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LIBROS & ARTES

Página 15

ópera) y consagrarse como

el entretenimiento popular y

masivo por excelencia.

Las cámaras cinemato-

gráficas asistían, en calidad

de invitadas de honor, a las

galas, carnavales, banque-

tes, carreras de caballos,

pero también revueltas, ti-

roteos, cierrapuertas y otros

episodios de conmoción

ciudadana que marcaron el

período. El cine registró con

fidelidad el estilo solemne

y coreográfico con el que

ejerció su prolongado man-

dato el presidente Leguía,

personalidad fotogénica y

comunicativa como pocas.

Buena parte de esa produc-

ción apologética y celebra-

toria fue encomendada a los

camarógrafos cercanos al

Poder.

LOS LARGOMETRAJES

ARGUMENTALES

Pero también se filma-

ron películas de ficción. El

26 de julio de 1922 se es-

trenó

Camino de la vengan-

za

, el primer largometraje

argumental peruano. Era un

drama filmado por el fotó-

grafo y pintor Luis Ugarte.

A partir de entonces se rea-

lizaron cintas más o menos

exitosas en una línea de pro-

ducción caracterizada por la

discontinuidad.

De este modo, en 1929

nuestro cine ya podía exhi-

bir un filme de aventuras,

Luis Pardo

, de Enrique

Cornejo Villanueva (1927),

rodado al modo de las cin-

tas de Douglas Fairbanks, y

una superproducción de

época,

La Perricholi

, de

Enzo Longhi (1928). Am-

bas buscaban demostrar que

en el Perú podía hacerse un

cine como el que fascinaba

a los públicos de todo el

mundo. Sólo era cuestión de

aclimatar los géneros y de

buscar en el anecdotario

criollo a los personajes ca-

paces de soportar la prueba

de la ficción. En el caso de

La Perricholi

-rodada con

gran despliegue de medios,

a la manera de las cintas his-

tóricas y galantes de la

UFA-, su sola existencia se

presentó como prueba de la

prosperidad de un régimen

político que podía darse el

lujo de enviar la cinta, como

representante oficial del

país, a la Exposición de Se-

villa de 1928.

Pero esos filmes fueron

sólo logros aislados, insufi-

cientes, incapaces de afir-

mar una tradición o dejar

descendencia. En 1929, una

actriz polaca, Stefanía

Socha, y un pionero chile-

no, Alberto Santana, confe-

saron sus intenciones de

poner en marcha una indus-

tria cinematográfica en el

Perú. Es curioso que los

protagonistas de este empe-

ño fueran extranjeros ya

que, por entonces, peruanos

como Ricardo Villarán y

Ricardo Garland (firmando

como Richard Harlan) diri-

gían películas en Argentina

y Estados Unidos, respecti-

vamente.

Stefanía Socha abando-

nó el proyecto luego de una

única experiencia, el

largometraje

Los abismos

de la vida

(1929). Santana,

en cambio, forzó la realidad

e hizo un largo tras otro:

Como Chaplin

(1929),

Mientras Lima duerme

(1930),

Alma peruana

(1930),

Las chicas del Jirón

de la Unión

(1930) y, lue-

go,

Yo perdí mi corazón en

Lima

(1933).

Santana desarrolló el

primer intento orgánico de

hacer cine en el Perú, man-

teniendo continuidad en la

producción y apelando al

canon del cine de géneros,

sobre todo en las variantes

de la comedia y el melodra-

ma, asentados ya como mo-

dos de interpelación al es-

pectador por el cine interna-

cional. En un lustro su em-

presa, Patria Films, estrenó

cinco películas convirtiéndo-

se en la única sociedad que

mantuvo una producción

constante durante el perío-

do silente.

Fue, sin embargo, un

proyecto frustrado, que no

llegó a consolidar lo que

buscaba: la creación de esa

industria fílmica que en el

Perú nunca llegó a existir,

UNA NUEVA CRISIS

De pronto, en 1930, todo

se desmoronó. Al año si-

guiente, el impulso de la pro-

ducción cinematográfica

peruana se había desvane-

cido. Los motivos: la perni-

ciosa influencia en la eco-

nomía peruana del crack de

Wall Street de 1929, la caí-

da del gobierno de Leguía

en 1930, derrocado por el

comandante Luis M. Sán-

chez Cerro, líder de la lla-

mada Revolución de Are-

quipa, y la inestable situación

política, cercana a la guerra

civil, que siguió a ese episo-

dio histórico.

Pero también pesaron

otros factores, como la

obsolescencia de los equi-

pos de filmación y la impo-

sibilidad de marchar en for-

ma sincrónica con lo que

exigía la realidad del cine,

que venía de sufrir una re-

volución tecnológica y esté-

tica decisiva: la llegada del

sonido en 1927. El merca-

do no admitía ya el cine si-

lente ritualizado, hiperex-

presivo, melodramático,

que había sido el de Alber-

to Santana, ese pintoresco y

afanoso pionero de varios

cines nacionales sudameri-

canos (trabajó en Chile,

Perú, Ecuador), cuya vida,

obra y aventuras -aún no in-

vestigadas en profundidad-

podrían dar lugar a un apa-

sionante relato, entre épico

y picaresco, sobre los orí-

genes del cine hispanoame-

ricano.

El cine peruano empe-

zó a existir a destiempo.

Hacia 1908, cuando a las

carpas de exhibición lime-

ñas llegaban ya las cintas

que orientaron la vocación

narrativa del cinematógrafo,

los camarógrafos nativos re-

cién empezaban a aprove-

char las posibilidades del

registro documental. Cuan-

do en el Perú de 1913 se in-

tentó la ficción argumental

de breve duración, el cine

internacional había empren-

dido la aventura de la larga

duración y algunas pelícu-

las eran verdaderas epope-

yas del metraje. La asin-

cronía con el desarrollo del

cine internacional saltó a la

vista.

Pero los largometrajes

mudos también llegaron tar-

de.

Luis Pardo

, una de las

cintas más populares de la

etapa primitiva del cine pe-

ruano, se estrenó en octubre

de 1927, el mismo año que

The Jazz Singer

, de Alan

Crosland, y apenas dos años

antes de que el sonido se

convirtiera en norma de

producción y exigencia de

todos los auditorios del

mundo.

Las películas peruanas

de la época, por otro lado,

asimilaron sin mayor

reelaboración las conven-

ciones del cine realista y

dramático que se hacía en

Europa. Las miméticas his-

torias e imágenes del cine

mudo peruano se resistieron

a la contaminación del na-

cionalismo, el populismo, el

humor criollo, elementos

que pusieron el «color lo-

cal» o el «sentir nacional»

a otros cines latinoamerica-

nos; peculiaridades naciona-

les que les permitieron a los

argentinos, mexicanos y aun

a los chilenos llegar con sus

películas a mercados

foráneos. No hubo en el

Perú de entonces un cine

equivalente al del argentino

José Agustín «Negro»

Ferreyra y sus películas

broncas y nacionalistas, ni

al del boliviano Velasco

Maidana, que incorporó al

cine mudo de su país los te-

mas y leyendas del mundo

indígena.

En el Perú tampoco se

intentaron los caminos ex-

perimentales seguidos por

el brasileño Mario Peixoto

o el mexicano Juan Bustillo

Oro. El espíritu de la van-

guardia y la experimenta-

ción formal no penetró en

los cineastas peruanos, vol-

cados más bien a la realiza-

ción de un cine llano y di-

recto, concebido para mo-

ver sentimientos y llegar sin

complicaciones al público.

El pequeño y precario mer-

cado cinematográfico pe-

ruano resintió esos hechos.

La aguda pérdida del poder

adquisitivo de las clases

medias y populares, que

sostenían con su asistencia

a la producción nacional, se

tornó crítica y la producción

cinematográfica se afectó

por un marcado descenso de

la asistencia al espectáculo

cinematográfico. El año

1930 fue el del auge y de-

rrumbe del frágil empeño de

Alberto Santana y sus ému-

los.

LA ILUSIÓN DE LA IN-

DUSTRIA SONORA

En esas condiciones lle-

gó el inicio de la producción

sonora. La primera película

peruana de ficción que se

exhibió sincronizada con

discos fue

Resaca

, dirigida

por Santana, estrenada en

julio de 1934. El sonido

óptico se logró por fin en

Buscando olvido

, dirigida

por el chileno Sigifredo Sa-

las en 1936.

Pero el suceso más no-

table de los inicios del so-

noro ocurrió en abril de

1937 al formarse la empre-

sa Amauta Films. Esa so-

ciedad produjo un conjunto

de 14 películas argumentales

de larga duración entre 1937

y 1940, año en que cesó su

actividad. Las películas de

Amauta, de corte populista

y criollo, fueron el primer

intento de arraigar una pro-

ducción continua de pelícu-

las sonoras en el Perú.

Amauta Films convirtió a la

voz, al habla y a las cancio-

nes populares en las mate-

rias primas de sus películas.

Aprovechando el funciona-

lismo aportado por el sono-

ro, las cintas deAmauta fue-

ron comedias o dramas sen-

timentales ambientados en

el marco de la clase media

o en suburbios populares.

Sus anécdotas y episodios

fueron modelados por el

costumbrismo, esa deriva-

ción genérica del romanti-

cismo español que tuvo a

Larra como precursor y que

en el Perú encontró notables

cultores en escritores como

Felipe Pardo y Aliaga o

Manuel Ascensio Segura.

De este modo, la in-

fluencia central de la

dramaturgia del cine perua-

“El cine llegó durante el gobierno de Nicolás de Piérola,

líder civil, personaje legendario de la historia peruana, uno de

los artífices de la «normalización» de postguerra, en

tiempos de fin de siglo.”