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LIBROS & ARTES

Página 20

RAFAEL CASTILLO

Y LOS HERMANOS

COURRET

Q

Ciento treinta años después

Jorge Deustua

Una olvidada caja de cartón depositada en los archivos de la

Biblioteca Nacional condujo al descubrimiento de una serie de

fotografías de gran factura hechas por el peruano Rafael Castillo,

quien a mediados de la década del setenta del siglo XIX fue el más

serio competidor de los hermanos Courret por el mercado

fotográfico limeño. He aquí la historia de Castillo, cuyos

trabajos ilustran las páginas de este número de

Libros y artes.

uizás no resulte un

ejercicio inútil hacer

uso de la imaginación,

candorosa y algo ingenua,

cuando uno relee la historia

de su país. La imaginación,

sin duda, entre otras cosas,

genera imágenes. Y desde

estas imágenes uno puede

intentar reconstruir, como

en una película de género,

la cotidianidad de la Lima

de 1872 y así recorrer, con

ojos de fotógrafo, las calle-

citas del centro de la ciudad,

anotando con cuidado, en

una libreta oportuna, sus

verdaderos nombres de en-

tonces y dibujando, también

en la libreta, un plano des-

criptivo y aproximado.

Pero habría que dete-

nerse otro momento, ade-

más, para encuadrar en el

visor alguna vitrina ocu-

rrente que ofrece las nove-

dades de París y que se co-

rona con la tela importada

de un toldo inclinado, o tal

vez para ver la vitrina me-

jor bastaría con incluir, en

la parte superior de la com-

posición, los maderos traba-

jados de un balcón señorial.

Solucionada la primera

foto, tendríamos que pensar

en una segunda, distinta. La

perspectiva de la calle, de-

finitivamente es formidable

y su punto de fuga la con-

cluye colocando, acerta-

dísimo, el Arco del Puente

en el fondo medio. Tal vez

esta segunda imagen podría

implicar, también, a la gen-

te que circula. Por ejemplo,

a los señores ensom-

brerados que pasan, recelo-

sos y adustos, protegiendo

a sus damas de algún piro-

po zalamero, o a los prego-

neros, o a los fruteros ne-

gros que recorren la calle

gritando, con voz de trom-

peta…

¡Eh frute!... Pela,

pelía… canasta llena…

tamalito de uva… melo-

cotone… se va la melo-

nera… la sandillééé… la

melonééé…

o a ese chino,

que viene más atrás, con

frutas similares a cuestas,

esforzándose, aunque no

logra imitar con acierto el

pregón de los precedentes.

Por la vereda del frente, e

intermitentemente visible

entre las carretas que van y

vienen en sentidos contra-

rios, acaba de pasar

Chacallaza, inquieto, más

joven, y aún a salvo de la

fotografía y de los cargos

que se le imputaron des-

pués. Es un buen día solea-

do, terroso, de fín del vera-

no. Son cerca de la once. Y

a pesar de los flamantes ser-

vicios de desagüe, que han

reemplazado a las acequias

descubiertas del medio de la

calle, la ciudad ha comen-

zado a desprender, sutil-

mente, su característico

aunque infotografiable olor.

Alguna vez vi una pla-

ca de vidrio, negativa, en la

que aparecía esa calle y el

Arco del Puente. Fue mien-

tras realizábamos, en 1993,

el inventario del fondo

Courret de la Biblioteca

Nacional. En el proceso

descubrimos, en una caja de

cartón, y de leche Gloria,

una buena cantidad de pla-

cas de vidrio de formatos

pequeños y algunos positi-

vos en papel, hechos por

contacto, de estas mismas

placas. Inmediatamente

encuestados los responsa-

bles del cuidado del archi-

vo fotográfico, estos decla-

raron, unánimes, que las

placas, vendidas unos años

antes por los hermanos

Rengifo a la Biblioteca,

eran imágenes atribuídas al

peruano Rafael Castillo. A

pesar de las fechas simila-

res en las que habían sido

hechas, para cualquiera

medianamente interesado

en la materia las diferencias

de estas pequeñas placas

comparadas a las de gran

formato que habitualmente

utilizaba Courret resultaban,

por lo menos, evidentes. Y

no solamente el formato

mostraba diferencias. Mien-

tras que las imágenes de

Courret presentaban, en su

amplia mayoría, a los gran-

des señores de Lima ele-

gantemente ataviados,

bien posados sobre los mue-

bles finos y la alfombra, en

el estudio delante del fondo

pintado con destreza y es-

pecialmente encargado a

París, las placas del archivo

Castillo exhibían más bien

aquellos cargadores chinos

humildemente vestidos,

cierta zamba con gesto ado-

lorido o algún cabo menor

de la policía. Todos ellos

quedaron retratados en un

espacio austero, frontales,

de pie, en posición de firmes

y delante de un único, ma-

gro, pero aún digno tejido

grueso que colgaba estira-

do en la pared.

Todas las

fotos las hizo en su estudio

del Rímac

, concluyó el jefe

del departamento de archi-

vos fotográficos de la Bi-

blioteca. En un futuro, pen-

sé, una exposición conjun-

ta de retratos hechos por el

estudio Courret y los de este

archivo Castillo podría de-

jar una seña mucho más

profunda de lo que fue la

sociedad limeña de aquel

tiempo. Ya que nuestro tra-

bajo, extenso y necesaria-

mente minucioso, única-

mente se relacionaba con el

fondo Courret, dejamos en-

tonces la investigación de la

caja de Castillo para un fu-

turo incierto.

UNA CAJA DE CARTÓN

Pero el descubrimiento

de la caja de cartón me dejó

la inquietud por conocer a

Castillo.

De la lectura de los tex-

tos que tratan ese período se

puede saber que la primera

información acuñada acer-

ca de la relación de Rafael

Castillo con la fotografía

fue que trabajaba en el es-

tudio del norteamericano

Villroy Richardson. Este

fotógrafo había llegado a

Lima en 1859 y constituyó,

entonces, el que sería uno de

los cinco grandes estudios

de la época dorada de la tar-

jeta de visita. Casi ocho

años después de su llegada,

Richardson, decidido a dar-

se un tiempo para viajar, fir-

maba un contrato, que fue

publicado en El Comercio

el 12 de enero, o de febre-

ro, de 1867, en el que cedía

la dirección del estudio a

Castillo, pero, unos meses

después, le vendía definiti-

vamente el mencionado es-

tudio de la calle Espaderos

a un tal Ignacio Lecca. Aún

con el nuevo dueño, Casti-

llo continuó dirigiéndolo

como operador, es decir,

como fotógrafo, mientras

utilizaba con solvencia el

mismo equipo y los recur-

sos del norteamericano,

aunque, decisión curiosa, le

cambió el nombre por el de

Fotografía Nacional

. Lue-

go del traspaso no figuran,

según parece, mayores da-

tos sobre Lecca. De Casti-

llo, más bien, se ha escrito

que mudó, hacia 1875, el

estudio al 268 de la calle

Baquíjano, donde permane-

cería fotografiando hasta el

final del siglo XIX como el

único rival serio de los es-

tudios Courret. Ya en 1877,

el estudio figuró en la rela-

ción de patentes como un

estudio fotográfico de se-

gunda clase pero, al mismo

tiempo, demostraba ser el

segundo de Lima, después

del de Courret, en equipa-

miento, sofisticaciones y

comodidades. Esta misma

relación de patentes, en

1885, ubicaba ya, a

Foto-

grafía Nacional,

en el sta-

tus de primera clase, en el

que permanecería durante la

década de los ochentas, pe-

ríodo en el que aparecieron

una gran cantidad de estu-

dios nuevos de menor ran-

go.

Dejando huellas de su

inacabable ingenio, de su

visión y de su competencia,

Castillo desarrolló, por el

bien y el prestigio de su es-

tudio, nuevas tretas comer-

ciales dirigidas a seducir

clientes. Una gran variedad

de servicios y nuevos pro-

ductos, sustentados en su

reconocida calidad, se fue-

ron ofreciendo sucesiva-

mente. Con este espíritu, y

su sello, aparecieron enton-

ces las tarjetas de gabinete,

mucho más grandes que las

de visita, las imperiales, aún

más grandes, y las enormes

ampliaciones de los negati-

vos hechos inicialmente

para tarjetas de visita, en las

que las personas aparecían