Previous Page  17 / 28 Next Page
Information
Show Menu
Previous Page 17 / 28 Next Page
Page Background

LIBROS & ARTES

Página 15

tuvo que ver el hábil marino

Dupetit-Thouars, el mismo

que pasó por el Perú y que

prefirió ir a dominar tahi-

tianos que peruanos enton-

ces con las armas en la mano

y que venían de emanciparse

del yugo español. El hecho

es que sobre la antigua civili-

zación polinésica, con sus

piraguas, tatuajes, bailes las-

civos e impúdicas libertades,

por encima de ella se estable-

ce una sociedad de colonos

y del apegado catolicismo de

ese siglo, que es la que preci-

samente conocerá Gauguin,

y al incipiente burgo lo en-

cuentra insufrible. Papeete

desde la mitad del siglo XIX

tiene a la vez colonos fran-

ceses, en su gran mayoría

bretones, polinesios que se

rebelan y pierden varias gue-

rras, un intenso y entusiasta

proceso de mestizaje, y para

que la cosa se complicara, y

en su mixtura de razas tuvie-

se un aire a la peruana, llega-

ron los chinos, prósperos

comerciantes. Era un anexo

de Francia, con casas de ma-

dera, una zona portuaria, y

distritos, Paofai, Punaauia,

Papara, una buena cantidad

de almacenes y otro tanto de

bares y burdeles. Algunas ca-

racterísticas han permaneci-

do hasta nuestros días: cen-

tro comercial tradicional aun-

que haya supermercados

ahora por todas partes, y cen-

tro de la escarpada isla, una

isla alta de orígen volcánico,

que permanece hasta el día

de hoy vacío. La vida ta-

hitiana es una larga cintura en

la que se suceden distritos,

iglesias, escuelas, mercados,

casas privadas y de nuevo,

templos, campos de depor-

te. Todo es verde, un jardín

lujuriante, y nunca te apartas

demasiado de la orilla del mar

que a raíz de los arrecifes,

forma una laguna natural que

llaman lagón. Pero estas ex-

plicaciones son actuales.

Mario quería precisiones so-

bre el pasado, así que le lle-

vé, a su pedido, lo mejor que

tenemos por allá, dos

antropólogos, Bruno Saura,

que nos dio una lección ma-

gistral en privado sobre el

complejo entramado de tres

culturas en una, la de los reo-

maori, los franceses que lle-

garon y los chinos de fines

del XIX. El otro fue Serge

Dunis, fuerte en mitos, tatua-

jes y símbolismo tradicional.

Mario estuvo encantado. Es-

cucha sin tomar notas, pero

por lo visto, registra todo.

Luego él y la comitiva par-

tieron a las Marquesas, últi-

ma estación en la busqueda

del paraíso sensual en

Gauguin, y donde está la

tumba. En la colección de

fotos de su hija está Mario en

ese lugar, meditando. Lo

atendieron regiamente. Están

las Marquesas tan lejos y de

otra parte, saben quien es

Gauguin, que se entusiasma-

ron con esa visita. Es verdad

que tienen una tradición, sa-

ber bien recibir. Ya de vuel-

ta, a Papeete, el día de la ce-

remonia del honoris causa,

montaron en la austera sala

universitaria una pared de

flores y de ramados, una

maravilla. Hubo cantos cora-

les, un público que se puso

flores en la cabeza, señal de

gran regocijo, fue muy emo-

cionante. Nunca olvidaré esa

mañana, ni tampoco los

Vargas Llosa. Mario ha reci-

bido más de veinte honoris

causa, pero no es eso, en

Madrid, meses después, él y

Patricia me decían que no

podrán olvidar la acogida en

la isla del fin del mundo, ahí

donde Gauguin fue a parar

tras su recalcitrante sueño de

ilimitada libertad personal.

Los días que siguieron,

cuando habían partido, noté

una suerte de signos que mi

mujer y yo bautizamos “el

efecto Vargas Llosa”. Por un

tiempo, al menos por muchas

semanas, la gente volvió a

comprar libros en librerías,

no sólo los del visitante, que

volaron, sino de todo. Varios

de mis alumnos, a los que

arrastré a cada acto, cambia-

ron de vocación y decidieron

prepararse para los concur-

sos que dan acceso al profe-

sorado. La gente dejó de ha-

blar con la ligereza habitual

propia de los habitantes del

primer mundo (en él están,

no fuese sino por el azar de

su tardía colonización) de la

pobre América Latina. El

gran favor que Mario me

hizo, además de robustecer

la moral de los veinte profe-

sores de español en colegios

secundarios, fue confirmar

lo que les había dicho en el

transcurso de años, sin

poderlo probar. No se con-

fundan, la América Latina es

pobre pero es una gran civi-

lización. Que algo puede ser

ambas cosas, productor de

riqueza cultural y a la vez na-

ciones de bajísimas rentas,

resulta evidente para noso-

tros, nada más que reparar

en el esplendor de nuestro

arte, cocina, música, poesía

y narrativa, pero resultaba

incomprensible para los que

fueron mis alumnos y alum-

nas, acostumbrados a dejar

la isla para ir de vacaciones a

Hawai o California. Des-

pués de Mario si han enten-

dido. El que seamos una ci-

vilización continental y con-

tradictoria, letal y vital a la

vez.

Los personajes le venían

al novelista ya determinados

por la celebridad y la histo-

ria, la Paria, el Pintor. No así

los nudos psicológicos. Ir tras

la huella de sus personajes es

cosa que Vargas Llosa ha

hecho en otras ocasiones, a

la selva como a Piura para

La

casa verde

, al nordeste tras las

huellas del Consejero, el te-

rrible bandolero mesiánico

de

La guerra del fin del mundo

,

no siempre encuentra docu-

mentos fidedignos, a veces

apenas leves pasos, pero,

cuenta el escritor, lo poco

que halló le permitió “fabu-

lar” el personaje del Leon de

Natuba, “un ser un poco

monstruoso pero que estaba

siempre al lado de Conseje-

ro porque sabía escribir”. En

una entrevista concedida a Fe-

derico de Cardenas, Vargas

Llosa cuenta que el escrúpu-

lo de combinar personajes

reales y situaciones conje-

turales o inventadas, como el

caso del coronel Althaus, con

el cual le inventa un romance

a Flora, es uno de esos casos.

Althaus existió, probable-

mente enamoró a la bella y

joven viajera, nada prueba

que esta lo rechazara o acep-

tara, la cuenta del misterio hay

que ponerla a la intuición del

narrador.

II

El paraíso en la otra esqui-

na

es un relato construido

según una secuencia sencilla.

Mario Vargas Llosa ha acu-

Con Arnold Toynbee. c. 1953.

“La vida tahitiana es una larga cintura en la que se suceden distritos,

iglesias, escuelas, mercados, casas privadas y de nuevo, templos, campos de

deporte. Todo es verde, un jardín lujuriante, y nunca te apartas demasiado

de la orilla del mar que a raíz de los arrecifes, forma una laguna

natural que llaman lagón”.