LIBROS & ARTES
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gole tímidamente. Josef ,
Josef Bauer, como el noble
espíritu que me inculcó el
ser hombre de bien. Y ya
que os habéis serenado y
comenzáis a razonar, no
imagináis conmigo en que
ésta la más extraña aventu-
ra que habéis saboreado
durante toda vuestra vida?.
El recuerdo de mi madre me
hace hablaros con respeto a
pesar de lo que para aquí
hemos venido. Basta que
me la hayáis hecho tener
presente para que os esté
agradecido. Por lo demás,
debéis tener cuidado, si es
que continuáis llevando esta
vida, porque alguna vez os
podéis acostar con vuestro
hijo ... el que buscaís y cuyo
amor puede redimiros.
Grela sollozó, ocultán-
dose el rostro entre las ma-
nos. Aún sois joven y miro
en vuestro corazón buenos
sentimientos que debéis cul-
tivar con verdadero cariño
y decidida firmeza. En mí
has hecho renacer un ma-
nantial de ternura hacia el
recuerdo de la madre que
hasta aquí he buscado con
poco empeño, pero que de
hoy en adelante estoy deci-
dido a encontrar. Sintiose
un puertazo, las voces
agrias de personas que dis-
putaban en la escalera ras-
garon la somnolencia del
hospedaje. Languidecida,
aureaba la azulosa pantalla
su luz tenue. Josef conti-
nuó. Me había propuesto
divertir esta noche y con ese
objeto me heché al bolsillo
un poco de dinero. No me
lo despreciaréis, tanto más
que habéis perdido vuestro
tiempo. Tomádlo y recor-
dad en mí un buen amigo.
Mis compañeros me
andan buscando, adiós, qui-
zá algún día nos volvamos
a ver ... Dijo esto de segui-
do, con la mayor naturali-
dad; cogió su gorra del per-
chero, abrió la puerta y se
marchó, cerrando aquella
tras de sí, serena, religiosa-
mente, como si Grela estu-
viese dormida y temiera
despertarla.
IV
Grela quedó sola, an-
gustiada, con el corazón
martirizado, presa de peno-
sa desesperación. No le ca-
bía la menor duda de que
Josef era el ser que llevó en
sus entrañas, lo que más
adoraba en el mundo; pero
también de que ella no era
digna de ser su madre, de
que estuvo en el inminente
peligro de perderlo y haber-
se perdido para siempre.
Sí, para siempre ... ni como
amante ni como hijo, se re-
pitió con honda desesperan-
za, Y tras haber sollozado
mucho tiempo, con la amar-
gura y horridez infinitos de
su pesadumbre, llegó a con-
siderar que tal vez hubiera
sido mejor que bebiera el
veneno que su amiga le
brindara. Mas, un repenti-
no chispazo iluminó su
alma y procurose serenar.
Pugnaba la indecisa clari-
dad de la mañana entre el
brumoso horizonte; hacia
allá comenzaronse a distin-
guir los barcos como vela-
dos en la gris somnolencia
de la bruma. Mansamente,
cuchicheaba el mar. Si he
sido hasta aquí pecadora, se
dijo Grela; si no he llorado
bastante, ni he sufrido la co-
bardía de mi bajeza; si nun-
ca he sentido la necesidad
de ser honrada y buena
como me ha de anhelar mi
hijo, de qué me quejo?; por-
que me quema en el cora-
zón que de mí se haya aver-
gonzado? Porque, añadió
tras de breve pausa, aún
cuando él se haya resistido
a confesarlo, no me cabe
duda que él es Josef, el niño
a quien expuse pocos días
después de haber nacido.
Allí están los ojos, la voz,
el ademán, el razonar de
aquel hombre que violentó
mi cuerpo, que me atrajo
con la fingida mansedum-
bre de sus rezos. ¡Ah!, y
¿cómo no lo miré antes de
desnudarme? ¡Debí supo-
nerlo ...! No, no; no se me
había ocurrido ... ¡Jesús!
qué monstruosidad ...!
Apagose la luz; una clari-
dad cenicienta empapaba la
azulosidad tenebrosa del
mar plomizo; Alguien se
acercaba con pasos tardos.
Pasose la mano alisando
sus cabellos, restregose los
ojos para borrar toda hue-
lla de lágrimas, esperó a que
abrieran la puerta. Pero no,
los pasos continuaron, era
un pasajero que veníase a
acostar.
V
Desde la noche de aquel
encuentro tan inesperado y
tan desesperante, Grela tor-
ció su vida arrancándola de
las playas lisas y aleves de
la costumbre del pasado.
Sintió una de esas conmo-
ciones interiores que echan
por tierra tantas cosas que
otrora parecieron irrempla-
zables y por resultas de lo
cual se aspira a borrar lo que
se ha hecho y se ha sido,
como el mal poeta borra
más tarde las estrofas en que
su inspiración se debilitó o
como el corrector de prue-
bas corrige las erratas. Sin-
tió un absurdo anhelo de
cambiarse de alma y hasta
de cuerpo y de rostro y de
bañar su vida para no sentir
más el hedor de lo que ha-
bía sido, que ahora le pare-
cía insoportable y que du-
rante tanto tiempo había
creído normal y a veces has-
ta interesante.
Pero si estos cambios
pueden producirse en el es-
píritu, la vida de relación
con los demás ha formado
previamente siempre una
serie de pequeños obstácu-
los impidiendo que aquellos
puedan objetivarse. La gen-
te tiene por costumbre po-
ner a cada cual dentro de un
casillero y no le cuadra ve-
rificar cambios en esa cla-
sificación, como si todas las
almas tuvieran la ineludible
y definitiva fijeza con que
han sido hechos los rostros.
Grela hubo de experimen-
tarlo muchas veces y aún
pasado mucho tiempo vol-
vió a experimentarlo inter-
mitentemente. El pasado la
seguía como si fuera su
sombra. El pasado pugna-
ba por esclavizarla. Y no
porque la muerte de Sonia,
obscuro hecho que apenas
ocupó la cuarta página de
los diarios por la ninguna
importancia de la victima y
del lugar que escogió para
fugarse de sus miserias, así
como por sus visibles carac-
teres de suicidio desespera-
do. El pasado la perseguía
mediante los recuerdos que
los lugares, los rostros, las
palabras, las cosas, parecía
que se esforzaban en con-
vocar dentro de ella misma
y en motín de sentimientos
encontrados y en las cir-
cunstancias más inespera-
das, y la perseguía también
mediante las gentes que la
habían visto en su vida de
ramera, que acaso habían
pagado el derecho de ver-
ter dentro de su cuerpo ins-
tintos animales y ensueños
fracasados, y que ella no
recordaba o recordaba va-
gamente con esa impreci-
sión que no sólo tienen las
prostitutas sino también los
políticos que han estrecha-
do muchas manos y sonreí-
do a muchos rostros.
Por eso le fue dificil en-
contrar de qué vivir honra-
damente como lo quería con
fervor religioso después de
su encuentro con Josef:
cambió de barrio y rompió
con todas sus amistades de
la víspera; por más que fue-
ra conveniente irse a otra
ciudad no quiso hacerlo
porque en el puerto podía
volverse a encontrar con su
hijo, cosa que ella deseaba
a la vez que temía. Se ofre-
ció en varios restaurantes,