no es
real, pero como si lo fuera.
Y todo lo que le pide a las
páginas de un relato es que
ellas lo saquen un poco de
este mundo y lo vuelvan a
meter en el mismo, con un
poco más de sapiencia. En
fin, hubo un tiempo en que
a novela y novelistas se le atri-
buían una misión trascenden-
te y política, en estos tiem-
pos eso ha casi desaparecido,
si se lee es para otros menes-
teres. Acaso por la experien-
cia de libertad del escritor. La
novela es, en efecto, el géne-
ro de independencia narrati-
va de la modernidad, por los
mismos años, con Cervantes
y con Montaigne. Gente sin
iglesias ni corporaciones,
sólos ante su conciencia,
ambos escépticos, ambos
irónicos, compadecidos de la
pobre humanidad. Pero fe-
rozmente, ellos mismos. Lo
dejo ahí, algún día volveré
sobre el asunto.
En suma, esta novela de
Mario Vargas Llosa hay que
situarla en un contexto ma-
yor que el de la literatura en
castellano. Se lanza cuando
hay una discusión muy inten-
sa y variada entre muchos
novelistas de reconocida
fama mundial sobre el desti-
no mismo del género. Estoy
pensando en lo dicho por el
novelista V.S. Naipul, premio
Nobel de literatura, acerca de
la muerte de la novela, o por
Salman Rushdie, el hindú de
Hijos de medianoche
, que no se
suma a los actos fúnebres
que entierran el género, no es
la primera vez que se dice ese
tipo de cosas. El crítico
George Steiner, entre uno y
otro, recordaba ante un pú-
blico de editores británicos
que la frase
nunca leo novelas
,
era común en 1936 y eso lo
informa George Orwell.
Los novelistas son propen-
sos a la hipocondría –a lo
psicoso-mático me corri-
gen– o sea, nunca se sabe que
destino pueda tener una
obra, y en efecto, cuando sa-
lió
Madame Bovary
los diarios
franceses dijeron que
Flaubert no sabía escribir, y
Moby Dick
hizo reir a sus pri-
meros lectores antes de vol-
verse una de las piezas maes-
tras de todos los tiempos,
pero sus contemporáneos
sólo vieron en el marino
Achab y su obsesionada per-
secución de una ballena blan-
ca, un vulgar capitán. En sus
días se les escapó la
simbología del relato, pero
hoy se dice “nadie ha estado
más cerca de la Biblia y de
Hegel por la búsqueda del
Absoluto”. Esa ballena blan-
ca era un dios irascible. Cam-
bian los criterios sobre lo que
es relato, acaso más que la
novela misma. ¿Pero el gé-
nero, está amenazado de
muerte?
Escuché a Vargas Llosa
en Papeete defender la nove-
la, no por cierto la suya, el
género, ante los pronósticos
de su desaparición. Fue ese
el tema central de su discur-
so en el honoris causa. No sé
si Mario ha publicado en cas-
tellano ese texto. Me limitaré
a reducirlo a sus líneas prin-
cipales. “Me propongo dijo,
avanzar algunos argumentos
contra la idea de la literatura,
y en especial la novela, con-
cebida como un pasatiempo
de lujo. Mis argumentos, por
el contrario, permitirán con-
siderarla como una de las ac-
tividades del espíritu, entre las
más estimulantes y enrique-
cedoras, una actividad
irremplazable para la forma-
ción de los ciudadanos en
una sociedad moderna y de-
mocrática, con individuos li-
bres”. Al parecer, se había
cruzado con el mismísimo
Bill Gates en el local de la
Real Academia de la Lengua,
a donde fue el creador de
Microsoft, que pronto la
enorme revolución de la co-
municación haría desapare-
cer el libro en beneficio de
las pantallas de las compu-
tadoras. Vino a decirnos, ex-
clamó Vargas Llosa muy in-
dignado ante un público a
medias francés y a medias
tahitiano, que pronto nos
dejaría a todos los “escribi-
dores” del planeta en paro
técnico. El público, lo recuer-
do, se echó a reir y rompió a
aplaudir. En realidad, el bru-
tal pronóstico de Bill Gates
se parece a los que en otras
ocasiones, ante cada innova-
ción en la cultura de masas,
han anunciado, sucesivamen-
te, ante la aparición del cine,
la muerte del teatro, ante la
aparición del video, la muerte
del cine, ante los discos com-
pactos, la muerte de los con-
ciertos, ante el culto al
“home” o el hogar con exce-
lentes aparatos electrodo-
mésticos, la muerte de cafés,
restaurantes y salidas a la ciu-
dad. ¿Pero qué es lo que ve-
mos? Los objetos se acom-
pañan entre sí, y conviven
teatro, cine, opera, concier-
tos, videos, CD, restaurantes,
cafés y televisoras con pan-
tallas cada vez más grandes,
igual la gente sigue saliendo,
combinando intimidad y
multitud. Puesto que somos
ambas cosas, animales a ra-
tos solitarios y a ratos grega-
rios.
Mario, sin embargo, ha
lanzado una historia un poco
distinta a las otras. ¿En que
consiste su novedad? Final-
mente una novela de aventu-
ras. ¿No lo fue la existencia
de Flora Tristán y la de Paul
Gauguin? ¿No hallaron a su
manera, no solo el paraíso,
sino varios, diferentes, los
falansterios comunitarios de
la Paria y la dorada piel de sus
“vahines” el libidinoso Paul?
Unos más quiméricos que los
otros. Los paraísos existen,
pero a veces son tan letales
como el infierno. No son la
humana convivencia, con sus
placeres lentos como los vie-
jos vinos, como los buenos
libros, como este que nos ha
dado Vargas Llosa. Hilado
admirablemente, este libro,
entre investigaciones, viajes y
una narrativa en la que de vez
en cuando aparece la voz del
narrador. Un profesor de li-
teratura, en el café Haití de
Miraflores, objetaba el pro-
cedimiento: varias intrigas
que corren paralelas, un per-
sonaje extraño, venido de
ningún lado, que se inmiscu-
ye en la historia, que inquie-
re, apostrofa, pregunta. ¿Por
qué no? El arte de la novela
es su irrestricta libertad. Una
voz que nos viene del paraí-
so, acaso el único que exista,
el de la lectura.
Surco, junio del 2003
Embajador del Perú, con José Ortega y Gasset en Madrid. 1950.
“Hubo un tiempo en que a novela y novelistas se le atribuían una misión
trascendente y política, en estos tiempos eso ha casi desaparecido, si se lee es para
otros menesteres. Acaso por la experiencia de libertad del escritor. La novela es, en
efecto, el género de independencia narrativa de la modernidad, por los mismos
años, con Cervantes y con Montaigne.”