LIBROS & ARTES
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a quien aliviaría ya no
come ni siente hambre.
Un perdón para aquellos
que murieron en la deses-
peración; esperanza para
los que fallecieron sin ella;
buenas noticias para aque-
llos que partieron sofoca-
dos por calamidades sin
alivio. Mensajes de vida,
esas cartas se apresuraron
a la muerte.
El enigma de la identi-
dad de Bartleby y su ori-
gen ha obsesionado a nu-
merosos escritores. Así,
Enrique Vila-Matas lo
imagina un escritor genial
que, después de escribir su
opera magna que perma-
necerá desconocida, se
entrega al más hondo ano-
nimato llevado por una
soberbia luciferina. Por su
parte, Merlin Bowen ve en
él una similitud con la fi-
gura de Cristo, aún más
trágica porque guarda
para sí mismo su sufri-
miento, un dolor que pro-
viene de «contemplar su
existencia sin propósito en
un universo sin sentido»;
la frase «Preferiría no ha-
cerlo» estaría en realidad
dirigida al Creador de ese
universo como callada y
desgarradora rebelión
contra esa divina y absur-
da figura suprema de la
autoridad. Otros especia-
listas como Henry A. Mu-
rray renuncian a encasi-
llarlo: «Cuando me pre-
guntan a qué categoría
psicológica o psiquiátrica
pertenece Bartleby, res-
pondo que no hay ningu-
na para él. Bartleby no tie-
ne precedentes; es una in-
vención del espíritu crea-
tivo de Melville, el regalo
del autor a la psicología,
una figura mítica que me-
rece una categoría en su
propio nombre».
Más allá de la imposi-
ble resolución de ese enig-
ma, el parentesco de
Wakefield y Bartleby es
evidente. El narrador del
relato de Melville dice del
escribano lo mismo que
podría decirse de Wake-
field: «Creo que no exis-
ten materiales para una
biografía completa y satis-
factoria de este hombre».
La maestría de Hawthor-
ne y Melville al construir
(de-construir) a ambos
personajes radica en tra-
zarlos con rasgos negati-
vos, sin tocarlos, única-
mente dibujando los con-
tornos de un vacío, de una
nada, de Nadie. Melville
cierra el relato con estas
hondas exclamaciones:
«¡Ah, Bartleby! ¡Ah, hu-
manidad!»
YO COMPRENDO
TODO Y A TODOS
Y SOY NADA Y
SOY NADIE
Extraña mecánica:
pensamos en «nadie»
como en una masa, pero
la enseñanza de Bartleby y
de Wakefield, entre tantas
otras, indica que su mejor
descripción es aquella he-
cha por Baudelaire al ha-
blar de Poe y la soledad del
genio: «Ciertos espíritus,
solitarios en medio de la
multitud, y que se nutren
en el monólogo, prescin-
den de la delicadeza en
materia de público. Es, en
devenir nadie? ¿El arque-
tipo de la divinidad siguió
el mismo proceso y pue-
de designarse con el mis-
mo apelativo? Quizá no
sea gratuito suponer tal
proceso en la concepción
misma de Elohim. El tex-
to en que Borges exami-
na estas cuestiones posee
un título revelador: «De
alguien a nadie». ¿Se tra-
ta de la intuición del ori-
gen de nadie, o la denun-
cia de una gran quimera
que primero fue firme y
luego se fue desdibujan-
do, esto es, la quimera de
«alguien»?
En el mismo texto, el
autor argentino señala que
Johannes Eriugena o Sco-
tus, es decir Juan el Irlan-
dés (conocido como Esco-
to Erígena, o sea «Irlandés
Irlandés»), para definir a
Dios, «acude a la palabra
nihilum, que es la nada;
Dios es la nada primordial
de la
creatio ex nihilo
, el
abismo en que se engen-
draron los arquetipos y lue-
go los seres concretos. Es
Nada y Nada; quienes así
lo concibieron obraron
con el sentimiento de que
ello es más que un Quién
o un Qué. Análogamente,
Samkara enseña que los
hombres en el sueño pro-
fundo son el universo, son
Dios». Cabe agregar, son
Nadie («Nada y Nada»).
Porque ¿cuáles son los lí-
mites de ese «sueño pro-
fundo»? ¿No incluyen di-
versos autores a la vigilia
misma entre los atributos
del «sueño profundo»?
Agrega Borges: «El proce-
so que acabo de ilustrar
no es, por cierto, aleato-
rio. La magnificación has-
ta la nada sucede o tiende
a suceder en todos los cul-
tos; inequívocamente la
observamos en el caso de
Shakespeare». Cita enton-
ces a William Hazlitt
(1778-1830), renovador
de los estudios sobre la
obra shakespeareana,
quien concuerda con ese
juicio: «Shakespeare se
parecía a todos los hom-
bres, salvo en lo de pare-
cerse a todos los hombres.
Íntimamente no era nada,
pero era todo lo que son
los demás, o lo que pue-
den ser».
¿Infiere Hazlitt que
suma, una especie de fra-
ternidad basada en el des-
precio».
Una de las facetas más
sobrecogedoras en la figu-
ra de Nadie es revelada
por el lenguaje: la palabra
«alguien» puede plurali-
zarse («algunos»), no así el
vocablo «nadie». La lec-
tura resultante es apenas
metafórica: dos «alguien»
son más que uno, pero dos
«nadie» siguen siendo na-
die. Tanto Ulises, por un
lado, como don Quijote y
Sancho, por otro, encar-
nan un arquetipo que sólo
existe en singular. A este
respecto resulta significa-
tivo que el nombre hebreo
del dios creador, Elohim,
no está en singular sino en
plural, rigiendo enuncia-
dos en singular. Así, la pri-
mera línea de la Biblia li-
teralmente dice: «En el
principio hizo los Dioses el
cielo y la tierra». El hecho
de que se describa a Elo-
him con sentimientos hu-
manos (arrepentimiento,
celos, ira) parece confabu-
lar con ese misterioso plu-
ral que es atributo de «al-
guien». Escribe Jorge Luis
Borges: «El sujeto de tales
locuciones [el «los dioses»
iracundo, celoso, arrepen-
tido] es indiscutiblemente
Alguien, un Alguien cor-
poral que los siglos irán
agigantando y desdibujan-
do».
Esta última palabra des-
encadena una pregunta: si
Dios es un Alguien y ha
creado al hombre «a su
imagen y semejanza», ¿en-
tonces la criatura es al-
guien por el mero hecho
de ser hombre? Otra pre-
gunta se impone: el pro-
ceso por medio del cual la
figura divina fue desdibu-
jándose, ¿marcó asimismo
el desdibujarse del hom-
bre-alguien hasta hacerlo
Herman Melville (1819-1891), el creador de la inmortal
Moby Dick
.