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LIBROS & ARTES

Página 23

n aquel tiempo, allá por

el 34, yo padecía en

Montevideo una soltería o

viudez en parte involuntaria.

Había vuelto de mi primera

excursión a Buenos Aires fra-

casado y pobre. Pero esto no

importaba en exceso porque

yo tenía veinticinco años, era

austero y casto por pacto de

amor, y sobre todo, porque

estaba escribiendo una nove-

la “genial” que bauticé

Tiem-

po de abrazar

y que nunca lle-

gó a publicarse, tal vez por

mala; acaso, simplemente,

porque la perdí en alguna

mudanza.

Además de la novela yo

tenía otras cosas, propias de

la edad; entre ellas un amigo,

Italo Constantini, que vivía en

Buenos Aires y jugaba por

entonces al Stavroguin.

Entre 30 y 34 yo había

leído, en Buenos Aires, las

novelas de Arlt –

El juguete

rabioso

,

Los siete locos

,

Los

lanzallamas,

algunos de sus

cuentos–; pero lo que daba

al escritor una popularidad

incomparable eran sus cró-

nicas, “Aguafuertes porte-

ñas”, que publicaba semanal-

mente en el diario

El Mundo

.

Los aguafuertes apare-

cían, al principio, todos los

martes y su éxito fue excesi-

vo para los intereses del dia-

rio. El director, Muzzio

Sáenz Peña, comprobó muy

pronto que

El Mundo

, los

martes, casi duplicaba la ven-

ta de los demás días. Enton-

ces resolvió despistar a los

lectores y publicar los

“Aguafuertes” cualquier día

de la semana. En busca de

Arlt no hubo más remedio

que comprar

El Mundo

todos

los días, del mismomodo que

se persiste en apostar al mis-

mo número de lotería con la

esperanza de acertar.

El tiempo periódico de

los “Aguafuertes” es fácil de

explicar. El hombre común,

el pequeño y pequeñísimo

burgués de las calles de Bue-

nos Aires, el oficinista, el due-

ño de un negocio raído, el

enorme porcentaje de amar-

gos y descreídos podían leer

sus propios pensamientos,

tristezas, sus ilusiones pálidas,

adivinadas y dichas en su len-

guaje de todos los días. Ade-

más, el cinismo que ellos sen-

tían sin atreverse a confesión;

y, más allá, intuían nebulosa-

mente el talento de quien les

estaba contando sus propias

vidas, con una sonrisa bur-

lona pero que podía creerse

cómplice.

Hablando de cinismo; el

mencionado Muzzio Sáenz

Peña –a quien Arlt entrega-

ba normalmente sus manus-

critos para que corrigiera los

errores ortográficos– se alar-

mó porque el escritor había

estado publicando crónicas

en revistas de izquierda. Esta

inquietud o capricho de Arlt

preocupaba a la administra-

ción del diario, temerosa de

perder avisos de Ford, Shell,

etcétera, encaprichada en

conservarlos.

Muzzio llamó a Arlt y le

dijo, no era pregunta:

–¿Te imaginás el lío en

que me estás metiendo?

–¿Por eso? No te preo-

cupés que te lo arreglo ma-

ñana (Jorge Luis Borges, el

más importante de los escri-

tores argentinos de la época,

dijo en una entrevista recien-

te que Roberto Arlt pronun-

ciaba el español con un fuerte

acento germano, o prusiano,

heredado del padre. Es cier-

to que el padre era austríaco

y un redomado hijo de pe-

rra; pero yo creo que la pro-

sodia arltiana era la subli-

mación del hablar porteño;

escatimaba las eses finales y

las multiplicaba en mitad de

las palabras como un tribu-

to al espíritu de equilibrio

que él nunca tuvo).

Y al día siguiente, des-

pués de corregir Muzzio los

errores gramaticales, las

“Aguafuertes” dijeron algo

parecido a esto: “Me acer-

qué a los problemas obre-

ros por curiosidad. Lo úni-

co que me importaba era

conseguir más material lite-

rario y más lectores.”

La anécdota no debe es-

candalizar a deudos, amigos

ni admiradores. El problema

Arlt persona en este aspecto

es fácil de comprender. Arlt

era una artista (me escucha y

se burla) y nada había para

él más importante que su

obra. Como debe ser.

Ahora volvemos a Italo

Constantini, a

Tiempo de abra-

zar

y a otra temporada en

Buenos aires. Harto de casti-

dad, nostalgia y planes para

asesinar a un dictador, bus-

qué refugio por tres días de

Semana Santa en casa de

Italo (Kostia); me quedé tres

años.

Kostia es una de las per-

sonas que he conocido per-

sonalmente, hasta el límite de

intimidad que él imponía,

más inteligentes y sensibles en

cuestión literaria. Desgracia-

damente para él leyó mi no-

velón en dos días y al terce-

ro me dijo desde la cama

–reiterados gramos de ceni-

za de Player’s Medium en la

solapa.

–Esa novela es buena.

EN BUSCA DE

ROBERTO ARLT

Juan Carlos Onetti

Seguimos profunda, definitivamente convencidos de que si algún

habitante de estas humildes playas logró acercarse a la genialidad literaria,

llevaba por nombre el de Roberto Arlt. No hemos podido nunca demostrarlo.

Nos ha sido imposible abrir un libro suyo y dar a leer el capítulo o la página o

la frase capaces de convencer al contradictor. Desarmados, hemos preferido creer

que la suerte nos había provisto, por lo menos, de la facultad de la

intuición literaria. Y este don no puede ser transmitido.

E

Lima, vida cotidiana, 1989.