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che, llevado por dos granaderos que me sostenían de
]os brazos para poder caminar; se habícm hocho calabo–
zos al propósito pc;xra nosotros, donde fuimos coloca–
dos; estas habitaciones, sí podían llamarse así, lugares
que reunían todos los principios destructivos de la vida,
eran de piedra con un agujero pequeño
y
atravesado
por una cruz de fierro tan ancha casi como él; e] piso
también era empedrado
y
húmedo, las puertas dobles;
cada uno fué destinado al que Ie correspondía; (los de–
más compañeros lo fueron a] castillo de Santa Catali–
na). El que me tocó por toda comodidad tenía una ta–
rima donde puse mi cama, compuesta como tengo di–
cho, de una piel de oveja
y
un saquito de andrajos, to–
do sucio
y
fétido. Estos eran todos los bienes con que
debía pasar el resto de mis días en medio de crueles
enemigos. Se apostó un centinela en la puerta, otro en
la ventana o agujero,
y
otro en el techo; absolutamente
se cuidó aquella noche de mi llegada de tan penosa
distancia
y
agobiado de cansancio, de nada para mi
alimento!
¡Cuál sería
mi
situación al verme transportado a tan
remotos climas; mi circunferencia rodeada de guardias,
sin ningún conocimiento en el pueblo, alejados de los
consolantes compañeros de mis desgracias; solo, ham–
briento, y sintiendo en esta especie de rigor bien exqui–
sito las primicias y el presagio del futuro el más es–
pantoso!
La consideración de la muerte de mi hermano, fami–
lia, y compatriotas, el recuerdo de cuanto había visto
en mi larga navegación y sufrido yo mismo; tantos com–
pañeros muertos al rigor del mal trato que recibían;
todo me hacía sentir que éstos eran los mismos hom–
bres que habían conquistado la América, que toda as–
pereza con que me habían recibido era su carácter,
y
que no podía de parte de ellos aguardar sino todo
género de tormentos. ¡Nada hay que en el mundo pue–
da soc tan aflictivo
y
que iguale a cuanto sufrí yo aque-