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LIBROS & ARTES

Página 29

Nuestro rostro es la su-

perposición de los ros-

tros de nuestros antepasa-

dos. En el curso de nuestra

vida los rasgos de unos se

van haciendo más visibles

que los de otros. Así de be-

bés nos parecemos al abue-

lo, de niños a la madre, de

adolescentes al tío, de jóve-

nes al padre, de maduros al

Papa Bonifacio VI, de vie-

jos a un huaco Chimú y de

ancianos a cualquier antro-

poide. Casi nunca nos pa-

recemos a nosotros mis-

mos” (

Prosas apátridas

,

87). Lo que parece querer-

nos decir Julio Ramón

Ribeyro en este fragmento

que cita Peter Elmore en

El

perfil de la palabra

es que

a pesar de aquel deseo de in-

dividuación que nos gobier-

na a todos, es el destino

genético -y finalmente el de

la especie- el que inexora-

blemente y pese a todo se

llega a imponer como pa-

trón dominante en la vida de

hombres y mujeres. Ese

misterio, acaso insondable,

resulta aplastante en la me-

dida en que es poco el con-

trol que uno parecería tener

para alterar sus esquivos

designios. Así, sólo queda-

ría aprender, a medida que

uno se va haciendo viejo, a

reconocerse con resigna-

ción en esa máscara fami-

liar y tan ajena a la vez que

es la de los padres, aquellos

precisamente de quienes

hemos intentado distanciar-

nos desde que de niños

intuimos esas desconcertan-

tes semejanzas. Ese árbol

familiar de ramaje arcano

cuya filiación conminatoria,

imperiosa se nos va revelan-

do a medida que avanzan

los años, se encuentra arrai-

gado en un tiempo inmemo-

rial al que apenas tenemos

acceso, y de ese árbol no

somos aparentemente sino

una nueva hoja que apenas

se distingue de la otra, aca-

so por la curva impercepti-

ble de su nervadura, por la

textura más o menos rugo-

sa, o por el matiz más o

menos verde de su epider-

mis.

Sin embargo, en otro

fragmento también citado

en el libro que comentamos,

señala Ribeyro que “cada

escritor tiene la cara de su

obra. Así, me divierto pen-

sando cómo leería la obra de

Victor Hugo si tuviera la

cara de Baudelaire, o la de

Vallejo si se hubiera pare-

cido a Neruda. Pero es evi-

dente que Vallejo no hubie-

ra escrito Poemas Humanos

si hubiera tenido la cara de

Neruda”. Si es cierto, enton-

ces, que el destino genético

nos compele a abandonar

nuestros sueños de diferen-

cia para igualarnos cada vez

más al abuelo o a la madre,

y a la postre a cualquier

ejemplar ignoto de la espe-

cie humana, también cabe la

posibilidad, sugiere Ribey-

ro, que la tiranía de ese ci-

clo biológico pueda ser bur-

lada para lograr precisa-

mente el efecto contrario:

para parecernos cada vez

menos a otros, y cada vez

más a uno mismo.

Porque es precisamen-

te ese elusivo parecido con

el propio perfil el que se va

dibujando con trazos cada

vez más nítidos y seguros en

el caso del escritor que,

como Vallejo o Baudelaire,

se entrega plenamente a su

vocación. Nos acercamos,

pues, a un terreno de inda-

gación que tiene poca filia-

ción con la genética y sí en

cambio con la ética. Bor-

deamos, a pesar de lo anun-

ciado en la primera cita, el

terreno privilegiado de la

elección personal, y de la

construcción activa de la

subjetividad, aquella a la que

accede el escritor que, como

Ribeyro, se entrega terca y

pacientemente a la práctica

de su vocación, que es la

escritura. Es en este proce-

so liberador y luminoso por

el que Elmore discurre con

prosa elegante y depurada

en

El perfil de la palabra

,

abarcando la obra del autor

de

La palabra del mudo

en

su compleja y deslumbran-

te totalidad, en orden

cronológico, e incluyendo

textos quizás olvidados como

podrían ser aquellos que co-

rresponden a su obra dra-

mática.

El perfil del escritor a

partir del perfil de sus pala-

bras. Perfil que se esboza a

partir de la superposición de

los textos que éste escribe.

Un palimpsesto intransferi-

ble, único, en el que, a tra-

vés de infinidad de capas/

textos, se adivina su verda-

dero y auténtico rostro.

Como el distinguido pintor

chino al que Borges alude

en uno de sus cuentos, con

una obra paisajista muy vas-

ta y diversa que al final de

su vida, al reunir todas sus

pinturas, cae en la cuenta de

que en verdad lo que ha di-

bujado en todos ellos no es

sino un sólo paisaje: el de

su propio rostro, que se re-

pite en diversas formas y

matices en esos ríos, mon-

tañas y cielos que compo-

nen la totalidad de su obra.

Así, y trasladando la metá-

fora al campo literario, es en

esa conquista del espacio de

la escritura en la que inda-

ga Elmore con relación a

Julio Ramón Ribeyro, que

se establece la posibilidad

no sólo de labrar el propio

perfil contra los designios

de la naturaleza, y finalmen-

te reconocerse en él, sino

también, y esto es lo que

resulta más incitante, de so-

brepasarse, de llegar a ser

mejor que uno mismo, de

“avanzar más allá de la pro-

pia frontera” (

La tentación

del fracaso

).

Elmore subraya el sen-

tido ético de este proceso

que estaría marcado por la

elección que supone la es-

critura de cada palabra, cada

frase, cada página, cada

nota, cada libro. Elección

textual que a su vez va

orientando la trayectoria vi-

tal del sujeto creador, la

manera que tiene de en-

frentarse al mundo en el

que le ha tocado vivir, la

manera de confrontarse

consigo mismo. En este

sentido uno de los aspectos

más sugerentes del libro es

que nos persuade de la ca-

lidad activa, dinámica y

“Los trazos que retratan a Ribeyro en este libro resultan

verdaderamente reveladores y se mueven buscando una sínte-

sis más compleja de aquella que la crítica ha realizado hasta

ahora sobre la obra del autor”.

Julio Ramón Ribeyro total

Francesca Denegri

LOS PERFILES

ÉTICOS DEL MUDO

En

El Perfil de la palabra

Peter Elmore nos

invita a descubrir nuevos núcleos de significados y a

formularnos nuevas preguntas acerca de cada uno de los textos

y de los personajes del entrañable Ribeyro.