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i

miéntras se daba trazas para debelar

i

vencer a los expedido·

narios apoderados de Chilo¿, mandaba el bergantin

A quíles

a

sorprender la marina peruana en el Callao. El Gobierno acertó

ámbos gol pes. La empresa de los revolucionarios fracasó, ca–

yendo su jefe

i

sus principales auxiliares en las manos del Go–

bierno; i el

Aquiles

volvió del Callao trayendo capturados tres

de los principales bajeles de guerra del Perú. Este acto, que la

prensa i los documentos oficiales del jeneral Santa Cruz, cons–

tituido ya en este tiempo en Protector supremo de los Estados

Nor i Sur peruanos, calificaron de pi ratería i denunciaron al

mundo, cual un hecho de atroz alevosía, no era, sin embargo,

mas que una precaucion necesaria

i

autorizada por el golpe

alevoso preparado en el Callao contra las autoridades de Chile.

Así lo declaró el mismo jefe comisionado para la captura de

los barcos peruanos, el cual manifestó al Protector que el ánimo

del Gobierno chileno era solo retener en prenda aquellos bu–

ques, miéntras aguardaba las atisfacciones a que creía tener

derecho, por la expeclicion revolucionaria de Freire.

El Protector comprendió que se las habia con un pueblo

i

un

Gobierno cuya enemistad era temible, i deseando conjurarla, al

ménos miéntras afirmaba el réjimen político que atababa de

fundar, procuró tratar con el mismo captor de los barcos pe–

ruano , i ántes que dejase las aguas del Callao, le llamó i lison–

jeó, protestando tener en mucho la amistad de Chile

i

no

haber intentado jamas en manera alguna turbar su paz interior.

Resultó de aquí el convenio firmado a bordo de la fragata in–

gle. a

Talbot,

en el que el Protector, a pesar de su vanidad,

hizo alarde de una condescendencia

i

mansedumbre inverosí–

miles, que solo sirvieron para descubrir con mayor claridad su

política

fal.

a e

in~idiosa

i su propó ·ito de conservar a toda

costa la presa que ya tenia en las manos. El Gobierno de Chile

no aprobó el convenio de la

Talbot.

Ademas nuevos datos i

comprobantes habian robustecido en él la idea de que el jene–

ral Santa Cruz no era inocente en la empresa fraguada para

revolucionar a Chile,

i

de que no era dable contar con la amis–

tad sincera i desinteresada de aquel caudillo. Nuevas tentativas

de revuelta se descubrieron en la República,

i

alguna hubo que

debió estallar en la capital (Noviembre de 1836)

i

en

cuyo