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invasores de América. En el código de· sus Reyes hay
un artículo que dice: "tú no robarás a menos que seas.
rey, obtenga6 un privi'legio de él, o estés en América;
no asesinarás a menos que hagas perecer millares de
hombres, o algún americano". Estos que nos conducen
observan este artículo para hacerse un mérito, que
s~
medirá por el número e intensidad de crímenes que c;o–
metan con nosotros. No tenemos más que la ape}ación
al cielo; la inmortalidad del alma debe sernos ahora
el único consuelo.
En este momento de nuestro dolor y des€speración,
se apoderó un terror de
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l capitán y de todos los mari–
neros, que nos hizo creer había algún peligro capaz de
igualar con la muerte a los opresores y oprimidos, y
mostrarnos más allá de ella la diferencia de la virtud,
y del vicio, del crimen y de la inocencia; este conflic–
to general nacía de la fracción total del timón; por to–
dos los indicios el peligro tenía una inminencia alar–
mante y capaz de haberse hecho sentir por nosotros
mismos, que traíamos en compañía de nuestra desgracia
a una familia francesa, cuyo padre había contraído en
Lima el crimen fatal que los españoles tienen misión
del cielo y autoridad del Papa para castigarlo en Amé–
rica, era la posesión de 30 talegas de plata, de que
fué despojado, y para purificarse remitido con priisio–
nes a España; este hombre
ob~uvo
del comandante la
gracia de quitarnos las prisiones, si componía el timón;
mientras lo hizo, estuvimos sin ellas; más luego que se
concluyó la obra mucho mejor de lo que había espera–
do el Comandante, mandó se nos restituyera a las ca.,.
denas.
Puedo asegurar por todos Ias apariencias del pe–
ligro que el mérito de la composición del timón debió
excitar sentimientos de gratitud iguales a los que pro–
duciTía la donación de la vida en cualquiera otro hom·
bre, que en aquel español; fué infractor de un tratado,
se hizo más enemigo, y nuestra situación se empeoró.