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tores más que la. risa o una indiferencia la más fría, ét
murió en medio de ·los tormentos de ese mal, cuya pre–
sencia hié para noso1ros un verdadero suplicio, sin so–
corro huma::n'o. Alguno de mis compañeros excitado por
el aburrimiento y violencia de nuestra situación, elevó
una representación
al
Comaridante, capaz de mover al
ser más insensible; le pedía con una sumisión compasi–
hle el alivio de nuestras prisiones; la contestación fué:
"se abstendrá el suplicante de toda representación, so
pena de ser todos sus compañeros y él atados a los
cañones". Este decreto llenó a todos de una amargura
inexplicable; colmaba nuestra desesperación el percibir
que aun en España mismo no terminarían nuesfros ma–
les, que se nos prohibirían representaciones, que 1la in–
humanidad del Comandante y demás árbitros nuestros
pasaría por un celo laudable,
y
que si habían en Es–
paña algunos corazones capaces de irritarse contra sus
proce~imientos,
los ignorarían.
Nuestros tiranos, decíamos, parecen regocijarse de
nuestros males, de nuestra tristeza y degradación; el
poder se halla en sus manos,
y
la razón misma de . los
europeos deslumbrada de la participación de sus des–
pojos encontrará motivos justificativos de esta horrible
conducta. · ¡No hay sobre ·la tierra quien esté de nuestra
parte! ¿Los crímenes de éstos como los de los conquis–
tadores de nuestro país, quedarán sin castigo? Sobre
los patíbulos
y
las hogueras canta.ron éstos su triunfo,
y
echando un velo fúnebre sobre la humanidad, · lle–
naron la tierra de su nombre; éstos quieren imitar su
crueldad, para participar su gloria.
¡En Europa se castigan pequeños crímenes,
y
a los
grn.rides se les tributa cuilto! Con cuanta justicia podría–
mos decir a cuantos Ja gobiernan ilo que respondió un
pirata a Alejandro: "Se me llama un ladrón porque no
tengo sino un navío, y a tí porque tienes una flota se
te llama conquistador". La Europa tiene leyes contra
los robos, y aplausos, gloria e inmortalidad para los