

LIBROS & ARTES
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mes siguiente ella se escapa
reuniéndose otra vez con su
madre. Legalmente obtiene
entonces Chazal lo que no
había logrado por la fuerza.
El drama sólo va a arreciar
con esta sentencia. Alina de-
nuncia un conato de incesto,
Flora la protege y Chazal es
arrestado. Los esposos se
enrostran públicamente las
más insultantes acusaciones.
Es sólo en 1838 cuando
publica las
Peregrinaciones de
una paria
bajo el lema “Dios,
franqueza, libertad!”. Cuen-
ta Ventura García Calderón
que en un artículo publicado
en
L´Artiste
el señor Pom-
pery afirmó en 1838 que al-
gunas parisienses comenza-
ron a usar la saya y manto en
homenaje a este libro. Ese
mismo año la sangre de la
autora le sirve de propagan-
da. El 10 de setiembre de
1838 Chazal la hiere en la
calle de Bac de un tiro a
quemarropa. Con melancó-
lica sangre fría, el crimen ha
sido preparado durante me-
ses. “La gran noticia aquí es
el asesinato de Flora Tristán
por su marido –escribe Saint-
Beuve a los esposos Oliver–
la ha hecho más célebre en
una hora que en diez años de
vida literaria”. Pero la vícti-
ma quedó libre de su perse-
guidor, condenado a veinte
años de trabajos forzados.
En 1839 la famosa revista
Le
Chariveri
publicó un grabado
con su retrato; también ha-
bía aparecido antes en la se-
rie
Las más bellas mujeres de
París
.
Por una carta de don Pío
a don Pedro, del 18 de julio
de 1838, exhumada por Luis
Alayza en la obra citada, que-
dó suspendida la pensión de
2,500 francos por trimestres
anticipados que Flora recibía,
incluyendo dentro del casti-
go los meses vencidos, en
vista de la aparición de
Pere-
grinaciones
. Alayza dice tam-
bién que ella había sido que-
mada en Arequipa en estatua
y que se prohibió la entrada
y la traducción del libro en el
Perú.
LOS PASEOS EN
LONDRES
El viaje de Flora a Ingla-
terra en 1839 abre un nuevo
capítulo en su vida. Al año
siguiente aparecieron sus
Pa-
seos en Londres
, que han sido
calificados como un grito de
piedad y de indignación a fa-
vor del pueblo inglés. Los
que se resienten en el Perú
con la rudeza de algunas pá-
ginas de las
Peregrinaciones
de-
ben leer este análisis impla-
cable fruto de cuatro viajes.
Flora ha sondeado en las
miserias más sombrías y en
las ignominias más opro-
biosas. Ebrios, prostitutas,
presos, desfilan aquí; más allá
aparecen la aristocracia, el
parlamento, los teatros, las
carreras de caballos, la litera-
tura, el “home”. La triste
condición de la mujer y del
pobre resalta; pero hay, según
esta otra mujer que también
es pobre, una luz promisora
en el movimiento cartista y
un ejemplo admirable en la
elocuencia solitaria del irlan-
dés O´Connor ante la Cáma-
ra de los Comunes indiferen-
te. En el asilo de alienados de
Bedlam halla, por una coin-
cidencia que no le parece ca-
sual, a un loco, apellidado
Chabrier, casi lo mismo que
su gran amante ya fallecido,
que se cree Dios y que se
prosterna ante ella y con pa-
labras encendidas la incita a
que vaya por el mundo a
anunciar la “ley nueva”.
LA AGITADORA
En 1839, Antoine Fée la vi-
sitó y la ha pintado en su obra
Viaje alrededor de una bibliote-
ca
. Profundos y melancólicos
sus ojos, continuaban siendo
muy bellos. Largos bucles de
su “copiosa y lujuriante” ca-
bellera negra caían un poco
desordenados hasta sus
hombros y le daban un aire
extraño. Su fisonomía móvil,
algo olivácea, animada por
una innata benevolencia,
agradaba desde el primer
momento. Tenía la voz dul-
ce y la palabra fácil y sabía
narrar de una manera amena
y fina. Sensible hasta el ex-
tremo, lloraba cuando se le
contradecía demasiado. De
talle elegante y delgado, con
un aire de reina, aun era se-
ductora y turbadora. “Hay
que conocer a esta mujer para
admirarla y estremecerse”,
escribe en 1841 el ex-abate
Constant. Bondadosamente
cruel, capaz de torturar son-
riendo, con ingenuidades de
niña y conciencia de santa en
sus homicidios morales, la
llama también. Y orgullosa:
“el Satán de Milton debe ha-
berse muerto de despecho
desde que ella está en el mun-
do”.
Pero es la misma mujer
que va a dedicarse a predicar
la fraternidad universal de los
obreros y de las obreras. Sím-
bolo de esa conciencia socia-
lista militante debían ser los
llamados “palacios de la
Unión Obrera” destinados a
los viejos, a los enfermos, a
los niños. En el folleto
La
Unión Obrera
editado en 1843
y reeditado por tercera vez en
Lyon en 1844, gracias a una
suscripción pública que ella
misma dirigió anotando los
nombres de los cotizantes y
de los que se negaron a co-
operar, Flora expuso sus
ideas al respecto con un sen-
tido solidarista y radical aun-
que evolucionista y no revo-
lucionario. Planteó la necesi-
dad de constituir la unidad
compacta e indisoluble de la
clase obrera (con lo que se
adelantó a Marx); la de dotar
a la Unión de un enorme ca-
pital mediante el óbolo vo-
luntario de cada trabajador;
la de adquirir, gracias a ese
capital, un poder efectivo, el
del dinero; la de prevenir así
la miseria; la de dar a los hi-
jos de los proletarios una
educación sólida, racional,
capaz de hacerlos hombres y
mujeres instruídos y hábiles;
la de recompensar el trabajo
como se debe, grande y dig-
namente. Soñó en los pala-
cios de la clase obrera, ba-
rrios o unidades vecinales
donde debía haber centros de
trabajo industrial y agrícola,
plazas para que jugaran los
niños, lugares de esparci-
miento. De este modo se
adelantó a las más modernas
y humanas tendencias del
urbanismo. En esos centros,
hombres y mujeres debían
trabajar según su capacidad
y recibir parte de los benefi-
cios provenientes de la venta
de los productos. Hombres
y mujeres y también niños o
adultos debían tener sus es-
cuelas. Dirigió, asimismo,
Flora un llamado a los com-
positores para que hicieran
un himno en loor de la fra-
ternidad humana y el premio
fue obtenido por M. A. Thys,
a quien Eugenio Sué confi-
rió una medalla. La propa-
ganda no la redujo a la obra
escrita. Después de la aproxi-
mación a los obreros de Pa-
rís, vinieron valientes viajes
por Francia, entre luchas, tu-
multos, zozobras, persecu-
ciones policíacas, burlas, gro-
serías, ingratitudes e
incomprensiones de los obre-
ros mismos. También tuvo
éxitos en su apostolado para
despertar al proletariado fran-
cés adormecido. Después de
muerta, se ha reconocido sin
“El viaje demoró cinco meses. Desembarcó Flora en Islay y de allí pasó
a Arequipa donde residió hasta abril de 1834. Su permanencia en el
terruño de sus antepasados duró (no lo olvidemos) sólo pocos meses más que
los de la travesía. En la casa de su familia halló albergue y algunos miembros
de ella le demostraron gran afecto. Pero don Pío le negó terminantemente la
condición de hija legítima.”
Jorge Basadre y Raúl Porras en Madrid. c. 1940.