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Página 16

LIBROS & ARTES

EL PARIA

DEL UNIVERSO

n

Twice-Told Tales

,

Nathaniel Hawthor-

ne emprende la fortísima

parábola de Wakefield, el

hombre que tras años de

«vida normal» abandona

repentinamente a su mu-

jer y sin que ella lo sepa se

hospeda a unos pasos de

su casa; en ese sitio Wake-

field se entrega a una exis-

tencia anónima y vigilan-

te, siempre diciéndose que

al día siguiente retornará

al hogar. Con el correr del

tiempo, su esposa llega a

aceptar su ausencia y

creerse viuda; casi sin sen-

tirlo, pasan 20 años. Se-

gún Hawthorne, este rela-

to se inspiró en un artícu-

lo periodístico que daba

noticia de un caso «real»

en cuyo desenlace el pro-

tagonista regresó por fin y

fue hasta su muerte un

«marido ejemplar».

Hawthorne intenta re-

hacer los pasos de este

hombre en los primeros

momentos de tan singular

autodestierro: «Tenemos

que correr tras él por las

calles, antes de que pier-

da la individualidad y se

confunda en la gran masa

de la vida londinense»: lo

ve salir de su casa y diri-

girse al alojamiento alqui-

lado de antemano, te-

miendo que gente conoci-

da lo haya visto y pueda

informar a su mujer. Pero

el autor del texto es el

único que lo sigue: «¡Po-

bre Wakefield! ¡Qué poco

sabes de tu propia insigni-

ficancia en este mundo

inmenso!». Transcurre un

tiempo que Wakefield

sólo registra en ecos apa-

gados, sumergido hasta el

fondo (como pocos hom-

bres se han atrevido a ha-

cerlo) en su propia insig-

nificancia. «Tenemos que

dejarlo que ronde por su

casa durante unos 10 años

sin cruzar el umbral ni una

vez, y que sea fiel a su

mujer, con todo el afecto

de que es capaz su cora-

zón, mientras él poco a

poco se va apagando en el

de ella. Hace mucho, de-

bemos subrayarlo, que

perdió la noción de singu-

laridad de su conducta».

Y entonces:

Ahora contemplemos

una escena. Entre el gen-

tío de una calle de Londres

distinguimos a un hombre

entrado en años, con po-

cos rasgos característicos

que atraigan la atención

de un transeúnte descui-

dado, pero cuya figura os-

tenta, para quienes posean

la destreza de leerla, la es-

critura de un destino poco

común. Su frente estrecha

y abatida está cubierta de

profundas arrugas. Sus pe-

queños ojos apagados a

veces vagan con recelo en

derredor, pero más a me-

nudo parecen mirar aden-

tro. Agacha la cabeza y se

mueve con un indescrip-

tible sesgo en el andar,

como si no quisiera mos-

trarse de frente, entero, al

mundo.

Únicamente los «ras-

gos característicos» atraen

la atención del transeúnte

descuidado. Wakefield re-

sulta invisible por carecer

de ellos y es tan nadie

como ese transeúnte, pero

existe una diferencia so-

brecogedora: el transeún-

te está inmerso en un sis-

tema que le da las suficien-

tes referencias vagas como

para sentirse «alguien», es

decir para refugiarse en esa

serie de imágenes de sí

mismo que ha comprado

para que lo «diferencien»

del resto de sus semejan-

tes, mientras que Wake-

field ha renunciado a las

imágenes y al sistema mis-

mo. Lo que podría perci-

bir quien tuviera la sufi-

ciente destreza para leer su

figura sería eso, la ausen-

cia de transmisión de imá-

genes de sí, «la escritura de

un destino poco común».

Wakefield no tiene con-

ciencia de ese destino, ni

la dolorida lucidez para

entenderlo, y sin embargo

lo asume excepcional-

mente (o es asumido por

él) obedeciendo a una lla-

mada que en sí no es ex-

cepcional.

Cualquiera de los tran-

seúntes que jamás lo mi-

raron en 20 años podría

haber cruzado la línea que

Wakefield traspasó, pues-

to que todos ellos cami-

nan al borde de esa mis-

ma línea. La única diferen-

cia es que los «hombres de

la calle» se refugian deses-

peradamente en el sistema

que les da la apariencia de

una identidad individual;

el poder del sistema de-

pende del miedo: «cruza

esa línea y serás nadie en

verdad». En este sentido,

el destino de Wakefield no

es individual, puesto que

resulta la expresión de una

angustia colectiva. Y, de

modo trágico, no hay pur-

ga ni desahogo de todos

en uno, porque Wakefield

no es un héroe y ni siquie-

ra un antihéroe: nadie lo

La nada y sus dobles

WAKEFIELD Y BARTLEBY

Daniel Gonzales Dueñas

El parentesco de Wakefield y Bartleby es evidente. El narrador del relato de Melville dice del escribano lo mismo

que podría decirse de Wakefield: «Creo que no existen materiales para una biografía completa y satisfactoria de

este hombre». La maestría de Hawthorne y Melville al construir (de -construir) a ambos personajes radica en

trazarlos con rasgos negativos, sin tocarlos, únicamente dibujando los contornos de un vacío, de una nada, de

Nadie. Melville cierra el relato con estas hondas exclamaciones: «¡Ah, Bartleby! ¡Ah, humanidad!».

E