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LIBROS & ARTES

Página 19

Cuando llegó a Villa

Rosa y las luces de los sa-

lones iluminaron su miseria,

se detuvo y volviendo sus

pasos como a la triste posa-

da de donde había salido ex-

clamó decidida: mejor vol-

veré para beber con Sonia

mejor es terminar ...Pero ...

y si ella ya está muerta ? y

si se me cree autora de su

muerte? Y la Justicia! me-

jor es no volver ... o me arro-

jase al mar ... hay tantas ma-

neras de morir.__________

Las calles del puerto

son extrañas, sombras des-

conocidas, pasajeros leja-

nos ...calles de los puertos,

caminos de los últimos mi-

serables donde se pudren el

crimen y las sombras como

en cualquier esquina de la

muerte ...

Cuando pasó Grela por

San Ildefonso, varios gru-

metes cantaban una canción

obscena, de entre ellos sa-

lió un oficial ebrio con un

galanteo turbio, y sus recios

brazos quisieron abrazar el

cuerpo aún hermoso de

Grela mientras sus ojos que

tenían la nostalgia de todos

los mares buscaron los ojos

para mirarse en ellos ...

Ella sonrió con una son-

risa nueva y los dos se ale-

jaron como dos sombras en

la perspectiva alargada.

En el Hotel de L’Mig-

non y en un cuarto rosado

del segundo piso desde cuya

ventana se podía ver el

agrupamiento fantástico de

los barcos anclados en la

bahía, Grela tendida en un

sofá había desnudado sus

formas, todavía adorables a

la luz de una pantalla

azulada ... “Oh dolce amo-

re” preludió el marino bus-

cando desesperadamente

los labios de Grela mientras

sus ojos parecían espiar el

verde triste de aquellos

ojos! ...

Hemos llegado en el

“Alciona” y partiremos ma-

ñana pocas horas faltan

para el amanecer ... murmu-

ró el marino ... Nací enAus-

tria, mi madre dicen que

vino aquí a América, hoy

vivo en Italia y viajo en el

“Alciona” que partirá maña-

na ... Mientras tanto pasa-

ré esta noche de amor en-

tre tus brazos dijo a Grela

que se levantó espantada

gritando desesperadamente.

¡Hijo mío, Hijo mío!

III

Josef, que así llamábase

el oficial y que, ante la pers-

pectiva de aquel festín de

caricias y placeres sensua-

les, habíase comenzado a

desnudar, al oírse llamado

¡hijo mío! por aquella pros-

tituta que acababa de besar

tan anhelosa y febrilmente,

sintió en el corazón así

como un campanazo de an-

gustiosa alegría y estuvo en

un milésimo de arrojarse en

los brazos de aquella rame-

ra, exclamándola también,

con el armonioso y simbó-

lico vocablo con que se

paga tantos heroísmos, mi-

serias y sacrificios tantos a

quien nos engendró lleván-

donos en su seno, como el

precioso relicario de un por-

venir ignoto. Pero, por no sé

qué extraño impulso de re-

pulsión y asoramiento infi-

nitos, quedose de pie, ergui-

do con la inmovilidad ex-

presiva de quién duda y

teme que pudiera ser evi-

dente la realidad que pal-

pa. ¡Ah!, tú mi madre?,

guturó con marcada repug-

nancia. Sí, mi hijo, mi ido-

latrado hijo”, volvió a excla-

mar Grela casi desnuda, cru-

zándose los brazos sobre el

pecho para ocultarse los

flácidos senos que tantas

veces fueron besados y has-

ta mordidos en los paroxis-

mos de lascividad que ven-

diera y que empero, siem-

pre continuaron ignorando

el dulce halago, de la mani-

ta leve y sonrosada del hiji-

to que abandonó cobarde-

mente. No, contestole

Josef, un poco más repues-

to de la sorpresa y con visi-

ble contrariedad; y acercán-

dose a alcanzarle la camisa

añadió: imposible...”; eso

que dices no puede ser ... Y

mientras Grela se vestía ner-

viosa y apresurada contán-

dole los detalles y el amar-

gor de su turbia existencia

allá, en el viejo Mundo y su

definitivo aventurar por

América; Josef, su presun-

to hijo escuchábala como

distraídamente, de espaldas

a la ventana, por la que

percibíase el rumor del

puerto y en la penumbra el

recular de las lucecillas en

los barcos. No interrum-pio-

la con amargura, tú no eres

mi madre, ni quiero suponer

que lo seas ... y en su men-

te surgió vívida la imagen

que él había soñado para

aquella. Alta, esbelta y ru-

bia, pudorosa y sonriente,

ganándose honradamente la

vida en los music-hall de las

grandes ciudades, tañendo

algún instrumento para di-

vertir a los otros o viviendo

en cambio, una existencia

tranquila, dueña de peque-

ña hacienda, en alguna co-

lonia agrícola de este nuevo

mundo. Sí, ella debe ser

como en mis anhelos y

ensoña-ciones, murmuró

entre dientes. Tu padre fue

un sacerdote, prenda mía; tu

rostro acaba de tomar la ac-

titud que cuando me acon-

sejaba ... ¡Ah, sus ojos!, tú,

tú eres mi hijo! No, no qué

contrariedad, un parecido

cualquiera ... y en su mente

fulguró esta condenación a

la pobre mujer ¿a qué no

sabe usted cuál es mi nom-

bre?; ¿a qué no me cuenta

la clase de padecimientos

que le costó el salvarme la

vida en los primeros años?

Verdad; tú no fuiste el hijo

de mi querer, porque ni si-

quiera había soñado tener-

te; pero cuando te llevé y na-

ciste de mi dolorida entra-

ña, cuando temiré chiquitino,

bello como aquellas muñe-

cas que miré con envidia en

las faldas de seres más feli-

ces que yo; entonces te amé,

cariñando el capullo de tu

rostro. Sin embargo,

respon-diola implacable el

joven marino, al niño con

que me confunde, según

acaba de contármelo, lo ex-

puso en plena calle, donde

los perros estuvieron a pun-

to de devorarlo. Y cómo,

con qué te mantenía cria-

turita!. Ya le he dicho que

yo no soy su hijo, que es

material y moralmente im-

posible que lo sea; de

modo, dedujo Josef con se-

veridad, que le prohíbo, que

me vuelva a llamar así ... Se

había erguido solemnemen-

te y tras breve pausa comen-

zose a pasear.

Grela sentóse compun-

gida en el sofá. Una ráfaga

de viento frío trajo del mar

el bronco mugido de un va-

por que anclaba, el metáli-

co alarido de unos perros, la

copla aguardientosa de al-

guien que pretendía cantar

un tango simbreante. El

cuarto enrojecido, respiraba

quietud. Por lo demás, dijo

aquél, como hablando con-

sigo mismo, eso no se pue-

de probar. Aún más, es un

absurdo imposible que debo

desechar de mi mente ... Sí.,

esto no puede ser ... y he de

averiguarlo con más calma.

Pero es extraño el ... contra-

tiempo. Hace, agregó diri-

giéndose a Grela, más de

tres meses que no viajába-

mos a tierra y un grupo de

mis compañeros quiso di-

vertirse... como suelen ha-

cerlo los marineros. Grela

callaba, se había enterneci-

do y en la obscuridad de su

espíritu comenzó a surgir no

la duda de que el joven ma-

rino fuera el hijo que con

tanta vehemencia anhelaba

adorar sino la múltiple con-

junción de inconvenientes y

circunstancias que para

aquél, al parecer pundono-

roso oficial, ella debía sig-

nificar en el futuro. ¿Cómo,

pues, os llamaré?, interro-