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LIBROS & ARTES

Página 15

que peor habría sido su

destrucción. Lo curioso es

que el grupo que salvó es-

tos libros alega que perte-

nece a un Colegio de Clé-

rigos shiitas, mejor cono-

cido como Al-Hawza al-

Ilmija. Para estos religio-

sos, los libros son sagrados.

Asimismo, hay unos

100.000 libros más en una

instalación que perteneció

al Departamento de Turis-

mo. Y varios intelectuales

me mostraron libros ocul-

tos en sus casas hasta que

retorne el orden o se va-

yan los «extranjeros». Un

pintor que no quiso iden-

tificarse compró en las fe-

rias de libros decenas de

textos sólo para cuidarlos.

La mayor parte está depo-

sitada en lo que antes se

conocía como Ciudad

Saddam, un barrio pobre

que alberga a más de dos

millones de seres humanos

hacinados en laberintos

poco vistosos.

Además de esta biblio-

teca, hubo otras pérdidas

en Bagdad. En el Museo

Arqueológico se saquea-

ron tablillas con las prime-

ras muestras de escritura.

Ardieron más de 700 ma-

nuscritos antiguos y 1.500

se dispersaron en la Bi-

blioteca Awqaf, en el Mi-

nisterio de Asuntos Reli-

giosos, cuyo edificio que-

dó en ruinas. En la Casa

de la Sabiduría (Bayt al-

Hikma), cientos de volú-

menes fueron extermina-

dos por el fuego. En la

Academia de Ciencias de

Iraq (al-Majma’ al-’Ilmi al-

Iraqi), el 60% de los tex-

tos se extinguió. La uni-

versidad fue víctima de

bombardeos, incendios y

robos. La Madrasa Mus-

tansiriyya fue saqueada,

aunque el porcentaje de

pérdidas no supera el 4%.

Y eso sólo en Bagdad.

¿QUIÉN PROVOCÓ

LA DESTRUCCIÓN?

¿Quién provocó esta

destrucción? La mayor

parte de culpa la atribuyo

a la administración de los

Estados Unidos, que des-

estimó todas las adverten-

cias hechas y violó la Con-

vención de La Haya de

1954 al no proteger los

centros culturales y esti-

mular los saqueos, lo que

implica unas sanciones

penales que no prescribi-

rán. Tal vez por eso el pre-

sidente George W. Bush

solicitó inmunidad para

oficiales y soldados ante

cualquier posible juicio en

los tribunales penales in-

ternacionales. Tal vez por

eso decidió reingresar a la

Unesco, y envió a su es-

posa a negociar cargos eje-

cutivos dentro de esta or-

ganización, despedir a los

asesores más incómodos,

borrar sus expedientes y

silenciar toda crítica. De

igual modo, me atrevo a

responsabilizar a miembros

del régimen de Saddam

Hussein por utilizar los cen-

tros culturales como bases

militares y poner las biblio-

tecas al servicio de una

ideología. Con anuencia de

los directivos del partido

Baa’th, permitieron que se

instalasen depósitos de mu-

niciones y francotiradores

en puntos estratégicos, lo

que puso en riesgo el pa-

trimonio cultural.

Debo señalar que mi

estadía en Bagdad conclu-

yó el 22 de mayo. Partí

rumbo a Oxford y luego a

Viena. Después de eso

volví, redacté nuevos in-

formes, divulgué mis re-

flexiones y desde entonces

he sido objeto de amena-

zas por mis declaraciones

y artículos, he recibido in-

sultos y descalificaciones

absurdas, y toda mi labor

ha provocado molestias

en la CPA. Mi escepticis-

mo actual tiene su origen

en un hecho cierto: el des-

orden y la violencia cre-

ciente en Bagdad no ha-

cen propicia la reconstruc-

ción porque supone poner

en riesgo los volúmenes

que se salvaron. Ninguna

biblioteca, y eso hay que

tenerlo presente, estará a

salvo mientras Iraq sea un

campo de batalla. He ob-

servado con profundo ma-

lestar que la propaganda

norteamericana, por lo

demás, no permite difun-

dir lo que realmente ocu-

rre a diario. Se sabe que

dos o tres soldados norte-

americanos mueren cada

día, pero no se presentan

las elevadas cifras de heri-

dos y mutilados, no se dice

que cuarenta soldados se

han suicidado por el ho-

rror que ven, no se infor-

ma que hay más de trein-

ta ataques permanentes y

que quienes colaboran con

los ocupantes extranjeros

son linchados por sus ve-

cinos. En septiembre fue

atacado Piero Cordone y

su chofer murió. Hace

unas semanas el nuevo

coordinador de bibliote-

cas sufrió un atentado y

quedó ciego porque un

joven le arrojó ácido en el

rostro. Hay decenas de bi-

bliotecarios detenidos y

los que trabajan temen

contar la verdad comple-

ta. Sobre esto no se dice

nada. ¿Por qué? ¿Qué se

intenta ocultar? Acaso la

única respuesta posible a

estas preguntas, y lo seña-

lo para terminar, deba ir

encabezada por este epí-

grafe: «La primera víctima

de la guerra es la verdad».

La frase, conviene recor-

darlo, no fue acuñada por

un filósofo o un periodis-

ta. La dijo un congresista

norteamericano, Hiram

Warren Johnson, en 1917.

Y lo peor es que los suce-

sos de Hiroshima, Nagasa-

ki, Vietnam, Etiopía, Líba-

no, Afganistán e Iraq no

cesan de darle la razón.

«La entrada del Archivo Nacional muestra los signos de una quema terrible y el destrozo de todo lo que existía en su interior».

“¿Quién provocó esta destrucción? La mayor parte de culpa la

atribuyo a la administración de los Estados Unidos, que desestimó

todas las advertencias hechas y violó la Convención de La Haya de

1954 al no proteger los centros culturales y estimular los saqueos, lo

que implica unas sanciones penales que no prescribirán. Tal vez por

eso el presidente George W. Bush solicitó inmunidad para oficiales y

soldados ante cualquier posible juicio en los tribunales

penales internacionales”.