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LIBROS & ARTES
EL PARIA
DEL UNIVERSO
n
Twice-Told Tales
,
Nathaniel Hawthor-
ne emprende la fortísima
parábola de Wakefield, el
hombre que tras años de
«vida normal» abandona
repentinamente a su mu-
jer y sin que ella lo sepa se
hospeda a unos pasos de
su casa; en ese sitio Wake-
field se entrega a una exis-
tencia anónima y vigilan-
te, siempre diciéndose que
al día siguiente retornará
al hogar. Con el correr del
tiempo, su esposa llega a
aceptar su ausencia y
creerse viuda; casi sin sen-
tirlo, pasan 20 años. Se-
gún Hawthorne, este rela-
to se inspiró en un artícu-
lo periodístico que daba
noticia de un caso «real»
en cuyo desenlace el pro-
tagonista regresó por fin y
fue hasta su muerte un
«marido ejemplar».
Hawthorne intenta re-
hacer los pasos de este
hombre en los primeros
momentos de tan singular
autodestierro: «Tenemos
que correr tras él por las
calles, antes de que pier-
da la individualidad y se
confunda en la gran masa
de la vida londinense»: lo
ve salir de su casa y diri-
girse al alojamiento alqui-
lado de antemano, te-
miendo que gente conoci-
da lo haya visto y pueda
informar a su mujer. Pero
el autor del texto es el
único que lo sigue: «¡Po-
bre Wakefield! ¡Qué poco
sabes de tu propia insigni-
ficancia en este mundo
inmenso!». Transcurre un
tiempo que Wakefield
sólo registra en ecos apa-
gados, sumergido hasta el
fondo (como pocos hom-
bres se han atrevido a ha-
cerlo) en su propia insig-
nificancia. «Tenemos que
dejarlo que ronde por su
casa durante unos 10 años
sin cruzar el umbral ni una
vez, y que sea fiel a su
mujer, con todo el afecto
de que es capaz su cora-
zón, mientras él poco a
poco se va apagando en el
de ella. Hace mucho, de-
bemos subrayarlo, que
perdió la noción de singu-
laridad de su conducta».
Y entonces:
Ahora contemplemos
una escena. Entre el gen-
tío de una calle de Londres
distinguimos a un hombre
entrado en años, con po-
cos rasgos característicos
que atraigan la atención
de un transeúnte descui-
dado, pero cuya figura os-
tenta, para quienes posean
la destreza de leerla, la es-
critura de un destino poco
común. Su frente estrecha
y abatida está cubierta de
profundas arrugas. Sus pe-
queños ojos apagados a
veces vagan con recelo en
derredor, pero más a me-
nudo parecen mirar aden-
tro. Agacha la cabeza y se
mueve con un indescrip-
tible sesgo en el andar,
como si no quisiera mos-
trarse de frente, entero, al
mundo.
Únicamente los «ras-
gos característicos» atraen
la atención del transeúnte
descuidado. Wakefield re-
sulta invisible por carecer
de ellos y es tan nadie
como ese transeúnte, pero
existe una diferencia so-
brecogedora: el transeún-
te está inmerso en un sis-
tema que le da las suficien-
tes referencias vagas como
para sentirse «alguien», es
decir para refugiarse en esa
serie de imágenes de sí
mismo que ha comprado
para que lo «diferencien»
del resto de sus semejan-
tes, mientras que Wake-
field ha renunciado a las
imágenes y al sistema mis-
mo. Lo que podría perci-
bir quien tuviera la sufi-
ciente destreza para leer su
figura sería eso, la ausen-
cia de transmisión de imá-
genes de sí, «la escritura de
un destino poco común».
Wakefield no tiene con-
ciencia de ese destino, ni
la dolorida lucidez para
entenderlo, y sin embargo
lo asume excepcional-
mente (o es asumido por
él) obedeciendo a una lla-
mada que en sí no es ex-
cepcional.
Cualquiera de los tran-
seúntes que jamás lo mi-
raron en 20 años podría
haber cruzado la línea que
Wakefield traspasó, pues-
to que todos ellos cami-
nan al borde de esa mis-
ma línea. La única diferen-
cia es que los «hombres de
la calle» se refugian deses-
peradamente en el sistema
que les da la apariencia de
una identidad individual;
el poder del sistema de-
pende del miedo: «cruza
esa línea y serás nadie en
verdad». En este sentido,
el destino de Wakefield no
es individual, puesto que
resulta la expresión de una
angustia colectiva. Y, de
modo trágico, no hay pur-
ga ni desahogo de todos
en uno, porque Wakefield
no es un héroe y ni siquie-
ra un antihéroe: nadie lo
La nada y sus dobles
WAKEFIELD Y BARTLEBY
Daniel Gonzales Dueñas
El parentesco de Wakefield y Bartleby es evidente. El narrador del relato de Melville dice del escribano lo mismo
que podría decirse de Wakefield: «Creo que no existen materiales para una biografía completa y satisfactoria de
este hombre». La maestría de Hawthorne y Melville al construir (de -construir) a ambos personajes radica en
trazarlos con rasgos negativos, sin tocarlos, únicamente dibujando los contornos de un vacío, de una nada, de
Nadie. Melville cierra el relato con estas hondas exclamaciones: «¡Ah, Bartleby! ¡Ah, humanidad!».
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