LIBROS & ARTES
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Cuando llegó a Villa
Rosa y las luces de los sa-
lones iluminaron su miseria,
se detuvo y volviendo sus
pasos como a la triste posa-
da de donde había salido ex-
clamó decidida: mejor vol-
veré para beber con Sonia
mejor es terminar ...Pero ...
y si ella ya está muerta ? y
si se me cree autora de su
muerte? Y la Justicia! me-
jor es no volver ... o me arro-
jase al mar ... hay tantas ma-
neras de morir.__________
Las calles del puerto
son extrañas, sombras des-
conocidas, pasajeros leja-
nos ...calles de los puertos,
caminos de los últimos mi-
serables donde se pudren el
crimen y las sombras como
en cualquier esquina de la
muerte ...
Cuando pasó Grela por
San Ildefonso, varios gru-
metes cantaban una canción
obscena, de entre ellos sa-
lió un oficial ebrio con un
galanteo turbio, y sus recios
brazos quisieron abrazar el
cuerpo aún hermoso de
Grela mientras sus ojos que
tenían la nostalgia de todos
los mares buscaron los ojos
para mirarse en ellos ...
Ella sonrió con una son-
risa nueva y los dos se ale-
jaron como dos sombras en
la perspectiva alargada.
En el Hotel de L’Mig-
non y en un cuarto rosado
del segundo piso desde cuya
ventana se podía ver el
agrupamiento fantástico de
los barcos anclados en la
bahía, Grela tendida en un
sofá había desnudado sus
formas, todavía adorables a
la luz de una pantalla
azulada ... “Oh dolce amo-
re” preludió el marino bus-
cando desesperadamente
los labios de Grela mientras
sus ojos parecían espiar el
verde triste de aquellos
ojos! ...
Hemos llegado en el
“Alciona” y partiremos ma-
ñana pocas horas faltan
para el amanecer ... murmu-
ró el marino ... Nací enAus-
tria, mi madre dicen que
vino aquí a América, hoy
vivo en Italia y viajo en el
“Alciona” que partirá maña-
na ... Mientras tanto pasa-
ré esta noche de amor en-
tre tus brazos dijo a Grela
que se levantó espantada
gritando desesperadamente.
¡Hijo mío, Hijo mío!
III
Josef, que así llamábase
el oficial y que, ante la pers-
pectiva de aquel festín de
caricias y placeres sensua-
les, habíase comenzado a
desnudar, al oírse llamado
¡hijo mío! por aquella pros-
tituta que acababa de besar
tan anhelosa y febrilmente,
sintió en el corazón así
como un campanazo de an-
gustiosa alegría y estuvo en
un milésimo de arrojarse en
los brazos de aquella rame-
ra, exclamándola también,
con el armonioso y simbó-
lico vocablo con que se
paga tantos heroísmos, mi-
serias y sacrificios tantos a
quien nos engendró lleván-
donos en su seno, como el
precioso relicario de un por-
venir ignoto. Pero, por no sé
qué extraño impulso de re-
pulsión y asoramiento infi-
nitos, quedose de pie, ergui-
do con la inmovilidad ex-
presiva de quién duda y
teme que pudiera ser evi-
dente la realidad que pal-
pa. ¡Ah!, tú mi madre?,
guturó con marcada repug-
nancia. Sí, mi hijo, mi ido-
latrado hijo”, volvió a excla-
mar Grela casi desnuda, cru-
zándose los brazos sobre el
pecho para ocultarse los
flácidos senos que tantas
veces fueron besados y has-
ta mordidos en los paroxis-
mos de lascividad que ven-
diera y que empero, siem-
pre continuaron ignorando
el dulce halago, de la mani-
ta leve y sonrosada del hiji-
to que abandonó cobarde-
mente. No, contestole
Josef, un poco más repues-
to de la sorpresa y con visi-
ble contrariedad; y acercán-
dose a alcanzarle la camisa
añadió: imposible...”; eso
que dices no puede ser ... Y
mientras Grela se vestía ner-
viosa y apresurada contán-
dole los detalles y el amar-
gor de su turbia existencia
allá, en el viejo Mundo y su
definitivo aventurar por
América; Josef, su presun-
to hijo escuchábala como
distraídamente, de espaldas
a la ventana, por la que
percibíase el rumor del
puerto y en la penumbra el
recular de las lucecillas en
los barcos. No interrum-pio-
la con amargura, tú no eres
mi madre, ni quiero suponer
que lo seas ... y en su men-
te surgió vívida la imagen
que él había soñado para
aquella. Alta, esbelta y ru-
bia, pudorosa y sonriente,
ganándose honradamente la
vida en los music-hall de las
grandes ciudades, tañendo
algún instrumento para di-
vertir a los otros o viviendo
en cambio, una existencia
tranquila, dueña de peque-
ña hacienda, en alguna co-
lonia agrícola de este nuevo
mundo. Sí, ella debe ser
como en mis anhelos y
ensoña-ciones, murmuró
entre dientes. Tu padre fue
un sacerdote, prenda mía; tu
rostro acaba de tomar la ac-
titud que cuando me acon-
sejaba ... ¡Ah, sus ojos!, tú,
tú eres mi hijo! No, no qué
contrariedad, un parecido
cualquiera ... y en su mente
fulguró esta condenación a
la pobre mujer ¿a qué no
sabe usted cuál es mi nom-
bre?; ¿a qué no me cuenta
la clase de padecimientos
que le costó el salvarme la
vida en los primeros años?
Verdad; tú no fuiste el hijo
de mi querer, porque ni si-
quiera había soñado tener-
te; pero cuando te llevé y na-
ciste de mi dolorida entra-
ña, cuando temiré chiquitino,
bello como aquellas muñe-
cas que miré con envidia en
las faldas de seres más feli-
ces que yo; entonces te amé,
cariñando el capullo de tu
rostro. Sin embargo,
respon-diola implacable el
joven marino, al niño con
que me confunde, según
acaba de contármelo, lo ex-
puso en plena calle, donde
los perros estuvieron a pun-
to de devorarlo. Y cómo,
con qué te mantenía cria-
turita!. Ya le he dicho que
yo no soy su hijo, que es
material y moralmente im-
posible que lo sea; de
modo, dedujo Josef con se-
veridad, que le prohíbo, que
me vuelva a llamar así ... Se
había erguido solemnemen-
te y tras breve pausa comen-
zose a pasear.
Grela sentóse compun-
gida en el sofá. Una ráfaga
de viento frío trajo del mar
el bronco mugido de un va-
por que anclaba, el metáli-
co alarido de unos perros, la
copla aguardientosa de al-
guien que pretendía cantar
un tango simbreante. El
cuarto enrojecido, respiraba
quietud. Por lo demás, dijo
aquél, como hablando con-
sigo mismo, eso no se pue-
de probar. Aún más, es un
absurdo imposible que debo
desechar de mi mente ... Sí.,
esto no puede ser ... y he de
averiguarlo con más calma.
Pero es extraño el ... contra-
tiempo. Hace, agregó diri-
giéndose a Grela, más de
tres meses que no viajába-
mos a tierra y un grupo de
mis compañeros quiso di-
vertirse... como suelen ha-
cerlo los marineros. Grela
callaba, se había enterneci-
do y en la obscuridad de su
espíritu comenzó a surgir no
la duda de que el joven ma-
rino fuera el hijo que con
tanta vehemencia anhelaba
adorar sino la múltiple con-
junción de inconvenientes y
circunstancias que para
aquél, al parecer pundono-
roso oficial, ella debía sig-
nificar en el futuro. ¿Cómo,
pues, os llamaré?, interro-