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LIBROS & ARTES

Página 8

primó en su época. Recha-

zaba, enérgico, la especie

ruin de haber maquillado de

una edición a otra y por ra-

zones políticas su relato del

viaje de Prado en 1879.

Desconfiaba de SanMarcos

cuando el calor del recuer-

do reabría alguna vieja he-

rida, pero le dolía ver la vie-

ja Casa hecha un campo de

Agramante donde disputa-

ban fieros los partidos polí-

ticos en pugna …

BASADRE Y PORRAS,

DOS MAESTROS

En el Perú del siglo XX

dos historiadores llevaron al

límite la probidad y el de-

coro profesional. Si las

obras de Porras lucen una

erudición limpia de fatuidad

o maquillaje y una elegan-

cia y brillantez que en su gé-

nero nadie ha superado to-

davía, las de Basadre reve-

lan una voluntad de análi-

sis y un raro don de síntesis

y profundidad que tampoco

se han repetido en nuestro

medio.

Traté a Basadre relati-

vamente poco. En todo

caso, mucho menos de lo

que hubiese querido. En

cambio tuve a Porras como

profesor de historia en el

colegio

Anglo Peruano

y en

San Marcos y fui su secre-

tario unos cuantos años.

Solía asociar la figura de

uno a la del otro, pero eran

tan opuestos en rasgos esen-

ciales de personalidad y de

carácter que sólo con el

paso del tiempo intuyo por

qué lo hacía. No por el esti-

lo, al que ya aludí: brillante

el uno, profundo el otro. No

por su trato: abierto al diá-

logo, espontáneo y sociable,

conversador agudo y chis-

peante Porras, reservado y

huidizo y más pronto a oír

que a platicar Basadre, que

recomendaba “en las ideas,

rumiar y rumiar siempre lo

que se piensa y lo que se

escribe”. Ni por sus violines

de Ingres: le gustaban a

Basadre la música, los

thrillers

policiales, el buen

cine, cálidas aficiones todas

que hubiesen congelado a

Porras, habitúe de lujo de la

Pizzería

miraflorina en un

cenáculo en que, como en

casa y entre amigos, a dia-

rio derrochaba a mano

abierta su bonhomía y su

ingenio sin par.

Menos, aún, por su dis-

ciplina en el trabajo. Poseían

con largueza honestidad y

escrúpulo profesional, pero

de índole muy diversa. Po-

rras, desde el colegio forma-

do a la francesa, con aire

engañoso y algo pícaro de

nonchalance

que ya en sus

años mozos confundían mu-

chos con indolencia, solía

trabajar a voluntad, al ralentí.

Pero se trasfiguraba lo in-

decible bajo presión y ur-

gencia: una lección nueva,

un artículo periodístico, una

charla o ponencia, un folle-

to o libro a punto de pasmar-

se en la imprenta. En esos

casos, dijéramos a plazo

vencido, mostraba una sor-

prendente energía para fi-

char, resumir, redactar, dic-

tar. Pasaban las horas y las

horas y seguía incansable,

rehaciendo, puliendo, cor-

tando –echando el lastre por

la borda, decía. Basadre,

formado en la

Deutsche

Schule

, el antiguo colegio

alemán, en una disciplina

estricta y kaiseriana, era

más circunspecto y conteni-

do en las formas. Dueño de

un método y un orden más

sistemáticos, en el trabajo

intelectual se imponía un

rigor y disciplina envidiables

y, sin prisa ni pausa, con

tenacidad teutónica, por sus

horas contadas y como a

paso medido llegaba hasta

donde quería llegar. Inició

su

Historia

en 1939 y la

concluyó 30 años después.

Porras murió sin terminar

una biografía de Pizarro

empezada 25 años atrás.

Recuerdo que en mayo

de 1972, antes del viaje que

narré, en su tranquila casa

de Orrantia me hizo ver

Basadre ya concluído y

puesto en limpio, en esa le-

tra suya redonda y clara y

tan legible, el original del

discurso que leería en la

Universidad dos o tres se-

manas después. Que fue

excelente, ya lo he dicho.

Recuerdo, también, que

cierta vez en la casa-biblio-

teca de Porras enMiraflores

el reloj alevoso acusaba las

7 de la noche recordándole

que debía sustentar una con-

ferencia en Lima justamen-

te a las 7 de la noche. Y Po-

rras, en su deporte favorito

de luchar contra el tiempo,

añadía al texto nuevas fra-

ses, con una letra diminuta

y peligrosa que iba copan-

do los márgenes libres y dic-

tando a prisa los últimos

párrafos de lo que fue una

charla sápida y radiante so-

bre la vieja ciudad del río

hablador, que tituló

El río,

el puente y la alamed

a y

que inspiró, a una oyente

embrujada, el vals triunfan-

te y evocativo que ningún li-

meño ignora.

No. Otras son las raras

virtudes que compartían

Basadre y Porras, ahora lo

sé: la autenticidad, la recti-

tud moral, la nobleza de an-

tiguo estilo y, sobre todo, la

bondad del corazón. En uno

de sus

Hefte

de conversa-

ción dijo el músico genial

que no reconocía otra mues-

tra de superioridad humana

que la bondad. Talvez, como

creía lord Bacon, “histories

make men wise” o, como

pensó Santayana, “wisdom

comes by disilliu-sionment”.

Pero quizá el otro camino

que lleva a la sabiduría, el

más sencillo y el más difícil,

es la bondad. Por eso creo

que Porras y Basadre, aun

quitados sus talentos y sus

obras, fueron hombres su-

periores porque fueron hom-

bres buenos. Conocieron la

insidia que ronda tras el éxi-

to, la ingratitud que cosecha

el dadivoso, las celadas y

zancadillas que tiende la

mediocridad al talento, al

que tanto odia y teme. Y

supieron perdonar -y olvidar,

ya que el olvido es el grado

más alto del perdón. Por le-

gítimo derecho que les asis-

tiese, por ejemplo, ninguno

de ellos alcanzó nunca a ser

rector de San Marcos. Ni si-

quiera decano de la Facul-

tad de Letras, como no lle-

gó a serlo otro gran perua-

no, Julio C. Tello. Y como

no ha podido serlo jamás

Pablo Macera, el más talen-

toso y sagaz de los historia-

dores de hoy.

Basadre y Porras tra-

taron de ser hombres jus-

tos. Ninguno albergó ren-

cor que durase hasta el en-

cono e hicieron de la ense-

ñanza, oral o escrita, un

apostolado. Tuvieron el as-

cetismo moral y el don mu-

nificente del maestro autén-

tico que, sabiendo cuán

liberalmente repartidos y

cuán ubicuos en el tiempo

y el espacio son el egoísmo

y la mezquindad, frente a

los discípulos juega al no-

ble juego del alquimista que

purifica la escoria y la muda

en metal precioso. Sabía y

dijo siempre Porras que la

historia “abre vastos capí-

tulos de esperanza”.

Basadre reiteraba mucho

su fe en el porvenir. Y, cum-

plida la hora que les fuera

asignada,

full of sound

and fury

, viven y vencen

todavía como el Cid, por-

que en la carrera fugaz de

la vida supieron ceder a las

nuevas generaciones, como

los lampadóforos de la Gre-

cia clásica, la antorcha del

entusiasmo, de la ilusión y

de la esperanza.

Es invariable mi honda

gratitud a Raúl Porras. Y a

Basadre le debo algo más

que estas pobres líneas. Por

eso, próximo a cumplirse un

siglo de su nacimiento, cuan-

do en la futura Plaza Cívica

de San Marcos su busto no

sea un mero busto recién in-

augurado sino la vigilante

presencia, amiga y lumino-

sa, del viejo profesor que

vuelve a su antigua Casa

para quedarse en ella, en-

tonces iré a saludar a quien

me honró una vez llamán-

dome su amigo. Y, sin pala-

bras, le diré sencillamente:

¡Gracias, maestro!

“La idea-fuerza en que tanto insistió y que es un

leit motiv

del pensamiento de Basadre: a la luz de la historia, el Perú es un

enorme problema que heredamos del pasado, pero también

una bella promesa abierta al porvenir”.