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con la Arjentina, escribia al Encargado de Negocios de Chile
en aquella República: 11Prescindiendo cle los obstáculos que pre–
senta la naturaleza de las bases propuestas... tienen algunas de
las pretensiones contenidas en ellas un carácter de severidad
i
aun de arrogancia, que concitaría sin duda contra los aliados el
espíritu de los pueblos,
i
nos haria perder de todo punto la coope–
racion de un partido influyente i poderoso que en Bolivia i el
Perú no aguarda mas que la presencia de nuestras armas para
declararse contra el tirano. Este e un inconveniente capaz de
hacer malograr por sí solo, el grande, noble
i
principal objeto de
la alianza, i con él todos los intereses secundarios; i yo no debo
di imular a US. que, no obstante la importancia que darnos a
una liga e. trecha i solemne de las naciones chilena i arjentina,
preferiríamos que no hubiese tal tratado de alianza, a trueque de
que no apareciesen a la faz del mundo aspiraciones exajeradas
que hicie en odiosa una causa tan bella i tan justa como la que
Chile ha tomado a su cargo.11
Miéntras tanto entre los demas gobiernos americanos algu–
nos, como el de lo·
E.
U. de la América del
orte i el de Mé–
jico, parecian no darse cuenta de lo que e taba pa ando en la
América del Sur; pero cultivaban la amistad de la Confede–
racion; otros, como el del Ecuador, lisonjeaban al Gobierno
protectora}; otro , como los de Nueva Granada i Venezuela, mur–
muraban por lo bajo, pero rendían público acatamiento al Pro–
tector. Los gobiernos de Inglaterra i de Francia simpatizaban
con él
i
le dispensaban honores.
A la verdad, un sórdido mercantilismo parecia ser el único
criterio que guiaba a los mas poderosos
i
respetables gabinetes
estranjeros en su manera de apreciar la conducta del Gobierno
protectora], importándoles mui poco los principios de moral
i
de derecho en que deben descansar las organizaciones políticas.
Verdad es que el Gobierno Norte-americano, como los gobier–
nos europeos, entregados entónces a una supina ignorancia en
lo tocante a Ja composicion social, réjimen político, costumbres,
estado de civilizacion, etc., del continente sud-americano, no da–
ban a estos pueblos mas importancia que a esas hordas semi–
bárbaras del Asia o del África, en donde la aparicion de un
caudillo que con las armas impone su absoluto señorío, es un