LIBROS & ARTES
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pudo reconocerse en un
discurso que ofrecía la
ventaja de no distinguir la
excelencia estética de las
consideraciones ideológi-
cas. En este sentido, la
poesía de Antonio Cisne-
ros es ejemplar, pues plan-
tea –con cínico humor y
elegante ironía– un con-
flicto hasta ahora no re-
suelto:
Aquí se hornean las rutas de
comercio hacia las Indias
Y esa sabiduría que pasta-
mos sin mirar nuestros
rostros.
Usted gusta de Kipling, mas
no se ha enriquecido con
la Guerra del Opio.
Gusta de Eliot y Thomas,
testimonios de un orden
y un desorden ajenos.
Y es manso bajo el viejo ca-
ballo de Lord Byron.
Raro comercio este.
Los padres del enemigo son
los nuestros, nuestros sus
dioses
Y cuál nuestra morada.
(«Medir y pesar las dife-
rencias a este lado del
Canal»)
Estos versos demues-
tran que no se trató de un
simple deslumbramiento
ante la moda, sino de un
complejo proceso de fe-
cundación cuyas conse-
cuencias irrigaron benéfi-
camente la poesía perua-
na. El «británico modo»,
como fue llamado por sim-
patizantes y detractores,
fue malentendido como
una reacción ante al cla-
sicismo español, vigente
en los poetas de la promo-
ción anterior (y aún en las
obras más tempranas de
los poetas del 60). Tal vez
porque, pasada la prime-
ra mitad del siglo, aún per-
sistía en el Perú la idea de
que «lo hispánico» estaba
vinculado con «lo colo-
nial», libros como
Las
constelaciones
de Luis Her-
nández (1965), el men-
cionado
Canto ceremonial
contra un oso hormiguero
(1968) y
Contra natura
de
Rodolfo Hinostroza (1971)
fueron celebrados como
emblemáticos de una ac-
titud que en su momento
se vio como «antihispani-
zante» (es decir, como
«moderna») sin recordar
que por aquellos años se
escribía en España una
poesía que participaba, a
su modo, de un espíritu
común: la de «Novísi-
mos» como Pere Gimfe-
rrer y Leopoldo María Pa-
nero, y la de poetas un
poco mayores como Jai-
me Gil de Biedma.
Como los de Garcila-
so, los comentarios de
Antonio Cisneros son tan
«reales» como los hechos
que relata: la historia del
Perú, los avatares políticos
de los años sesenta, su pe-
riplo europeo, la comuni-
dad de Budapest o la del
Niño Jesús de Chilca, la de
su propio barrio incluida
su familia y sus vecinos.
Nada le es ajeno al ojo de
un cronista que prefiere
contar cantando que con-
tar a secas o cantar solo.
Se trata de una poesía que
pone en el mismo rasero
la experiencia cultural y la
experiencia cotidiana sin
detenerse a explicar la di-
ferencia, de modo que
cada libro suyo se erige
como una voz en constan-
te diálogo con los anterio-
res. Bueno es advertir que
este diálogo no tiene un
propósito coral, sino con-
versacional y a la vez me-
ditativo: la poesía de Cis-
neros es un excelente
ejemplo de lo que Eliot lla-
maba «la música de la con-
versación», arte difícil que
requiere de un escenario
(y, por lo tanto, de perso-
najes), de un contexto re-
conocible, de una música
sostenida y de un reperto-
rio de recursos que man-
tenga la magia del miste-
rio por venir. Como se ve
en esta sucinta enumera-
ción, en la poesía de Cis-
neros participan por par-
tes iguales lo dramático, lo
histórico, lo musical y lo
épico, sin que ello signifi-
que necesariamente un
desmedro de lo lírico.
Pero las promesas de la
historia no siempre se
cumplen. O, mejor dicho,
se cumplen del modo me-
nos deseado, haciendo de
la más hermosa de las uto-
pías el más insoportable
infierno. El retorno a lo
que tradicionalmente en-
tendemos por lirismo ha
sido interpretado como
una renuncia a participar
de una historia que ya no
puede ofrecernos ninguna
redención: el antiguo en-
tusiasmo ha sido reempla-
zado por el escepticismo,
o por la certeza de que si
la poesía no puede cam-
biar el mundo, al menos
puede formar parte de la
visión de aquellos que vi-
ven el mundo, haciéndo-
lo más habitable. Desde
El
libro de Dios y de los hún-
garos
(1978) se hace pa-
tente en la poesía de Cis-
neros una vuelta al cristia-
nismo, pero no en el sen-
tido piadoso ni muchos
menos mesiánico, sino
como una manera de per-
cibir y solidarizarse con las
miserias del mundo:
Qué duro es, Padre mío,
escribir del lado de los
vientos,
tan presto como estoy a
maldecir y ronco para el
canto.
Cómo hablar del amor, de
las colinas blandas de tu
Reino,
si habito como un gato en
una estaca rodeado por
las aguas.
Cómo decirle pelo al pelo
diente al diente
rabo al rabo
y no nombrar la rata.
(«Oración»)
Los últimos poemas de
Antonio Cisneros dan fe
de esa vuelta de tuerca que
es necesario dar para ser
fiel a uno mismo, no im-
porta sus consecuencias. El
desencanto ante la historia
(que es también un desen-
canto del sistema literario)
puede ser entendido como
una crítica radical que se
expresa en la negativa a
darle batalla para no reco-
nocer en ella al enemigo.
Surge entonces la otra his-
toria, la historia menuda
que vivimos cotidiana-
mente mientras vemos
agonizar las grandes uto-
pías. Aquellas que en su
momento nos desvelaron
obligándonos a contestar
las inmensas preguntas ce-
lestes, aquellas que no es-
peraban de nosotros nin-
guna respuesta, salvo –co-
mo lo declara un verso de
Cisneros– «comentarios
simples y sin gracia».
ADIÓSALAMIGO
José Tola
isneros. ¿Cómo así te has ido? Cuando ayer aun
estábamos por conversar, o como lo íbamos a hacer
dentro de dos meses o quizás…. Nacimos en el mismo
momento en el tiempo (1942-43) y nos conocimos en los
años 62. Medio siglo atrás. Tú sabías que eras un gran poeta,
yo que eras un gran amigo. Recuerdo que la última vez que
conversamos me dijiste:
Tus mejores amigos están cerca de
ti...
y después de unas tres horas me miraste y agregaste:
pero
tus mayores enemigos están más cerca de ti aun
. Ahora lo
entiendo. Dentro de esta realidad tú sabes lo que hay que
vivir para estar en lo nuestro. Es duro. Los amigos no son
para estar uno encima del otro, ni para buscarlos con
nuestros problemas… Siempre era para conversar de lo más
banal. Del partido de fútbol de hoy o de ayer, que ganaría
siempre
el Cristal, o de cualquier comida ultima que te
encantó. Siempre es agradable oírte hablar. Conversar.
Quedarse uno en silencio para que tú sigas. Sé que lo que
más te llevas es la alegría que te daba tu familia. Tu gran
familia que adorabas. Medio siglo de amistad no se borra
con la muerte ni con los días. ¿Qué tu poesía te sobreviva?
Lo será. Será tu testimonio para las generaciones venideras
que no creerán que hubo seres así antes que ellos. Y sin
llevarte nada, dejas demasiado al irte… Eso es un lujo. La
elegancia que tenías. Tu caballerosidad, o la dignidad que
tuviste siempre, ni hasta en tu ataúd dejaste de tenerla.
Espero que mañana o pasado, o cualquier día venidero
toques el timbre para subir a conversar. Aquí o allá, o en
algún lugar inesperado, sé que estarás esperando. Un abrazo
y un «beso» tuyo.
C