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plan entraba el asesinato del ministro Portales. En esta cons–
piracion, denunciada a tiempo, se creyó implicado al Encar–
gado de Negocios de B livia, es decir, al aj ente di plomáti–
co de Santa Cruz en Chile.
Al fin, el Gobierno chileno acabó por contero plar i juzgar a
Santa Cruz i su obra poHtica, a la luz de los mas alto::; i obvios
principios de la moral i del derecho. Vió claramente en aquel
caudillo a un soldado que, sin grandes dotes militares,
gus~aba
del brillo de las armas i tenia la monomanía del mando. Hábil,
trabajador i con buenas dotes administrativas, habia organizado
cierto órdcn en Bolivia, pero con el propósito de crearse en este
pais una base sólida para sus futuras empresas
d~
ambicion,
pues desde años atras lo dominaba el deseo de formar un gran
Estado en la América del Sur, siquiera fuese reuniendo por de
pronto el Alto i Bajo Perú, lo que le pareció mas hacedero, i
dejando a las eventualidades del tiempo el aumento i desarrollo
de esta nueva entidad política. Lleno i preocupado de este anti–
guo ensueño había visto con gusto caer a San Martin, a Bolívar,
a Sucre, a todos los cuale había secretamente emulado (por no
decir envidiado), sin que las· vicisitudes i final suerte de estos
grandes capitanes le enseñaran a moderar su ambicion, ni a ver
quimeras en sus proyectos favoritos. Tenia fé en su a tucia
i
habilidades maquiavélicas. Él babia soplado constantemente
el fuego revolucionario en el Pertí i aun en la República Arjen–
tina, i tomando pretesto del estado de conflagracion de las
naciones vecinas, se había hecho otorgar por los crédulos i con–
descendientes leji !adores de Bolivia, exorbitantes facultades, .
con que esperó la ocasion de lanzarse sobre su deseada presa,
so capa de pacificarla i regularizarla. La campaña de pacifica–
cion del Perú no había sido, en efecto, mas que una campaña
de sojuzgamiento
i
de conquista, velada apénas con las formas
de banales resoluciones i pronunciamientos arrancados a unas
asambleas de pura apariencia, que reunidas a la sombra de las
armas del pacificador i dominadas por el miedo o por la seduc–
cion, no fueron sino una tosca parodia de representacion popular.
Nada mas irrisorio, en efecto, que la obra de las asambleas
que respectivamente establecieron los Estados Sud i Nor· pe–
ruanos. Elejidas ámbas por los ajen tes de Santa Cruz, aprobaron