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LIBROS & ARTES

Página 16

no de fines de los años 30

fue la proveniente del tea-

tro de costumbres, pero

también del espectáculo de

variedades, aunque despro-

visto en la adaptación cine-

matográfica de una de sus

características esenciales:

las licencias del lenguaje

popular y la agresividad del

gesto, la entonación a veces

obscena o la alusión crítica

a hechos y personajes de la

actualidad. También tuvo la

influencia del sainete y de

la revista musical, con sus

argumentos ligeros y pobla-

dos de equívocos y gracia

verbal, aludidos sobre todo

en la vertiente «criolla» de

la producción de Amauta.

Por ejemplo, en la trilogía

conformada por

Gallo de mi

Galpón

(1938),

El Guapo

del Pueblo

(1938) y

Palo-

millas del Rímac

(1938), di-

rigidas por Sigifredo Salas.

Pero sobre todo fue

sustancial la influencia del

costumbrismo, del que

tomó el tono de comedia

canaille

, de arraigados

afectos y sentimientos, de

miserias personales y am-

biciones propias del terru-

ño, protagonizada por ti-

pos, arquetipos y estereo-

tipos del hombre del pue-

blo, sobre todo del limeño

(el guapo, el «gallo», el

«palomilla»).

ILUSIÓN QUEBRADA

En octubre de 1940 se

estrenó la última película

producida por Amauta

Films, y la etapa que pare-

ció señalar el inicio de un

desarrollo industrial próspe-

ro y lleno de futuro se liqui-

dó de pronto y sin posibili-

dad de reversión. Como ha-

bía ocurrido antes, el cine

peruano volvió a extinguir-

se. Una vez más, los moti-

vos fueron múltiples. Uno

de ellos fue la escasez de

insumos fotográficos oca-

sionada por la Segunda

Guerra Mundial. También

los contratiempos económi-

cos causados por la censura

a una de las producciones de

Amauta Films,

Barco sin

rumbo

de Sigifredo Salas.

Pero una causa determi-

nante de esta quiebra fue la

competencia que significó

el cine mexicano para todas

las cinematografías de ha-

bla castellana. Los ingre-

dientes «espectaculares»

que movilizaba esa cinema-

tografía se dirigían a los mis-

mos sectores del público de

extracción popular que eran

soportes del cine peruano y

del de otros países sudame-

ricanos, todos carentes de

industria fílmi-ca. El cine

mexicano deseaba ese au-

ditorio y lo arrebató, mante-

niéndolo cautivo durante

toda la década de los cua-

renta. Las exigencias de un

mercado en modificación

permanente y la competen-

cia externa resultaron em-

bates que el cine peruano,

con su debilidad congénita,

no pudo soportar.

Y es que hay que consi-

derar que las primeras ex-

periencias sonoras se desa-

rrollaron en el país con la

precariedad y la improvisa-

ción típicas del arrojado

voluntarismo amateur. En el

afán de lanzarse en la aven-

tura del cine, sus responsa-

bles no se detuvieron para

analizar la factibilidad del

empeño o la consistencia del

mercado.

VEINTE AÑOS DE

SEQUÍA

Fueron muy pocas las

películas peruanas estrena-

das durante la década de los

cuarenta. Sólo alcanzó re-

conocimiento

La Lunareja

(de Bernardo Roca Rey,

1946), que evocaba un epi-

sodio de la guerra de eman-

cipación de la corona espa-

ñola. Otras cintas pasaron

desapercibidas. Pero el im-

pulso para la realización ci-

nematográfica, mal que

bien, se mantuvo, sobre todo

gracias a la producción con-

tinua de noticiarios y docu-

mentales.

El panorama fue similar

en la década siguiente, pese

al anuncio incesante de nue-

vas producciones. A co-

mienzos de los años cin-

cuenta se lanzaron ambicio-

sos proyectos de rodaje. Al-

gunos, como iniciativa de

extranjeros; otros, debidos

al empeño de empresarios

peruanos. Los cineastas de

fuera, sobre todo norteame-

ricanos, encontraron un país

lleno de escenarios pintores-

cos o exóticos. La sierra y

la selva eran marcos ideales

para cintas de aventuras de

serie B o para las produccio-

nes de bajo presupuesto que

exigía la televisión norteame-

ricana, que empezaba a ex-

tender su influencia.

El productor Sol Lesser

–tan ligado al personaje de

Tarzán–, la empresa Para-

mount y el mismísimo John

Wayne (cuyas cintas esta-

ban por entonces en el tope

del

box office

norteameri-

cano), vinieron a la búsque-

da de locaciones o a llevar

a cabo sus filmaciones.

Edward Movius, un norte-

americano afincado en el

Perú, realizó

Sabotaje en la

selva

(1952), un largo

argumental que ambientaba

en la selva amazónica pe-

ruana un episodio de la gue-

rra fría, con agentes sovié-

ticos sofocados por el calor

de la jungla. Pero también

los argentinos llegaron al

Perú para rodar un melodra-

ma cargado y delirante,

Ar-

miño negro

de Carlos Hugo

Christensen (1953).

De ese momento de en-

tusiasmo con los rodajes de

equipos extranjeros, pletóri-

co de productores enamo-

rados a la vez del paisaje

peruano y de los bajos cos-

tos de producción del país,

quedó sólo una cinta impor-

tante, más por su influencia

dentro y fuera del Perú que

por sus méritos expresivos:

la italiana

L’Imperio del

sole

de Enrico Grass y

MarioCraveri (1955).Allí se

acuñó una parte considera-

ble de los estereotipos que

saturan tantos documenta-

les turísticos sobre el «país

del oro»: las alturas de

Machu Picchu, la abundan-

cia y brillo de losmetales pre-

ciosos, las campesinas

sonrosadas con sus polleras

al viento y la representación

de los indígenas como seres

de identidad difusa e inter-

cambiable: el narrador de

L’Imperio del sole

los de-

signaba a todos con los mis-

mos nombres, Pedro y Jua-

na.

El Foto Cine-Club Cuz-

co, fundado en diciembre de

1955, fue una institución

creada con el fin de difun-

dir la cultura cinematográ-

fica en la ciudad que había

sido sede del imperio de los

Incas. En torno al cine-club

se reunió un grupo de

cineastas que dieron cuen-

ta del mundo andino en un

conjunto de documentales

de enorme valor que el his-

toriador Georges Sadoul

bautizó como los filmes de

la «Escuela del Cuzco».

El empeñomás ambicio-

so de los realizadores

cusqueños fue el rodaje del

largometraje

Kukuli

(1961),

dirigido por Eulogio Nishi-

yama, Luis Figueroa y Cé-

sar Villanueva. Era una fá-

bula andina, de encuadres

muy compuestos y poesía

«ingenua», que se mantiene

comounode los hitos del cine

peruano de todos los tiem-

pos. Pero en el año 1966 se

clausuró definitivamente la

experiencia cusqueña.

Fueron los cineastas del

“Las primeras experiencias sonoras se desarrollaron en el país con

la precariedad y la improvisación típicas del arrojado voluntarismo

amateur. En el afán de lanzarse en la aventura del cine, sus

responsables no se detuvieron para analizar la factibilidad del

empeño o la consistencia del mercado”