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sensibilidad española para afectarse tan contrariamen–
te ai resto de los hombres; parecerá entonces la demos–
tración de mi opinión que es estar en sus Órganos la
verdadera causa, porque se complacen tanto en los ac–
tos de matanza de hombres y tienden a ello como im–
pel'idos por una fuerza instintiva.
Carlos III tomó a:l fin de este espacio de más de tres
años otra determinación sobre el corto resto de los que
habíamos resistido a
los rigores de sus súbditos y de
él: fuimos repartidos en el interior del reino y en los
presidios de Orán, Alhucema, Melilla, el Peñón y Má–
laga; de los destinados a este último punto murieron
muchos al rigor de sus conductores.
A mí me hicieron sufrir todos los presentimientos de
la muerte en el espacio que separaba la posición que
tenía de la que se había determinado tuviese; una ma–
ñana fuí sorprendido en mí prisión por la presencia de
un ayudante y una comitiva nume.rosa de granaderos;
me amarraron los brazos con toda la torpeza de costum–
bre, me colocaron al medio de esta escolta que por su
número, su modo de tratarme y la opresión en que me
conducían, concebí que había llegado la hora de sufrir
el suplicio de mi hermano y familia; puesto en la cár–
cel con todos los facinerosos, se aumentaban mis sos–
pechas.
La muerte sa me presentó entonces como infalible y le:
miraba como el Único término a la gravedad y duración.
de mis males, que se habían hecho mucho mayores
en esta nueva casa con el círculo de asesinos que me
rodeaban, que me insultaban impunemente y que, a la
idea de que tenía yo mucha plata, unían la esperanza
de adquirir el perdón de sus crímenes con el mérito de
darme muerte; yo no encontraba contra todos estos nin–
guna garantía; antes hallé motivos de confirmarlos en
la conducta del alcaide que me quitó mi saco de andra–
jos para que no fuese (decía) presa de los ladrones de
adentro, y en la humana protección con que me llevó