LIBROS & ARTES
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que peor habría sido su
destrucción. Lo curioso es
que el grupo que salvó es-
tos libros alega que perte-
nece a un Colegio de Clé-
rigos shiitas, mejor cono-
cido como Al-Hawza al-
Ilmija. Para estos religio-
sos, los libros son sagrados.
Asimismo, hay unos
100.000 libros más en una
instalación que perteneció
al Departamento de Turis-
mo. Y varios intelectuales
me mostraron libros ocul-
tos en sus casas hasta que
retorne el orden o se va-
yan los «extranjeros». Un
pintor que no quiso iden-
tificarse compró en las fe-
rias de libros decenas de
textos sólo para cuidarlos.
La mayor parte está depo-
sitada en lo que antes se
conocía como Ciudad
Saddam, un barrio pobre
que alberga a más de dos
millones de seres humanos
hacinados en laberintos
poco vistosos.
Además de esta biblio-
teca, hubo otras pérdidas
en Bagdad. En el Museo
Arqueológico se saquea-
ron tablillas con las prime-
ras muestras de escritura.
Ardieron más de 700 ma-
nuscritos antiguos y 1.500
se dispersaron en la Bi-
blioteca Awqaf, en el Mi-
nisterio de Asuntos Reli-
giosos, cuyo edificio que-
dó en ruinas. En la Casa
de la Sabiduría (Bayt al-
Hikma), cientos de volú-
menes fueron extermina-
dos por el fuego. En la
Academia de Ciencias de
Iraq (al-Majma’ al-’Ilmi al-
Iraqi), el 60% de los tex-
tos se extinguió. La uni-
versidad fue víctima de
bombardeos, incendios y
robos. La Madrasa Mus-
tansiriyya fue saqueada,
aunque el porcentaje de
pérdidas no supera el 4%.
Y eso sólo en Bagdad.
¿QUIÉN PROVOCÓ
LA DESTRUCCIÓN?
¿Quién provocó esta
destrucción? La mayor
parte de culpa la atribuyo
a la administración de los
Estados Unidos, que des-
estimó todas las adverten-
cias hechas y violó la Con-
vención de La Haya de
1954 al no proteger los
centros culturales y esti-
mular los saqueos, lo que
implica unas sanciones
penales que no prescribi-
rán. Tal vez por eso el pre-
sidente George W. Bush
solicitó inmunidad para
oficiales y soldados ante
cualquier posible juicio en
los tribunales penales in-
ternacionales. Tal vez por
eso decidió reingresar a la
Unesco, y envió a su es-
posa a negociar cargos eje-
cutivos dentro de esta or-
ganización, despedir a los
asesores más incómodos,
borrar sus expedientes y
silenciar toda crítica. De
igual modo, me atrevo a
responsabilizar a miembros
del régimen de Saddam
Hussein por utilizar los cen-
tros culturales como bases
militares y poner las biblio-
tecas al servicio de una
ideología. Con anuencia de
los directivos del partido
Baa’th, permitieron que se
instalasen depósitos de mu-
niciones y francotiradores
en puntos estratégicos, lo
que puso en riesgo el pa-
trimonio cultural.
Debo señalar que mi
estadía en Bagdad conclu-
yó el 22 de mayo. Partí
rumbo a Oxford y luego a
Viena. Después de eso
volví, redacté nuevos in-
formes, divulgué mis re-
flexiones y desde entonces
he sido objeto de amena-
zas por mis declaraciones
y artículos, he recibido in-
sultos y descalificaciones
absurdas, y toda mi labor
ha provocado molestias
en la CPA. Mi escepticis-
mo actual tiene su origen
en un hecho cierto: el des-
orden y la violencia cre-
ciente en Bagdad no ha-
cen propicia la reconstruc-
ción porque supone poner
en riesgo los volúmenes
que se salvaron. Ninguna
biblioteca, y eso hay que
tenerlo presente, estará a
salvo mientras Iraq sea un
campo de batalla. He ob-
servado con profundo ma-
lestar que la propaganda
norteamericana, por lo
demás, no permite difun-
dir lo que realmente ocu-
rre a diario. Se sabe que
dos o tres soldados norte-
americanos mueren cada
día, pero no se presentan
las elevadas cifras de heri-
dos y mutilados, no se dice
que cuarenta soldados se
han suicidado por el ho-
rror que ven, no se infor-
ma que hay más de trein-
ta ataques permanentes y
que quienes colaboran con
los ocupantes extranjeros
son linchados por sus ve-
cinos. En septiembre fue
atacado Piero Cordone y
su chofer murió. Hace
unas semanas el nuevo
coordinador de bibliote-
cas sufrió un atentado y
quedó ciego porque un
joven le arrojó ácido en el
rostro. Hay decenas de bi-
bliotecarios detenidos y
los que trabajan temen
contar la verdad comple-
ta. Sobre esto no se dice
nada. ¿Por qué? ¿Qué se
intenta ocultar? Acaso la
única respuesta posible a
estas preguntas, y lo seña-
lo para terminar, deba ir
encabezada por este epí-
grafe: «La primera víctima
de la guerra es la verdad».
La frase, conviene recor-
darlo, no fue acuñada por
un filósofo o un periodis-
ta. La dijo un congresista
norteamericano, Hiram
Warren Johnson, en 1917.
Y lo peor es que los suce-
sos de Hiroshima, Nagasa-
ki, Vietnam, Etiopía, Líba-
no, Afganistán e Iraq no
cesan de darle la razón.
«La entrada del Archivo Nacional muestra los signos de una quema terrible y el destrozo de todo lo que existía en su interior».
“¿Quién provocó esta destrucción? La mayor parte de culpa la
atribuyo a la administración de los Estados Unidos, que desestimó
todas las advertencias hechas y violó la Convención de La Haya de
1954 al no proteger los centros culturales y estimular los saqueos, lo
que implica unas sanciones penales que no prescribirán. Tal vez por
eso el presidente George W. Bush solicitó inmunidad para oficiales y
soldados ante cualquier posible juicio en los tribunales
penales internacionales”.