LIBROS & ARTES
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dido, esta vez, a una sólida
carpintería. Los capítulos
pares son para la vida de
Flora Tristán. Los impares
para el pintor Paul Gauguin.
¿Esta forma narrativa es una
ruptura con su propio ar-
quetipo? Es cierto que esta-
mos lejos de ese relato a múl-
tiples niveles del lenguaje de
las que le preceden. Se trata
de dos vidas, la de Flora
Tristán y la de Paul Gauguin,
su nieto. Por un lado, la lu-
cha por los derechos de la
clase obrera y de la mujer.
Del otro, el hallazgo de un
mundo insular lejos de con-
venciones sexuales. En am-
bos, la ruptura del mundo
burgués, el horror del mis-
mo. Ahora bien, si en am-
bos casos se trata de utopías,
está claro que no son las mis-
mas. La de Flora Tristán,
como es sabido, se inscribe
en las grandes corrientes so-
cialistas del siglo XIX. El ca-
pitalismo industrial acababa
de nacer, y muchos tuvieron
la impresión de que pronto
el viejo mundo iba a parir
otra sociedad más libre y jus-
ta. Fue, lo sabemos, un pro-
nóstico prematuro. No erra-
do, sus fuerzas productivas,
como lo diría Marx, son ex-
traordinarias, lo que llama-
mos globalización no es sino
otro ciclo de expansión y de
mutación. En todo caso,
Gauguin el rebelde, partida-
rio del egoísmo como he-
rramienta de realización per-
sonal, el que abandona mu-
jer, hijas y oficio, él insopor-
table hedonista que postula
la dicha que pasa por el cuer-
po, los sentidos, el placer, ese
solitario, el asocial, está de
actualidad, lo confirman la
revuelta de los “hippies”, los
jóvenes del mayo parisino de
l968, la reivindicación del uso
legal de las drogas aluci-
nógenas, con el menor pre-
texto la orgía juvenil, esa re-
ligión cuyos templos son las
discotecas que preconizan la
fiesta pánica e inmediata. La
felicidad aquí y ahora. Me
es difícil creer que el libro hu-
biera sido igual de interesan-
te sin la oposición dialéctica
entre liberación colectiva o
individual, sociedad e indivi-
duo, justicia social y gozo,
deber y disfrute. Un contra-
punto que la vuelve insonda-
ble. Flora evoca una proble-
mática feminista. Gauguin, la
del artista creador. Ambos
son alegorías vivientes de
formas extremas de revuel-
ta, pero revueltas al fin, por
eso, acaso, la existencia des-
garrada de ambos. Qué do-
lor, que mal vivieron, cuánto
sufrimiento, me dice una lec-
tora sensible. En efecto, que-
rida amiga, desde los tiempos
bíblicos, es riesgoso el oficio
de profeta. Por lo demás, en
una lectura atenta de la Bi-
blia (digo esto sin recaer en
un ataque de trascendencia)
nos hallamos con que los
profetas no se proponían
serlo, los llamaba la voz, en
muchos casos contra su vo-
luntad. Eran hombres tran-
quilos que andaban entre re-
baños de cabras, tiendas del
desierto y familiares clánicos
cuando escuchaban al que
No se Nombra. ¿Por qué yo,
Señor, protesta Noé, no ves
que estoy ocupado y se casa
una de mis hijas? Jeremías es
el que más impreca el despó-
tico mandato. “Has entrado
en mi Jehova, me has poseí-
do”. La posesión del Dios es
física. La tradición judaica in-
siste que de esa experiencia
se salía medio chamuscado.
También Flora y Paul, pro-
fetas a su manera.
Algunos en Lima se me
acercaron para decirme que
la novela última de Vargas
Llosa les parecía más una
biografía, no faltó quien so-
lamente le parecía periodis-
mo. ¿ Y si fuese el caso ? Esto
ocurre en el momento en
que en otros lugares los na-
rradores reivindican el dere-
cho a formas híbridas, “los
géneros surgen, caen, han
olvidado a la épica, luego a
la épica en verso. ¿Quién hace
tragedia hoy en versos for-
males?”, se pregunta Salman
Rushdie. ¿Quiere acaso la
novela hoy, insiste, competir
en la actualidad con lo me-
jor del reportaje, con la na-
rrativa inmediata? Pero si es
así, Vargas Llosa, que por
cierto no ignora ese debate
sobre la novela contempo-
ránea, ni las ideas de Rushdie,
su amigo, algo le dedicó al
tema en su discurso acadé-
mico en Tahití como lo diré
lineas adelante, acaso quiere
combatir en ese terreno.
Novela, pues, de aventura,
de viajes. Viajes los de los
personajes, y viajes los suyos.
Viaje el del lector.
¿Pero qué es una nove-
la? No voy a intentar definir
perentoriamente que es una
novela, la tarea es imposible,
y desaconsejo a quien sea el
intentarlo. Quisiera, en cam-
bio, ponernos de acuerdo en
los aspectos más sencillos,
según la evolución histórica
de un género que aparece
con la modernidad, hace seis
siglos, y que de alguna ma-
nera la funda (tanto como el
ensayo). Una novela es una
forma particular de relato
que no ignora la realidad pero
tampoco está obligado a re-
producirla. Es una forma li-
teraria que construye algo
que es de este mundo pero
no lo es del todo. Como todo
arte, agrega un sentido que
los individuos y la sociedad
por si mismos ni generan ni
fabrican. Y bien puede ins-
pirarse, pero inspirarse nada
más, en un grupo social, en
un caso psicólogico o en
grandes frescos históricos.
Lo primero es Balzac con
La
Comédie Humaine
, ejemplo de
lo segundo puede ser otra
gran novela del siglo XIX,
Madame Bovary
de Flaubert.
Puede ser ese
hombre absolu-
tamente bueno e inocente,
es de-
cir, el personaje del príncipe
Mychkine de Fedor Dos-
toievski en
El idiota
. En cuan-
to a la gran novela histórica,
que es casi un poco lo que
ha lanzado Vargas Llosa,
combinada a literatura de via-
je interno y externo, ella va
de una lengua a otra lengua,
de un siglo al otro, de
Alexandre Dumas y sus
mosqueteros a Hugo, a
Walter Scott, a Margaret
Mitchell, la de
Lo que el viento
se llevó
. En castellano pondría
a Alejo Carpentier,
El siglo de
las luces
, y al catalán Eduardo
Mendoza, cuyo personaje es
siempre la ciudad de Barce-
lona. Y un autor, un
outsider
,
un inclasificable, aventurero,
revolucionario, periodista,
político, novelista y ensayis-
ta, que encarnó las grandes
pasiones del siglo veinte, del
comunismo duro de los años
1951.
“Flora evoca una problemática feminista. Gauguin, la del artista
creador. Ambos son alegorías vivientes de formas extremas de revuelta,
pero revueltas al fin, por eso, acaso, la existencia desgarrada de ambos. Qué
dolor, que mal vivieron, cuánto sufrimiento, me dice una lectora sensible. En
efecto, querida amiga, desde los tiempos bíblicos, es riesgoso
el oficio de profeta”.