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LIBROS & ARTES

Página 19

a quien aliviaría ya no

come ni siente hambre.

Un perdón para aquellos

que murieron en la deses-

peración; esperanza para

los que fallecieron sin ella;

buenas noticias para aque-

llos que partieron sofoca-

dos por calamidades sin

alivio. Mensajes de vida,

esas cartas se apresuraron

a la muerte.

El enigma de la identi-

dad de Bartleby y su ori-

gen ha obsesionado a nu-

merosos escritores. Así,

Enrique Vila-Matas lo

imagina un escritor genial

que, después de escribir su

opera magna que perma-

necerá desconocida, se

entrega al más hondo ano-

nimato llevado por una

soberbia luciferina. Por su

parte, Merlin Bowen ve en

él una similitud con la fi-

gura de Cristo, aún más

trágica porque guarda

para sí mismo su sufri-

miento, un dolor que pro-

viene de «contemplar su

existencia sin propósito en

un universo sin sentido»;

la frase «Preferiría no ha-

cerlo» estaría en realidad

dirigida al Creador de ese

universo como callada y

desgarradora rebelión

contra esa divina y absur-

da figura suprema de la

autoridad. Otros especia-

listas como Henry A. Mu-

rray renuncian a encasi-

llarlo: «Cuando me pre-

guntan a qué categoría

psicológica o psiquiátrica

pertenece Bartleby, res-

pondo que no hay ningu-

na para él. Bartleby no tie-

ne precedentes; es una in-

vención del espíritu crea-

tivo de Melville, el regalo

del autor a la psicología,

una figura mítica que me-

rece una categoría en su

propio nombre».

Más allá de la imposi-

ble resolución de ese enig-

ma, el parentesco de

Wakefield y Bartleby es

evidente. El narrador del

relato de Melville dice del

escribano lo mismo que

podría decirse de Wake-

field: «Creo que no exis-

ten materiales para una

biografía completa y satis-

factoria de este hombre».

La maestría de Hawthor-

ne y Melville al construir

(de-construir) a ambos

personajes radica en tra-

zarlos con rasgos negati-

vos, sin tocarlos, única-

mente dibujando los con-

tornos de un vacío, de una

nada, de Nadie. Melville

cierra el relato con estas

hondas exclamaciones:

«¡Ah, Bartleby! ¡Ah, hu-

manidad!»

YO COMPRENDO

TODO Y A TODOS

Y SOY NADA Y

SOY NADIE

Extraña mecánica:

pensamos en «nadie»

como en una masa, pero

la enseñanza de Bartleby y

de Wakefield, entre tantas

otras, indica que su mejor

descripción es aquella he-

cha por Baudelaire al ha-

blar de Poe y la soledad del

genio: «Ciertos espíritus,

solitarios en medio de la

multitud, y que se nutren

en el monólogo, prescin-

den de la delicadeza en

materia de público. Es, en

devenir nadie? ¿El arque-

tipo de la divinidad siguió

el mismo proceso y pue-

de designarse con el mis-

mo apelativo? Quizá no

sea gratuito suponer tal

proceso en la concepción

misma de Elohim. El tex-

to en que Borges exami-

na estas cuestiones posee

un título revelador: «De

alguien a nadie». ¿Se tra-

ta de la intuición del ori-

gen de nadie, o la denun-

cia de una gran quimera

que primero fue firme y

luego se fue desdibujan-

do, esto es, la quimera de

«alguien»?

En el mismo texto, el

autor argentino señala que

Johannes Eriugena o Sco-

tus, es decir Juan el Irlan-

dés (conocido como Esco-

to Erígena, o sea «Irlandés

Irlandés»), para definir a

Dios, «acude a la palabra

nihilum, que es la nada;

Dios es la nada primordial

de la

creatio ex nihilo

, el

abismo en que se engen-

draron los arquetipos y lue-

go los seres concretos. Es

Nada y Nada; quienes así

lo concibieron obraron

con el sentimiento de que

ello es más que un Quién

o un Qué. Análogamente,

Samkara enseña que los

hombres en el sueño pro-

fundo son el universo, son

Dios». Cabe agregar, son

Nadie («Nada y Nada»).

Porque ¿cuáles son los lí-

mites de ese «sueño pro-

fundo»? ¿No incluyen di-

versos autores a la vigilia

misma entre los atributos

del «sueño profundo»?

Agrega Borges: «El proce-

so que acabo de ilustrar

no es, por cierto, aleato-

rio. La magnificación has-

ta la nada sucede o tiende

a suceder en todos los cul-

tos; inequívocamente la

observamos en el caso de

Shakespeare». Cita enton-

ces a William Hazlitt

(1778-1830), renovador

de los estudios sobre la

obra shakespeareana,

quien concuerda con ese

juicio: «Shakespeare se

parecía a todos los hom-

bres, salvo en lo de pare-

cerse a todos los hombres.

Íntimamente no era nada,

pero era todo lo que son

los demás, o lo que pue-

den ser».

¿Infiere Hazlitt que

suma, una especie de fra-

ternidad basada en el des-

precio».

Una de las facetas más

sobrecogedoras en la figu-

ra de Nadie es revelada

por el lenguaje: la palabra

«alguien» puede plurali-

zarse («algunos»), no así el

vocablo «nadie». La lec-

tura resultante es apenas

metafórica: dos «alguien»

son más que uno, pero dos

«nadie» siguen siendo na-

die. Tanto Ulises, por un

lado, como don Quijote y

Sancho, por otro, encar-

nan un arquetipo que sólo

existe en singular. A este

respecto resulta significa-

tivo que el nombre hebreo

del dios creador, Elohim,

no está en singular sino en

plural, rigiendo enuncia-

dos en singular. Así, la pri-

mera línea de la Biblia li-

teralmente dice: «En el

principio hizo los Dioses el

cielo y la tierra». El hecho

de que se describa a Elo-

him con sentimientos hu-

manos (arrepentimiento,

celos, ira) parece confabu-

lar con ese misterioso plu-

ral que es atributo de «al-

guien». Escribe Jorge Luis

Borges: «El sujeto de tales

locuciones [el «los dioses»

iracundo, celoso, arrepen-

tido] es indiscutiblemente

Alguien, un Alguien cor-

poral que los siglos irán

agigantando y desdibujan-

do».

Esta última palabra des-

encadena una pregunta: si

Dios es un Alguien y ha

creado al hombre «a su

imagen y semejanza», ¿en-

tonces la criatura es al-

guien por el mero hecho

de ser hombre? Otra pre-

gunta se impone: el pro-

ceso por medio del cual la

figura divina fue desdibu-

jándose, ¿marcó asimismo

el desdibujarse del hom-

bre-alguien hasta hacerlo

Herman Melville (1819-1891), el creador de la inmortal

Moby Dick

.