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lla noche! No podía soportar la idea de tener que pa–
sar mis días en aquella mansión y entre aquellos tigres.
La conducta ulterior correspondió a mis temores; co–
mo la codicia era el único resorte que movía a mis gum–
dias y a
la nación entera, no teniendo como satisfa–
cerla, nada obtuve en mi favor; si alguna vez mandaba
comprar lo que me era indispensablemente necesario, los
guardias se tomaban el cambio como una recompensa
del servicio que me habían hecho, aun cuando la sa–
tisfacción de hacerlo a un desgraciado fuese la paga
pm·a otros corazones.
No fuí tratado de la misma mánera cuando la guardia
era de Suizos u otros extranjeros, éstos nos permitían
tomar sol. mostraban sentimientos de compasión, y su
honradez jamás se manchó en la usurpación de lo que
era nuestro, prevalidos como los españoles de que nues–
tra debilidad era susceptible de todo. Esta idea que
debía convencerlos de nuestra impotencia para fugar,
no los reprimió jamás de los cuidados más minuciosos
sobre nuestras prisiones; las puertas, sus rendijas, el
lecho, las paredes y sobre cuanto nos rodeaba, siempre
acompañado todo de insultos.
El aspecto de un hombre que siempre mezclaba su ali–
mento con lágrimas amargas por su inmundicia y corrup–
ción, y en que veía más bien un principio de destruc–
ción que de conservación jamás los movió, y antes he
sabido se repartían la cantidad que estaba señalada con
este objeto.
En tres años y tres meses que permanecí en el cas–
tillo de Sa n Sebastián no recuerdo un solo rasgo huma–
no de los españoles que se sucedieron a custodiarme,
y es ciertamente muy digno de atención que tantos y
tan dis tintos hombr es hubiesen sentido de la misma ma–
nera contra la miseria, que naturalmente excita a la com–
pasión; este fenómeno por su constancia y pluralidad
debe ser recomendado a los fisiólogos; ellos solos po–
drán encontrar el principio tan constante que hay en la