LIBROS & ARTES
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nuestras bibliotecas, tanto
las nacionales como las que
pertenecen al mundo litera-
rio y universitario, son al-
macenes de memoria acu-
mulada, archivos clasifica-
dos de escritos de todo tipo
(revelación, argumentación,
imaginación, tablas) de esta
etapa de la historia humana
que ha dedicado su vida a
escribir. Las millones y mi-
llones de formas sucesivas
de la textualidad, desde las
tablillas sumerias hasta la
impresión y mucho más
allá, están albergadas bien
de manera subterránea, o
bien en las altas torres de
Babel de hoy (y estos
vectores opuestos realmen-
te están cargados de índices
simbólicos e iconográficos).
El grueso de este material
nunca o muy raramente es
exhumado para su uso co-
rriente. Ningún investiga-
dor, bibliófago (el
library
cormorant
de Coleridge), o
lector voraz puede en abso-
luto esperar conocer exha-
ustivamente más que una
porción de las fuentes dis-
ponibles en una especiali-
dad más o menos delimita-
da. Incluso lo no leído, lo
no tocado en el silencio pol-
voriento de los montones
apilados, ejerce una fuerte
presión por su presencia y
disponibilidad. Esta situa-
ción se asemeja a los
espectrales ejércitos exca-
vados en las tumbas de los
emperadores chinos, dis-
puestos para cuando se los
requiera (
on line
, se dice
hoy). El volumen, el folle-
to, las publicaciones perió-
dicas, podrían sacarse a la
luz algún día. El lomo res-
quebrajado podría ser abier-
to por la página manchada.
También la más oscura de
las monografías podría re-
sucitar algún día. Lázaro es
el santo patrón de los ana-
queles de la biblioteca.
A la vez, las nuevas bi-
bliotecas deben atender a
los revolucionarios medios
de publicación y lectura
cuyo progreso es hoy en día
casi incontrolable. Casi dos
tercios de las entradas de los
catálogos de la Biblioteca
del Congreso aparecerán
pronto en un formato distin-
to al del libro tal y como lo
hemos conocido. Cuando el
“lector” –esta denominación
pide ya ser revisada– entra
en la Bibliothèque François-
Mitterrand, es invitado a di-
rigirse a una “iconoteca”,
“fonoteca” o “mediateca”
con su profusión de mate-
riales pictóricos, sonoros,
periódicos y audiovisuales
listados y transmitidos elec-
trónica-mente. El centro
audio-visual ofrecerá una
selección, actualizada con
frecuencia, de tres mil qui-
nientas películas, diez mil
grabaciones y más de cien
mil fotografías desde
Daguerre hasta hoy. Ciento
diez terminales
on line
pro-
porcionan acceso, a través
de CD-Rom, a una selec-
ción, también actualizada, de
dos mil horas de televisión
y ochocientas de radio. El
principal catálogo de libros,
que comprende cerca de
diez millones de títulos, será
enteramente automatizado y
podrá ser consultado en la
pantalla. Para el comienzo
de este milenio, se espera
que la Bibliothèque
François-Mitterand, como
otras similares, esté conec-
tada elec-trónicamente con
otras bibliotecas de depósi-
tos y colecciones especiali-
zadas del resto del planeta.
De este modo, se cumplirá
el sueño de Leibniz de una
biblioteca universalis
, po-
niendo la totalidad de la
memoria y del saber huma-
no registrados al alcance de
un terminal de mesa, esté
donde esté situado. En un
sentido práctico, las bibliote-
cas serán sinapsis, centros
nerviosos de intercambio
electrónico en una red global.
Este es un momento
fantásticamente acelerado
de desarrollo técnico, don-
de es difícil establecer y pre-
parar la coexistencia y la re-
lación entre lo más viejo y
lo más nuevo, entre las ta-
blillas de arcilla o los
papiros y la cinta electro-
magnética. Es posible que la
British Library y la Biblio-
thèque François-Mitterrand
estuvieran ya anticuadas el
día de su apertura. Estas bi-
bliotecas son, en gran me-
dida, suntuosos mausoleos
a los que se adhiere, a pesar
de su modernismo y su
aplomo arquitectónico, un
halo de sepulcro, de inmo-
vilidad solemne indiso-
ciable del concepto de todo
museo o archivo. Sobresa-
len, como inmensos nichos
de tesoros embalsamados,
en los confines de una con-
ciencia totalmente diferen-
te a la que deben anticipar-
se para poder responderle
mejor.
Son las características
de esta conciencia y el lu-
gar que ocupa, si ocupa al-
guno, en los ideales de la
creación santificados por el
libro, por la sala de concier-
tos o por el museo de bellas
artes, los que están ahora a
punto de emerger. Son las
relaciones del tiempo con lo
canónico, respecto tanto a
su evocación como a su su-
pervivencia futura, las que
se encuentran hoy someti-
das a presiones sociales y
psicológicas sin preceden-
tes. Como dice uno de los
analistas filosóficos más
comedidos: “Hay buenas
razones para pensar que el
futuro del ciberespacio pro-
ducirá novedades metafísi-
cas, que la realidad virtual
interpretada a través de la
comunidad virtual es, hasta
cierto punto, un mundo nue-
vo en cuyo umbral nos en-
contramos hoy”
1
. Los pro-
blemas expuestos son un
campo de minas para el pro-
fano, pero nos hace falta
intentar comprender lo que
está en juego.
¿Cómo podemos distin-
guir las tecnologías que,
aunque espectaculares, no
son más que extensiones,
aceleraciones o amplifica-
ciones de medios preceden-
tes –tal como lo fue la im-
prenta– y aquellas que sig-
nifican un “salto cuántico”,
que abren horizontes sin
precedentes? Tal distinción
no sólo es fluida, sino que
las razones aducidas son, en
parte, ideológicas. Expresan
convicciones más o menos
declaradas sobre lo que ver-
daderamente importa, sobre
los fines que se pretenden,
en la conciencia y en la so-
ciedad, en la teoría y en la
praxis. Marx nos resulta
aquí útil cuando asegura
que en un determinado pun-
to la cantidad se transforma
en cualidad. Si, como pre-
dicen los expertos, Internet
contará en el 2005 con cer-
ca de dos mil millones de
usuarios, sirviéndose de
bucles retroactivos contro-
lados por ordenador para
comunicarse y efectuar
transacciones virtuales en-
1
Gordon Graham,
The Internet
,
1999, pág. 163.
“En ‘el último análisis’, reveladora frase, la máquina demostra-
rá ser más poderosa (y cada vez más). Esto es lo que yo encuen-
tro al mismo tiempo fascinante y profundamente triste”.