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tado de nuestra debilidad, a la insalubridad del aire
que respirábamos, a la serie no interrumpida de im–
presiones irritantes que sufríamos, el trato era análo–
go; un abandono total que obrando sobre nuestrn ánimo
las aumentaba; el médico, el capellán,
y
el comandan–
t~
jamás nos dieron el mínimo socorro correspondiente
a sus respectivos deberes; 1la mitad de mis compañeros
pGreció de escorbuto hasta el Janeiro (r),
y
dos de mis
costados murieron una noche sobre mí mismo, donde
permanecieron hasta el siguiente día; todos fueron víc–
timas del abandono tan admirable como inhumano; has–
ta lo que nuestro fraternal interés, que m1 ternura
y
circunstancias me inspiraban; la privación de este úl–
timo consuelo violentó mi naturaleza a tal punto, que
apetecí la muerte con la mejor sinceridad,
y
los espo–
sos que son adictos a su compañía pueden juzgar con
exactitud cuál sería mi situación en aquellos momen–
tos (rr). ¡Qué crueldad la de nuestros opresores!
Un sobrinito mío con todas las ,expresiones del con–
flicto que pone un cólico, no arrancó a nuestros conduc-
Para que el lector aprecie el valor de los pesos que extrajo
España del .Perú, y .que fueron muchos miles de millones, en
la épo·ca !Colonial, co1piamos a continuación lo que nos dice el
Doctor Rafael Loredo, en su importante estudio histórico "El
repartimiento de Guaynarima", inserto en la Revista Histórica,
tomo XIII (Lima-1940): "El valor de cada peso ensayado en
Espafia era en aquel entonces, aproximadamente, d.e treinta so–
les de nuestra actual moneda,
y
su valor adquisitivo (compara–
ción clásica con el trigo) de sesenta soles nu¡es.tros". De ma–
nera, pues, que cada millón de pesos, a 1que se refiere ·el ofido
anterior, representaría ahora ¡sesenta millones de soles! la a·c–
tual moneda peruana.
¡Los legítimos dueños de ese oro, Jos patriotas peruanos iban
con él, hambrientos, como perros famélicos, encadenados, en las
naves es•pañolas! (F.A.L.)
(r) Río de Janeiro. (F.A.L.)
(rr) juan Bautista Tupa'c Amaru se refiere en este pasaje
de sus Memorias a la muerte de su esposa Susana Agui.rre,
fallecida en Río de Janeiro el 10 de Agosto de 1784. (F.A.L.)