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raza en tiempo de la conquista, que con la religión en
la boca ,ponían hogueras y patíbulos para sacrificar en
-períodos determinados, y en nombre de los san>tos, mi–
llares de víctimas: llegué a creer que la manía de de–
vorar a los hombres era nacional; que su causa era or–
gánica, y todavía esta opinión no se me disipa; las car–
nicerías cometidas en Caracas por
M
urillo y sus oficia–
les españoles y las del Perú por todos los españoles que
han tenido cuatro soldados, todas tienen el mismo ca–
rácter que los de la conquista, a pesar de la distancia
del tiempo, de la diferencia de teatros y de las luces
del siglo:
así,
mi muerte y la de mi familia la
cr~ía
inhlible.
Pero el virrey Avilés había tomado empeño por sólo
mi perpétuo destierro contra Areche que quería mi ani–
quiíamiento; y en realidad ambos querían la misma co–
sa; y el virrey Avilés aparentando más humanidad ver-
blo de Tungasuca; un brazo a Lauramarca, el otro, al pueblo
de Carabaya; una pierna a Paucartambo; otra a Calca, y el
resto del cuerpo puesto en una picota en el camino de la Caja
de Agua de esta ciudad". (Archivo General de Indias de Sevi–
lla. Audiencia del Cuz·co, legajo 74).
El
marino español e historiador Mi1guel Lobo, que en nota
anterior ya hemos citado, dice textualmente: 'ºLa imparcialidad
·exige, después de examinados
todos
los procedimientos
judi–
ciales formulados •Con tal motivo, que de éstos no sale proba–
-Oa
la complicid{l.d de Diego Cristóbal y demás indiviquos de
su familia. Los indicios, unidos a la razón de Estado,
a
veces
más elástica que
la peor de
las conciencias, precipitaron
la
catá
strofe de los que restaban de aquella real estirpe".
P{
l.ramejor comprensión de nuestros lectores, describiremos
muy ligeramente como fué atenazado Diego Cristóbal Túpa<: Ama–
ru . Después de ser
condt~cido
de la ·cárcel a
la plaza, en la
forma que decía la sentencia, completamente desnudo fué ata–
-do a un poste, con una hoguera por delante, entre cu.yo fuego
·dos largas tenazas de fierro eni;tijecían. Llegado el· momento
dos v•erdugos aga rraron una cada uno. Y luego. . . con la te- ·
naza ardiendo, Je arrancaro n al héroe y már tir, pedazos de car–
ne, humeando, de todo el cuerpo,
y
aun de las partes menos vi–
sibles ... !