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nuesllros semblantes casi cadavéricos por el hambre

y

sed en que nos habían mantenido,

y

en que nos hallá–

bamos en ese mismo instante, lejos de mover la com–

pasión, arrancaba por todas partes las palabras de "pí–

caros, traidores, que la paguen". Así caminamos

alre~

dedor de la plaza, donde se ostentó nuestra degradación,

nuestras cadenas,

y

los presagios de nuestra ruina, co–

mo la obra particular del genio español

y

se provocó

a un pueblo envilecido a hacer alarde de inhumanidad

y

bajeza.

El humano comedimiento entre 6,000 almas de un solo

indio es digno de referirsa: las circunstancias en que

lo ejerció

y

su singularidad dejan ver cuanto tuvo que

luchar con los temor&s de su persecución,

y

los

mira~

mientos de la opinión para ceder el triunfo

a

la expan–

sión de un sentimiento que los tirones no pudieron so–

focar.

Este hombre recomendable se me acercó al dar vuel–

ta la plaza, c:::m todo el encarecimiento de la amistad

y

compasión de que estaba poseído,

y

me presentó un

caballo, que me dijo, no estar preparado por la cruel··

dad de mis enemigos, sino por su tierna adhesión e in–

tE;;rés,

y

ciertamente que este servicio me libró de pade–

cimientos de que mis compañeros no pudieron preser–

var.se

: tuvieron que emprender una lucha con los caba–

llos; sus cadenas pesadas, su poca destreza para el ca–

ballo, los gritos

y

risas opresoras que sonaban por to–

das partes, les

causa.ba

embarazos tan insuperables co–

mo funestos: cada caída de cualquiera de ellos no so–

lamente era s.eguida de las contusiones deJ fierro de

los grillos

y

cadenas con que estaban afligidos, sino

también de la rabiosa increpación da los soldados que

la

acompañaban cruelmente de golpes de culata

y

ba–

yoneta: no era exento de este tratamiento un tío mío

de 125 años, Don Bartolomé Túpac Amaru;

y

en todo

nuestro viaje hasta Lima, e n que pasa mos p or muchos

p ueblos , s'.empre hosped:::rdos en las cárceles

y

calabo-