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LIBROS & ARTES

Página 16

dido, esta vez, a una sólida

carpintería. Los capítulos

pares son para la vida de

Flora Tristán. Los impares

para el pintor Paul Gauguin.

¿Esta forma narrativa es una

ruptura con su propio ar-

quetipo? Es cierto que esta-

mos lejos de ese relato a múl-

tiples niveles del lenguaje de

las que le preceden. Se trata

de dos vidas, la de Flora

Tristán y la de Paul Gauguin,

su nieto. Por un lado, la lu-

cha por los derechos de la

clase obrera y de la mujer.

Del otro, el hallazgo de un

mundo insular lejos de con-

venciones sexuales. En am-

bos, la ruptura del mundo

burgués, el horror del mis-

mo. Ahora bien, si en am-

bos casos se trata de utopías,

está claro que no son las mis-

mas. La de Flora Tristán,

como es sabido, se inscribe

en las grandes corrientes so-

cialistas del siglo XIX. El ca-

pitalismo industrial acababa

de nacer, y muchos tuvieron

la impresión de que pronto

el viejo mundo iba a parir

otra sociedad más libre y jus-

ta. Fue, lo sabemos, un pro-

nóstico prematuro. No erra-

do, sus fuerzas productivas,

como lo diría Marx, son ex-

traordinarias, lo que llama-

mos globalización no es sino

otro ciclo de expansión y de

mutación. En todo caso,

Gauguin el rebelde, partida-

rio del egoísmo como he-

rramienta de realización per-

sonal, el que abandona mu-

jer, hijas y oficio, él insopor-

table hedonista que postula

la dicha que pasa por el cuer-

po, los sentidos, el placer, ese

solitario, el asocial, está de

actualidad, lo confirman la

revuelta de los “hippies”, los

jóvenes del mayo parisino de

l968, la reivindicación del uso

legal de las drogas aluci-

nógenas, con el menor pre-

texto la orgía juvenil, esa re-

ligión cuyos templos son las

discotecas que preconizan la

fiesta pánica e inmediata. La

felicidad aquí y ahora. Me

es difícil creer que el libro hu-

biera sido igual de interesan-

te sin la oposición dialéctica

entre liberación colectiva o

individual, sociedad e indivi-

duo, justicia social y gozo,

deber y disfrute. Un contra-

punto que la vuelve insonda-

ble. Flora evoca una proble-

mática feminista. Gauguin, la

del artista creador. Ambos

son alegorías vivientes de

formas extremas de revuel-

ta, pero revueltas al fin, por

eso, acaso, la existencia des-

garrada de ambos. Qué do-

lor, que mal vivieron, cuánto

sufrimiento, me dice una lec-

tora sensible. En efecto, que-

rida amiga, desde los tiempos

bíblicos, es riesgoso el oficio

de profeta. Por lo demás, en

una lectura atenta de la Bi-

blia (digo esto sin recaer en

un ataque de trascendencia)

nos hallamos con que los

profetas no se proponían

serlo, los llamaba la voz, en

muchos casos contra su vo-

luntad. Eran hombres tran-

quilos que andaban entre re-

baños de cabras, tiendas del

desierto y familiares clánicos

cuando escuchaban al que

No se Nombra. ¿Por qué yo,

Señor, protesta Noé, no ves

que estoy ocupado y se casa

una de mis hijas? Jeremías es

el que más impreca el despó-

tico mandato. “Has entrado

en mi Jehova, me has poseí-

do”. La posesión del Dios es

física. La tradición judaica in-

siste que de esa experiencia

se salía medio chamuscado.

También Flora y Paul, pro-

fetas a su manera.

Algunos en Lima se me

acercaron para decirme que

la novela última de Vargas

Llosa les parecía más una

biografía, no faltó quien so-

lamente le parecía periodis-

mo. ¿ Y si fuese el caso ? Esto

ocurre en el momento en

que en otros lugares los na-

rradores reivindican el dere-

cho a formas híbridas, “los

géneros surgen, caen, han

olvidado a la épica, luego a

la épica en verso. ¿Quién hace

tragedia hoy en versos for-

males?”, se pregunta Salman

Rushdie. ¿Quiere acaso la

novela hoy, insiste, competir

en la actualidad con lo me-

jor del reportaje, con la na-

rrativa inmediata? Pero si es

así, Vargas Llosa, que por

cierto no ignora ese debate

sobre la novela contempo-

ránea, ni las ideas de Rushdie,

su amigo, algo le dedicó al

tema en su discurso acadé-

mico en Tahití como lo diré

lineas adelante, acaso quiere

combatir en ese terreno.

Novela, pues, de aventura,

de viajes. Viajes los de los

personajes, y viajes los suyos.

Viaje el del lector.

¿Pero qué es una nove-

la? No voy a intentar definir

perentoriamente que es una

novela, la tarea es imposible,

y desaconsejo a quien sea el

intentarlo. Quisiera, en cam-

bio, ponernos de acuerdo en

los aspectos más sencillos,

según la evolución histórica

de un género que aparece

con la modernidad, hace seis

siglos, y que de alguna ma-

nera la funda (tanto como el

ensayo). Una novela es una

forma particular de relato

que no ignora la realidad pero

tampoco está obligado a re-

producirla. Es una forma li-

teraria que construye algo

que es de este mundo pero

no lo es del todo. Como todo

arte, agrega un sentido que

los individuos y la sociedad

por si mismos ni generan ni

fabrican. Y bien puede ins-

pirarse, pero inspirarse nada

más, en un grupo social, en

un caso psicólogico o en

grandes frescos históricos.

Lo primero es Balzac con

La

Comédie Humaine

, ejemplo de

lo segundo puede ser otra

gran novela del siglo XIX,

Madame Bovary

de Flaubert.

Puede ser ese

hombre absolu-

tamente bueno e inocente,

es de-

cir, el personaje del príncipe

Mychkine de Fedor Dos-

toievski en

El idiota

. En cuan-

to a la gran novela histórica,

que es casi un poco lo que

ha lanzado Vargas Llosa,

combinada a literatura de via-

je interno y externo, ella va

de una lengua a otra lengua,

de un siglo al otro, de

Alexandre Dumas y sus

mosqueteros a Hugo, a

Walter Scott, a Margaret

Mitchell, la de

Lo que el viento

se llevó

. En castellano pondría

a Alejo Carpentier,

El siglo de

las luces

, y al catalán Eduardo

Mendoza, cuyo personaje es

siempre la ciudad de Barce-

lona. Y un autor, un

outsider

,

un inclasificable, aventurero,

revolucionario, periodista,

político, novelista y ensayis-

ta, que encarnó las grandes

pasiones del siglo veinte, del

comunismo duro de los años

1951.

“Flora evoca una problemática feminista. Gauguin, la del artista

creador. Ambos son alegorías vivientes de formas extremas de revuelta,

pero revueltas al fin, por eso, acaso, la existencia desgarrada de ambos. Qué

dolor, que mal vivieron, cuánto sufrimiento, me dice una lectora sensible. En

efecto, querida amiga, desde los tiempos bíblicos, es riesgoso

el oficio de profeta”.