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reconociese

i

pagara la deuda que de tiempo atras le reclamaba

el Gobierno chileno; otro interes mas alto, otra causa mas sa–

grada se presentaba a la contcmplacion de la República de

Chile

i

preocupaba a sus gobernantes: era la paz

i

la indepen–

dencia de los pueblos vecinos a la Confederacion Perú-boliviana

i por consiguiente de Chile mismo, que acababa de experimen ..

tar el golpe preparado por alevosa mano contra su órden

i

paz

interior; era, en fin, la salvacion de las instituciones a que la

América babia vinculado su felicidad i su porvenir.

El Gobierno chileno dió una mirada excrutadora a la sítua–

cion i circunstancias del pueblo que gobernaba, i sompesó los

elementos que le ofrecia para emprender la guerra: recursos

pocos, patriotismo mucho, virilidad de sobra. I esto le bastó para

decidirse a derribar la Confederacion Perú-boliviana i el poderío

de Santa Cruz, declarando que aquel nuevo Estado, a mas de

ser obra del artificio i de

h

violencia, constituia tambien una

amenaza para los

Est~dos

vecinos, i procJamando en consecuen–

cia la mutua i absoluta independencia del Perú i de Bolivia.

Era natural que la causa de Chile, levantada a tanta altura,

hallase eco en los <lemas pueblos americanos i en sus gobiernos,

a algunos de los cuales invitó el de Chile a celebrar alianzas

contra el Protectorado.. Pero ¡cosa singular! solo el Gobierno

central de las Provincias Arjcntinas, que creia haber recibido

gravísimas ofensas de Santa Cruz, i que disputaba a Bolivia el

departamento de Tarija, se mostró dispuesto a declarar la guerra

al Protector. Mas, cuando requerido por Chile a una alianza,

manifestó aquel Gobierno la intencion de reivindicar por las

armas una parte del territorio de Bolivia i aun exijir el pago

de los gastos ocasionados por las fuerzas auxiliares que Buenos

Aires había mandado al Alto-Perú en los primeros años de su

guerra de emancipacion, nuestro Gobierno no creyó compatible

este propósito con el desinteres i grandeza de la causa que había

invocado,

i

prefirió dejar queel arjentino emprendiese de su esclu–

siva cuenta las hostilidades, no sin encarecerle, sin embargo, la

necesidad de fundar la guerra en causas de un órden superior

j

capaz de hacerla simpática a los mismos pueblos que sufrían

la dominacion de Santa Cruz. Así pensaba particularmente

Portales, cuando a propósito de las negociaciones de alianza