

LIBROS & ARTES
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innumerables consultas per-
sonales y fácil para dar en-
trevistas. Su alejamiento
fue del mundo del poder y
universitario, acaso por una
cierta timidez, y es verdad
que sus experiencias de po-
lítico fueron cortas, en los
treinta una declaración de
socialismo, una prisión, el
alejamiento. En cortos mo-
mentos, director de la Bi-
blioteca Nacional, o ocasio-
nal ministro. Tampoco le
apasionaba ser autoridad en
las universidades. Pero
igual, el investigador de los
últimos años, acaso el más
lúcido, no tuvo entonces
cátedra. No lo tuvimos de
profesor, acaso de amigo,
para consultarle, pero no
entraré en la confidencia.
Esta radical ausencia de
Basadre en parte se expli-
ca, no se justifica, por el ra-
dicalismo universitario de
los años setenta que ha des-
crito tan claramente Nico-
lás Lynch y que no le deja-
ba campo alguno, por mu-
cho que hubiera sido amigo
de Mariátegui. Para los jó-
venes rojos, “aislados en un
submundo propio” (Lynch,
p. 17), lo que estaba claro era
el fracaso de los proyectos,
de todos. Cierto, había tem-
pranamente encarados dos
temas candentes, el socialis-
mo, “demorará, sufrirá de-
rrotas y traiciones, pero ven-
drá”.
También el de la identi-
dad peruana, aunque de
modo elusivo, “el Perú no
está arquitecturado definiti-
vamente” (en
Presente
,
l930). Ninguna de estas de-
finiciones era rotunda. No
se ve cómo, en el fervor
ideológico de esos años,
podía tener docencia. Se le
leía mucho, pero repito,
como un historiador que
permitía, por su acumulada
información, nutrir el vue-
lo del cóndor de los secta-
rismos triunfantes.
La forma agravada de la
deferencia es la condescen-
dencia, es decir, cuando se
alterna con alguien de situa-
ción más modesta. Voy a
decir lo que pienso, aun a
riesgo. Ese es el caso de
“Las conversaciones” de
Pablo Macera con Basadre,
publicadas por Mosca Azul
en l979. Es aquel un gran
libro, un gran testimonio, al
que habrá que volver cuan-
do se haga la historia inte-
lectual del Perú. En él, Ma-
cera tiene el coraje intelec-
tual de dialogar con quien
en ese momento es conside-
rado un historiador merito-
rio pero conservador, y en
el mejor de los casos, “un
progresista”. En ese diálo-
go, Macera es la figura cen-
tral, el que sabe adónde va
el proceso histórico, son los
años de pleno auge de la iz-
quierda, y Pablo está en el
zenit de su leyenda, lejos
todos de sospechar el fin de
la Unión Soviética, la crisis
del marxismo y el fin de las
certezas. Leyéndolos de
nuevo, la memoria visual
me traiciona y vuelvo a ver
lo que vi en la Biblioteca del
Escorial, la alegoría de la
Teología servida por las ar-
tes liberales. Como en tiem-
pos de tinieblas, en el Perú
de mediados del siglo vein-
te nos asistía una imagen
parecida, las ciencias del
hombre y en especial la his-
toria, al servicio del saber
teológico-ideológico. Para
Basadre, en cambio, esas
conversaciones son una
ocasión para establecer una
serie de distingos con admi-
rable serenidad y energía, y
Macera lo deja discurrir.
Estamos apenas a un año de
su muerte, pero tiene alien-
to para establecer la obliga-
ción para el oficio de histo-
riador de buscar la verdad
sin sacrificarla en el altar de
falsas esperanzas o de algún
fanatismo. Basadre marca
también su distancia con la
escuela francesa de “Anna-
les”, a la que sin embargo
conoce y admira, habla de
la burocracia dominante y
de los campos de concentra-
ción en la Unión Soviética,
se muestra optimista con los
peruanos, “no todos son
tarados, perversos o delin-
cuentes, aquí hay gente pro-
ba y sana”; pasa el peine
fino a caudillos y políticos,
y vuelve a insistir, “yo no soy
ni he sido marxista”. Sabía
que su reclamo no era re-
accionario, que algún día lo
iban a entender. ¿Progresis-
ta Basadre ? Era más que
eso. Una forma muy parti-
cular de radicalidad, que no
se entendió en su momen-
to.
¿Hoy la lectura de Ba-
sadre podría ser distinta?
Tal vez si, a eso apuntan
estas modestas líneas, en el
postfujimorismo, cuando el
criminal es el personaje po-
lítico de nuestro fin de si-
glo. Creo que hoy, después
de la mafia en el poder, re-
sulta claro a que aludia con
la promesa de una Repúbli-
ca : el fin de una ciudadania
defectuosa, de la democra-
cia incivil, y la necesidad de
procurarse conductas cívi-
cas sin las cuales todo pro-
greso es infecundo o impo-
sible. Es eso lo que quiso
decir. No es que le faltara
lo que llama Osmar Gonzá-
les para el caso de otros in-
telectuales, “el paradigma
de la radicalidad”. Lo tuvo,
pero en una menos fundada
en la captura del poder y
más en un proyecto jurídi-
co-filosófico y moral. Otra
petición de principios, por-
que había en Basadre histo-
riador una fuerte tensión de
temas filosóficos vincula-
dos a su concepción del
quehacer histórico que pro-
venía de su formación en el
historicismo alemán, de las
clases que escuchó en
Berlin en la Freie Univer-
sitât de FreidrichMeinecke,
partidario de una “idea del
mundo histórico”, como
conciencia actuante, supe-
rando las barreras entre his-
toria material y espiritual.
Una lección que asimiló
admirablemente, y que con-
fiesa (en,
La vida y la histo-
ria,
1975, p. 452).
En comparación con la
abrumadora obra crítica que
nos ha dejado, que es críti-
ca del Estado como de las
costumbres políticas, resul-
ta igualmente asombrosa la
ausencia de reflexiones en
torno a su legado, aunque
Libros & Artes
ya haya
abierto otro camino, me re-
fiero obviamente a los tra-
bajos precedentes de
Nelson Manrique y José
Carlos Ballón. Para prose-
guir, acaso haya que formu-
lar las preguntas pertinen-
tes. Al menos tengo tres,
materia de un trabajo mayor
que preparo, pero que pue-
do anticipar, las siguientes.
La primera, sobre las con-
diciones de producción del
discurso histórico- moral de
Jorge Basadre, es decir, des-
de dónde habla ese intelec-
tual libre. La segunda, so-
bre sus procedimientos
retóricos. La tercera, en fin,
si defendió o atacó el orden
“del país de las oportunida-
des perdidas”.
Basadre obtiene su in-
dependencia gracias a una
importante y continua con-
tribución externa. Indepen-
dencia de la universidad, del
poder, deja de ser emplea-
do público, deja en conse-
cuencia de depender de lo
que calificó “los vericuetos
de la miseria de la vida po-
lítica peruana” . El orígen
externo de esa financiación
podría llenar de sonrojo en
los años precedentes, hoy
no. Esto explica parte de su
autonomía, sin duda no
toda, venía comportándose
como un intelectual según
la condición esencial recla-
mada por Karl Mannheim,
como un miembro peruano
de la “freischwebende
Intelligenz”, es decir, la in-
teligencia sin ataduras.
Sinesio Lopez, en un traba-
jo sobre los intelectuales se
preguntaba si podía haber
entre nosotros “ese grupo
dedicado a la producción de
conocimientos, con cierta
autonomía frente a las cla-
ses sociales, a los partidos
y al Estado”. Pues bien,
Sinesio, si no un grupo, un
caso aislado, Basadre. Di-
cho esto, se entiende mejor
su autonomía ante todo tipo
de particularismo, el lugar
desde el que pudo concebir
entonces, esa visión del
Perú “como una unidad en
el tiempo y una totalidad en
el espacio”. Y esa promesa
de civilización que viene
desde los Incas. Esa liber-
tad de conciencia la usó sin
límites, como en sus recti-
ficaciones a “
Perú, proble
-
“Maestro en el arte de pasar de la historia narrativa a la
genética, la de las causas, estudiaba personajes como grupos, la
nobleza colonial, el militarismo, el clero”.
ma y posibilidad
”, en los
que ya mayor y considera-
do como un conservador se
explaya en su renovada
lectura de Marx, el de los
Grundrisse
, para releer
los Incas desde el modo de
producción asiático; sus
notas sobre Inmanuel
Wallerstein sobre los oríge-
nes del capitalismo mun-
dial, el feudalismo y la ex-
pansión ultramarina de Eu-
ropa, ampliando el panora-
ma desde lo universal para
mejor situar la conquista y
el vandalismo de Cajamar-
ca. Es un libre intelectual el
que se permite reexaminar
las características económi-
cas de la sociedad colonial,
proponer una historia del
Estado peruano a la par que
una del pueblo peruano, sin
olvidarse de regresar sobre
el carisma de Piérola, las
clases sociales, la depen-
dencia, de nuevo Leguia y
el leguismo, e incluso, Jor-
ge Vinatea Reinoso, el pin-
tor. Entre sus recursos
retóricos estuvo el arte de
redefinir sus sujetos histó-
ricos: “los caudillos, los va-
lidos”. De observar lo que
se moría dificilmente, “las
supervivencias coloniales”.
Maestro en el arte de pasar
de la historia narrativa a la
genética, la de las causas,
estudiaba personajes como
grupos, la nobleza colonial,
el militarismo, el clero.
Basadre, él solo, es una
escuela de pensamiento. En
el hubo no un historiador
sino varios, y esa ilumina-
ción de la escuela alemana,
buscar la vida, los hom-
bres, los peruanos. La últi-
ma cuestión es casi innece-
saria: retomó el paradigma
radical de los años treinta,
aunque del lado de la ne-
cesidad de la ley y del Es-
tado de derecho. De una
otra manera que tardamos
en reconocer, el proyecto
emancipador. No fue un li-
beral preocupado por su
propia tradición, aunque
hubo intentos por recupe-
rarlo, ni un socialista aso-
ciado a las potencias mili-
tares y burocráticas de su
tiempo. No tenemos donde
ponerle. Acaso es el primer
ciudadano, junto con Haya
y Porras y Sánchez, de esa
república de iguales que
todavía no ha nacido.