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LIBROS & ARTES

Página 29

CARLOS DOMÍNGUEZ, ALIAS «EL CHINO»

Herman Schwarz

acia los últimos años de la década del setenta, la situación política

andaba movida (cuándo no) y muchas de las comisiones periodísticas

de entonces se hacían a salto de mata, sobre todo cuando había que cubrir

movilizaciones contra la dictadura militar. No había garantías para las

organizaciones gremiales que protestaban, ni para los periodistas que osaban

cubrir el descontento popular. Los reporteros gráficos nos protegíamos

andando juntos, en mancha; pensábamos que de esa manera no se atreverían

a reprimirnos. Siempre nos equivocamos.

En esa época, el reportero gráfico era, por lo general, de extracción

popular y pocos tenían una conciencia real de la importancia de su trabajo.

Para muchos era un oficio mas, que consistía en cubrir temas policiales,

política, sociales y, lo mas bacán, partidos de fútbol.

Cuando se cubría una comisión, por lo general este manchón trataba

de tener más o menos las mismas tomas, para no tener problemas en sus

medios. Igualmente, cuando se retiraban de alguna guardia, lo hacían juntos;

con esto se aseguraba que nadie iba a tener algo que los otros no. Carlos

Domínguez, alias el Chino, nunca se mezclaba con este grupo, a menos

que fuese estrictamente necesario.

Siempre recuerdo al Chino Domínguez trabajando solo, independiente.

Siempre admiré su don de ubicuidad, el saber estar en el momento preciso

(decisivo, diría Henri Cartier Bresson). Por ejemplo, en un día cualquiera,

en el Congreso de la República, en esos años, había acceso irrestricto al

hemiciclo y uno podía estar horas dando vueltas entre los congresistas,

tratando de ver algo fuera de lo común, aunque nada era evidente. El

Chino llegaba, daba un par de vueltas, miraba asolapadamente, y se

colocaba tras una columna a esperar, como un cazador acechando a su

presa; era solo cuestión de tiempo. Nosotros, los más jóvenes, buscábamos

con el teleobjetivo el ángulo más novedoso o simplemente esperando a

que pase algo, mientras el Chino lo estaba provocando.

Resultaba gracioso ver a algunos colegas que, disimuladamente, se

ponían detrás del Chino para ver qué estaba viendo, qué miraba, y hacían

lo mismo, tratando de lograr la misma toma aunque sin mucha convicción,

sólo por si acaso. Al día siguiente descubrirían que el Chino tenía la foto

de los dos políticos que se habían peleado públicamente, cruzando miradas

o quien sabe, estrechándose las manos. Hay un adagio que dice que para

sentir como el prójimo, hay que estar uno en sus zapatos. En este caso, ni

estando en su visor podías saber qué miraba el Chino. Esa cualidad se

encuentra detrás del ojo, no delante. Esa conexión que existe entre la

inteligencia y el dedo que acciona el obturador es fruto de un

entrenamiento que ha desarrollado en años. Puedes ver toda la escena,

pero jamás achuntarás con el momento preciso.

Algo que siempre distinguió el trabajo del Chino fue la certeza de sus

objetivos. Era evidente que se movía en aguas conocidas, estaba informado,

no sólo con las lecturas de los diarios, sino con datos de los propios actores

de la política. Es amigo de muchos intelectuales y políticos, que respetan

su larga trayectoria y su calidad como fotoperiodista. Se había hecho

respetar y cosechaba.

A diferencia de hoy, cuando la importancia de la imagen pesa más en

su aspecto estrictamente formal: la composición, el efecto, la estética de

la imagen; antes, lo mas importante era su valor informativo, noticioso, el

contexto. La foto del día era la foto del acontecimiento más importante de

la jornada. Era información. Y para esto había que ser despiadadamente

malicioso, esperar lo peor y no creer en nadie, sobre todo cuando empuñabas

la cámara, porque la cámara era un arma, no un juguete caro, un arma de

denuncia, un grito hecho imagen y su Nikon siempre hizo alarde.

H

kemitsu, tienen tantas dificul-

tades como sus pares occi-

dentales para hacerse escu-

char, acaso más. He tomado

el ejemplo de la música se-

lecta europea, como podía

tomar el de la artes o la filo-

sofía. Pienso en Yoshimoto

(pensador y poeta, nacido en

l924 ) cuya obra, la más in-

fluyente, construye una teo-

ría original... después de un

reexamen de Hegel, Marx,

Nietzsche, Freud...

¿Qué es el Japón en esa

inmensa Asia, en la cual la

China juega el papel de la ar-

monía de lo antagónico y la

India, la presencia de lo sa-

grado? Un orientalista nos

respondería que el Japón es

la supremacía de lo abstrac-

to. O sea, pongo un ejem-

plo, cómo decoran un inte-

rior, con muy poco, una flor

por ejemplo. No un ramille-

te, y esa flor, bien escogida,

que se cambia cada día. Un

detalle, no cincuenta, para

mejor apreciar. Y aunque us-

ted no lo crea, reflexionar.

Mientras se toma algo, tan te-

rrestre, como una sopa ca-

sera.

A lo que cabe añadir, lo

abstracto propio y lo ajeno.

Una cultura que no ignora el

mundo sino lo contempla, lo

absorbe. Más apropiado se-

ría decir, más carnal, lo

fagocita. Los japoneses siem-

pre han devorado las civili-

zaciones cercanas, de la Chi-

na su lengua y el acomoda-

miento del budismo a una

religión casera, con altares fa-

miliares. Y el alfabeto vuelto

algo que mucho más gente

puede aprender, el japonés.

Ya sabemos que desde la re-

volución Meiji, finales del

XIX, digerieron la técnica de

los ferrocarriles de los ingle-

ses, el arte de la guerra de los

alemanes, y la legislación de

los franceses. Hoy día, no le

pierden de vista al gran rival.

¿Quién creen ustedes? ¿Las

empresas multinacionales

occidentales? Japón no ha te-

nido nunca rivales de poca

monta. Es el mismo Occi-

dente el que es objeto de in-

vestigación. Y no solo sus

indices de consumo o su téc-

nica, como creen algunas fá-

ciles explicaciones. No, tam-

bién su reflexión. Pondré un

ejemplo, ante el muy francés

y eurocentrista filósofo

Foucault hay entre los japo-

neses de este fin de siglo tan-

tos cultores y estudiosos

como en Europa o en los

Estados Unidos. Y que

conste, entre americanos, la

personalidad de Michel

Foucault despierta interés

desde hace años debido a sus

posturas radicales sobre la

condición gay y sus sulfu-

rosas disquisiciones sobre

otra moral, Foucault admite

los estertores del masoquis-

mo y la sumisión, recursos

para hallarse con el otro, sos-

tiene. En el conformista cli-

ma intelectual japones, el es-

tudio de Foucault –como de

Sartre o de Marx– obedece

a otro signo. Occidente es el

rival. Y hay que estudiarlo.

Un rival mimético. Aun en

aquello que les repugna. Aun-

que, pensándolo bien, el fe-

nómeno literario, estético,

existencial de Mishima.

Sobre Japón podemos

tener versiones diferentes.

Una versión, de pacotilla, nos

inclinará al exotismo. Gei-

shas, el monte Fujiyama, los

monumentales combatientes

del sumo, la ceremonia del

te. No está muy lejos la ver-

sión que sólo ve en el Japón

el país de financistas fruga-

les, políticos conservadores

y escolares aplicados y un tan-

to estresados, que deja a las

mujeres en casa e introduce

robots en las fábricas más

que ninguna otra sociedad in-

dustrial (24 por ciento, 12

por ciento en USA), la sóli-

da nación que ha engendra-

do Toyota, Hitachi y Toshi-

ba, los grandes conglomera-

dos que se situan entre los

mas grandes del planeta, al

tiempo que Tokio se vuelve

la primera plaza financiera

del planeta (ocho de los diez

primeros bancos del mundo)

acaso porque el Japón de fin

de siglo es un país extrema-

damente rico, con rentistas y

ahorristas desesperantes que

entregan a sus ejecutivos un

capital bancario cuya coloca-

ción abre forados en la for-

taleza industrial americana y

europea. Japón es, al inicio

del milenio, el nombre de

una sociedad industrial pros-

pera y tecnificada, cuyo di-

namismo comercial contras-

ta con el inmovilismo de su

sociedad.