LIBROS & ARTES
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CARLOS DOMÍNGUEZ, ALIAS «EL CHINO»
Herman Schwarz
acia los últimos años de la década del setenta, la situación política
andaba movida (cuándo no) y muchas de las comisiones periodísticas
de entonces se hacían a salto de mata, sobre todo cuando había que cubrir
movilizaciones contra la dictadura militar. No había garantías para las
organizaciones gremiales que protestaban, ni para los periodistas que osaban
cubrir el descontento popular. Los reporteros gráficos nos protegíamos
andando juntos, en mancha; pensábamos que de esa manera no se atreverían
a reprimirnos. Siempre nos equivocamos.
En esa época, el reportero gráfico era, por lo general, de extracción
popular y pocos tenían una conciencia real de la importancia de su trabajo.
Para muchos era un oficio mas, que consistía en cubrir temas policiales,
política, sociales y, lo mas bacán, partidos de fútbol.
Cuando se cubría una comisión, por lo general este manchón trataba
de tener más o menos las mismas tomas, para no tener problemas en sus
medios. Igualmente, cuando se retiraban de alguna guardia, lo hacían juntos;
con esto se aseguraba que nadie iba a tener algo que los otros no. Carlos
Domínguez, alias el Chino, nunca se mezclaba con este grupo, a menos
que fuese estrictamente necesario.
Siempre recuerdo al Chino Domínguez trabajando solo, independiente.
Siempre admiré su don de ubicuidad, el saber estar en el momento preciso
(decisivo, diría Henri Cartier Bresson). Por ejemplo, en un día cualquiera,
en el Congreso de la República, en esos años, había acceso irrestricto al
hemiciclo y uno podía estar horas dando vueltas entre los congresistas,
tratando de ver algo fuera de lo común, aunque nada era evidente. El
Chino llegaba, daba un par de vueltas, miraba asolapadamente, y se
colocaba tras una columna a esperar, como un cazador acechando a su
presa; era solo cuestión de tiempo. Nosotros, los más jóvenes, buscábamos
con el teleobjetivo el ángulo más novedoso o simplemente esperando a
que pase algo, mientras el Chino lo estaba provocando.
Resultaba gracioso ver a algunos colegas que, disimuladamente, se
ponían detrás del Chino para ver qué estaba viendo, qué miraba, y hacían
lo mismo, tratando de lograr la misma toma aunque sin mucha convicción,
sólo por si acaso. Al día siguiente descubrirían que el Chino tenía la foto
de los dos políticos que se habían peleado públicamente, cruzando miradas
o quien sabe, estrechándose las manos. Hay un adagio que dice que para
sentir como el prójimo, hay que estar uno en sus zapatos. En este caso, ni
estando en su visor podías saber qué miraba el Chino. Esa cualidad se
encuentra detrás del ojo, no delante. Esa conexión que existe entre la
inteligencia y el dedo que acciona el obturador es fruto de un
entrenamiento que ha desarrollado en años. Puedes ver toda la escena,
pero jamás achuntarás con el momento preciso.
Algo que siempre distinguió el trabajo del Chino fue la certeza de sus
objetivos. Era evidente que se movía en aguas conocidas, estaba informado,
no sólo con las lecturas de los diarios, sino con datos de los propios actores
de la política. Es amigo de muchos intelectuales y políticos, que respetan
su larga trayectoria y su calidad como fotoperiodista. Se había hecho
respetar y cosechaba.
A diferencia de hoy, cuando la importancia de la imagen pesa más en
su aspecto estrictamente formal: la composición, el efecto, la estética de
la imagen; antes, lo mas importante era su valor informativo, noticioso, el
contexto. La foto del día era la foto del acontecimiento más importante de
la jornada. Era información. Y para esto había que ser despiadadamente
malicioso, esperar lo peor y no creer en nadie, sobre todo cuando empuñabas
la cámara, porque la cámara era un arma, no un juguete caro, un arma de
denuncia, un grito hecho imagen y su Nikon siempre hizo alarde.
H
kemitsu, tienen tantas dificul-
tades como sus pares occi-
dentales para hacerse escu-
char, acaso más. He tomado
el ejemplo de la música se-
lecta europea, como podía
tomar el de la artes o la filo-
sofía. Pienso en Yoshimoto
(pensador y poeta, nacido en
l924 ) cuya obra, la más in-
fluyente, construye una teo-
ría original... después de un
reexamen de Hegel, Marx,
Nietzsche, Freud...
¿Qué es el Japón en esa
inmensa Asia, en la cual la
China juega el papel de la ar-
monía de lo antagónico y la
India, la presencia de lo sa-
grado? Un orientalista nos
respondería que el Japón es
la supremacía de lo abstrac-
to. O sea, pongo un ejem-
plo, cómo decoran un inte-
rior, con muy poco, una flor
por ejemplo. No un ramille-
te, y esa flor, bien escogida,
que se cambia cada día. Un
detalle, no cincuenta, para
mejor apreciar. Y aunque us-
ted no lo crea, reflexionar.
Mientras se toma algo, tan te-
rrestre, como una sopa ca-
sera.
A lo que cabe añadir, lo
abstracto propio y lo ajeno.
Una cultura que no ignora el
mundo sino lo contempla, lo
absorbe. Más apropiado se-
ría decir, más carnal, lo
fagocita. Los japoneses siem-
pre han devorado las civili-
zaciones cercanas, de la Chi-
na su lengua y el acomoda-
miento del budismo a una
religión casera, con altares fa-
miliares. Y el alfabeto vuelto
algo que mucho más gente
puede aprender, el japonés.
Ya sabemos que desde la re-
volución Meiji, finales del
XIX, digerieron la técnica de
los ferrocarriles de los ingle-
ses, el arte de la guerra de los
alemanes, y la legislación de
los franceses. Hoy día, no le
pierden de vista al gran rival.
¿Quién creen ustedes? ¿Las
empresas multinacionales
occidentales? Japón no ha te-
nido nunca rivales de poca
monta. Es el mismo Occi-
dente el que es objeto de in-
vestigación. Y no solo sus
indices de consumo o su téc-
nica, como creen algunas fá-
ciles explicaciones. No, tam-
bién su reflexión. Pondré un
ejemplo, ante el muy francés
y eurocentrista filósofo
Foucault hay entre los japo-
neses de este fin de siglo tan-
tos cultores y estudiosos
como en Europa o en los
Estados Unidos. Y que
conste, entre americanos, la
personalidad de Michel
Foucault despierta interés
desde hace años debido a sus
posturas radicales sobre la
condición gay y sus sulfu-
rosas disquisiciones sobre
otra moral, Foucault admite
los estertores del masoquis-
mo y la sumisión, recursos
para hallarse con el otro, sos-
tiene. En el conformista cli-
ma intelectual japones, el es-
tudio de Foucault –como de
Sartre o de Marx– obedece
a otro signo. Occidente es el
rival. Y hay que estudiarlo.
Un rival mimético. Aun en
aquello que les repugna. Aun-
que, pensándolo bien, el fe-
nómeno literario, estético,
existencial de Mishima.
Sobre Japón podemos
tener versiones diferentes.
Una versión, de pacotilla, nos
inclinará al exotismo. Gei-
shas, el monte Fujiyama, los
monumentales combatientes
del sumo, la ceremonia del
te. No está muy lejos la ver-
sión que sólo ve en el Japón
el país de financistas fruga-
les, políticos conservadores
y escolares aplicados y un tan-
to estresados, que deja a las
mujeres en casa e introduce
robots en las fábricas más
que ninguna otra sociedad in-
dustrial (24 por ciento, 12
por ciento en USA), la sóli-
da nación que ha engendra-
do Toyota, Hitachi y Toshi-
ba, los grandes conglomera-
dos que se situan entre los
mas grandes del planeta, al
tiempo que Tokio se vuelve
la primera plaza financiera
del planeta (ocho de los diez
primeros bancos del mundo)
acaso porque el Japón de fin
de siglo es un país extrema-
damente rico, con rentistas y
ahorristas desesperantes que
entregan a sus ejecutivos un
capital bancario cuya coloca-
ción abre forados en la for-
taleza industrial americana y
europea. Japón es, al inicio
del milenio, el nombre de
una sociedad industrial pros-
pera y tecnificada, cuyo di-
namismo comercial contras-
ta con el inmovilismo de su
sociedad.