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ció allanado i aparejado a lo

propósitos del jeneral Santa

Cruz, que con el auxilio del Presidente Orbegoso, pu o inme..

diatamente mano a la ejecucion de su mas acariciado designio.

Divídese el Perú en dos Estados, mediante las asambleas de

Sicuani i de Huaura, que reciben sumisas las órdenes de Santa

Cruz, le decretan honores

i

la dictadura de ámbo Estados con

el título de Protector, declarando que entre éstos i Bolivia

debe formarse una nueva entidad política bajo el réjimen fede–

ral. El Congre o lejislativo de Bolivia sanciona por su parte

este plan, sin siquiera discutirlo, i Santa Cruz se apresura a

declarar establecida la Confederacion Perú-boliviana i se pro–

clama Supremo Protect0r de ella (Octubre de

I

836). Pocos meses

despues reune en Tacna, a manera de Convencion o Congreso

constituyente, una asamblea de nueve plenipotenciarios (tres

por cada Estado confederado) para que den la lei fundamental

de la Confederacion. El mismo Santa Cruz nombra los pleni–

potenciarios; él mismo formula i les presenta el proyecto de

Con titucion, que en pocas horas queda sancionado. Tal fué el

famoso Pacto de Tacna.

Retrocedamos un poco para contemplar la actitud del jene–

ral Orbegoso con respecto a Chile, cuando con oca ion de ha–

berse movido Salaverry con su ejército hácia el sur, salió aquél

de Arequipa i ocupó de nuevo a Lima. Su primer cuidado fué

abrogar el tratado con Chile, no obstante haber sido bien acep–

tado por el comercio del Perú. La buena fortuna del

Pre~iden­

te de Bolivia envalentonaba cada vez mas a Orbegoso, que ya

no disimuló su mala voluntad al Gobierno de Chile. Era noto–

ria la intimidad que mediaba entre estos dos caudillos, i el

ascendiente ilimitado que era razon que Santa Cruz ejerciese

sobre Orbegoso desde el principio de la intervencion, i

así

era

mui lójico suponer lo que muchos datos no tardaron en con–

firmar, a saber: que Orbegoso no se habria atrevido a derogar el

tratado con Chile, sin el consentimiento i apoyo de Santa Cruz.

En su correspondencia íntima ámbos jefes se preocupaban

mucho de la opinion

i

actitud del Gobierno chileno con rela–

cion al nuevo réjimen implantado en la Repúblicas del Perú

i

de Bolivia. Ya el

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de Febrero de 1836, el día mismo que

Santa

Cruz

hacia fusilar en Arequipa a Salaverry i sus ocho