LIBROS & ARTES
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l colmo de la repetición
es ver el nuevo cuadro
de Fernando Botero en la
nueva película de Woody
Allen. Hay que cambiar. El
gran arte cambia; la gran
artesanía repite. Los genios
del arte son los padres terri-
bles que abandonan sus
obras a los orfanatos de los
museos y a las nanas de los
críticos mientras aquellos
emprenden otro arte, el de la
fuga. El cambio es su conti-
nuidad. Hasta entre
rumberos, la falta de nove-
dad es ignominia: “Esa am-
bición te hace daño; / los
años siguen pasando, / y allí
mismo estás”, cantaba Tito
Rodríguez. En el cuarto ca-
pítulo de
Literatura y revo-
lución
, Lev Trotski detecta
que los enemigos de un poe-
ta ruso murmuran como cá-
bala luctuosa: “Mayakov-ski
se repite”.
Sin embargo, la repeti-
ción ha sido una forma de
entender la historia. Para es-
capar de un río de tiempo
que los llevaba sin fin; para
huir del atroz laberinto de la
línea recta, los antiguos in-
ventaron el tiempo circular.
Decidieron que el universo
terminaría alguna vez para
volver a empezar, y así y así
hasta un vértigo de eternida-
des.Ala fatiga del río incan-
sable, los antiguos opusieron
el
eterno retorno
. Dieron al
tiempo lineal la imposible
cuadratura del círculo (la
economía social del merca-
do se inventaría después).
Sobre ese perpetuo re-
greso se elevaron las
mitologías. A los hindúes
les constaba que el univer-
so renacía cada 4.320 millo-
nes de años, y los estoicos
garantizaban que todo vol-
vería a ser exactamente
igual, como en una enloque-
cida sucesión de espejos: la
misma lágrima nacerá de la
misma pena en la misma
despedida pues todos somos
actores del mismo drama
universal que alguien escri-
be sin cesar y sin saberlo.
Hoy, el tiempo se ha lle-
vado sin regreso el mito del
eterno retorno –como lo lla-
mó Mircea Eliade–; no obs-
tante, algo de su magia abis-
mal ha quedado en los poe-
tas; y felizmente, porque la
poesía es la forma más her-
mosa de la memoria.
En los cuartetos de “La
noche cíclica”, Jorge Luis
Borges –quién murió en
olor de agnosticismo– jue-
ga a creer en el delirio de la
repetición exacta: “lo supie-
ron los arduos alumnos de
Pitágoras: / los astros y los
hombres vuelven cíclica-
mente; / los átomos fatales
repetirán la urgente / afro-
dita de oro, los tebanos, las
ágoras”.
Los gnósticos griegos
nos dejaron abstrusas teo-
rías del mundo, como esas
explicaciones que dan quie-
nes no están dispuestos a
confundirse solos. Para los
gnósticos hay un número
inmenso de dioses, el ínfi-
mo de los cuales –el más
impresentable y más rudo–
es el autor de este pobre
universo que nace y muere
en fines demundo sin fin. En
los años 20, el cóncavo eco
de esa locura habló todavía
en el poema “Rosa gnós-
tica”, de Ramón del Valle-
Inclán: “Nada será que no
haya sido antes. / Nada será
para no ser mañana. / Eter-
nidad son todos los instan-
tes / que mide el grano que
el reloj desgrana”.
La doctrina de los ciclos
es sólo una vana forma de
creer en nuestra eternidad: la
de almas que emigran entre
cuerpos efímeros como to-
rres de arena. En “Se es in-
mortal”, poema teosófico de
Roberto Brenes Mesén,
“agua de la fuente” es el
tiempo circular:
La mansión de la Muerte se
alza enfrente
de la eterna mansión del
Nacimiento.
Las surte el agua de una
misma fuente
y una esencia divina es su
alimento.
En ciclos espirales a la al-
tura
por ellas pasará toda cria-
tura.
Para esa cárcel circular
solo había una salida, y la en-
contraron los profetas judíos,
filósofos hirsutos ymonteses
que inventaron la historia.
Nos dicen: así como el uni-
verso tuvo un comienzo, ten-
drá un final cuando el
Mesías imponga en la Tie-
rra el reino de los justos. La
Para llegar al paraíso
siga la flecha del tiempo
VOLVER
A EMPEZAR
Víctor Hurtado
E
“¿Para qué empeñarse en la justicia si, en el próximo
universo, unos volverán a ser amos y otros tornarán a ser
esclavos? En cambio, si el futuro es la suma de presentes,
hay que ayudar al paraíso haciendo ahora el bien.”
serpiente del tiempo ya no se
morderá la cola.
El propio cristianismo
nació en lucha contra el
eterno retorno pues el sacri-
ficio del Hijo había sido una
tragedia grandiosa y defini-
tiva, no la de un pobre
mesías que cargase los ma-
deros de su cruz y las tablas
de su teatro de
big bang
en
big bang
.
En su
epístola a los he-
breos
(9,24), San Pablo pro-
cura serenarse, pero se nota
que lo trabaja la impacien-
cia y exclama que Cristo se
encarnó para salvarnos “y
no para ofrecerse repetidas
veces”.
Cuatro siglos después,
cuando los tercos paganos
echaban al cristianismo la
culpa por la destrucción de
Roma –que los viejos dio-
ses no habían permitido–, el
obispo de una dura provin-
cia africana escribió
La ciu-
dad de Dios
, refutación de
aquel embuste infiel y lo
que sería uno de los libros
verdaderamente geniales de
la humanidad. Al escribirlo,
SanAgustín también formu-
ló la primera teoría coheren-
te de la historia como una
flecha que viaja por el tiem-
po hasta bifurcarse en un cie-
lo para los justos y un infier-
no para los malos; después,
nada: el mismo tiempo ha-
brá muerto para siempre.
Desde entonces, toda la
historia del mundo, con sus
filosofías y religiones, ha
sido el combate entre la fa-
talidad del pesimismo y la
fatalidad del optimismo
¿Para qué luchar por el bien
si todo volverá a un caos
pertinaz, sin sentido y sin
premio? ¿Para qué empe-
ñarse en la justicia si, en el
próximo universo, unos vol-
verán a ser amos y otros tor-
narán a ser esclavos? En
cambio, si el futuro es la
suma de presentes, hay que
ayudar al paraíso haciendo
ahora el bien. ¿Cómo no
agigantar nuestra insignifi-
cancia humana con un ade-
lanto de la eternidad? Si,
pese a todo, la historia es
una flecha de justicia, la li-
bertad está en volar con ella.
Volver a empezar no es re-
tornar a la nada: es volver a
creer en un paraíso que los
hartos de tener y los hartos
de sufrir nos hacen ahora
presumir imposible.