LIBROS & ARTES
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Nuestro rostro es la su-
perposición de los ros-
tros de nuestros antepasa-
dos. En el curso de nuestra
vida los rasgos de unos se
van haciendo más visibles
que los de otros. Así de be-
bés nos parecemos al abue-
lo, de niños a la madre, de
adolescentes al tío, de jóve-
nes al padre, de maduros al
Papa Bonifacio VI, de vie-
jos a un huaco Chimú y de
ancianos a cualquier antro-
poide. Casi nunca nos pa-
recemos a nosotros mis-
mos” (
Prosas apátridas
,
87). Lo que parece querer-
nos decir Julio Ramón
Ribeyro en este fragmento
que cita Peter Elmore en
El
perfil de la palabra
es que
a pesar de aquel deseo de in-
dividuación que nos gobier-
na a todos, es el destino
genético -y finalmente el de
la especie- el que inexora-
blemente y pese a todo se
llega a imponer como pa-
trón dominante en la vida de
hombres y mujeres. Ese
misterio, acaso insondable,
resulta aplastante en la me-
dida en que es poco el con-
trol que uno parecería tener
para alterar sus esquivos
designios. Así, sólo queda-
ría aprender, a medida que
uno se va haciendo viejo, a
reconocerse con resigna-
ción en esa máscara fami-
liar y tan ajena a la vez que
es la de los padres, aquellos
precisamente de quienes
hemos intentado distanciar-
nos desde que de niños
intuimos esas desconcertan-
tes semejanzas. Ese árbol
familiar de ramaje arcano
cuya filiación conminatoria,
imperiosa se nos va revelan-
do a medida que avanzan
los años, se encuentra arrai-
gado en un tiempo inmemo-
rial al que apenas tenemos
acceso, y de ese árbol no
somos aparentemente sino
una nueva hoja que apenas
se distingue de la otra, aca-
so por la curva impercepti-
ble de su nervadura, por la
textura más o menos rugo-
sa, o por el matiz más o
menos verde de su epider-
mis.
Sin embargo, en otro
fragmento también citado
en el libro que comentamos,
señala Ribeyro que “cada
escritor tiene la cara de su
obra. Así, me divierto pen-
sando cómo leería la obra de
Victor Hugo si tuviera la
cara de Baudelaire, o la de
Vallejo si se hubiera pare-
cido a Neruda. Pero es evi-
dente que Vallejo no hubie-
ra escrito Poemas Humanos
si hubiera tenido la cara de
Neruda”. Si es cierto, enton-
ces, que el destino genético
nos compele a abandonar
nuestros sueños de diferen-
cia para igualarnos cada vez
más al abuelo o a la madre,
y a la postre a cualquier
ejemplar ignoto de la espe-
cie humana, también cabe la
posibilidad, sugiere Ribey-
ro, que la tiranía de ese ci-
clo biológico pueda ser bur-
lada para lograr precisa-
mente el efecto contrario:
para parecernos cada vez
menos a otros, y cada vez
más a uno mismo.
Porque es precisamen-
te ese elusivo parecido con
el propio perfil el que se va
dibujando con trazos cada
vez más nítidos y seguros en
el caso del escritor que,
como Vallejo o Baudelaire,
se entrega plenamente a su
vocación. Nos acercamos,
pues, a un terreno de inda-
gación que tiene poca filia-
ción con la genética y sí en
cambio con la ética. Bor-
deamos, a pesar de lo anun-
ciado en la primera cita, el
terreno privilegiado de la
elección personal, y de la
construcción activa de la
subjetividad, aquella a la que
accede el escritor que, como
Ribeyro, se entrega terca y
pacientemente a la práctica
de su vocación, que es la
escritura. Es en este proce-
so liberador y luminoso por
el que Elmore discurre con
prosa elegante y depurada
en
El perfil de la palabra
,
abarcando la obra del autor
de
La palabra del mudo
en
su compleja y deslumbran-
te totalidad, en orden
cronológico, e incluyendo
textos quizás olvidados como
podrían ser aquellos que co-
rresponden a su obra dra-
mática.
El perfil del escritor a
partir del perfil de sus pala-
bras. Perfil que se esboza a
partir de la superposición de
los textos que éste escribe.
Un palimpsesto intransferi-
ble, único, en el que, a tra-
vés de infinidad de capas/
textos, se adivina su verda-
dero y auténtico rostro.
Como el distinguido pintor
chino al que Borges alude
en uno de sus cuentos, con
una obra paisajista muy vas-
ta y diversa que al final de
su vida, al reunir todas sus
pinturas, cae en la cuenta de
que en verdad lo que ha di-
bujado en todos ellos no es
sino un sólo paisaje: el de
su propio rostro, que se re-
pite en diversas formas y
matices en esos ríos, mon-
tañas y cielos que compo-
nen la totalidad de su obra.
Así, y trasladando la metá-
fora al campo literario, es en
esa conquista del espacio de
la escritura en la que inda-
ga Elmore con relación a
Julio Ramón Ribeyro, que
se establece la posibilidad
no sólo de labrar el propio
perfil contra los designios
de la naturaleza, y finalmen-
te reconocerse en él, sino
también, y esto es lo que
resulta más incitante, de so-
brepasarse, de llegar a ser
mejor que uno mismo, de
“avanzar más allá de la pro-
pia frontera” (
La tentación
del fracaso
).
Elmore subraya el sen-
tido ético de este proceso
que estaría marcado por la
elección que supone la es-
critura de cada palabra, cada
frase, cada página, cada
nota, cada libro. Elección
textual que a su vez va
orientando la trayectoria vi-
tal del sujeto creador, la
manera que tiene de en-
frentarse al mundo en el
que le ha tocado vivir, la
manera de confrontarse
consigo mismo. En este
sentido uno de los aspectos
más sugerentes del libro es
que nos persuade de la ca-
lidad activa, dinámica y
“Los trazos que retratan a Ribeyro en este libro resultan
verdaderamente reveladores y se mueven buscando una sínte-
sis más compleja de aquella que la crítica ha realizado hasta
ahora sobre la obra del autor”.
“
Julio Ramón Ribeyro total
Francesca Denegri
LOS PERFILES
ÉTICOS DEL MUDO
En
El Perfil de la palabra
Peter Elmore nos
invita a descubrir nuevos núcleos de significados y a
formularnos nuevas preguntas acerca de cada uno de los textos
y de los personajes del entrañable Ribeyro.