LIBROS & ARTES
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tuvo que ver el hábil marino
Dupetit-Thouars, el mismo
que pasó por el Perú y que
prefirió ir a dominar tahi-
tianos que peruanos enton-
ces con las armas en la mano
y que venían de emanciparse
del yugo español. El hecho
es que sobre la antigua civili-
zación polinésica, con sus
piraguas, tatuajes, bailes las-
civos e impúdicas libertades,
por encima de ella se estable-
ce una sociedad de colonos
y del apegado catolicismo de
ese siglo, que es la que preci-
samente conocerá Gauguin,
y al incipiente burgo lo en-
cuentra insufrible. Papeete
desde la mitad del siglo XIX
tiene a la vez colonos fran-
ceses, en su gran mayoría
bretones, polinesios que se
rebelan y pierden varias gue-
rras, un intenso y entusiasta
proceso de mestizaje, y para
que la cosa se complicara, y
en su mixtura de razas tuvie-
se un aire a la peruana, llega-
ron los chinos, prósperos
comerciantes. Era un anexo
de Francia, con casas de ma-
dera, una zona portuaria, y
distritos, Paofai, Punaauia,
Papara, una buena cantidad
de almacenes y otro tanto de
bares y burdeles. Algunas ca-
racterísticas han permaneci-
do hasta nuestros días: cen-
tro comercial tradicional aun-
que haya supermercados
ahora por todas partes, y cen-
tro de la escarpada isla, una
isla alta de orígen volcánico,
que permanece hasta el día
de hoy vacío. La vida ta-
hitiana es una larga cintura en
la que se suceden distritos,
iglesias, escuelas, mercados,
casas privadas y de nuevo,
templos, campos de depor-
te. Todo es verde, un jardín
lujuriante, y nunca te apartas
demasiado de la orilla del mar
que a raíz de los arrecifes,
forma una laguna natural que
llaman lagón. Pero estas ex-
plicaciones son actuales.
Mario quería precisiones so-
bre el pasado, así que le lle-
vé, a su pedido, lo mejor que
tenemos por allá, dos
antropólogos, Bruno Saura,
que nos dio una lección ma-
gistral en privado sobre el
complejo entramado de tres
culturas en una, la de los reo-
maori, los franceses que lle-
garon y los chinos de fines
del XIX. El otro fue Serge
Dunis, fuerte en mitos, tatua-
jes y símbolismo tradicional.
Mario estuvo encantado. Es-
cucha sin tomar notas, pero
por lo visto, registra todo.
Luego él y la comitiva par-
tieron a las Marquesas, últi-
ma estación en la busqueda
del paraíso sensual en
Gauguin, y donde está la
tumba. En la colección de
fotos de su hija está Mario en
ese lugar, meditando. Lo
atendieron regiamente. Están
las Marquesas tan lejos y de
otra parte, saben quien es
Gauguin, que se entusiasma-
ron con esa visita. Es verdad
que tienen una tradición, sa-
ber bien recibir. Ya de vuel-
ta, a Papeete, el día de la ce-
remonia del honoris causa,
montaron en la austera sala
universitaria una pared de
flores y de ramados, una
maravilla. Hubo cantos cora-
les, un público que se puso
flores en la cabeza, señal de
gran regocijo, fue muy emo-
cionante. Nunca olvidaré esa
mañana, ni tampoco los
Vargas Llosa. Mario ha reci-
bido más de veinte honoris
causa, pero no es eso, en
Madrid, meses después, él y
Patricia me decían que no
podrán olvidar la acogida en
la isla del fin del mundo, ahí
donde Gauguin fue a parar
tras su recalcitrante sueño de
ilimitada libertad personal.
Los días que siguieron,
cuando habían partido, noté
una suerte de signos que mi
mujer y yo bautizamos “el
efecto Vargas Llosa”. Por un
tiempo, al menos por muchas
semanas, la gente volvió a
comprar libros en librerías,
no sólo los del visitante, que
volaron, sino de todo. Varios
de mis alumnos, a los que
arrastré a cada acto, cambia-
ron de vocación y decidieron
prepararse para los concur-
sos que dan acceso al profe-
sorado. La gente dejó de ha-
blar con la ligereza habitual
propia de los habitantes del
primer mundo (en él están,
no fuese sino por el azar de
su tardía colonización) de la
pobre América Latina. El
gran favor que Mario me
hizo, además de robustecer
la moral de los veinte profe-
sores de español en colegios
secundarios, fue confirmar
lo que les había dicho en el
transcurso de años, sin
poderlo probar. No se con-
fundan, la América Latina es
pobre pero es una gran civi-
lización. Que algo puede ser
ambas cosas, productor de
riqueza cultural y a la vez na-
ciones de bajísimas rentas,
resulta evidente para noso-
tros, nada más que reparar
en el esplendor de nuestro
arte, cocina, música, poesía
y narrativa, pero resultaba
incomprensible para los que
fueron mis alumnos y alum-
nas, acostumbrados a dejar
la isla para ir de vacaciones a
Hawai o California. Des-
pués de Mario si han enten-
dido. El que seamos una ci-
vilización continental y con-
tradictoria, letal y vital a la
vez.
Los personajes le venían
al novelista ya determinados
por la celebridad y la histo-
ria, la Paria, el Pintor. No así
los nudos psicológicos. Ir tras
la huella de sus personajes es
cosa que Vargas Llosa ha
hecho en otras ocasiones, a
la selva como a Piura para
La
casa verde
, al nordeste tras las
huellas del Consejero, el te-
rrible bandolero mesiánico
de
La guerra del fin del mundo
,
no siempre encuentra docu-
mentos fidedignos, a veces
apenas leves pasos, pero,
cuenta el escritor, lo poco
que halló le permitió “fabu-
lar” el personaje del Leon de
Natuba, “un ser un poco
monstruoso pero que estaba
siempre al lado de Conseje-
ro porque sabía escribir”. En
una entrevista concedida a Fe-
derico de Cardenas, Vargas
Llosa cuenta que el escrúpu-
lo de combinar personajes
reales y situaciones conje-
turales o inventadas, como el
caso del coronel Althaus, con
el cual le inventa un romance
a Flora, es uno de esos casos.
Althaus existió, probable-
mente enamoró a la bella y
joven viajera, nada prueba
que esta lo rechazara o acep-
tara, la cuenta del misterio hay
que ponerla a la intuición del
narrador.
II
El paraíso en la otra esqui-
na
es un relato construido
según una secuencia sencilla.
Mario Vargas Llosa ha acu-
Con Arnold Toynbee. c. 1953.
“La vida tahitiana es una larga cintura en la que se suceden distritos,
iglesias, escuelas, mercados, casas privadas y de nuevo, templos, campos de
deporte. Todo es verde, un jardín lujuriante, y nunca te apartas demasiado
de la orilla del mar que a raíz de los arrecifes, forma una laguna
natural que llaman lagón”.