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LIBROS & ARTES
ntonio Cisneros fue
una de las voces más
originales y de mayor pre-
sencia en Hispanoaméri-
ca. Hasta una semana an-
tes de su muerte, ya con
su salud muy deteriorada
por el cáncer –situación
que yo ignoraba–, me en-
viaba mensajes explicán-
dome el modo en que la
selección peruana de fut-
bol, mediante una estrate-
gia de cerrojo, había anu-
lado al mejor delantero
del equipo argentino, Lio-
nel Messi. Nada podía
contra el fútbol, una de
sus pasiones.
Lo conocí en junio de
1976 en su casa de Lima,
pero ya me había impac-
tado su
Canto ceremonial
contra un oso hormiguero
,
que había publicado el
Centro Editor de Améri-
ca Latina, en Buenos Ai-
res.
«Toño» estaba inmer-
so en un impase: en 1972
había publicado uno de
sus libros principales,
Como higuera en un cam-
po de golf
, que, según de-
cía, marcaba una fronte-
ra con respecto a sus re-
cursos expresivos («los lí-
mites de la impudicia y el
pudor»); pero al mismo
tiempo corregía los tex-
tos que iban a confor-
mar
El libro de Dios y de
los húngaros,
que se pu-
blicaría en 1978.
En esos días de 1976
asistí a un curso que Cis-
neros impartió sobre cua-
tro poetas: Octavio Paz,
Pablo Neruda, Jorge Luis
Borges y Ernesto Carde-
nal. También le hice una
entrevista muy extensa,
publicada meses después
en el suplemento cultural
del diario mexicano
El
Nacional.
Volví a entrevistarlo en
el 2010, cuando él visitó
Buenos Aires, invitado a
inaugurar el Festival de
Poesía del Centro Cultu-
ral de la Cooperación. En-
tre un diálogo y otro ha-
bían pasado 34 años. En
esa ocasión repasamos las
claves de su obra, la singu-
laridad de su lenguaje, sus
obsesiones, sus lecturas, su
mirada sobre la realidad.
Aquella fue su última
lectura en la Argentina,
donde había dado varios
recitales, uno de ellos en
el Festival Internacional
de Poesía de Rosario en
1998. Todos gozamos,
entre muchos textos, de su
clásico «Tercer movi-
miento (
afettuosso
)», que
primero se llamó «Contra
La flor de la canela
» y que
la gente conocía como
«Para hacer el amor».
CONFLUENCIAS
Volví a verlo de nue-
vo en el 2011, cuando
hizo un paso furtivo por
Buenos Aires. Como
siempre, estaba altivo e
imbatible. Saltaba de un
tema a otro –la política,
el fútbol, la poesía, la gas-
tronomía, los viajes–,
diestro en el tono soca-
rrón y con la lucidez que
lo caracterizaba.
Habría mucho por ha-
blar de su persona y de su
poesía. Lo primero queda-
rá en la intimidad de quie-
nes lo conocimos. Toño
Cisneros no perdonaría
ningún tipo de empaque
ni el deslizamiento hacia
la nomenclatura trillada
en los homenajes luctuo-
sos.
De su obra siempre me
llamó poderosamente la
atención un «montaje cis-
neriano» en el que convi-
ven lo grandioso y lo pue-
ril, el ámbito doméstico
individual integrado a lo
histórico social, una edad
antigua y la actualidad:
un relato de ciudades
amuralladas, carromatos y
catapultas, salpicado de
licuadoras, secadoras de
pelo y cajas de Corn
Flakes.
Resalta también su ca-
pacidad de ir de lo culto a
lo popular, de lo hispani-
zante literario a la jerga
urbana, del verso al rela-
to, de la epopeya a lo líri-
co, del tono pedagógico al
desaliño, con un desenfa-
do que reubica, pone las
cosas en su lugar con una
ironía que opera como
antídoto contra toda so-
lemnidad.
Cisneros echaba mano
tanto de las crónicas de la
conquista como del anó-
nimo tradicional quechua,
tanto de los salmos bíbli-
cos como del epigrama
latino, tanto de la letra de
un valsecito peruano (a
veces se entonaba alguno)
como de la literatura clá-
sica. Parodiaba incluso el
didactismo básico de esa
«literatura» que pasa por
los horóscopos, consejos
útiles, recetas de cocina y
pronósticos del tiempo.
Había dialoguismo, sí,
coloquio urbano, sarcas-
mo devastador, revisión y
reformulación de la histo-
IRONÍA, VERDOR, FRESCURA
Jorge Boccanera
Antonio Cisneros dio su palabra; fue una de las más altas de la poesía contemporánea, una poesía sin
autocompasión, en un tono crítico y escéptico (un escepticismo, creo, más cerca de la suspicacia que de la
indolencia) con textos que no llegan al lector como certezas, sino en claves de dilema.
A
Antonio Cisneros, foto tomada por Carlos «Chino» Domínguez desde el balcón de
El Caballo Rojo,
1982.