LIBROS & ARTES
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n aquel tiempo, allá por
el 34, yo padecía en
Montevideo una soltería o
viudez en parte involuntaria.
Había vuelto de mi primera
excursión a Buenos Aires fra-
casado y pobre. Pero esto no
importaba en exceso porque
yo tenía veinticinco años, era
austero y casto por pacto de
amor, y sobre todo, porque
estaba escribiendo una nove-
la “genial” que bauticé
Tiem-
po de abrazar
y que nunca lle-
gó a publicarse, tal vez por
mala; acaso, simplemente,
porque la perdí en alguna
mudanza.
Además de la novela yo
tenía otras cosas, propias de
la edad; entre ellas un amigo,
Italo Constantini, que vivía en
Buenos Aires y jugaba por
entonces al Stavroguin.
Entre 30 y 34 yo había
leído, en Buenos Aires, las
novelas de Arlt –
El juguete
rabioso
,
Los siete locos
,
Los
lanzallamas,
algunos de sus
cuentos–; pero lo que daba
al escritor una popularidad
incomparable eran sus cró-
nicas, “Aguafuertes porte-
ñas”, que publicaba semanal-
mente en el diario
El Mundo
.
Los aguafuertes apare-
cían, al principio, todos los
martes y su éxito fue excesi-
vo para los intereses del dia-
rio. El director, Muzzio
Sáenz Peña, comprobó muy
pronto que
El Mundo
, los
martes, casi duplicaba la ven-
ta de los demás días. Enton-
ces resolvió despistar a los
lectores y publicar los
“Aguafuertes” cualquier día
de la semana. En busca de
Arlt no hubo más remedio
que comprar
El Mundo
todos
los días, del mismomodo que
se persiste en apostar al mis-
mo número de lotería con la
esperanza de acertar.
El tiempo periódico de
los “Aguafuertes” es fácil de
explicar. El hombre común,
el pequeño y pequeñísimo
burgués de las calles de Bue-
nos Aires, el oficinista, el due-
ño de un negocio raído, el
enorme porcentaje de amar-
gos y descreídos podían leer
sus propios pensamientos,
tristezas, sus ilusiones pálidas,
adivinadas y dichas en su len-
guaje de todos los días. Ade-
más, el cinismo que ellos sen-
tían sin atreverse a confesión;
y, más allá, intuían nebulosa-
mente el talento de quien les
estaba contando sus propias
vidas, con una sonrisa bur-
lona pero que podía creerse
cómplice.
Hablando de cinismo; el
mencionado Muzzio Sáenz
Peña –a quien Arlt entrega-
ba normalmente sus manus-
critos para que corrigiera los
errores ortográficos– se alar-
mó porque el escritor había
estado publicando crónicas
en revistas de izquierda. Esta
inquietud o capricho de Arlt
preocupaba a la administra-
ción del diario, temerosa de
perder avisos de Ford, Shell,
etcétera, encaprichada en
conservarlos.
Muzzio llamó a Arlt y le
dijo, no era pregunta:
–¿Te imaginás el lío en
que me estás metiendo?
–¿Por eso? No te preo-
cupés que te lo arreglo ma-
ñana (Jorge Luis Borges, el
más importante de los escri-
tores argentinos de la época,
dijo en una entrevista recien-
te que Roberto Arlt pronun-
ciaba el español con un fuerte
acento germano, o prusiano,
heredado del padre. Es cier-
to que el padre era austríaco
y un redomado hijo de pe-
rra; pero yo creo que la pro-
sodia arltiana era la subli-
mación del hablar porteño;
escatimaba las eses finales y
las multiplicaba en mitad de
las palabras como un tribu-
to al espíritu de equilibrio
que él nunca tuvo).
Y al día siguiente, des-
pués de corregir Muzzio los
errores gramaticales, las
“Aguafuertes” dijeron algo
parecido a esto: “Me acer-
qué a los problemas obre-
ros por curiosidad. Lo úni-
co que me importaba era
conseguir más material lite-
rario y más lectores.”
La anécdota no debe es-
candalizar a deudos, amigos
ni admiradores. El problema
Arlt persona en este aspecto
es fácil de comprender. Arlt
era una artista (me escucha y
se burla) y nada había para
él más importante que su
obra. Como debe ser.
Ahora volvemos a Italo
Constantini, a
Tiempo de abra-
zar
y a otra temporada en
Buenos aires. Harto de casti-
dad, nostalgia y planes para
asesinar a un dictador, bus-
qué refugio por tres días de
Semana Santa en casa de
Italo (Kostia); me quedé tres
años.
Kostia es una de las per-
sonas que he conocido per-
sonalmente, hasta el límite de
intimidad que él imponía,
más inteligentes y sensibles en
cuestión literaria. Desgracia-
damente para él leyó mi no-
velón en dos días y al terce-
ro me dijo desde la cama
–reiterados gramos de ceni-
za de Player’s Medium en la
solapa.
–Esa novela es buena.
EN BUSCA DE
ROBERTO ARLT
Juan Carlos Onetti
Seguimos profunda, definitivamente convencidos de que si algún
habitante de estas humildes playas logró acercarse a la genialidad literaria,
llevaba por nombre el de Roberto Arlt. No hemos podido nunca demostrarlo.
Nos ha sido imposible abrir un libro suyo y dar a leer el capítulo o la página o
la frase capaces de convencer al contradictor. Desarmados, hemos preferido creer
que la suerte nos había provisto, por lo menos, de la facultad de la
intuición literaria. Y este don no puede ser transmitido.
E
Lima, vida cotidiana, 1989.