

LIBROS & ARTES
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primó en su época. Recha-
zaba, enérgico, la especie
ruin de haber maquillado de
una edición a otra y por ra-
zones políticas su relato del
viaje de Prado en 1879.
Desconfiaba de SanMarcos
cuando el calor del recuer-
do reabría alguna vieja he-
rida, pero le dolía ver la vie-
ja Casa hecha un campo de
Agramante donde disputa-
ban fieros los partidos polí-
ticos en pugna …
BASADRE Y PORRAS,
DOS MAESTROS
En el Perú del siglo XX
dos historiadores llevaron al
límite la probidad y el de-
coro profesional. Si las
obras de Porras lucen una
erudición limpia de fatuidad
o maquillaje y una elegan-
cia y brillantez que en su gé-
nero nadie ha superado to-
davía, las de Basadre reve-
lan una voluntad de análi-
sis y un raro don de síntesis
y profundidad que tampoco
se han repetido en nuestro
medio.
Traté a Basadre relati-
vamente poco. En todo
caso, mucho menos de lo
que hubiese querido. En
cambio tuve a Porras como
profesor de historia en el
colegio
Anglo Peruano
y en
San Marcos y fui su secre-
tario unos cuantos años.
Solía asociar la figura de
uno a la del otro, pero eran
tan opuestos en rasgos esen-
ciales de personalidad y de
carácter que sólo con el
paso del tiempo intuyo por
qué lo hacía. No por el esti-
lo, al que ya aludí: brillante
el uno, profundo el otro. No
por su trato: abierto al diá-
logo, espontáneo y sociable,
conversador agudo y chis-
peante Porras, reservado y
huidizo y más pronto a oír
que a platicar Basadre, que
recomendaba “en las ideas,
rumiar y rumiar siempre lo
que se piensa y lo que se
escribe”. Ni por sus violines
de Ingres: le gustaban a
Basadre la música, los
thrillers
policiales, el buen
cine, cálidas aficiones todas
que hubiesen congelado a
Porras, habitúe de lujo de la
Pizzería
miraflorina en un
cenáculo en que, como en
casa y entre amigos, a dia-
rio derrochaba a mano
abierta su bonhomía y su
ingenio sin par.
Menos, aún, por su dis-
ciplina en el trabajo. Poseían
con largueza honestidad y
escrúpulo profesional, pero
de índole muy diversa. Po-
rras, desde el colegio forma-
do a la francesa, con aire
engañoso y algo pícaro de
nonchalance
que ya en sus
años mozos confundían mu-
chos con indolencia, solía
trabajar a voluntad, al ralentí.
Pero se trasfiguraba lo in-
decible bajo presión y ur-
gencia: una lección nueva,
un artículo periodístico, una
charla o ponencia, un folle-
to o libro a punto de pasmar-
se en la imprenta. En esos
casos, dijéramos a plazo
vencido, mostraba una sor-
prendente energía para fi-
char, resumir, redactar, dic-
tar. Pasaban las horas y las
horas y seguía incansable,
rehaciendo, puliendo, cor-
tando –echando el lastre por
la borda, decía. Basadre,
formado en la
Deutsche
Schule
, el antiguo colegio
alemán, en una disciplina
estricta y kaiseriana, era
más circunspecto y conteni-
do en las formas. Dueño de
un método y un orden más
sistemáticos, en el trabajo
intelectual se imponía un
rigor y disciplina envidiables
y, sin prisa ni pausa, con
tenacidad teutónica, por sus
horas contadas y como a
paso medido llegaba hasta
donde quería llegar. Inició
su
Historia
en 1939 y la
concluyó 30 años después.
Porras murió sin terminar
una biografía de Pizarro
empezada 25 años atrás.
Recuerdo que en mayo
de 1972, antes del viaje que
narré, en su tranquila casa
de Orrantia me hizo ver
Basadre ya concluído y
puesto en limpio, en esa le-
tra suya redonda y clara y
tan legible, el original del
discurso que leería en la
Universidad dos o tres se-
manas después. Que fue
excelente, ya lo he dicho.
Recuerdo, también, que
cierta vez en la casa-biblio-
teca de Porras enMiraflores
el reloj alevoso acusaba las
7 de la noche recordándole
que debía sustentar una con-
ferencia en Lima justamen-
te a las 7 de la noche. Y Po-
rras, en su deporte favorito
de luchar contra el tiempo,
añadía al texto nuevas fra-
ses, con una letra diminuta
y peligrosa que iba copan-
do los márgenes libres y dic-
tando a prisa los últimos
párrafos de lo que fue una
charla sápida y radiante so-
bre la vieja ciudad del río
hablador, que tituló
El río,
el puente y la alamed
a y
que inspiró, a una oyente
embrujada, el vals triunfan-
te y evocativo que ningún li-
meño ignora.
No. Otras son las raras
virtudes que compartían
Basadre y Porras, ahora lo
sé: la autenticidad, la recti-
tud moral, la nobleza de an-
tiguo estilo y, sobre todo, la
bondad del corazón. En uno
de sus
Hefte
de conversa-
ción dijo el músico genial
que no reconocía otra mues-
tra de superioridad humana
que la bondad. Talvez, como
creía lord Bacon, “histories
make men wise” o, como
pensó Santayana, “wisdom
comes by disilliu-sionment”.
Pero quizá el otro camino
que lleva a la sabiduría, el
más sencillo y el más difícil,
es la bondad. Por eso creo
que Porras y Basadre, aun
quitados sus talentos y sus
obras, fueron hombres su-
periores porque fueron hom-
bres buenos. Conocieron la
insidia que ronda tras el éxi-
to, la ingratitud que cosecha
el dadivoso, las celadas y
zancadillas que tiende la
mediocridad al talento, al
que tanto odia y teme. Y
supieron perdonar -y olvidar,
ya que el olvido es el grado
más alto del perdón. Por le-
gítimo derecho que les asis-
tiese, por ejemplo, ninguno
de ellos alcanzó nunca a ser
rector de San Marcos. Ni si-
quiera decano de la Facul-
tad de Letras, como no lle-
gó a serlo otro gran perua-
no, Julio C. Tello. Y como
no ha podido serlo jamás
Pablo Macera, el más talen-
toso y sagaz de los historia-
dores de hoy.
Basadre y Porras tra-
taron de ser hombres jus-
tos. Ninguno albergó ren-
cor que durase hasta el en-
cono e hicieron de la ense-
ñanza, oral o escrita, un
apostolado. Tuvieron el as-
cetismo moral y el don mu-
nificente del maestro autén-
tico que, sabiendo cuán
liberalmente repartidos y
cuán ubicuos en el tiempo
y el espacio son el egoísmo
y la mezquindad, frente a
los discípulos juega al no-
ble juego del alquimista que
purifica la escoria y la muda
en metal precioso. Sabía y
dijo siempre Porras que la
historia “abre vastos capí-
tulos de esperanza”.
Basadre reiteraba mucho
su fe en el porvenir. Y, cum-
plida la hora que les fuera
asignada,
full of sound
and fury
, viven y vencen
todavía como el Cid, por-
que en la carrera fugaz de
la vida supieron ceder a las
nuevas generaciones, como
los lampadóforos de la Gre-
cia clásica, la antorcha del
entusiasmo, de la ilusión y
de la esperanza.
Es invariable mi honda
gratitud a Raúl Porras. Y a
Basadre le debo algo más
que estas pobres líneas. Por
eso, próximo a cumplirse un
siglo de su nacimiento, cuan-
do en la futura Plaza Cívica
de San Marcos su busto no
sea un mero busto recién in-
augurado sino la vigilante
presencia, amiga y lumino-
sa, del viejo profesor que
vuelve a su antigua Casa
para quedarse en ella, en-
tonces iré a saludar a quien
me honró una vez llamán-
dome su amigo. Y, sin pala-
bras, le diré sencillamente:
¡Gracias, maestro!
“La idea-fuerza en que tanto insistió y que es un
leit motiv
del pensamiento de Basadre: a la luz de la historia, el Perú es un
enorme problema que heredamos del pasado, pero también
una bella promesa abierta al porvenir”.