

LIBROS & ARTES
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en tamaño natural.
Fotogra-
fía Nacional
afrontó, ade-
más, la producción de
los
barniztipos y de las fotogra-
fías de fantasía, estas últi-
mas hechas con accesorios
y decorados extravagantes.
Pero el trabajo verdadera-
mente más importante que
emprendió Castillo enton-
ces fue el del proceso de
acabado, que manejó con
singular maestría, al impri-
mir las copias al carbón.
Proceso tedioso y muy ex-
tenso que implica una serie
de manipulaciones destina-
das a sustituir las partículas
de plata por otras, más es-
tables, de carbón y que per-
mite concebir imágenes que
mantienen, a través del paso
del tiempo y en sutiles to-
nos magentas, su eterna ju-
ventud. En un desborde de
arrojo, y de su talento co-
mercial, Castillo proclamó
ser el único estudio enAmé-
rica especializado en esta,
aún hoy, maravillosa técni-
ca. Nunca contento con
esto, Castillo participó en
una serie de competencias
en las que acumuló los pre-
mios, entre ellos, de las
exposiciones de Lima, en
1877, París, en 1878, Bue-
nos Aires, en 1882, y nue-
vamente en Lima, en 1885,
publicitándolos en las guías
y directorios de nuestra ciu-
dad a partir del 75 hasta el
98. Ya sobre este último
tiempo, alguna información
vincula tímidamente el tra-
bajo de un R. o Raf. Casti-
llo, activo hacia 1899 en la
Baja California de México,
con el de Rafael Castillo de
aquí, lo que podría signifi-
car que el fotógrafo dejó el
Perú por entonces.
En esta biografía, noto-
riamente incompleta y que,
esperanzadamente, se
autoconsidera en construc-
ción, existen dos momentos,
para mí, particularmente
sensibles.
El primero se ubica en
julio de 1871 y se refiere a
un incidente entre Castillo
y un empleado peruano,
Teodoro Ramírez, quien
oficialmente era el impresor
de copias positivas aunque,
se cuenta, había aprendido
bien el manejo completo de
la fotografía en el estudio
del 243 de la calle
Espaderos. Quizás sería
acertado decir en este mo-
mento que Espaderos co-
rresponde a la Camaná ac-
tual, y el 243 quedaría más
o menos a media cuadra del
jirón Ica. Tal vez sea una
buena oportunidad también
para mencionar que como
una señal de la posible exis-
tencia del chisme como una
de las instituciones limeñas
dedicadas a la corrosión y
al desprestigio, el 15 de ju-
lio de 1871 El Comercio
publica la noticia que
Ramírez ha sido acusado
por Castillo de hacer nego-
cios personales utilizando el
nombre del estudio. Ade-
más, Castillo alerta que
Ramírez no es fotógrafo sino
un simple impresor, es de-
cir, un simple labora-torista.
Defendiéndose, se dice que
Ramírez negó la acusación
y más bien recomendó que
el acusador cesara de pre-
tender ser el dueño de un
estudio que no le pertene-
cía. Muestra visible y criti-
cable de esta pretensión,
argumentó Ramírez, es que
Castillo, a la vista y pacien-
cia de todos, ha rebautizado
al estudio de Espaderos
como
Fotografía Nacio-
nal
. Por este enfrentamien-
to, Ramírez abandonó la fir-
ma y se constituyó desde
entonces
como
un
autotitulado fotógrafo mó-
vil, o movile, según El Co-
mercio, ofreciendo, desde
entonces, ir a cualquier lu-
gar que se requiera para rea-
lizar el trabajo. Durante este
avatar advirtió a los propie-
tarios de tierras sobre las
amplias posibilidades de su
profesión, de sus bondades,
y de la utilidad práctica de
hacer un registro completo
de los trabajadores, peones
de la tierra que en esos tiem-
pos eran inmigrantes chi-
nos. Más tarde, Ramírez es-
tablecería su estudio en el
16 de la calle San Ildefonso,
en el Rímac, donde se dedi-
có a retratar personas sen-
cillas y menos pudientes,
mientras reflexionaba sobre
la posibilidad de generar, a
través de esta actividad y
durante un buen tiempo, su
propio sustento.
DOS HERMANOS
FRANCESES
La lectura de toda esta
información me llevó a te-
ner serias dudas sobre el tes-
timonio, definitivo e incues-
tionable, del jefe del depar-
tamento de conservación de
archivos fotográficos de la
Biblioteca Nacional sobre
los negativos de la caja de
cartón. A mis ojos, Rafael
Castillo demostraba, en
todo sentido, ser un formi-
dable fotógrafo que compe-
tía, utilizando todos los ins-
trumentos a su alcance, por
lograr la supremacía en el
espacio fotográfico limeño.
Estimando el contexto, ha-
bría que decir que Lima se-
guía contemplando enton-
ces con embeleso la sensua-
lidad de la cultura parisina.
Y aún considerando la inne-
gable, por ser evidente, ex-
celencia de su fotografía,
hay que tener en cuenta que
Rafael Castillo era de sabor
nacional y su encarnizada
competencia se dirimiría,
directamente y sin atajos,
contra dos puntiagudos,
cancheros y nunca despro-
vistos de experiencia
acriollada migrantes france-
ses, quienes, además, eran
también astutos, excelentes
relacionistas públicos, ven-
cedores en la batalla entre
los cinco grandes estudios
de la dorada época de la tar-
jeta de visita, afiatados
cómplices entre ellos, y,
para colmo, buenos herma-
nos que trabajaban en equi-
po. Aquiles Courret, con
maña y pericia, manejaba el
aspecto comercial del estu-
dio mientras que Eugenio
Courret era el espléndido y
sofisticado fotógrafo euro-
peo. Entonces, ¿cuándo ha-
bría realizado Castillo sus
retratos de personas senci-
llas en su estudio del
Rímac? Me refiero a esos
que encontramos en la caja
de cartón. Hasta ahora no he
descubierto un texto que
mencione que Castillo hu-
biera sido propietario de al-
gún estudio en el Rímac,
pero tampoco, sin una in-
vestigación rigurosa, se
puede descartar la posibili-
dad de que alguna vez lo
tuviera. Lo cierto es que la
estrecha posibilidad de que
las imágenes de la caja de
cartón en la Biblioteca Na-
cional pertenecieran en su
autoría a Teodoro Ramírez,
me parece fantástica desde
todo punto de vista. Tal vez
algún día el misterio queda-
rá resuelto, pero, mientras
tanto, pienso que el exhibir
esas fotografías junto a las
de Courret nos va a servir
de mucho a los peruanos.
EL PALACIO DE LA
EXPOSICIÓN
El segundo punto sen-
cible de la biografía de Ra-
fael Castillo ocurre en 1872.
En ese año ya existe el mue-
lle parcialmente recto, el
sistema de dársena y la
aduana del Callao, las mu-
rallas de Lima han desapa-
recido mientras que los ser-
vicios de agua potable y
desagüe han significado una
victoria de la salubridad
pública y una mejora en la
estética de la vida urbana.
Gobierna Balta, y leyendo
a Jorge Basadre nos entera-
mos que en la Lima de aquel
momento existe un gran en-
tusiasmo por la prosperidad
aparente y el espíritu de
imitación de los grandes
acontecimientos mundiales.
La energía de este espí-
ritu se encauza, entonces, en
el gran proyecto de la Ex-
posición Nacional, suceso
culminante de la vida
limeña de ese tiempo. El
gobierno dispuso que fuera
una exposición de produc-
tos naturales, agrícolas y
manufacturados, de plantas
y animales de todas clases,
junto con la cual se celebra-
ría un concurso público de
modelos de máquinas, plan-
tas y animales útiles extran-
jeros, entre otros temas. Una
ley del Congreso la autori-
zó en 1869 y los trabajos co-
menzaron en enero del si-
guiente año. En estos traba-
jos, Manuel Anastasio
Fuentes, llamado también el
Murciélago, tuvo una parti-
cipación muy importante.
El arquitecto italiano Anto-
nio Leonardi se encargó de
la sección técnica y las res-
ponsabilidades de supervi-
sión recayeron sobre una
comisión presidida por el
general Manuel Ignacio de
Vivanco.
El Palacio de la Expo-
sición fue construido en las
afueras, al sur de la ciudad,
cerca del edificio de la Pe-
nitenciaría, más allá de las
murallas que Meiggs derri-
bara. Un terreno baldío se
convirtió en un gran jardín
de 192,000 metros cuadra-
dos, en cuyo centro se edi-
ficó este Palacio. Tres puer-
tas monumentales se eri-