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LIBROS & ARTES

Página 28

l colmo de la repetición

es ver el nuevo cuadro

de Fernando Botero en la

nueva película de Woody

Allen. Hay que cambiar. El

gran arte cambia; la gran

artesanía repite. Los genios

del arte son los padres terri-

bles que abandonan sus

obras a los orfanatos de los

museos y a las nanas de los

críticos mientras aquellos

emprenden otro arte, el de la

fuga. El cambio es su conti-

nuidad. Hasta entre

rumberos, la falta de nove-

dad es ignominia: “Esa am-

bición te hace daño; / los

años siguen pasando, / y allí

mismo estás”, cantaba Tito

Rodríguez. En el cuarto ca-

pítulo de

Literatura y revo-

lución

, Lev Trotski detecta

que los enemigos de un poe-

ta ruso murmuran como cá-

bala luctuosa: “Mayakov-ski

se repite”.

Sin embargo, la repeti-

ción ha sido una forma de

entender la historia. Para es-

capar de un río de tiempo

que los llevaba sin fin; para

huir del atroz laberinto de la

línea recta, los antiguos in-

ventaron el tiempo circular.

Decidieron que el universo

terminaría alguna vez para

volver a empezar, y así y así

hasta un vértigo de eternida-

des.Ala fatiga del río incan-

sable, los antiguos opusieron

el

eterno retorno

. Dieron al

tiempo lineal la imposible

cuadratura del círculo (la

economía social del merca-

do se inventaría después).

Sobre ese perpetuo re-

greso se elevaron las

mitologías. A los hindúes

les constaba que el univer-

so renacía cada 4.320 millo-

nes de años, y los estoicos

garantizaban que todo vol-

vería a ser exactamente

igual, como en una enloque-

cida sucesión de espejos: la

misma lágrima nacerá de la

misma pena en la misma

despedida pues todos somos

actores del mismo drama

universal que alguien escri-

be sin cesar y sin saberlo.

Hoy, el tiempo se ha lle-

vado sin regreso el mito del

eterno retorno –como lo lla-

mó Mircea Eliade–; no obs-

tante, algo de su magia abis-

mal ha quedado en los poe-

tas; y felizmente, porque la

poesía es la forma más her-

mosa de la memoria.

En los cuartetos de “La

noche cíclica”, Jorge Luis

Borges –quién murió en

olor de agnosticismo– jue-

ga a creer en el delirio de la

repetición exacta: “lo supie-

ron los arduos alumnos de

Pitágoras: / los astros y los

hombres vuelven cíclica-

mente; / los átomos fatales

repetirán la urgente / afro-

dita de oro, los tebanos, las

ágoras”.

Los gnósticos griegos

nos dejaron abstrusas teo-

rías del mundo, como esas

explicaciones que dan quie-

nes no están dispuestos a

confundirse solos. Para los

gnósticos hay un número

inmenso de dioses, el ínfi-

mo de los cuales –el más

impresentable y más rudo–

es el autor de este pobre

universo que nace y muere

en fines demundo sin fin. En

los años 20, el cóncavo eco

de esa locura habló todavía

en el poema “Rosa gnós-

tica”, de Ramón del Valle-

Inclán: “Nada será que no

haya sido antes. / Nada será

para no ser mañana. / Eter-

nidad son todos los instan-

tes / que mide el grano que

el reloj desgrana”.

La doctrina de los ciclos

es sólo una vana forma de

creer en nuestra eternidad: la

de almas que emigran entre

cuerpos efímeros como to-

rres de arena. En “Se es in-

mortal”, poema teosófico de

Roberto Brenes Mesén,

“agua de la fuente” es el

tiempo circular:

La mansión de la Muerte se

alza enfrente

de la eterna mansión del

Nacimiento.

Las surte el agua de una

misma fuente

y una esencia divina es su

alimento.

En ciclos espirales a la al-

tura

por ellas pasará toda cria-

tura.

Para esa cárcel circular

solo había una salida, y la en-

contraron los profetas judíos,

filósofos hirsutos ymonteses

que inventaron la historia.

Nos dicen: así como el uni-

verso tuvo un comienzo, ten-

drá un final cuando el

Mesías imponga en la Tie-

rra el reino de los justos. La

Para llegar al paraíso

siga la flecha del tiempo

VOLVER

A EMPEZAR

Víctor Hurtado

E

“¿Para qué empeñarse en la justicia si, en el próximo

universo, unos volverán a ser amos y otros tornarán a ser

esclavos? En cambio, si el futuro es la suma de presentes,

hay que ayudar al paraíso haciendo ahora el bien.”

serpiente del tiempo ya no se

morderá la cola.

El propio cristianismo

nació en lucha contra el

eterno retorno pues el sacri-

ficio del Hijo había sido una

tragedia grandiosa y defini-

tiva, no la de un pobre

mesías que cargase los ma-

deros de su cruz y las tablas

de su teatro de

big bang

en

big bang

.

En su

epístola a los he-

breos

(9,24), San Pablo pro-

cura serenarse, pero se nota

que lo trabaja la impacien-

cia y exclama que Cristo se

encarnó para salvarnos “y

no para ofrecerse repetidas

veces”.

Cuatro siglos después,

cuando los tercos paganos

echaban al cristianismo la

culpa por la destrucción de

Roma –que los viejos dio-

ses no habían permitido–, el

obispo de una dura provin-

cia africana escribió

La ciu-

dad de Dios

, refutación de

aquel embuste infiel y lo

que sería uno de los libros

verdaderamente geniales de

la humanidad. Al escribirlo,

SanAgustín también formu-

ló la primera teoría coheren-

te de la historia como una

flecha que viaja por el tiem-

po hasta bifurcarse en un cie-

lo para los justos y un infier-

no para los malos; después,

nada: el mismo tiempo ha-

brá muerto para siempre.

Desde entonces, toda la

historia del mundo, con sus

filosofías y religiones, ha

sido el combate entre la fa-

talidad del pesimismo y la

fatalidad del optimismo

¿Para qué luchar por el bien

si todo volverá a un caos

pertinaz, sin sentido y sin

premio? ¿Para qué empe-

ñarse en la justicia si, en el

próximo universo, unos vol-

verán a ser amos y otros tor-

narán a ser esclavos? En

cambio, si el futuro es la

suma de presentes, hay que

ayudar al paraíso haciendo

ahora el bien. ¿Cómo no

agigantar nuestra insignifi-

cancia humana con un ade-

lanto de la eternidad? Si,

pese a todo, la historia es

una flecha de justicia, la li-

bertad está en volar con ella.

Volver a empezar no es re-

tornar a la nada: es volver a

creer en un paraíso que los

hartos de tener y los hartos

de sufrir nos hacen ahora

presumir imposible.